martes, 30 de mayo de 2017

Viaje al sur: Tenaún


Germán y Rosita son los dueños de un campamento con wifi (supuestamente) y agua caliente frente al mar. Él es pescador y ella gerente, aunque también resuelve los problemas más inverosímiles que se suscitan a todas horas; hace comida, pan, mermeladas deliciosas y atiende a sus comensales en general. Un ambiente hogareño, sobre todo porque nos tocó una recámara en la planta baja de la casa en donde estaba la sala con un televisor de dimensiones extrasensoriales, el comedor y una cocina tradicional chilota (gentilicio de los habitantes de Chiloé), donde una estufa de leña de aspecto europeo, con tiro central hacia el exterior, está rodeada de sillones y es el lugar en donde los chilotas pasan buena parte de su crudo invierno.

En Tenaún tuvimos una probada del típico clima del sur chileno: lluvia y frío casi permanentes, que debido al cambio climático (a Trump, el ozono, la modernidad y no poca suerte) apenas conocimos los últimos cuatro días de nuestra estancia en el sur, pues las dos semanas precedentes tuvimos sol y clima agradable, aunque fresco. Frank me prestó desde Santiago un sombrero de palma de no malos bigotes con el que parecía Truman Capote, según las malas lenguas. En un paseo por la calle de Tenaún pude comprender por qué ningún habitante ni turista usaba sombrero en este clima de aire gélido y torrencial que me arrancó el sombrero a los pocos segundos y tuve que perseguirlo calle abajo unos 50 metros. Gracias a que nuestra ropa estaba asegurada con botones no terminamos desnudos es ese vendaval. Lo cierto es que en Tenaún afloró mi mexicanidad y la costumbre de vivir en un clima tan agraciado como el de Puebla. Moríamos de frío Malú y yo, mientras con asombro veíamos cómo Carolina, una niña de Punta Arenas que estaba de visita con sus tíos, andaba con su bicicleta en short y camiseta como si nada. Impresionante su resistencia al frío.
Es muy interesante el contraste entre los atractivos turísticos, digamos, convencionales, y otras ofertas turísticas singulares y originales como Tenaún. Por mar y por tierra llegan barcos y autobuses atiborrados de turistas que se bajan entusiasmados a fotografiar media decena de magníficas construcciones de arquitectura sureña que hay aquí, pero no mucho más. Hay un restaurante, pero no existen bares, cafés, ni infraestructura turística básica como para recibir ese gentío. Lo que a mi modo de ver es una cualidad, antes que un defecto. Los turistas desembarcan, se toman fotos, compran en dos pequeñas y modestas tienditas de artesanías, entran a la iglesia “histórica” a contemplar su impresionante reconstrucción, tras pagar los 500 pesos chilenos que cuesta la entrada (no es la única iglesia del sur chileno que cobra el ingreso del público). Con todo, el ambiente es muy agradable y pacífico. Noreuropeos nostálgicos de los fríos ventarrones del mar del norte, perfectamente equipados para el efecto con gorras, rompevientos, chamarras, etc. Una joven alemana, por ejemplo, viajante solitaria, se aloja en el camping con su par de perritos.

Uno de los grandes atractivos de Tenaún es la comida, cada día degustamos un platillo espectacular como borrego a las brasas, arroz con mariscos, mermelada de ruibarbo, pan casero de Rosita, la mejor manzana que he probado en muchos años cortada de un árbol (y vaya que soy de un pueblo manzanero) y desde luego el Curanto, un antiguo platillo tradicional de Chiloé cuyas raíces hay que buscarlas en la cultura polinesia y remontarse muchos miles de años hacia atrás. El tema, tan intenso, que necesita su propio espacio para comprenderse cabalmente, pero es importante recalcar el honor que tuvimos al ser objetos de un curanto especialmente elaborado para nosotros.
En el centro comunitario de Tenaún fuimos a un encuentro de acordeón en donde estaba reunida buena parte de la comunidad, abundante de viejos. Muy modesto todo. Vimos un dueto de ancianos, él en la guitarra, ella en la voz, interpretando melodías chilenas cadenciosas que la gente bailaba como cueca, el tradicional bailable chileno, con su pañuelito y todo, muy divertidos. Después vimos a un acordeonista de Punta Arenas interpretando, para mi sorpresa, El Golpe Traidor, un antiguo tema norteño que interpretaban en los años setenta Cornelio Reyna, Chayito Valdéz y Toni Aguilar, que inevitablemente me inundó de nostalgia: “Nunca pensé que algún día, tú me pegarías el golpe traidor, tu falso amor me dejó, herido del corazón…” La venta de cerveza Corona no hizo sino incrementar mi morriña.

El tema norteñito fue bailado por algunas parejas de ancianos con ancianas, o de ancianos con jóvenes, con muy poca gracia, la verdad. No era, sin embargo, el momento de hacer ninguna demostración. Ese domingo 26 de febrero nos toca en Tenaún el eclipse solar a las 10:30 horas. No lo vimos por las nubes, a esa hora ya había comenzado a llover. Nunca dejó de llover. Además, creo que estábamos dormidos.
Antes de irnos, luego de tres días, interrogué a Germán sobre el bosque nativo, la fruta y la pesca en Tenaún, pues ya había dado signos de ser especialista en muchos temas. Con la mirada perdida en el salero de la mesa, según es su manera de hablar, me explicó que el bosque nativo se compone, entre otras especies, de árboles como el mañío, que se usa para casas y paredes; también hay laurel, caneli, oigüe, roble, arrallán, tepa, queaca, ulmo, avellano y ciruelillo, que se usa para puertas y muebles. Existen los arbustos: maqui, murta, calafete, chilicón o chilco y guila (una enredadera de bambú); en fruta hay variedades de manzana (deliciosa), peras, ciruelos, frutilla (fresa), frambuesa, moras, mosqueta y grosella. Y en su especialidad principal, la pesca, hay merluza del sur (que es grande) y se exporta casi toda a España; congrio dorado y mantarraya, que se van a Corea; sierra (barracuda), salmón natural, centolla (el molusco, que está prácticamente extinguido) y algunas variedades de jaiba.

Tenún nos despide con una lluvia incesante que nos acompaña hasta el embarcadero de Chacao. Y más allá, hasta Osorno. A lo largo del camino, hasta el embarcadero, los árboles fantasmales detrás de la neblina ocultan las casas de aliento europeo y nos despiden en silencio.


Fotos cortesía de Malú Méndez Lavielle.

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