miércoles, 24 de julio de 2024

Cien años

 La estación de ferrocarril de Cd. Cuauhtémoc, Chihuahua, tiene un agradable boulevard peatonal con grandes macetones y bancas donde pasan las tardes habitantes de esa parte de la ciudad, rancheros, menonitas y tarahumaras que llegan a esta zona de bodegas a realizar negociaciones o simplemente a recolectar un poco de maíz. Hay tiendas agrícolas, ferreteras y refaccionarias. No es nada del otro mundo, pero así, limpio y ordenado, es otro panorama al que los nativos del pueblo conocimos y desde luego al que Antonio Noyola vio al llegar a Cuauhtémoc en 1947, cuando “las vías” eran el hogar de decenas de familias menesterosas que ocupaban furgones abandonados del ferrocarril, zona de crímenes y prostitución, basura y abandono que fue una de sus grandes preocupaciones en los siguientes cuarenta años, cuando fue posible su transformación gracias al empeño e insistencia de Antonio por municipalizar el derecho de vía y hacer de ese lugar lo que ahora es. No buscó el más mínimo crédito para sí mismo en la maniobra, solo convenció al Ayuntamiento de la necesidad y la urgencia de hacerlo. No ganó ni un centavo puesto que nunca poseyó terrenos en la zona, rentó algún local o tuvo influencia sobre propiedad alguna en ese lugar. Su única motivación era mejorar el aspecto de ese importante paso del ferrocarril Chihuahua al Pacífico, a tres cuadras del centro, para que los viajeros no fueran testigos de ese tremendo abandono, para que se abriera, como ocurrió, un foco comercial que traería beneficios indudables, como también ocurrió, y sencillamente para que se viera bien, para mejorar a la comunidad. 

Esta anécdota muy ilustrativa de la personalidad de Antonio Noyola lo pinta de cuerpo entero en su trabajo social por la comunidad. Era un hombre de ideas, de sorpresas. Como cuando fue regidor del Ayuntamiento (1973-77) tuvo la idea y posteriormente la comisión para edificar una gran escultura de bronce con la figura del último rey de los mexicas, para lo cual fue menester viajar a la ciudad de México, contratar un artista, estudiar sus propuestas y coordinar su elaboración y entrega. Hoy es la única estatua de bronce de la ciudad y recibe a los visitantes que llegan de la capital del estado.

 


Como telegrafista, Antonio Noyola Cerda fue, de 1947 a 1987, administrador de la oficina local. Su preocupación de servicio fue consistente y sostenida, abrió a las nueve de la mañana, y tras la pausa del mediodía, cerró a las siete de la noche todos los días de esos cuarenta años en los que además logró una obra social que ahora recordamos y reconocemos, ante la incomprensión e indiferencia que este tipo de héroes populares tienen de frente la política, a los puestos públicos de los políticos, a las carreras políticas mexicanas que en tan mala condición han arribado al tercer milenio en medio de un creciente desprestigio por su ineficacia, su corrupción y su insensibilidad social. Los políticos anónimos como don Antonio parten de un interés invertido. Primero su sentido social: la tarea, nunca la búsqueda del puesto con la promesa de obras peregrinas. Y esa es su gran virtud como telegrafista, porque supo combinar su condición de técnico de comunicaciones, en la compleja clave Morse, y aprovechar su puesto que lo relacionaba literalmente con toda la población para cambiar cosas que con el tiempo fueron configurando la importante ciudad en que se convirtió Cuauhtémoc, Chihuahua.

Su obra social la hizo en su territorio de la burocracia federal, donde hizo su trabajo político-social y brevemente en el Ayuntamiento de la ciudad, en acciones que sorprendieron a propios y extraños por su alcance de miras, su insoslayable utilidad y en muchos casos la extravagancia administrativa con que fueron llevados a cabo, pues fueron muchos los casos en que grandes obras estuvieron enteramente depositadas únicamente en su honorabilidad, en su rectitud, en la creciente confianza que sus compañeros burócratas federales le otorgaron sin reserva, para que tramitara en su nombre créditos financieros, hipotecarios, jubilaciones y decesos, que en la mayoría de los casos fueron la tabla de salvación de viudas e hijos de empleados federales que no estaban en condiciones de imbuirse en la maraña burocrática en la que don Antonio se convirtió en un experto. Lo interesante es que a esos centenares de solicitantes nunca les cobró un centavo. Con un don de gentes innato, negoció, viajó y discutió con quien fue necesario para llevar los servicios médicos del Issste a la comunidad en los años sesenta; compró terrenos e hizo una larga y complicada negociación para forzar al Fovissste a construir la Unidad habitacional Cuitláhuac en la colonia del burócrata, e hizo lo propio al adquirir un terreno con el dinero de centenares de compañeros para convencer al Issste de instalar una Tienda de autoservicio para los agremiados de este instituto,  que benefició a centenares de burócratas regionales –maestros federales incluidos– y los sigue beneficiando. Su trabajo gremial lo culminó al conseguir, como Secretario General del Sindicato de Jubilados y Pensionados de la FTSE en Chihuahua, la donación por parte del gobierno del Estado de una digna sede para reuniones y esparcimiento de sus compañeros en una colonia de la capital del Estado, que representó su última obra para el bien social.

 


Algunos rasgos de su vida

Antonio Noyola Cerda nació en Río Grande, Zacatecas, el 24 de Julio de 1924, hijo del comerciante de pinturas Donato Noyola Ugarte y de la comerciante en perfumería, Evelina Cerda Cedillo. De niño fue violinista de la iglesia local, llegando a ser el tercer violín del coro. A los 14 años ingresa al servicio telegráfico y estudia en Fresnillo con su tía María, telegrafista, administradora de esa localidad, quien también le había dado sus primeras lecciones de violín. Los siguientes años de su vida los usa para volverse telegrafista Morse y ser enviado a diversos sitios de la república en calidad de telegrafista visitador. Así viajó por una buena parte del país, con largas temporadas en Mazatlán, Torreón, Ojinaga, Cd. Juárez, hasta que en 1946 fue adscrito a la administración de la joven y polvorienta comunidad de Cuauhtémoc, Chihuahua, a quien dedicaría los mejores esfuerzos de su vida.

 


En 1949 se casa con Aída Rocha Bustamante, que en los siguientes 15 años le dará cinco hijos: Antonio, Jaime René, Aída Evelina, Leopoldo y Alejandro. Para poder solventar los gastos de su creciente familia, Antonio mostró las dotes de comerciante que llevaba en la sangre, dedicándose a todo tipo de vendimias entre las que destacan, por su prolongada continuidad, la ropa masculina y unos murales que descubrió en El Paso, Texas, y a los que implementó una luz trasera que permitía admirarlos de noche. Pero compraba, vendía e intercambiaba todo tipo de objetos, muchos de los cuales fueron a parar en manos del fontanero, el electricista o el carpintero que hicieron algún arreglo en muebles y aparatos del domicilio familiar. También tuvo una agencia de la Lotería Nacional, la agencia local de periódicos de la capital, una lonchería, “El Canario”, un local con futbolitos y fue administrador del salón de baile de su apreciada suegra, en pleno centro de la comunidad.

Sin embargo, la política social fue el verdadero motor en la vida de Antonio Noyola Cerda, por la que no escatimó tiempo ni esfuerzo para afrontar responsabilidades, generalmente sin paga, que le eran solicitadas por su prestigio en la comunidad como hombre de bien. Así, desde 1952 fue presidente de la Delegación de Vigilancia de la Secretaría de Economía; en 1956 regidor suplente del Ayuntamiento local, secretario de la sociedad de padres de la escuela Niños Héroes; tesorero y presidente de la sociedad de padres y maestros de la secundaria Justo Sierra; secretario general del comité regional de la FTSE en 1965; coordinador de comunicaciones del Centro de estudios políticos, económicos y sociales del PRI; asesor de estudios y obras de infraestructura del CEPES zonal; tesorero de la Cruz Roja local y regidor propietario del Ayuntamiento encabezado por el profesor Manuel Martínez Jurado entre 1974-1977. Una vez jubilado, tras cuarenta años de servicios a los telégrafos nacionales, don Antonio fue Secretario General del Sindicato de Jubilados y Pensionados de Cuauhtémoc, y tras ubicar su domicilio en la capital de la entidad, secretario general del propio sindicato en el estado de Chihuahua.

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Me despedí de mi padre unos quince días antes de que muriera, pues tenía que regresar a Puebla. La noche previa estuve con él en el hospital del Issste de la ciudad de Chihuahua, una clínica que lucía flamante en mi niñez y que visité con regularidad a propósito de mis muchos accidentes, y que ahora era la viva imagen de la decadencia. Mi papá estaba en un sucio cuarto con otros tres ancianos agonizantes y sus respectivos parientes. Ninguno hablaba ya por lo avanzado de sus enfermedades y un silencio incómodo y viciado reinaba en el recinto. Unas cortinas amarillas bastante percudidas entre cama y cama ofrecían una irónica privacidad. Llevaba una novela de Piliph Roth que extrañamente iniciaba con la larga agonía del padre del protagonista y la estuve leyendo hasta que apagaron la luz. Mi vecino de al lado puso una colchoneta debajo de la cama de su padre y se durmió a pierna suelta.

Yo me senté a un lado de la cama. La silla estaba rota y la enfermera me había instruido para deshacerme de los orines en un cuartito de miasmas que avergonzaría al mismísimo apando de Lecumberri. La noche no pintaba bien.

Como los enfermos ya no podían comunicarse era muy poca la interacción entre los enfermos y los sanos. A las tres de la mañana agarré un sueñito sobre mis brazos en la cama cuando fui despertado violentamente de un manotazo. Me incorporé de inmediato y le pregunté qué quería; mi papá era incapaz ya hasta de mover la cabeza. Tenía aire para hablar y emitía sonidos, pero sus cuerdas vocales habían colapsado con el cáncer, la garganta se cerraba inexorablemente. Supongo que terminó por asfixiarlo. Al día siguiente, al despedirme de él para volver a Puebla, transmitió sobre mi mano un mensaje en código Morse: “cuiden a su madre”, me gustaría pensar que dijo, sus ojos expresivos me transmitieron eso; sus dedos telegráficos, ni idea. Murió de cáncer unos días después el 16 de diciembre de 2002 en Chihuahua, Chih., a los 78 años de edad. Pero hoy, a 22 años de su muerte, cumpliría 100 años. Felicidades, papá.



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lunes, 22 de abril de 2024

El poplíteo y el peroneo

 

Reproducción mía de un fragmento del Guernica de Picasso

A cierta edad si no haces alguna clase de ejercicio tus músculos te lo recuerdan cada noche. Del empeine a las rodillas sube un calor que no es caliente ni frío, un dolor que no es demasiado doloroso sube lentamente desde el huesito del tobillo hasta la rodilla como un enjambre de hormigas que van a refugiarse en una cueva debajo de las dos rótulas; una desagradable sensación de apuñalamiento, una psicosis muscular sin respuesta racional que le convenza de que en realidad no debe existir, que es una reacción ridícula de unos músculos que parecieran desconocerse entre sí. Por favor, tendón, rotunéalo, este es el tibial anterior; les presento a ambos el tendón calcáneo; el sóleo, que convive con el gastrocnemio (el famoso chamorro), el poplíteo y el peroneo largo; todo termina en el músculo tibial. De ahí el argumento científico de que debo hacer ejercicio, eso es indiscutible.

martes, 5 de marzo de 2024

Memoria

 

“Miramos el mundo una sola vez, en la infancia. Lo demás es memoria”. Louise Glück, poeta estadounidense; Pulitzer 1983, Nobel 2022, citada por Rafael Pérez Gay.

sábado, 2 de marzo de 2024

Boquitas pintadas

 


Cuando fui estudiante universitario entre los años setenta y ochenta asumí una moda “feminista” de la época que deploraba el maquillaje de las mujeres, comencé a preferir a las muchachas sin maquillaje porque sentía que una chica pintada era un símbolo del consumismo y del voraz capitalismo que también deplorábamos con titubeante y selectiva inconsistencia. Me quedé un poco en ese prejuicio, pues aún me gustan las mujeres sin maquillaje, pero el avance está en que me gustan también con maquillaje y definitivamente me repelen los hombres que lo usan, otro prejuicio, lo sé. No es algo en lo que haya pensado mucho, por eso mis sentimientos siguen siendo muy primitivos. Nunca se me ocurrió reprimir el uso del maquillaje (¡como si pudiera!), y Marú y ustedes las mujeres de mi mundo siempre me han gustado con y sin maquillaje, es decir, no es un prejuicio arraigado y creo que nunca seré dogmático a ese respecto, pero esta mañana he visto este delicioso documental francés, producido por alemanes, que me deja un grato sabor a bilé en la boca, un entendimiento histórico sobre el pintalabios que en definitiva me hace cambiar de opinión. O tener alguna, pues no estoy seguro que antes tuviera ninguna. El bilé como las medias nylon y las diversas toallas me son ajenas y carezco de opinión. Pero me encantan las caras pintadas, las máscaras de la vida, los protagonismos y el teatro del arte humano, un rostro pintado que es indicio de tantas cosas.

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sábado, 3 de febrero de 2024

Privilegios de la ciencia

 


Tengo el privilegio de hacer divulgación científica a través de podcast sonoros, que cultivan la cultura del sonido, he escrito en los últimos cinco años unos trescientos guiones basados en enciclopedias de ciencia y tecnología; este año, la mayoría de guiones tratan de temas propios de nuestra revista, el stock de Elementos ha crecido por 40 años y sigue, con una trayectoria específica sobre divulgación mexicana generada en las universidades del país y en organizaciones y científicos independientes que han publicado en Elementos piezas especiales de su obra, caso específico Raúl Dorra que publicó en Elementos sus pensamientos libres de alta calidad. Y de tantos otros. Entonces existe material histórico en la revista Elementos como para levantar un proyecto de podcast de divulgación y lo estoy llevando a cabo con el apoyo fundamental de Emilio Salceda y Citlalli Gamboa, científicos del Instituto de Fisiología, adultos y comprometidos. Emilio se encargó de armar la cabina que convirtió mi pequeña oficina en un estudio de grabación, y es la voz masculina. Citlalli es la voz femenina, cardinal en el equilibrio. El cobijo del director de todo esto, Enrique Soto.

Y ahí vamos, con los ruidos que acompañan al mundo natural y al artificial, los ruidos de la ciencia, infinitos, que son la multitud de prácticas científicas que se entremezclan con el universo sonoro como recurso de expresión, de comunicación. ¡Es que todo puede tener que ver con la ciencia! Imagina en la ecología, la geología, la meteorología, etcétera.

Los podcast los escribo, produzco y publico semanalmente hace ciento ochenta semanas consecutivas, estrenando un nuevo podcast cada viernes, con la ayuda mencionada, los publicamos en el portal de Elementos, la revista universitaria que dirige Enrique Soto, que ha estado atento de la experiencia sonora, apoyando desde su posición, como hace poco en que correspondió al proyecto con una grabadora Taskam de campo con mucho potencial, con la que ya hemos empezado a experimentar. En sus mejores momentos, nuestros podcast siguen la ruta trazada por los maestros de la divulgación, artistas como Asimov y Clarke, que acudieron tantas veces a la ficción para hablar de la ciencia y anticiparon probabilidades de futuros ineludibles; de Carl Sagan a Jacques Cousteau y Neil de Grasse Tyson. El estudio del sonido, siguiendo ese legado, busca experimentar y aprender con los ruidos de la ciencia, que es el sonido del mundo, del río, del torrente sanguíneo: la cascada y el chasquido de un corazón infartado. Si ampliamos estos horizontes en el sonido asociado a la ciencia, el material disponible se antoja inagotable.

La mayoría de estos guiones está escrita de modo económico, con instrucciones básica tipo CHISPA EFECTO/MUSICAL, en el entendido de que el guionista es el propio productor y conoce el acervo de músicas y sonidos que se ha encargado de aglutinar en una base de datos sonoros que provee músicas y centenares de ruidos y voces, una propuesta auditiva original para la ciencia con elementos muy económicos.

Tan solo pensar en el medio ambiente, muy necesitado de difusión, se aprecia que el medio ambiente debería ser mejor tratado por la ciencia de la sonoridad en este caso. Todo lo que los medios de comunicación deberían contender en la defensa del medio ambiente, en procuración de un difuso bienestar a punta de mensajes y programas sobre el medio ambiente, “tu medio ambiente”.

Ahora he estado planeando en el tema de la ciencia la idea de una cápsula de 15 o 20 segundos que comienza con un efecto sonoro, contundente y vívido, como una locomotora, un río, un Boeing 747; una reflexión sonora entre agresiva y convincente. Al final, una voz en frío: “Ahí está la ciencia ¿no la ves?” Llevar la imaginación de la gente directamente al punto. Sonidos para reflexionar. Imagino una frecuencia de radio que cultiva la ciencia del sonido. Los podcast de ciencia tienen esta tesitura: La naturaleza del tiempo. Ecosistemas e historia natural. Tumores. Reacción en cadena. Eras epidemiológicas. La polémica evolucionista. Biología del sexo. Antipsiquiatría. Comunicación animal. Biosferanos, por decir unos títulos. Tienen una duración de 6 a 9 minutos. También existe una serie de siete capítulos sobre siete ciencias fundamentales.

No sé si enseñan algo, lo que logro ver es que se trata de un esfuerzo por lograr una suerte de armonía tejiendo músicas, voces y ruidos dramáticos que se concatenan en la narrativa. Porque eso sí, la palabra es fundamental, siempre hay que tener algo que decir. Verlo en la revista Elementos.


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viernes, 14 de abril de 2023

... en la calle

 

Mientras camina del brazo de su hija, el anciano recuerda su niñez en un pueblo de los de antes, cuando todos vivían apartados del mundo. En 1950 llegó el telégrafo, gracias a que nuestro pueblo se atravesó en una obra importante del gobierno y le tocó. Con el telégrafo tuvimos contacto con el exterior. El telégrafo nos permitió conocer, al día siguiente, la muerte del hermano de mi papá. No una semana después, como ocurrió antes del telégrafo con el abuelo. En los años sesenta llegó el teléfono al pueblo. Toda una novedad. “Operadora” –contestaba una señorita. 232, pedía uno de prisa. “Espere, por favor” –respondía la mujer– y empezaban los timbrazos. Oír la voz humana fue maravilloso, pero la de Conchita, tu abuela, superior a todas las expectativas de la época –el anciano se detiene y mira el cielo–, le hablé al oído, me escuchó, lloramos, nos perdimos; volvimos al pueblo y nos casamos. Todo por teléfono. Es una tradición de un servicio público que el Estado y la empresa privada han proporcionado a la gente, un servicio necesario por un largo tiempo, mientras la marginación y la pobreza reinen en nuestros pueblos. ¿En verdad interesábamos al gobierno? Eso, en este pueblo, ya era una sorpresa.


jueves, 13 de abril de 2023

... en otra cabina

 


Un anciano campesino mira atónito un video de su hijo con su familia en Los Ángeles. Las lágrimas resbalan por su ajado rostro mientras ve a su nieto jugar futbol en una verde cancha de pasto en los Estados Unidos. Cuando termina de ver el video, que es breve, decide enviar una carta a su hijo, para que lo reciba en Phoenix. Saca un papel con su e-mail y le pide a la empleada que le redacte sus palabras. Le agradece el video y le informa que le agradó mucho, que lo hizo reír. Al final el anciano sale muy satisfecho de este original servicio público, tan necesario para el gran número de adultos mexicanos que nunca va a tocar una computadora en su vida. Se les hubiera ocurrido antes. Un servicio inteligente, un precio justo. Y los campesinos de México, que viven en las zonas más lejanas del país, tendrían su servicio de telecomunicación actualizada.