martes, 30 de noviembre de 2010

Buscapiés para Andrés


En este blog he reflexionado acerca de que existen héroes que merecían un mejor tratamiento por los constructores de monumentos y los nominadores de pueblos y municipios del país. Así, Nicolás Bravo, héroe de mil batallas a cual más de importantes, tendría los merecimientos para poner su nombre a un estado, por decir algo grande; Guillermo Prieto o Felipe Ángeles merecían un mejor destino en el momento de sus homenajes, por decir unos nombres.

En un sentido inverso a esas cavilaciones, uno de los personajes que siempre ha llamado mi atención por sus merecimientos es el distinguido abogado yucateco Andrés Quintana Roo, que nació el 30 de noviembre de 1787, y que por alguna exótica razón dio su nombre a uno de los 32 estados mexicanos, que por muchos años tuvo el estatus de territorio.

Andrés QR es considerado prócer de la independencia, como tantos y tantos mexicanos que simpatizaron con la idea a principios del siglo XIX. Fue miembro del Congreso de Chilpancingo y presidió la asamblea constituyente que redactó la declaración de independencia de 1813. Don Andrés fue un político destacado y ocupó muchos puestos (diputado, senador, magistrado de la Suprema Corte, secretario de estado), pero su corazón y su linaje pertenecía al periodismo y a las letras, ya que corría tinta por sus venas como hijo del combativo impresor Matías Quintana. La historia de amor con Leona Vicario, por otra parte, infunde en la vida de Andrés un elemento novelesco que merecería un mejor lugar en la literatura histórica de México. Pero nada más.

De tal forma que, sin menoscabo de sus méritos, creo que don Andrés mecería sin cortapisas nominar el municipio yucateco que lleva su nombre, pero el nombre de un Estado, me parece que habría una docena de personajes con mayores merecimientos.
Tal vez lo pensaron pero, volviendo a mis ejemplos, quizás no sonaban bien los apellidos de esos próceres, pues sería el estado de Bravo, el estado de Ángeles o el estado de Prieto. ¡Qué inútil discusión!



lunes, 29 de noviembre de 2010

La cátedra


- Pasadme las tenazas para trinchar la tripa.
- Aquí tiene, doctor.
- ¿Qué es eso? parece un hueso.
- Serrucho.
- Lo dejareis inválido, excelencia.
- Pero vivo.
- ¿Estáis seguro que eso es el apéndice?
- ¿Qué es un apéndice, Martínez?
- Bueno, pues, apéndice es un complemento, un suplemento, una añadidura
- Así es, una agregación ¿no?,
- Bueno, pues sí.
- ¿Y no le parece que esta tripa sobra?
- Se ve algo baldía.
- Cortadla entonces.
- El infeliz ha muerto, doctor.
- La clase ha terminado, señores.

El 29 de noviembre de 1621 se imparte la primera cátedra de cirugía en la Real Universidad de México, a cargo del médico mexicano Cristóbal de Hidalgo y Bandaval.



sábado, 27 de noviembre de 2010

El mago de las hebras


Su nombre es símbolo de contracultura; Jimi Hendrix es considerado el mayor guitarrista de la historia del rock, aunque no siempre ha sido comprendido por los aficionados, muchos de loas cuales lo encuentran ruidoso y caótico.

Jimi Hendrix nace el 27 de noviembre de 1942 en Seatle, estado de Washington, de madre indígena y padre afroamericano, quienes lo bautizaron con el nombre de Johnny Allen Hendrix, que posteriormente cambiaron por el de James Marshall Hendrix en memoria de un tío.

Tras recibir su primera guitarra a los 14 años de edad Jimi abandona todo por ella, incluida la escuela, y acoge con entusiasmo depredador una bohemia prematura que marcará su vida. Puesto a elegir entre la cárcel y el ejército, Jimi entra a un campo militar donde dura apenas tres años, para errar posteriormente sin demasiada fortuna por antros y ciudades que, a la postre, le permitirán consolidarse como compositor e instrumentista.

Tras su descubrimiento por una banda llamada Isley Brothers en 1964, el éxito de Hendrix sería cuestión de tiempo; pasó a bandas más importantes y antes de terminar la década ya era el venerado guitarrista que marcaba un estilo indeleble y creaba una escuela en el rock. Éxito breve, pues al finalizar la década, en septiembre de 1970, moriría de una sobredosis a los 27 años de edad.

A los 14 años de mi vida nadie me regaló una guitarra, de nada hubiera servido; en cambio, alguien me regaló una audición de la presentación de Jimi Hendrix en el festival de Woodstock de 1969. Fue un embrujo instantáneo. Desde entonces y hasta la fecha me he acompañado de la música de Jimi Hendrix. Su estridencia es sedante para mi, y su elocuencia musical, experiencia vital. Salve oh Jimi, hoy cumplirías 68 años de edad.



viernes, 26 de noviembre de 2010

El desliz enjuagado


El 26 de noviembre de 1919 muere fusilado en Chihuahua el general Felipe Ángeles,
uno de los principales jefes del villismo que fue profesor y director del Colegio Militar, gobernador de Coahuila y Nuevo León. Ángeles llegó a ser subsecretario de Guerra con Carranza, pero con el tiempo se convirtió en su mortal enemigo.

Exiliado un tiempo en Estados Unidos, Ángeles regresó para seguir combatiendo a Carranza, contra quien lanza el Plan de Río Florido que resulta un sonado fracaso, pues no logró unificar a los alicaídos villistas. Fue aprehendido y fusilado entre protestas que exigían su perdón.

Desde hace muchos años me venía preguntando cómo era posible que un militar tan destacado como Felipe Ángeles no tuviera una calle importante, un buen monumento o un modesto municipio que llevara su nombre en la extensa geografía mexicana, frente a las miles de calles, escuelas, colonias y plazas con el nombre de Villa. En esas estaba, cuando transitando por las cercanías de la ciudad de Puebla descubrí que sí tiene uno. En efecto modesto, pero municipio al fin.

Se trata del Municipio General Felipe Ángeles, Puebla, situado en el Valle de Tepeaca a unos 40 kilómetros de la capital, de poco más de 17 mil habitantes, famoso en la región por su barbacoa, queso de tuna y pulque curado de tuna. La cabecera municipal se llama San Pablo de las Tunas y cuenta con una iglesia del Siglo XVII, pues antes de llamarse así tenía por nombre Nochtitlán.

Este municipio fue nominado como General Felipe Ángeles en fechas muy cercanas a su fusilamiento, en septiembre de 1923, lo que nos habla de que el clamor de perdón que levantó su sentencia de muerte estaba respaldado por amplios e influyentes sectores sociales y militares que percibieron su muerte como un error y una injusticia. No es que se lavara la afrenta al general Ángeles, pero por lo menos se le enjuagaba.


jueves, 25 de noviembre de 2010

Valor y cobardía


En este país de machos contrasta la blandengue respuesta de la ciudadanía a la arbitrariedad, el abuso y el atropello cotidiano. Mozalbetes veinteañeros que son capaces de llevar a cincuenta adultos muertos de miedo por su manera de conducir un autobús urbano. ¿Por qué nadie dice nada? Es una pregunta que ni siquiera nos hacemos, no la vaya a escuchar el cafre del volante y se nos venga encima con una llave de cruz. O simplemente nos baje con mentadas de madre.

Cada día toleramos el abuso de burócratas amargados que se desquitan con los clientes amarrados a la prestación de un servicio privado o público, que tienen que soportar el trato injustificadamente grosero del de la ventanilla; o el trapero que nos asalta con unas cuantas monedas que no tienen negociación; el “viene viene” que aparece en las calles desiertas para esquilmarnos con otras monedas; el policía corrupto, el licenciado leguleyo; el automovilista que tiene apuro; el cerillito anciano del supermercado.

Es un país de machos muy cobardes que no se atreven a decir “ya basta” deje usted a la anciana, a la niña, a la señorita. Es preferible guardar un silencio que termina siendo cómplice del arbitrario, del ladrón, del abusivo. El día de hoy la víctima fue mi hija de 16 años que regresaba de la prepa a la una de la tarde en el autobús que está obligada a tomar para llegar a casa. Un “señor” decidió molestarla enfrente de todo el pasaje sin que nadie moviera una ceja para defenderla. El sujeto la manoseó delante de muchos “caballeros” que decidieron voltear hacia la calle con vergonzoso disimulo. No era sólo un libidinoso, era un ladrón, que cuando encontró su teléfono celular en el bolsillo de su jeans se lo sacó con descaro mientras ella se revolvía tratando de defenderse. Una señora dijo algo, pero no fue lo suficientemente contundente como para conmover a los señores que atestaban el autobús. Mi hija no estaba dispuesta a perder su valorado celular, que tanto trabajo le costó conseguir, por lo que se bajó detrás del sujeto con la esperanza de que hubiera alguien que la respaldara y lo detuviera. Pero en la calle, a pesar de que estaba llena de “caballeros”, no hubo nadie que estuviera dispuesto a enfrentar al gandalla que caminaba tan campante. ¿Y un policía…? ¡Por favor!

No sé qué ha pasado con aquel valor mexicano y aquel multivanagloriado machismo que defendía las injusticias o por lo menos a las damas. Nos hemos convertido en un país de cobardes incapaces de levantar la mano contra las más elementales injusticias que se cometen en nuestras narices. ¡Vamos mexicanos!, ¡vamos poblanos!, tal vez perdamos algún diente pero preservemos nuestra dignidad. Esa niña que asaltan podría ser tu hija, tu sobrina, tu vecina. Esa niña asaltada frente a todos ustedes era, el día de hoy, mi niña. Y eso, se los aseguro, es intolerable.



El crooner


El 25 de noviembre de 1999 muere el crooner mexicano, Fernando Fernández, a los 83 años de edad.

Fernando Fernández fue personaje principal de una larga época del bolero mexicano e interpretó muchos papeles en las películas musicales de los años cuarenta y cincuenta. Su tesitura refinada de crooner, que era una expresión utilizada en esas décadas que señalaba una voz menor pero agradable, le permitió susurrar aquellos delicados boleros que los radioescuchas estaban acostumbrados a oír en potentes voces como las de Ortíz Tirado y Juan Arvizu. De esta forma, con aterciopelado acento y engolada melcocha, Fernando Fernández tomó desprevenido al demandante público de la XEW, a donde entró en 1936 a instancias de otro especialista del bisbiseo, Emilio Tuero, y tuvo un prolongado éxito que duró varias décadas. Singular condición la suya, pues sobrevivió en medio de poderosas voces de tenores y barítonos que gritaban falsetes a los cuatro vientos.

En 1939 Fernández se casó con la bella cantante de boleros Lupita Palomera, causando gran expectación, al grado de que su boda fue transmitida en vivo por entusiastas estaciones de radio: “… en este momento Fernando pone el anillo a Lupita, que sonríe radiante…”



miércoles, 24 de noviembre de 2010

Errabundos erráticos


El 24 de noviembre de 1810, a tres meses de su estallido, la lucha por la independencia de México empieza a mostrar sus cobres. Este día Ignacio Allende pierde Guanajuato ante Calleja y huye por Santa Rosa. Los mandos medios en plena retirada toman una decisión que habrá de salirle muy cara a la lucha por la emancipación.

Los hombres de un capitán llamado Lino sacan de la Alhóndiga de Granaditas a 85 españoles guanajuatenses y los ajustician antes de retirarse. Fue una acción cobarde y tonta, el asesinato de casi un centenar de ciudadanos cuyas familias se volcaron rabiosas contra la independencia, y con razón.

Con este crimen la independencia perdió el factor decisivo de la opinión pública, que contribuyó a retrasar su triunfo 14 años más. Por si fuera poco, desató la ira de Calleja, que entró a la ciudad matando a todo aquello que se moviera, con resultado de más de doscientos muertos.



martes, 23 de noviembre de 2010

Morir en vivo


La tarde de este día del 2004 los mexicanos conocimos la existencia de San Juan Ixtayopan, en la Delegación Tláhuac de la Ciudad de México, debido a razones muy desafortunadas.

Instigados por oscuros móviles, los habitantes, convertidos en turba, aseguraron a tres policías federales que, acusados de ser robachicos, fueron apaleados durante horas sin que ninguna autoridad hiciera nada por detenerlos.

En cadena nacional, las televisoras se solazaron con las cruentas imágenes de los policías masacrados, a quienes incluso entrevistaron, para ser testigos luego de la incineración de dos de ellos.

No era la reacción del llamado México bronco; era, más bien, una prueba más del ostensible México impune, que hoy vivimos a todo color.


* Fotografía de La Jornada on line



lunes, 22 de noviembre de 2010

Los juicios de Morelos


En 22 de diciembre de 1815 José María Morelos y Pavón es condenado a la degradación religiosa, la resolución más dolorosa de su cautiverio final.

Encadenado y humillado, el orgulloso y corpulento Morelos fue trasladado a la ciudad de México luego de su captura el 5 de noviembre en Tezmalaca, Puebla, junto a doscientos de sus soldados, ciento cincuenta de los cuales fueron fusilados ahí mismo en presencia de su jefe.

Durante casi cinco años Morelos había obtenido triunfos importantes contra el gobierno virginal, llegando a conquistar buena parte del sur y centro el país. Aunque desde 1814 la efectividad de su lucha estaba en declive, nadie olvidaba su acción más temeraria en el Sitio de Cuautla en 1812, cuando mantuvo a raya al ejército realista durante tres meses y se convirtió en el más peligroso de los insurgentes.

Ahora se hallaba en la cárcel de la Inquisición, frente a la Plaza de Santo Domingo. Militarmente se le acusó de alta traición al rey, a la patria y a Dios; de sabotaje, de numerosas muertes y destrozos contra el virreinato, que él rebatió con dignidad y argumentos. Religiosamente fue acusado de violar el celibato al tener 3 hijos ilegítimos, cosa que, al parecer, era irrebatible.

A pesar de las numerosas voces que pedían clemencia a su vida, el cura de Carácuaro, con su sobrada inteligencia, sabía que sus días estaban contados.



sábado, 20 de noviembre de 2010

Saldos revolucionarios


La Revolución no fue un acontecimiento feliz o memorable para nuestra familia, como debe ocurrir en centenares o miles de familias mexicanas. Ya he contado como se le achaca a Pancho Villa la muerte de mi bisabuelo Hilario Rocha, padre de mi abuelo materno, también del lado de mi abuela materna, Luz, los recuerdos revolucionarios dejan una cauda de desgracia y desasosiego, aunque no tenga el dato de ningún muerto.

A diferencia de los Rocha, que eran gente humilde y la mala suerte puso a don Hilario en el lugar y el momento equivocados: un tren atacado por villistas, los Bustamante tendrían más vela en el entierro de las causas que llevaron a los mexicanos a matarse entre sí, llamada ahora Revolución. Los Bustamante eran hacendados, potentados, “dueños de vidas y hacienda”, como se expresaba entonces. Y en la región de Yoquivo, en la Sierra de Chihuahua, si alguien merecía ser combatido por un movimiento social que luchaba por reivindicaciones y contra el abuso de los ricos, esos eran los Bustamante. Ni qué alegar.

Mi tío Mario descubrió muchos años después, ya con la casona de Yoquivo abandonada, sentencias de muerte firmadas por Pedro Bustamante, el papá de mi abuela, que era la ley en muchos kilómetros a la redonda. El hacendado odiado y temido que la gente pobre veía pasar por sus ranchitos en sus enormes caballos. Muchos se agolpaban a la vera del camino porque, de acuerdo a su cambiante humor, en ocasiones don Pedro tiraba monedas a su paso, las regalaba como un rey que alivia el hambre momentánea de sus súbditos. Contra esa clase de caciques fue que se ensañó con mayor rigor la Revolución, los que no supieron acomodarse a los vientos cambiantes, pues Friedrich Katz ilustra cómo en la región de la Laguna y en Coahuila muchos hacendados se hicieron fuertes con sus peones y defendieron sus haciendas con las armas y las voces populares que no deseaban ningún cambio. No fue el caso aquí. Por lo visto nadie defendió a los Bustamante.

Mi abuela Luz recordaba la triste imagen de su abuelo Chuchú sentado en el porche de su gran almacén, que era una típica tienda de raya, desolado e indefenso ante la rapiña de un bando o del otro que arrastraba todos los artículos de su necesidad: cobijas, calzado, aguardiente, después de haber diezmado sus cuadras de caballo y haberse engullido sus vacas y sus reservas de animales domésticos. Nada quedó después de la hecatombe. Los Bustamante huyeron a la capital del Estado y de aquellos hacendados de poder infinito quedaron sólo seres citadinos medio acomodados, con las propiedades que pudieron salvar en la ciudad.

Conocí a don Pedro Bustamante cuando tenía unos nueve años de edad, era un viejito transparente y pequeño con el cerebro enmarañado por el alzheimer, o tal vez sólo obnubilado por sus noventa y tantos años de edad. Estuvimos en su casa y por supuesto no reconoció a su hija Luz ni a nadie de los pequeños desconocidos que la acompañábamos. “What is your name?”, me preguntó. “My name is…” y le dije mi nombre, pues mi mamá nos había aleccionado sobre esa manía.

Yo no sabía nada de la Revolución, ni de Don Pedro, ni de Yoquivo, ni de nada. Era un niño ignorante de que la lucha armada que festejábamos todos los años en ceremonias ruidosas en la escuela había golpeado a esa rama familiar hasta casi desaparecerla.

* Fotografía de Pedro Bustamante caminando por la Avenida Libertad de la ciudad de Chihuahua.



viernes, 19 de noviembre de 2010

Te odio Villa

Mi mamá odiaba a Pancho Villa. Decía que había matado a su abuelo Candelario Rocha y que por eso lo odiaba. También porque era un asesino, un forajido, un asaltante, un mujeriego y un chillón. Toda esa carga de sentimientos me hizo percibir a Villa, desde pequeño, como un ser extrañamente asociado a mi vida. Y aún hoy no estoy seguro de entender mis sentimientos hacia él: jefe de la División del Norte y asesino de mi bisabuelo. En la muerte de Candelario Rocha parece que no existe confusión. Lo mataron en un ataque villista, aunque nunca se pudo comprobar nada, pues su cuerpo no apareció. Nadie vio su cadáver. Sucedió un día del crudo invierno chihuahuense cuando la familia completa de tres miembros viajaría a la capital del Estado para alguna diligencia o de compras o de paseo. Ese día, mi abuelo Leopoldo y sus papás llegaron a la estación de trenes en San Juanito con el propósito de abordar el CH-P que los conduciría a la ciudad de Chihuahua. Pero hubo un imprevisto: habían olvidado la cobija para cubrirse en la larga y fría noche del trayecto. “Corre a la casa y trae la cobija”, le dijo don Candelario al muchacho que entonces andaría en sus diez u once años. Leopoldo corrió a cumplir su cometido e igualmente regresó corriendo a la estación. No debe haber sido una distancia corta, pues cuando regresó encontró a su mamá sola en el andén. El tren había partido. “Nos iremos en el siguiente tren”, le dijo su mamá, mi bisabuela Magdalena. Pero no hubo tren en los siguientes días. Las noticias llegaron temprano en la mañana del siguiente día y no eran nada buenas. Los villistas habían atacado el tren del día anterior en un paraje denominado Malpaso, cercano a la ciudad de Guerrero. Bajaron a más de doscientos pasajeros y no se sabe qué pasó con ellos. “Tal vez regresen por su pie o quizás los mataron a todos”. Nadie regresó. O al menos nadie que tenga alguna importancia en esta historia, pues no hubo noticias claras, no hubo quién contara los sucesos precisos de ese día. Leopoldo estuvo meses esperando todas las tardes el regreso de su padre en las vías del tren. Se le rodaban las lágrimas cuarenta años después al recordarlo. Por supuesto nunca regresó, por eso mi mamá decía que odiaba a Villa por haber hecho sufrir así a su querido padre, que aunque no era hijo biológico de don Candelario lo amaba como si lo fuera, pues en los pocos años que vivió con él había sido muy bueno y muy considerado. Buen esposo y buen padre. Se le rodaban las lágrimas a mi mamá al platicarlo. Una herida profunda, un odio ciego, sin matices ni datos que pudieran aminorarlo. Muchos años después pude leer todo lo que cayó en mis manos sobre el jefe revolucionario: Fuentes Mares, Krauze, el hallazgo de Friedrich Katz de las memorias de Silvestre Terrazas sobre Francisco Villa, a quien sirvió, y los propios libros del acucioso historiador alemán. Era un asesino, pero dime qué jefe de la Revolución no lo era, cuál de ellos cruzó ese puente de nuestra historia sin mancharse las manos de sangre. A tantos años de su vida y su muerte no tengo sentimientos claros respecto a Pancho Villa, personaje poliédrico y contradictorio. Lo único que podría reprocharle es haber puesto en riesgo mi propia existencia, pues si Leopoldo hubiera regresado a tiempo para abordar el tren tal vez no existiría, la familia se hubiera truncado en 1912 y no habría nada en el entorno: ni abuelos, ni primos, ni hermanos, ni hijas, ni blog, ni nada. Y tú no estarías leyendo esto. Eso sí no se lo puedo perdonar. * Fotografía de Magdalena y Leopoldo.

jueves, 18 de noviembre de 2010

El Pocaluz iluminado


El 18 de noviembre 1898 nace en Saltillo, Coahuila, uno de los más grandes actores del cine nacional, miembro de una destacada familia de artistas: Andrés Soler, que participó en decenas de cintas clásicas, otras de medio pelo y muchas prescindibles.

Sin menoscabo de sus hermanos, Andrés es mi actor favorito de entre los Soler, genial en su papel de ranchero norteño. Flaquito y fisfirichito, don Andrés era versátil y eficiente lo mismo en el drama que en la comedia, aunque es en esta última donde se destaca a lo largo de muchos años, en una larga carrera que inicia más bien tarde, a los 37 años de edad.

Andrés Soler fue lo mismo charro que médico, abuelo, papá, tío muchas veces, general, capitán, presidente, diablo, borrachín, sacerdote, diplomático francés, conde italiano y hasta japonés. El Pocaluz fue un personaje que interpretó en tres filmes consecutivos en 1958 (A tiro limpio, La ley del más rápido y El Puma).

Entre 1935 y 1968 el mudable actor participa en importantes papeles co-estelares en 74 producciones. Apasionado y laborioso termina su última película unos meses antes de su muerte en 1969.



miércoles, 17 de noviembre de 2010

Artisteo


Tengo el gusto de hacer extensiva la invitación a la exposición Viajando en color, exploración del color, la forma y los números, de Teo Noyola Méndez, un artista que he tenido el gusto de ver crecer y madurar en sus diversas etapas como pintor y arquitecto, y que ahora nos regala una exposición de su última producción que no conozco pero que, se prevé, está cargada de matices y tonalidades, a juzgar por el póster de la invitación.

Querido Teo, no podré estar en la inauguración, pero haré todo lo posible por acudir a Chalco a echarle un ojo a este acontecimiento. Estoy pleno de orgullo y espero de todo corazón que sea el despegue de un vuelo vital de abundantes colores y placer. Como tú sabes, el éxito no es la exposición en sí, sino cada uno de los trazos en los que deja uno sangre, corazón y lágrimas; el éxito es la línea. O el instante en que esa línea se prolonga obedeciendo el impulso de la mano. El éxito es el punto –diría Kandinski-, que nos lleva al inicio de la creación. No importa. En este mundo tan confuso y caótico, el éxito es ser un artista pleno y libre, desentendido de sus consecuencias. ¡Salud!



martes, 16 de noviembre de 2010

El telegrama Zimmermann


El famoso telegrama 

La imprescindible investigación realizada por el  recientemente fallecido historiador alemán Friedrich Katz, sobre un escándalo de política internacional llamado el telegrama Zimmerman, aparece en el Tomo II de La Guerra Secreta en México, dedicado a los asuntos internacionales de México durante la Primera Guerra Mundial. Katz explica con detalle este suceso que cambia el rumbo de la estancada guerra europea, pues adelanta la entrada de los Estados Unidos al conflicto.

Un espía británico infiltrado en la Oficina de Telégrafos de la Ciudad de México envía a Londres todos los mensajes cifrados que llegan a México para el embajador alemán. Es uno de los hombres de Blinker.

En Inglaterra Blinker no existe. Los telegramas cifrados los recibe el encargado del servicio de inteligencia de la Marina Británica, Reginald Hall, quien posee las claves secretas alemanas.

Blinker es Hall; Hall es Blinker. Como en toda historia de espías el jefe no tiene nombre, o tiene diez: Blinker, Hall, Reggie. Lo que importa es enterarse de los mensajes alemanes a cualquier costo.

Los alemanes utilizan una gran radioemisora para transmitir mensajes a sus representantes en el extranjero. Se encuentra en Nauen. En Estados Unidos, solo una estación puede recibir mensajes de Alemania: la Sayville, construida por técnicos alemanes, pero que el gobierno norteamericano ha prohibido ante las hostilidades de la guerra iniciada en 1914.

Alemania encuentra otro medio por donde enviar sus mensajes cifrados a sus representantes: convence al gobierno neutral de Suecia de enviar mensajes alemanes por medio de sus representantes diplomáticos. En el caso de México, corresponde al encargado de asuntos suecos, Folke Cronholm, "muy germanófilico y aliado de Heinrich von Eckardt", embajador alemán frente al gobierno mexicano.

El 7 de enero de 1917 Alemania optó por iniciar una guerra submarina ilimitada que inevitablemente pondría a los Estados Unidos contra ellos. Temible enemigo, reforzaría desproporcionadamente a los aliados en Europa; había, pues, que pensar en una solución, y aparentemente había una sola: que los Estados Unidos estuvieran suficientemente ocupados en América impidiéndoles enviar fuerzas a pelear a Europa.

Se echa mano de la famosa anécdota de Francisco Villa cuando ataca al poblado de Columbus en marzo de 1916 ¿por qué no pensar en algo así? Poner a México contra los Estados Unidos en una guerra perdida de antemano, pero suficientemente intensa como para entretener a los norteamericanos en América.                                        

La idea fue propuesta por un antiguo encargado de asuntos mexicanos en el  Ministerio de Relaciones Exteriores, von Kemnit, al propio titular del ministerio Alfred von Zimmermann quien, sin titubear, empezó a redondearla. En poco tiempo, Zimmerman declaró ante la comisión presupuestal del Reichstag:

"Se ha afirmado muchas veces, y yo no puedo más que suscribirlo, que los mexicanos son soldados extraordinariamente valerosos, y que los norteamericanos no tuvieron ningún éxito cuando penetraron a México y tuvieron que retirarse (hacía apenas un año). El odio de México contra Norteamérica –prosigue su declaración–  es antiguo y bien fundado. México, por supuesto, carece de armas, en el sentido moderno de la palabra, pero las fuerzas irregulares están suficientemente bien armadas como para poder provocar molestias y desórdenes en los estados norteamericanos fronterizos. Además, estamos en condiciones de suministrar armas y municiones en submarinos, lo cual también debería tomarse en consideración."1

Solo quedaba, pues, convencer a Venustiano Carranza de atacar a los Estados Unidos. Una destacada ingenuidad del ministro alemán. Tejió toda una estrategia sin tacto diplomático y mucha ignorancia de lo que ocurría en el gobierno de Venustiano Carranza en ese momento. Por si fuera poco, Zimmermann pensó en la posibilidad de que Japón aceptara unirse con México y Alemania en una guerra contra los Estados Unidos. Y deseaba, además, que fuera México quien invitara a los japoneses.

"Según el plan de Kemnits y Zimmermann –cuenta Katz–, Carranza había de atacar a los Estados Unidos con la plena confianza en la propuesta de alianza alemana, y luego Alemania sencillamente lo abandonaría a su suerte, salvo el caso poco probable de que el Japón se uniera a la alianza. En otras palabras: el ofrecimiento de alianza era en realidad una engañosa maniobra en gran escala que debía inducir a Carranza a efectuar un ataque suicida contra los Estados Unidos."2

Para el 15 de enero de 1917 la famosa nota Zimmermann estaba en el propio Ministerio de Relaciones Exteriores alemán, lista para ser enviada al presidente mexicano por medio de sus representantes.

El texto final del telegrama decía:

"Tenemos intenciones de comenzar la guerra submarina ilimitada el 1o. de febrero. Con todo, se intentará mantener a los Estados Unidos.

"En caso de que no lo lográramos, proponemos a México una alianza bajo la siguiente base: dirección conjunta de la guerra, tratado de paz en común, abundante apoyo financiero y conformidad de nuestra parte en que México reconquiste sus antiguos territorios de Texas, Nuevo México y Arizona. Dejamos a su Excelencia el arreglo de los detalles.

"Su Excelencia comunicará lo anterior en forma absolutamente secreta al Presidente tan pronto como estalle la guerra contra los Estados Unidos, añadiendo la sugerencia de que invite al Japón a que entre de inmediato en la alianza, y al mismo tiempo sirva de intermediario entre nosotros y el Japón.

"Tenga la bondad de informar al Presidente que el empleo ilimitado de nuestros submarinos ofrece ahora la posibilidad de obligar a Inglaterra a negociar la paz en pocos meses. Acúsese recibo. Zimmermann".3

El problema ahora consistía en cómo enviar la nota a México. Zimmermann descartó al representante mexicano en Berlín, no confiaba en su traductor. Ni en el representante. Luego se pensó en el submarino "Deutschland", pero pronto rectificó. El submarino necesitaba treinta días para cruzar el Atlántico y no llegaría a México antes del 16 de febrero, el ofrecimiento tenía que estar en México sin falta el 1º de febrero, día en que debía comenzar la guerra submarina ilimitada.

Por eso Zimmermann decidió, luego de desechar la vía sueca citada, transmitir el despacho por la vía telegráfica. Crea el telegrama Zimmerman.

Como las transmisiones cifradas por medio de la radioemisora de Nauen habían sido suprimidas por Estados Unidos desde 1915, Zimmermann utilizó un conducto que abrió el propio presidente Woodrow Wilson, quien, "temeroso de que alguno de los bandos enfrentados en Europa se hiciera muy poderoso, (...) pidió a cada uno que "definiera públicamente sus objetivos de guerra". Alemania exigió que se le permitiera comunicarse directamente a sus representantes con el Ministerio de Relaciones Exteriores. El presidente Wilson aceptó, y permitió enviar mensajes en clave a través del Departamento de Estado norteamericano y de los representantes diplomáticos norteamericanos."4 EUA pidió que los mensajes estuvieran relacionados con sus iniciativas en favor de la paz. Zimmermann, por tanto, escogió este conducto para enviar su conspiración de guerra.

El 16 de enero la nota en clave fue entregada a Gerard, el embajador norteamericano en Berlín, diciéndole que el contenido del mensaje llevaba instrucciones para el Conde Bernstorff, representante alemán en Estados Unidos, "relacionadas con los esfuerzos generales en favor de la paz".

Todo estaba fríamente calculado por Alemania, solo una cosa no: que Inglaterra contaba con sus claves secretas. "El cable telegráfico norteamericano -cuenta Katz-, a través del cual se envió el mensaje a Bernstorff, pasaba por territorio británico, y el servicio secreto de ese país podía, por lo tanto, interceptar estos mensajes."5

Los ingleses interceptaron el mensaje que venía en la clave denominada 0075, no la conocían, pero era una variante de la 13040, que manejaban con soltura. Los expertos trabajaron en el mensaje y en muy poco tiempo lo descifraron. Había un problema, sin embargo, la inteligencia inglesa pensó que : "no era favorable, una vez descubierto el telegrama, que los alemanes se dieran  cuenta que poseían sus claves secretas. Por lo que la divulgación del telegrama debía ser desde Estados Unidos, y no desde Inglaterra."6 Fue entonces que se utilizó al agente secreto que tenía Hall en la Oficina de telégrafos de México. Fue este quien entregó oficialmente el telegrama. Para fortuna de los ingleses, Eckardt no tenía aún la clave secreta en México (0075), tuvo que enviárselo a Bernstorff a los  Estados Unidos para que lo descifrara y se lo volviera a enviar en la clave antigua (13040). Esto no solo permitió a los ingleses ganar tiempo, el texto en la clave antigua les permitió conocer con exactitud la nueva clave ultrasecreta 0075.

Al final, los ingleses lograron que fuera Estados Unidos el que diera a la luz pública el texto del telegrama. Wilson lo publicó el 1º de marzo y provocó un escándalo de los numerosos germanófilos que la consideraron una artimaña del presidente estadounidense para forzar la entrada de Estados Unidos en la guerra. El principal propagandista alemán en Estados Unidos, George Sylvestre Viereck, le escribió ese mismo día al magnate del periodismo norteamericano William Randolph Hearts aireadas reclamaciones por considerar seriamente esa falacia:

La supuesta carta de Alfred Zimmermann publicada hoy es obviamente falsa; es imposible creer que el ministro alemán de Relaciones Exteriores suscribiría tan disparatado documento. La carta es indudablemente una descarada falsificación fabricada por los agentes británicos con el objeto de empujarnos a una alianza y que justifica las violaciones de Gran Bretaña a la Doctrina Monroe. (…) "El real politiker de la Wilhemstrasse jamás ofrecería una alianza fundamentada en proposiciones tan visibles como la conquista por México del territorio norteamericano.7

Heart creyó este argumento y publicó que el telegrama era un fraude. Varios senadores también manifestaron sus dudas. Fue cuando, sorpresivamente, la polémica sobre la falsedad del telegrama tuvo un fin imprevisto: el 3 de marzo el propio Zimmermann confirmó públicamente haber enviado el telegrama, y así, la nota "se convirtió en uno de los más importantes instrumentos propagandísticos en manos de quienes favorecían la intervención de Estados Unidos en la guerra."8

Luego de conocerse el asunto, el Ministerio de Relaciones japonés calificó dicha proposición como totalmente inaceptable. El representante del ministro, el Barón Shidehara, declaró:

"Nos sentimos muy sorprendidos por la propuesta alemana. No comprendemos como Alemania pudo pensar que nosotros nos dejaríamos arrastrar a una guerra contra Estados Unidos por una simple solicitud de México. Así de ridículo es todo esto. No creo necesario afirmar que el Japón permanece fiel a sus aliados."9

En México, Zimmermann no pudo escoger peor momento para enviar semejante propuesta al gobierno de Carranza; la expedición punitiva norteamericana empezaba apenas a retirarse de territorio chihuahuense y las tensiones de México y su vecino comenzaban a aliviarse.

Sin embargo, para México cabía la posibilidad de verse invadido por los norteamericanos. Se pensaba que en caso de guerra entre Alemania y Estados Unidos, México sería lanzado contra estos últimos, puesto que Alemania intentaría destruir los pozos petroleros mexicanos, lo que obligaría a Estados Unidos a invadir el país, cosa que "Carranza no hubiera aceptado ni hubiera podido aceptar", opina Katz.10 En otras palabras, la posición de México no estaba basada en tales o cuales proposiciones alemanas, que oficialmente no recibió, sino en la eventualidad, "bien real", de ser invadidos por los norteamericanos, desatando una guerra sin cuartel.

Cuando Eckardt ofreció la propuesta al ministro de Relaciones Exteriores mexicano, Higinio Aguilar, vislumbró en su actitud cierta complacencia. "No se mostró renuente", dijo. Informó al Ministerio de Relaciones Exteriores de su país que la actitud de las autoridades mexicanas era "favorable". Se dio cuenta también que el ministro Aguilar había platicado con un miembro de la embajada japonesa por espacio de una hora, aunque ignoraba los propósitos y resultados de dicha reunión. Sin embargo, estaba plenamente convencido de que el representante mexicano habría ofrecido a su colega japonés la esperada propuesta de alianza militar. Nada más lejos de la verdad.

El Ministro Aguilar efectivamente conversó con un funcionario japonés de bajo nivel, Kitai Arai, y no una, sino dos veces. Aguilar sólo le preguntó qué actitud asumiría Japón en caso de guerra entre Alemania y Estados Unidos. Arai le respondió que su país   no estaba dispuesto, bajo ninguna circunstancia, a cambiar de bando. Aguilar dejó pasar, tanto la pregunta como la respuesta, como "un comentario más" en las conversaciones diplomáticas y no volvió a insistir, mucho menos a proponer ninguna alianza.

Según Friedrich Katz, "no hay documentación precisa respecto a la reacción del gobierno mexicano a la nota Zimmermann", pero, según él, se pueden sacar algunas conclusiones de las fuentes disponibles.

"Poco antes de su muerte, Aguilar dijo a un profesor de la Universidad de Veracruz, Xavier Tavera, que él había acogido bien la propuesta, pero que Carranza se había manifestado en contra. Carranza sin embargo, le había pedido que no comunicara a Eckart ningún definitivo."

Según otro informe, Carranza encargó a un alto oficial, Díaz Babio, que examinara la propuesta, después de lo cual asumió una actitud negativa.

"Díaz Babio consultó con su amigo López Portillo y Weber, y ambos llegaron a la conclusión de que la alianza era irrealizable. Como argumento principal alegaron que Alemania jamás estaría en condiciones de pertrechar suficientemente con armas y municiones al ejército mexicano. (....) López Portillo y Weber señaló que la reanexión de Texas y Arizona crearía una fuente de conflicto permanente con los Estados Unidos y tendría que conducir a una nueva guerra. Además, el poder de los norteamericanos residentes en esos territorios era tan grande que pronto alcanzarían una influencia decisiva en México, "de tal manera que yo no sabría quién se anexaría a quién, nosotros a ellos, o ellos a nosotros."11

La actitud de Carranza, en el sentido de no informar a Eckardt de la negativa mexicana, sugiere que quería mantener a Alemania como reserva para un caso dado de invasión o guerra contra Estados Unidos. Por lo demás, el sainete no era otra cosa que meros coqueteos diplomáticos de parte de Aguilar, para conocer reacciones y desempeñar su papel, pues sabía bien que los norteamericanos conocían el telegrama.

Isidro Fabela cuenta una tercera versión: Según él, Aguilar le confió que cuando recibió el ofrecimiento de Zimmermann "había comprendido inmediatamente su carácter pernicioso y ni siquiera se lo había mostrado a Carranza."12

Luego de la publicación del telegrama por parte del presidente Wilson en los Estados Unidos, el gobierno mexicano se mantuvo firme en su política de discreción, y tanto los políticos destacados como la prensa publicaron su versión oficial: "México nunca recibió propuestas de alianza por parte de Alemania". Eckardt, en su desconcierto, también lo negó. Aunque estas negativas sucesivas no convencieron del todo a los Estados Unidos. El presidente Wilson puso como nuevo embajador de su país en México a Henry Pather Flercher, su primera misión en nuestro país consistió en ventilar todo el asunto con el presidente Carranza. Trajo instrucciones de hacerlo, precisamente, a la hora de entregarle sus cartas credenciales.

Cuando unos días más tarde Fletcher se entrevistó con Carranza en Guadalajara, le dijo las exigencias norteamericanas a nuestro país: al parecer, que México debía romper relaciones diplomáticas con Alemania.

Carranza le dijo que no había recibido ninguna oferta de los alemanes, y que no había ningún motivo para romper sus relaciones con dicho  país. México había declarado reiteradamente su neutralidad y no tenía ninguna razón para modificar su política internacional. Fletcher retiró sus exigencias. En otro momento se entrevistó con el secretario de Guerra, general Álvaro Obregón, con el que volvió a sacar el tema del famoso telegrama. Obregón le dijo que "consideraba absurda una alianza mexicana con Alemania y que creía que, tras seis años de guerra civil, el gobierno mexicano debería dedicarse a la pacificación y reorganización del país, y que para México sería muy estúpido comprometerse con una potencia europea que algún día exigiría el pago por los servicios prestados."13

Por su parte, Aguilar no respondió la nota, pero la utilizó en una maniobra propagandística que afirmaba que el telegrama había sido un invento mexicano para crear presiones a los Estados Unidos. Carranza quiso primero ver todas las reacciones, cuando estuvo convencido que el gobierno norteamericano no tenía ninguna intención de invadir nuestro país, se entrevistó con el ministro alemán, en una conversación secreta efectuada el 14 de abril; ahí, finalmente, el presidente Carranza rechazó la oferta de alianza, aunque dejó entrever que tal rechazo no era definitivo, pues en caso de tener dificultades bélicas con los Estados Unidos, sería un magnifico estímulo el apoyo alemán.

Eckardt telegrafió a Alemania en estos términos:

"El Presidente declaró que de todas maneras tiene intenciones de permanecer neutral. Con todo, en caso de que México se viera arrastrado a una guerra, entonces veríamos. Él dice "que la alianza ha sido echada a perder por su revelación prematura, pero que más tarde sería necesaria."14

Fue así como terminó aquella tormentosa ocurrencia del ministro Zimmermann. Los Estados Unidos entraron a la guerra y Alemania tuvo que capitular un año después. Con la firma del Tratado de Versalles, en 1919, Alemania perdió sus colonias, devolvió a Francia los territorios de Alsacia y Lorena y se comprometió a pagar una fuerte suma por concepto de indemnización.

Tanto en aquellos tiempos como en estos, el telegrama Zimmermann es percibido como una imprudencia del ministro que nunca debió haberse practicado.

La pobre idea que los alemanes tenían de los gobernantes mexicanos los hizo cometer un costoso error. Pero, ante todo, cabe hacer esa conjetura que a la  distancia resulta interesante. ¿Por qué en vez de enviar un telegrama al presidente mexicano, proponiendo una alianza con el único objeto de mantener ocupados a los norteamericanos, no se le envió a un prestigiado guerrillero en plena decadencia como Pancho Villa? La negativa de Carranza es obvia. No podía bajo ningún concepto comprometer a México, envuelto en una guerra intestina de casi una década, menos en una guerra contra los norteamericanos que se estimaba perdida de antemano. En cambio, Francisco Villa, bien armado, hubiera podido crear la idea de un conflicto arduo e incómodo en la frontera mexicana obligando a los Estados Unidos a mantener durante mucho tiempo un ejército regular en el riesgo de un ataque villista. El gobierno mexicano no hubiera estado oficialmente comprometido y Villa hubiera alcanzado, una vez, probablemente, la gloria guerrera y política que comenzaba a añorar.

Para reafirmar lo anterior, basta mencionar los treinta y tres ataques villistas contra otros tantos pueblos controlados por los constitucionalistas, solo durante el año de 1917, al mando, junto a una veintena de sus jefes, de unos cinco mil hombres.15

La propuesta es igual de ridícula que la del canciller Zimmerman, pues es impensable que Villa, como el ejército mexicano, tuviera la ocurrencia de atacar al ejército norteamericano en guerra frontal, pero ya metidos en absurdos no se sabe por qué no se les ocurrió, puesto que la idea del telegrama nació justamente con una anécdota villista: el ataque a Columbus y la ineficacia del ejército yanqui, comandado por el prestigiado Pershing, para capturarlo.


Citas:

1)         Friedrich Katz. La Guerra Secreta en México, Ed. ERA. México, 1982,
Segundo Tomo, p. 37-38
2)         Ibid, p. 40
3)         Ibid, p. 40-14
4)         Ibid, p. 42
5)         Ibid, p. 43
6)         Ibid, p. 45
7)         Ibid, p. 47-48
8)         Ibid, p. 49
9)         Ibid, p. 49-50
10)       Ibid, p. 50
11)       Ibid, p. 52
12)       Ibid, p. 53
13)       Ibid, p. 55
14)       Ibid, p. 55
15)       Martha Eva Rocha Isla, Las Defensas Sociales de Chihuahua, Anexo 2, p. 134, INAH. Colección Divulgación. México, 1988. Basta mencionar los 33 ataques villistas contra el ejército Constitucionalista en Chihuahua, solo en el año 1917, junto a
hombres como Juan Mercado, Manuel Medinabeytia, Hilario Rodríguez, Idelfonso Sánchez, Antonio Aranda, Antonio Moreno, Manuel Bustamante, Nicolás Fernández, Gerónimo Padilla, Gorgonio Beltrán, Martín López, Canuto Reyes, Nicolás Fernández Epifanio Holguín, José Inés Salazar, Martín López, Luis Montoya, Julio Acosta, Juan Murga y otros jefes villistas, al mando de por lo menos, según los partes militares de otras tantas poblaciones, cinco mil hombres.


* Subcapítulo de mi libro La Raza de la Hebra, historia del telégrafo Morse en México.















lunes, 15 de noviembre de 2010

Spa inquisitorial


En 1659, luego de 17 años de cárcel, es quemado vivo en la plaza pública de la Ciudad de México el clérigo irlandés Guillén de Lámport o Lombardo de Guzmán, acusado de apóstata. Fue conducido a las mazmorras de la Inquisición y tratado con la atención con la que aquellos monjes, famosos por su hospitalidad, trataban a sus huéspedes. Don Guillén fue pasado primero por el potro, luego le dieron un masaje en la garrucha, una manita de gato en el borceguí y cuando estuvo relajado lo prepararon para la luminosa fiesta de la hoguera.

Don Lombardo en realidad estaba muy lejos de ser apóstata, como lo demostraba su sincera contrición en el interior de su celda, lo que incomodó a las autoridades tenía que ver más con sus ideas políticas, pues nada menos que había elaborado un plan para la independencia de la Nueva España, de donde pretendía ser rey. Fue por eso que comisionaron a los inquisidores para que le dieran una calentadita. Y vaya que se la dieron.



domingo, 14 de noviembre de 2010

El principio del fin


La mañana de este día de 1789, sin una explicación que satisfaga aún a los curiosos, es vista una aurora boreal en el centro de México. Los habitantes de la capital, pero también los de Puebla, Pachuca y Toluca fueron testigos de los sinuosos laberintos que se formaron en el oriente debido, probablemente, a explosiones solares y al intenso frío que había empezado a caer desde el mes de octubre.

Sinceramente no tengo idea de si esto pudo haber sucedido en realidad, pero estoy seguro que muchos los atribuyeron a la voluntad de Dios, para bien o para mal. Los que lo tomaron a mal creyeron que el mundo se acababa, que después de esos destellos sobrevendría una explosión y se irían todos literalmente a la tiznada; los que lo tomaron para bien pensaron que una nueva era estaba a punto de comenzar, que los españoles serían buenos a partir de entonces y se irían a su país y dejarían de estar fregando la borrega. La verdad ignoro lo que pensaron y me tiene sin cuidado. Lo único que sé es que me gustaría ver una cosa así. Nomás porque sí, ya después vería cómo interpretarlo.




sábado, 13 de noviembre de 2010

La guerra de los pasteles


El 13 de noviembre de 1838 llega a Veracruz el contralmirante francés Charles Baudín, quien trae la consigna de cobrar a México 600 mil pesos por daños causados en una pastelería de Tacubaya, propiedad de un francés, en alguna de las múltiples revueltas civiles mexicanas. Lo que ocurrió después lo conocemos como la Guerra de los pasteles”, pintoresco nombre que me hizo creer de niño que los franceses eran agradables, bromistas y locochones. La guerra de los pasteles, a quién podía ocurrírsele un nombre así sino al gordo y el flaco o a viruta y capulina, tenía que ser un juego. Imaginaba a Santa Anna batido de merengue aventando pasteles al contralmirante Baudín, que respondía muerto de la risa con una cremosa torta de limón.

Lo que ocurrió fue ciertamente menos alegre. La guerra de los pasteles es en realidad la primera intervención francesa en México. Unos oficiales comieron en la pastelería de Mesié Remontel en Tacubaya y se olvidaron de pagar la cuenta que ascendía, según las cuentas de los franceses, a ¡sesenta mil pesos! Tras penosas negociaciones no se llegó a ningún acuerdo, pues la deuda crecía todos los días, de ahí que este día arribaron a Veracruz diez barcos de guerra con las peores intenciones. Bloquearon el puerto durante ocho meses, lo que afortunadamente lesionó los intereses de los ingleses que tenían en México uno de sus mercados más importantes de Hispanoamérica, por lo que acercaron a las costas veracruzanas su famosa Flota de las Indias Occidentales, persuadiendo a los franceses a entrar en razón y terminar poniendo pies en polvorosa. Al parecer nunca se pagaron los dichosos pasteles.

viernes, 12 de noviembre de 2010

Al que ingrato me deja


Décima musa de mi vida, sor Juana representa la primera imagen de una mujer poderosa e influyente. La conocí en un libro de texto de la primaria, con su mirada triste y su enorme medallón ovalado en el pecho. Inmediatamente me fijé en que era una mujer de poco pecho y de que sus ropajes clausuraban cualquier intención que pudiera motivar mi visión de una mujer. Aunque entonces tenía un amigo que se aliviaba con fotografías del Santo ¡el enmascarado de plata!, a quien le imaginaba pechos femeninos, la imagen de sor Juana, aunque de cara bonita, nunca se acercó ni de lejos a la figura de una mujer erótica sino simplemente poderosa, importante, decisiva, por alguna razón.

… busco amante

Muchos años después, la lectura de Las trampas de la fe y posteriormente los amplios estudios de Antonio Alatorre -fallecido hace unos días-, no hizo sino refrendar mi percepción asexuada por la influyente monja, aunque acrecentó mi admiración. No era el único que anotaba esa gélida anomalía. José Emilio Pacheco lo hace notar en su entrega del penúltimo Proceso: “Sólo un reproche le formula (Alatorre) a esta escritora inmensa de México y de la lengua española toda: su falta de amor. Deja abiertas dos cuestiones que en 2010 no se han resuelto y quizá no se dilucidarán jamás: las relaciones físicas de que habla en textos inmortales ¿fueron experiencias vividas o reminiscencias literarias?” Seguramente reminiscencias, respondo inopinadamente.

Al que amante me sigue


Juana de Asbaje y Ramírez de Santillana nace en San Miguel Nepantla, hoy Edomex, el 12 de noviembre de 1651. Escritora, poeta, filósofa y mujer de grandes conocimientos, Sor Juana Inés de la Cruz perteneció a las carmelitas descalzas y vivió en consecuencia con su saber.

… dejo ingrata

Hoy cumpliría 359 años y seguiría sin generarme la más mínima reacción humana, aunque subsistiría mi reconocimiento.

Constante adoro a quien mi amor maltrata
maltrato a quien mi amor busca constante


* El sacrilegio visual es del autor.



jueves, 11 de noviembre de 2010

Corona


Magnicidio en Guadalajara. Tal vez ahora no llame mucho la atención esta efemérides sobre la muerte de un gobernante, cuando llevamos una veintena de presidentes municipales tan sólo este año, pero en esos tiempos de la pax porfirista la noticia conmocionó a la sociedad.

El 11 de noviembre 1889, luego de que el día anterior un desequilibrado mental agrediera a puñaladas al gobernador del estado, el general Ramón Corona muere hoy a causa de las heridas a los 52 años de edad.

El general Corona tuvo un importante papel militar en la guerra de Reforma y durante la intervención francesa. Participó en el sitio de Querétaro y a él correspondió recibir la espada de Maximiliano en el momento de su rendición.



miércoles, 10 de noviembre de 2010

La orfandad de las palabras


El ejercicio muscular para ayudar a la dicción del lenguaje es tan sencillo y eficaz que me gusta calificarlo de milagroso. Como merolico lo publicito entre los estudiantes de comunicación: es gratuito, es rápido, es espectacular, pues sus efectos puedes sentirlos desde la primera ejercitación. Tras la primera sesión de ejercicio, de sólo tres minutos, percibirás que tu lenguaje es mejor y más fluido, cambiando no sólo la comprensibilidad de tus mensajes sino tu personalidad entera, pues un idioma mejor expresado hará de ti una persona más completa y culta. Combate la timidez y el mutismo, te obliga a mejorar tu vocabulario, a agregar nuevas palabras a tu lenguaje, a desenvolverte mejor social y particularmente. ¿No es genial? Y sí lo es, quienes han seguido mi consejo, han pasado de una dicción parecida a la del Púas Olivares tan bien retratada por el malvado de Ricardo Garibay en Las glorias del gran Púas, a la de un locutor de la televisión que, sin ser luminosa es al menos competente. Y algunos han logrado obtener trabajos… de presentadores de televisión.

Pues bien, esta técnica existe hace 23 siglos gracias a un señor griego que a la sazón era tartamudo, Demóstenes, elevado a la santidad (patrono de los oradores) porque descubrió por accidente que, poniendo piedritas debajo de su lengua, mejoraba sensiblemente su defecto. No sólo se le quitó lo tartamudo, Demóstenes se convirtió en el gran orador del ágora ateniense.

Luego se perfeccionó el ejercicio con el descubrimiento del lápiz, que es el ejercicio que yo recomiendo: pones al lápiz atravesado horizontalmente en tu boca y lo pegas hasta la comisura de los labios (hazlo a solas, porque babeas), lees durante tres minutos diarios y verás resultados desde el primer día.

Ignoro si fue este mejoramiento de la técnica lo que deprimió a Demóstenes hasta el suicidio, o tal vez porque nunca pudo pronunciar correctamente el nombre del diádico Antípatro, su mortal enemigo. Lo cierto es que el gran orador decidió terminar con su vida el 10 de noviembre del año 320 en Calauria, dejando huérfanas a las palabras.



martes, 9 de noviembre de 2010

El muro


Tenía cuatro años cuando se inició la construcción del muro de Berlín y de más está decir que me pasó de noche. Era el año 1961 y los habitantes de Berlín vieron cómo de un día para otro se alzaba una frontera de concreto que con el tiempo se iría fortaleciendo y perfeccionando con acero reforzado y alambre de púas cada vez más temibles.

No recuerdo el momento en que fui consciente de la existencia del muro de Berlín, en alguna película del Cine Variedades, durante mi niñez. Huelga decir que tampoco entendí mucho de sus circunstancias, simplemente los vecinos de una ciudad alemana habían sido separados por un muro ideológico que representaba la acción física más significativa de la Guerra Fría (concepto tan difícil de discernir) en medio de los balazos de James Bond y toda la cauda de espías que surgieron del frío en las novelas posteriores a mi temprana juventud. ¿Qué tan fría era cuando se sentía tan calientita?

Muchos años después, muchos muchos, entendí el concepto político y estratégico del muro de Berlín, casi unas horas antes del 9 de noviembre de 1989, cuando millares de alemanes se arremolinaron en ambos lados para destruirlo con sus manos, ante la algarabía del mundo y los acordes infinitos de Pink Floyd.

Para entonces tenía un contexto que salpicaba hechos, fechas y nombres que le daban sentido a su derrumbamiento: doscientos setenta muertos en el intento de cruzarlo, Willy Brand y las manifestaciones; Kennedy: “soy alemán”; Alfa, Bravo, Charlie, los puestos de control; las heroicas evasivas, Reagan: “destruya ese muro”; “The wall” de Allan Parker; Mijail Gorbachov, su glasnost; el muro de la vergüenza, la renuncia de Honecker y la caída, la tarde de este día.

Caía un muro que separaba conciencias y voluntades, una loza entre las familias alemanas erigido por la Guerra Fría y sus intereses escritos en la roca, como en la Edad de Piedra.



lunes, 8 de noviembre de 2010

Donas y te vas


Uno de los gobernantes más breves que ha tenido México, en su versión de la Nueva España, ocurrió en 1673, cuando toma el poder un nuevo virrey. Ocurrió el 8 de noviembre de ese lejano año y el efímero virrey llevó por nombre Pedro Nuño Colón de Portugal y Castro, duque de Veragua, Marqués de Jamaica y Grande de España, descendiente por línea directa del almirante Cristóbal Colón, y por ello séptimo Almirante de Indias. También fue caballero de la Insigne Orden del Toisón de Oro, pero su virreinato duró menos que lo que se tardaron los cortesanos pronunciar su largo nombre y títulos correspondientes, pues tomó posesión la mañana de este día y murió cinco días después.

Hombre del sistema respaldado por una larga experiencia, don Nuño tuvo tiempo sin embargo de regalar más de un millón y medio de pesos para las obras del desagüe y de revisar las fortificaciones del puerto de Veracruz, puesto que los franceses andaban rondando como perros y se temía una invasión. Por todo eso el tataranieto de Colón alcanzó retrato y alguna clase de trato por parte de la historia, pues a pesar de su brevedad hizo más que algunos que gobernaron años. ¿Será?



sábado, 6 de noviembre de 2010

El umbral


El 6 de noviembre de 1911 la república mexicana vivió un antiguo anhelo pospuesto por la dictadura de Porfirio Díaz durante cuarenta años. Los ciudadanos mexicanos eligieron a un pequeño hacendado coahuilense, Francisco Indalecio Madero, con la esperanza de renovar el espíritu de la patria y deshacerse de la caduca y corrupta administración porfirista.

Ese mismo día de 1911, tras haber vivido en unos pocos días la caída del viejo dictador, uno de los más grandes terremotos de la historia, inundaciones y la llegada de un enorme cometa, el Halley, Francisco I. Madero y su compañero de fórmula José María Pino Suárez, tomaron posesión de la presidencia, sin imaginar que en realidad iniciaban una guerra civil que duraría veinte años.

* La sacrílega composición fotográfica es del autor del blog.



viernes, 5 de noviembre de 2010

La Gandhi


Cuando llegué a la ciudad de México en 1976 la librería Gandhi no sólo existía, era la librería más socorrida por los estudiantes de la UNAM, la que tenía mejor disposición o quizás no, sólo que en mi imberbe (nula, mejor dicho) experiencia librera era sencillamente un pequeño universo de tentaciones y conocimientos. En aquellos tiempos la atendía en alguno de sus turnos un rubio barbón relativamente joven, grueso y de mirada inquisidora que se sabía era el dueño del exitoso negocio: Mauricio Achar, su nombre, a quien ya acompañaba un verdadero batallón de empleados.

Su sede en Miguel Ángel de Quevedo, en San Ángel, era referencia obligada para encuentros y desencuentros. Fui testigo, junto a los jóvenes de mi generación, de cómo fue creciendo en servicios y espacio. Pusieron la cafetería en la parte alta, primero muy modesta, pero con los años llegó a tener un foro donde se programaban desde presentaciones de libros hasta incipientes grupitos de rock. Ahí me tocó ver en compañía de Pancho el nacimiento de un grupito que se hacía llamar Las insólitas imágenes de Aurora, muy interesante, con un vocalista en verdad fuera de serie que después fue muy famoso en Los Caifanes y posteriormente en Jaguares. Saúl algo. Y un titupuchal de otras presentaciones, innumerables sesiones de café y, cuando la quincena me favorecía, algún libro suculento.

Todos fuimos envejeciendo juntos, clientes y propietario. Algunos compañeros aprovechaban la laxa seguridad y robaban libros por montones. Recuerdo al Jarochito, por ejemplo, ya en la ENAH, a quien me tocó comprarle un librazo de cuatrocientas páginas de Marvin Harris que robó por pedido, que me robaron casi al día siguiente. Sólo espero que no haya sido el méndigo Jarocho. Ese día extrajo cuatro ejemplares en una jauja que le duró varios meses, si no es que años. El negocio floreciente del Jarochito terminó el día que le pusieron tremenda madriza delante de todo el mundo cuando llevaba fajados en el pantalón dos libros de Foucauld que le habían encargado. Unos gorilones vestidos de paisanos lo agarraron de un ala (es un decir, pues el Jarochito no era un ángel ni mucho menos) y al pie de la escalera que llevaba a la cafetería le dieron tremenda cachetiza que lo dejaron todo moreteado. La verdad nadie se sorprendió, era cuestión de tiempo que eso sucediera. Que yo sepa los robos disminuyeron casi a cero, al menos los del Jarochito.

Nunca dejé de ser cliente de la librería Gandhi, a pesar de que con el tiempo aparecieron otras librerías igualmente amables y apetecibles, como El Ágora de Revolución y la de Coyoacán. Y mucho después El Sótano, frente a la propia Gandhi. Ya para entonces la librería Gandhi era un emporio y su dueño un hombre sumamente rico.

Todo esto viene a cuento porque el 5 de noviembre de 2004 muere este personaje que tanto beneficio provocó en los lectores del Distrito Federal, Mauricio Achar. Se le hicieron algunos homenajes, pero nunca equivalentes al verdadero valor que tuvo la fundación de esta institución de cultura que marcó un estilo atractivo y lúdico para los lectores del último cuarto de siglo. No está de más recordarlo.



jueves, 4 de noviembre de 2010

El fistol de Payno


El 4 de noviembre 1894 muere Manuel Payno, periodista, poeta, historiador, diplomático y político.

Fue ministro de Hacienda en los gobiernos de José Joaquín de Herrera y de Ignacio Comonfort. También fue diputado y senador.

Payno es uno de los escritores costumbristas de la literatura mexicana del siglo XIX, destacan sus obras El fistol del diablo y Los bandidos de Río Frío, que ha sobrevivido los embates del tiempo y todavía es lectura obligatoria en las secundarias del país, pero no sólo eso, también es una obra divertida e ilustradora de la vida de los mexicanos de la segunda mitad de siglo XIX.

Hay una historia familiar de Manuel Payno poco tratada por sus biógrafos, que es su amistad y sociedad comercial con don Juan de la Granja, introductor del telégrafo a México, que posiblemente fue clave en el conocimiento del escritor de la zona boscosa que rodea a Río Frío y se prolongaba hasta las afueras de Chalco, que es el escenario donde de desarrolla su famosa novela. Sucede que Payno anduvo acompañando a don Juan por esos lares con el objeto de escoger los mejores “palos” para la colocación de los hilos telegráficos hacia 1850, 51.

Ambos subieron y bajaron innumerables veces las laderas boscosas de aquellas montañas eligiendo los postes que soportarían la primera comunicación eléctrica mexicana, que sin duda fue una inspiración geográfica fundamental para la elaboración de su novela. Don Juan murió muy poco después, en 1853, pues era un hombre anciano y enfermizo, mientras que Payno, que tenía sociedad con él en una imprenta instalada en Atlixco, Puebla, envejeció con paciencia hasta que un día como hoy, 41 años después, falleció por su cuenta.



miércoles, 3 de noviembre de 2010

En la eterna noche


La tarde de este día de 1931 se inaugura el cine sonoro en México con la película Santa, inspirada en la novela de Federico Gamboa con música de Agustín Lara.

El filme, protagonizado por la actriz Lupita Tovar, cuenta la historia de una joven de un pueblo cercano a la Ciudad de México que es engañada por un militar que la enamora para después abandonarla en medio de la vergüenza y la deshonra familiar, por lo que se ve precisada a refugiarse en un prostíbulo dedicada… claro, a la prostitución.

Basada en la novela homónima de Gamboa, de 1903, es estrenada en la ciudad capital en medio de gran expectación. Esta Santa era la segunda adaptación cinematográfica del exitoso libro y aparecían en ella todas las estrellas habidas y por haber de la creciente industria de cine mexicana. A pesar de sus buenos propósitos, no logra sin embargo retratar fielmente aquella sociedad fragmentada que Gamboa había descrito brillantemente en la novela:

“... si la comezón aprieta y la policía rasca, sale a la cara la lepra social, se ven en las calles adoquinadas, las de suntuosos edificios y de tiendas ricas, fisonomías carcelarias, pies descalzos de los escapados de la razzia, que se escurren en silencio, a menudo trote, semejantes a los piojos que por acaso cruzan un vestido de precio de persona limpia. Caminan aislados, disueltas las familias y desolados los parentescos: aquí el padre, la madre, allí el hijo por su cuenta, y nadie se detiene, sabe a dónde van, al otro arrabal, al otro extremo, a la soledad y a las tinieblas”. *

“… de mi desconsuelo, tú has sido la estrella que alumbró mi cielo…”

* Citado por Carlos Monsiváis en Aires de Familia, Anagrama, 2000, p. 17



martes, 2 de noviembre de 2010

Calaveristórica


Alexander von Humboldt

Llegó a Puebla un alemán
impulsado por la ciencia
muy pronto pidió clemencia
contraviniendo su afán.

Al principio hubo sorpresas
la ciudad no estaba mal,
admiró su catedral
y sus cuantiosas riquezas.

Desde Analco al Portalillo,
de San Matías a Santiago,
mucha gente, un que otro briago
y abundante monaguillo.

Fue después por la Garita
y admiró la Talavera,
la forja en la ventanera
y la cantera exquisita.

Los dulces en El Parián
ocuparon su atención:
trompaditas de ocasión,
condumbios y mazapán.

“En locales y en banquetas
nunca vi dulces mejores:
punche de miel y alfajores,
camotes y palanquetas”.

Admiró el papel picado
y en El Carmen los petates,
canastos duros de otate,
mármol y ónix bien labrado.

Nunca pisó San Antonio
pues las doncellas de fama
iban contigo a la cama
y te exigían matrimonio.

En Los Remedios y El Alto
la abundancia de manjares
le hizo pensar que “estos lares,
bien valen un buen asalto”.

“Hay chalupas de colores
mil buñuelos de ocasión
un tentador salpicón
y memelas de sabores”.

Con extrema desconfianza,
pero cansado y con hambre,
el Barón atacó el fiambre
sin precaución de su panza

En El Parral bebió atole,
en La Luz una cemita;
un pambazo en Santa Anita
y en Xanenetla un buen mole.

Visitó San Sebastián
donde probó los elotes,
dio cuenta de unos camotes,
después de un verde pipián.

Comió en San Roque un tamal,
tostadas de revoltijo,
fue entonces cuando se dijo:
“algo aquí me cayó mal”.

El Barón selló su suerte,
lo asaltó un retortijón
y tras violento torzón
cayó entregado a la muerte.

Paloma de mi conciencia
vuela detrás de los mares
ve y expresa los pesares
por este hombre de la ciencia.



Ofrenda


No creo en la inmortalidad, al menos en esa que nos venden las iglesias y las religiones. Creo que la muerte clausura nuestra inteligencia y lo que queda después de ella es memoria, nostalgias y extrañamientos. En consecuencia, la única forma de inmortalidad es la que nuestros seres queridos hacen posible a través del recuerdo, de la ofrenda, la tradición oral para las nuevas generaciones.

Y aun esa breve, pasajera inmortalidad es tan relativa. Recordamos sobre todo a los muertos cuya vida hizo frontera con nuestra generación. Recuerdo cada día a mi padre, muy poco a mi abuelo. Casi nunca pienso en mis bisabuelos. Por otra parte, están los seres queridos que nos abandonaron antes de tiempo, familiares jóvenes cuyo destino se cortó de tajo a causa de accidentes, de violencia local o azarosos males que los asaltaron en la curva.

Este año las niñas pidieron expresamente muertos conocidos. La ofrenda debería destinarse a sus muertos y no a “los muertos” históricos por legendarios que hayan sido. Y restringieron su número. Encabeza el reparto su prima hermana Irene, también está su prima segunda Paola y su tío segundo Carlitos, muertos este año en diferentes circunstancias. Cierran la ofrenda sus dos abuelos: don Luis y Don Antonio. A cada uno le pusieron su ofrenda material: chocolates a las primas, un puñito de pepitas para el abuelo Toño, un cigarrillo para el abuelo Luis. Está bien -acepté-, me pareció justa su petición. Los muertitos antiguos no les dicen nada, aunque sean inolvidables para los adultos.

Por eso ahora homenajeo a mi abuelo Leopoldo, padre de Aída, mi mamá, fallecido hace 44 años e inolvidable sello en la familia, verdadero parteaguas de las generaciones filiales, pues la mitad de sus nietos ya no lo conocieron.

Leopoldo Rocha Venegas nació en San Juanito, Chihuahua al despuntar el siglo XX. Fue un personaje de los de antes, todólogo, habilidoso, sabio. Murió prematuramente a los sesenta y tantos, como consecuencia de muchos males acumulados en su azarosa y turbulenta vida. El día de su muerte un cometa transitaba el cielo –el único cometa de mi vida, por otra parte-, quisiera pensar que se subió en él y ahora ronda el firmamento alrededor del sol. Podría pensar cualquier fantasía de esas aun a sabiendas de que su muerte fue total. Y que su única inmortalidad descansa en estas líneas, en este breve recuerdo a su memoria, en esta ofrenda cibernética que nada le diría, pues él ni siquiera tuvo televisión.