domingo, 25 de junio de 2017

Mortal al final de cuentas


A principios del mes de junio de 2009 el mundo recibió con un bostezo el anuncio de una nueva gira del rey del pop, Michael Jackson, luego de diez años de silencio musical pero mucho barullo en torno de una vida disipada y difícil como debe ser la de un semidios de quien el mundo está perpetuamente pendiente, con una curiosidad humana que no tiene llenadera y cada vez más interesada en los detalles morbosos y repulsivos de sus ídolos. Es decir, por una década Michael no había vuelto a darnos una alegría visual o auditiva y sí muchas preocupaciones sobre su mansión de cien millones o los niños de trece que lo enloquecían; cuando no amenazaba con tirar un bebé por la ventana se mochaba un nuevo pedazo de nariz, compraba un terreno en Júpiter o alguien llenaba sus brazos de dorados Grammys.

Así estábamos cuando, sorpresivamente, la mañana del 25 de junio de 2009 Michael Jackson sufrió un problema cardiorespiratorio y murió. ¿Cómo es posible? O mejor, ¡no es posible! Claro que sí. El doctor Conrad Murray ganaba 150 mil dólares mensuales por llenar al astro de propofol, un agente anestésico que se usa en cuidados intensivos, que le quitaba cualquier resquicio de dolor, pero que a sus 51 años su cuerpo no lo pudo soportar. Aunque fue atendido por el 911 solo nueve minutos después del colapso, Michael murió en el hospital Ronald Reagan UCLA Medical Center de Los Ángeles, California, a las 14 horas con 26 minutos. No era posible. Que sí.

Quienes lo conocimos en una película de miedo más bien mala por allá de 1972, llamada Ben, la rata asesina, recordamos al pequeño Michael cantando inopinadamente una bonita canción llamada Ben y dedicada a una rata espantosa que comandaba a dos millones de homólogas bajo las calles de Nueva York; nunca imaginamos que ese simpático y agraciado negrito, que era parte de un conjunto musical de hermanos llamado The Jackson Five, se convertiría en el Rey del Pop, un monstruo estadístico que diez años después devoraba un mundo con cifras (de dólares, de espectadores, de discos) de millones y miles de millones.


Tras la publicación de Thriller en 1982 supimos que fue el disco más vendido de la historia y que lo siguieron otros discos que también figuran entre los más vendidos de todos los tiempos; en total vendió 400 millones; recibió 400 premios; quince Grammys, fue el artista más donador de dinero para causas filantrópicas; su autobiografía vendió 500 mil ejemplares y su funeral lo vieron dos mil millones de personas por televisión. Solo en 1989 ganó la friolera de 125 millones de dólares y su video Thriller, el primer musical de horror, con sus muertos bailantes, fue considerado como el mejor vídeo musical de todos los tiempos.


Pero el día de hoy estaba ahí, tieso, como cualquier otro despojo humano que ha caducado, incapaz de hacer su famoso pasito lunar (moonwalk) que retomó de algún lugar del teatro y de la mímica, o de producir su famoso sonido musical que mezclaba tan armoniosamente el rhythm& blues, el soul, el funk, el disco y el dance. Eso que yacía en el piso de esa fastuosa mansión alquilada y después en aquella camilla común era el frágil equipo, humano demasiado humano, de la estrella del pop más exitosa de la historia.

sábado, 24 de junio de 2017

El eterno retorno de Jeff Beck


Jeff Beck es un caso curioso en la historia del rock and roll, se trata de un músico histórico de gran influencia entre los guitarristas de todo el mundo, un músico de quien se dice que estableció las bases del heavy metal, que forma parte de la trinidad guitarrística de The Yardbirds, con Eric Clapton y Jimmy Page, y sin embargo, tras sesenta años de andar en el ajo, su éxito es relativamente reciente.

Jeff Beck nace en Londres el 24 de junio de 1944 y participó, además de en The Yardbirds, en numerosos grupos estables y esporádicos en los años sesenta y setenta. Una característica de este guitarrista de rock y blues fue su inconsistencia, su permanente mutación y evaporación que lo ausentó de la música y los escenarios innumerables veces; a veces meses, en ocasiones años. Pero siempre volvió, eso sí. Otra extraña característica de Jeff Beck fue el poco éxito -de crítica y de ventas- de su música. Antes de Flash de 1980, que le dio su primer y único hit en single de su historia, Beck no vio claro. Al año siguiente ganó su primer Grammy, de los cinco que lleva.

Como estilista, a pesar de que se le atribuye la paternidad del heavy metal, Jeff Beck nunca ha sido encasillado por la crítica. Es como una obra de cera, mutante y polimorfo, que lo mismo se le encuentra interpretando blues rock que el heavy metal, jazz fusión, techno
y música electrónica. Hay quien afirma que inventó un género que combina blues con rock progresivo, pero váyase a saber. Su técnica no abusa del efecto electrónico, pero se le considera pionero en el uso del pedal que maneja como un maestro desde su guitarra Fender Stratocaster, a la que saca infinidad de sonidos a  base de digitación y uso del vibrato. Su influencia es notoria en grandes guitarristas como Van Halen o Joe Satriani.


Como sea, no hay nadie en la música que le regatee a Jeff Beck su importante y prolongada presencia en el escenario del rock y el gran reconocimiento que goza en la comunidad de guitarristas. Por eso Mick Jagger lo incluyó en sus primeros discos en solitario y, posteriormente, lo hicieron Jon Bon Jovi, Roger Waters y el maestro B.B. King. En 2010 Jeff Beck obtuvo su quinto Grammy con su álbum "Emotion & Commotion", que celebró con una gira y, al finalizar, anunció su retiro. Así es Jeff Beck, que debería apodarse Get Back, se cansa y se va, pero siempre regresa.

viernes, 23 de junio de 2017

Danza con diablos


Glenn Danzig es un típico caso de los nacidos en la llamada generación Baby Boom, espantoso nombre para designar a aquellos que han nacido entre 1948 y 1960, demasiado jóvenes para recordar el horror de la guerra mundial y demasiado viejos para ser amigos de sus padres, al menos en la adolescencia. Estos seres, sin embargo, ya no tuvieron las restricciones de la generación anterior, tuvieron cierta libertad para creer, para abrazar, para soñar.

El caso de Glenn Danzig, decía, estuvo marcado por el choque entre el pasado y el presente que vivió aquella generación. Su padre, moderno por ser técnico de televisores, pero antiguo por ser un marine veterano de las guerras de Europa y Corea, era su enemigo. Glenn nace el 23 de junio de 1955 en Nueva Jersey como miembro de una familia protestante, de padre autoritario y madre obediente. El país, sin embargo, marcaba su propio ritmo.

Glenn Danzig es un artista un poco oscuro dedicado al canto, a la composición y la  música, pero además es empresario disquero, escritor y coleccionista de libros y cómics para adultos y sobre temas oscuros como el horror, la sangre, el ocultismo, el erotismo y la religión. Un producto fiel a su generación, con algunas singularidades.
Danzing comenzó muy pequeño sus andanzas en la música. No era, y nunca lo fue, un prodigio de nada, sino un joven trabajador, ingenioso y atrevido. Se le atribuye haber sido uno de los creadores del género horror punk, fundador de bandas como The Misfits, Samhain y sobre todo Danzig, la corona de su pastel económico y profesional.

A mediados de los setenta la influencia obvia era Morrison y Black Sabath, de donde aquellos grupos juveniles extraían el elixir para crear rolitas en los géneros punk rock, heavy metal, metal industrial y blues. Danzing resultó tan efectivo, que escribió canciones para músicos históricos como Johnny Cash y Roy Orbinson.

La música de Glenn Danzig se caracterizó por su sonido gótico-death-rock que combinaba bien con su voz de barítono comparada por muchos con la de Elvis y Jim Morrison, un ritmo más bien lento y pesado, muy pesado, que tenía claras influencias del blues tradicional y, por supuesto, del heavy metal. En los últimos tiempos, sin embargo, su música se inclinó hacia el llamado goth metal.


Este día, que cumple 62 años, Glenn es, en sus propias palabras, una persona hermética a la que no se le conoce esposa o hijos; le gusta el escenario, pero no le gusta que en las giras no haya nada qué hacer durante todo el día, por eso opta por evitarlas; prefiere dedicarse a sus famosas colecciones de comics clásicos o su célebre biblioteca de libros de ocultismo, historia religiosa, asesinatos y el Nuevo Orden Mundial. Ahí está, pues, escuchando incansablemente a sus adorados Wagner, Prokofiev, Saint-Saëns y Carl Orff, con discretos seguidores en todo el mundo, en realidad lejos de su descripción periodística que lo tacha de satánico y más bien nietszchano, percibiendo y dando al mundo, en sus propias palabras, tanto "su luz como su lado oscuro". Sea, pues.

jueves, 22 de junio de 2017

Eliades el chico


Muchos conocimos a Eliades Ochoa gracias a su relación con Buena Vista Social Club y particularmente por la película de Wim Wenders sobre esta organización musical compuesta por octogenarios habaneros que respiraban ritmo, historia musical, esencia sonera. Eliades era, dicho de manera coloquial, el “ranchero” guajiro que se acomodaba entre los dandis capitalinos, pues nació en Loma de la Avispa, allá por Santiago de Cuba, el 22 de junio de 1946.

Eliades Ochoa era, sin embargo, un guitarrista y cantante cubano conocido para los melómanos y cubanófilos enterados, ya que fue el guitarrista de Trinchera Agraria, un politizado grupo de finales de los años sesenta, donde estaban sus hermanos Orlando y María, que fue fundado por los artistas-activistas Heriberto Sánchez y Luis Bello. Eliades fungía entonces como tresero, es decir, tocaba el cubanísimo tres, un instrumento local derivado de la guitarra pero de tres cuerdas e inventado precisamente en el oriente campirano.

Además de Eliades y sus dos hermanos, a Trinchera Agraria lo integraban la cantante Ofelia, Dazú en el laud y Rey Costafreda en el pie forzado, una modalidad del verso de cuatro palabras que se improvisaba con agilidad y exactitud métrica ante el desafío del contrincante, con versos de cuatro palabras o de diez, cuartetas y décimas, con lo que armaban largas y divertidas discusiones musicales que podían durar horas.
Diez años después Eliades Ochoa formó parte de un cuarteto muy tradicional que lleva, hasta la fecha, funcionando desde 1940: el Cuarteto Patria. Como tal, en este grupo se emprenden viajes musicales a través del tiempo y los géneros cubanos y caribes; de la guaracha a la guajira, el bolero y el son. Esta experiencia le permitió a Ochoa compaginar musicalmente con prácticamente cualquier músico de la isla, además de empaparse de tradición.


Así es como llegó su asociación con los catrines de la Habana del Buenavista Social Club, en donde fue gratamente recibido. Como era el joven de la banda, le fue tocado despedir de la vida a sus colegas, uno por uno, Manuel "Puntillita" Licea, Compay Segundo, Rubén González, Ibrahim Ferrer, Pío Leyva han ido entregando el equipo (colgando los tenis, diríamos aquí) y los “jóvenes” como Eliades (OmaraPortuondo, Manuel "Guajiro" Mirabal, Amadito Valdés y Barbarito Torres), forzados a mirar nuevos horizontes. Ochoa grabó entonces un álbum con el músico africano Manu Dibango y unos años después con Bløf, una banda holandesa que se acopló a su ritmo. No se sabe a ciencia cierta a dónde va, menos ahora con el levantamiento del bloqueo yanqui, pero Eliades Ochoa sabe perfectamente de dónde viene. 

miércoles, 21 de junio de 2017

Manu Chao


El 15 de abril de 2009 un músico francés enervó a las autoridades mexicanas por sus declaraciones sobre la brutal represión de la policía a los pobladores de San Salvador Atenco tres años antes; lo acusaron de desacato a la autoridad y fue medio corrido del país. Era Manu Chao, un artista multicolor muy conocido para entonces por su intransigencia con los autoritarismos.

Manu Chao nació en París el 21 de junio de 1961 en una pareja española exiliada de la dictadura franquista; hijo de un periodista, su infancia fue arropada con el humo de incontables cigarrillos que las discusiones intelectuales consumían en la sala de su casa. Él y su hermano Antoine crecieron en un ambiente de libertad y soltura que les permitió desde muy jovencitos elegir el camino de sus vidas: serían músicos.

De adolescentes comenzaron sus correrías en el metro y en las calles de París que, más pronto que tarde, se convirtieron en grupos musicales con nombres chistocitos como Hot Pants y Los Carayos, de efímera existencia. Un buen día de 1987, en compañía de su amigo Santiago Casiriego, que tocaba la batería, los hermanos, con Antoine en la trompeta y Manu en la guitarra, fundaron Mano Negra que los llevaría a dejar, tal vez contra su voluntad, la vida callejera.

Mano Negra vino a ser una bocanada de aire fresco en una agotada escena de la música alternativa de la capital francesa. Estos jóvenes de estilos y lenguajes diversos cantaban lo mismo en francés que en español, portugués, gallego o inglés. Su sonido provenía igualmente de destinos improbables, era una combinación de rock, rumba, hip-hop, salsa, raï y punk que algún ingenioso bautizó como estilo Patchanka, derivado de la alegre pachanga que se armaba cada vez que acometían sus ritmos.

Mano Negra fue un éxito rotundo en países como Holanda, Bélgica, Alemania e Italia y, a partir de los años 90, en América Latina. Luego de su gira por Estados Unidos como teloneros de la banda Iggy Pop, cuando su material era fundamentalmente en inglés, Mano Negra concentró sus objetivos al subcontinente latinoamericano donde los Chao encontraron una esencia que sin duda andaban buscando con su heterogéneo combo multirracial, su lucha por la libertad, los ideales políticos, el amor porque sí, la vida marginal y la inmigración.

Convencidos de su extraña cruzada, en 1992 Mano Negra se embarcó en un barco alquilado y en él recorrieron ciudades y pueblos costeros de México, Colombia, Venezuela, Brasil y Santo Domingo actuando en barriadas y pueblos de las selvas, elevando su activismo a niveles casi mitológicos y predicando impresentables adhesiones a movimientos contestatarios como el altermundista Attac, los zapatistas mexicanos, los sin tierra brasileños y cantando a favor de la marihuana.


Tanta actividad artística, ideológica y espiritual desgastó a Mano Negra y provocó su disolución en 1995. Chao fundó entonces Radio Bemba, trinchera desde la que fraguó su siguiente atentado: Clandestino, “la música del siglo XXI” consideró The New York Times, impresionado por la avalancha humana que provocó su presentación en Central Park. Clandestino vendió cinco millones de copias, pero lejos de provocar alguna reingeniería comercial en los proyectos de Manu Chao, lo que hizo fue que el músico francés se refugiara en un espectáculo de circo que presenta en pueblos aledaños a su residencia en Barcelona, España. Ese es Manu Chao, un bicho raro, que hoy cumple 56.

lunes, 19 de junio de 2017

Viaje al sur: Valpa


De retorno en Santiago, tras unos merecidos días de descanso, cerramos este viaje a Chile con una visita a la sorprendente ciudad de Valparaíso, el antiguo balneario de los santiaguinos junto a la célebre y turística Viña del Mar donde, por cierto, se celebraba su famosísimo festival.

Valpa es una enorme ciudad parapetada en 54 cerros atestados de casas y, en las noches, de luces. Desde muchos puntos de Valparaíso es posible tener una increíble vista panorámica del mar y la ciudad, como la que tuvimos nosotros desde el balcón de nuestro hotel, adornado con abundante artesanía fina de madera, mucha de ella mexicana.


Al día siguiente, en nuestro paseo vertical por la ciudad (aquí no hay otro tipo de paseo), subimos y bajamos colinas bajo un intenso sol, para alcanzar la cima donde se encuentra la histórica casa de Neruda: La Sebastiana, una atracción muy popular, cara y muy decepcionante por sus dimensiones, pues la construcción de tres pisos no tiene proporción con el alud de turistas, que hacen largas filas afuera; el recorrido apenas te permite atisbar algunas maravillas que la habitan antes de ahogarte engentado entre escarpadas y angostas escaleras.

De vuelta a la ciudad, una de las cosas más llamativas es el material exterior de las casas y los edificios de la ciudad antigua, básicamente compuestos de lámina de canalitos común que, pintada con colores pasteles y frecuentemente con murales artísticos -inesperadamente- se ven geniales.


El visitante no acaba de entender cómo es que ocurre el fenómeno de Valparaíso, como si esa ciudad hubiera sido planificada por todos los artistas chilenos que se han refugiado en esa costa. No siempre higiénicos y ni siquiera “bonitos”, los rincones y las innumerables escaleras de la ciudad antigua abundan en detalles artísticos muy originales y de buen gusto, la mayoría de las veces. Cafés, galerías, lobreguez y basura son el marco de un turismo desatado de europeos y gringos que desbordan las banquetas y capotean los vehículos que ronronean fatigosos sus motores en subidas acérrimas de sus sinuosas calles.


Nuestro paseo lo terminamos en una emblemática escultura multifactorial dedicada a la memoria del general Pratt y sus principales hombres, una obra frente al muelle que, según el informado Frank, concursó el mismísimo Auguste Rodán… y perdió.


Retornamos felices a Santiago, pronto habríamos que tomar nuestro avión a México. No había manera de estar más contentos y satisfechos de nuestro viaje; exhaustos, agradecidos con la generosidad de Cris y Frank que tuvieron tanta paciencia y tantos gastos con nuestra prolongada visita de 28 días. Muchas gracias, amigos; Rosita y Guicho, Cristóbal, Benja, Crescente, Emiliano, Cori, Dino, Mery, Guido, Paula, a cada uno por los detalles de cada quien, un viaje inolvidable que mantendremos en nuestro corazón como la reliquia que fue. Trajimos Malú y yo una buena impresión de los chilenos, una sociedad avanzada y pacífica que tanto contrasta con las vicisitudes de nuestro México; un pueblo contento consigo mismo y orgulloso de lo que es, de lo que ha construido y conservado; pero sumamente crítico con sus defectos y sus errores, que los tienen también.


Gracias, pues. Es el fin de esta interminable crónica de viaje.


Fotos cortesía de Malú Méndez Lavielle.

lunes, 12 de junio de 2017

Viaje al sur: el cielo chileno

El cielo chileno merece una mención especial que no es posible constreñir a un párrafo elogioso. No es que me sorprenda a mí sino que el cielo chileno ha sorprendido al mundo desde hace siglos, pero que con la evolución de la astronomía, espectacular en las últimas décadas, ha supuesto a ese cielo como la ventana terrestre al universo.
No es por otra cosa que Chile tiene una infraestructura astronómica única en el mundo, desde ahí se van a descubrir los exoplanetas habitables, se va a descubrir la vida del universo. Chile tiene ya los centros de observación más grandes del planeta, pero en unos años más se hará de ahí la mayor parte de la observación mundial.
En el desierto de Atacama existe una docena de observatorios, el Paranal (VLT), el complejo astronómico más avanzado y activo del planeta; ALMA, el mayor proyecto astronómico del mundo, y La Silla. Cuando se termine de construir el Telescopio Europeo Extremadamente Grande en 2020, se estima que Chile albergará el 70% de la infraestructura astronómica del mundo.
Por si fuera poco, tuvimos la impagable suerte de ser acompañados en este viaje por un astrónomo aficionado: ni más ni menos que Frank, nuestro anfitrión que, aunque abogado, en algún momento de su vida cursó un competente diplomado de observación astronómica que le ha dado más satisfacciones y admiradores que la abogacía, donde también tiene lo suyo. Como sea, Frank ha sabido sacarle provecho a aquel lejano curso y observar el cielo nocturno con él, copa de vino en mano e ignorancia supina como la mía, fue una gran oportunidad y todo un placer. Gracias Frank.

Desde nuestra primera salida a la cordillera de la costa, al tercer día, Frank nos ilustró sobre la famosa Cruz del Sur, cuatro estrellas con la que los marineros de la antigüedad se orientaban mediante una sencilla cuenta y hallaban la ubicación del polo sur celeste. Hay que contar tres veces la medida del “palo” mayor de la cruz hacia la parte inferior, y en ese punto se ubica el Polo Sur celeste, que en tiempos de GPS no tiene mucha utilidad, pero que fue fundamental para los marineros de la antigüedad. Algo así.
En cada punto de nuestro viaje acudimos a la sabiduría de Frank para que repitiera su numerito estelar (nunca mejor dicho) y volviera a indicarnos la ubicación de la estrella Sirio, la más brillante; las sorprendentes nubes de Magallanes (del tamaño de la Luna); las increíbles pléyades que parecían estar ahí, al alcance de mi mano; la estrella Alfa centauro; el cúmulo Omega Centauro y la nebulosa Eta Carinae. No tengo palabras para expresar mi asombro ante tanta belleza y la suerte inaudita de estar ahí con cielos despejados. Y con Frank, pues sin él hubiera sido solo estupefacción, sin ciencia. Este fue el regalo más sorprendente de nuestro viaje, por inesperado, un recuerdo inolvidable que tendré en cuenta hasta la hora de mi muerte, cuando mis polvos esenciales vuelvan a reunirse con esa maravillosa cosa universal y sea nuevamente parte de ella (hipótesis uno) o pase a formar parte de la acumulación estelar (hipótesis dos).
Explicación de la hipótesis dos: siendo niño Emiliano, el hijo menor de Cris y Frank, le preguntó a su madre.

-       - Antes de nacer ¿estaba muerto?
-       - No -le respondió Cris-, no existías aún.
-       - Ah -reflexionó Emiliano-, entonces estaba muerto.


No sé cómo, pero esta reflexión infantil me explicó una antigua incógnita sobre la existencia. La tuve muy presente bajo el manto universal de los cielos chilenos. Gracias Frank, por tus conocimientos; gracias Cris, por darnos la oportunidad de conocer a Frank y lograr el viejo anhelo, mutuo, de visitar tu extraordinario país, ya que tú conoces el nuestro mejor que muchos mexicanos.

lunes, 5 de junio de 2017

Viaje al sur: Alto Biobío


Nuestro regreso hacia el centro de Chile por la autopista Panamericana nos condujo bajo la lluvia hasta la ciudad de Osorno, tierra de alemanes con una arquitectura variopinta y las características uniformadoras comunes de nuestras principales ciudades. Una ciudad grande y simplona con una extraña iglesia de aliento gótico modernista (auto sic), donde gracias a un oportuno extravío se nos permitió apreciar algunos barrios muy bonitos y elegantes, con casas y mansiones de arquitectura alemana, según nos dicen, algunas espectaculares. Llegamos a un campin municipal con muy buenas instalaciones y, al día siguiente, temprano, emprendimos nuestra última aventura por el sur chileno en la Reserva Natural Ralco, el origen natural del río Bíobío, en lo que también se conoce como Alto Bíobío.

De Santa Bárbara tomamos 50 km de terracería hacia los altos de Pemehue, también reserva natural. Atravesamos la Hidroeléctrica de El Pangue, un histórico sitio en donde hace relativamente poco jugaron un papel muy importante las hermanas mapuche-pehuenche Berta y Nicolasa Quintreman.


En 1990 el Ministerio de Economía autorizó la construcción de la central hidroeléctrica Pangue, primera etapa de un plan cuyo objetivo final era la construcción de una serie de seis centrales en el río Biobío. De inmediato surgió una fuerte oposición al proyecto. Se criticó la alteración de las formas de vida de siete comunidades mapuche pehuenches que residían en el área de inundación del proyecto y el cambio ecológico que sufriría la cuenca del río Biobío. A principios de noviembre de 1992 más de 300 mujeres y diversos representantes indígenas participaron de un solemne ritual en el Alto Biobío contra la central Pangue. La presión ejercida por los grupos contrarios a la construcción de la central incluso interesó a sectores ecologistas norteamericanos, quienes se sumaron a la causa. El conflicto llegó a los tribunales de justicia donde, finalmente, en 1993, la Corte Suprema acogió la apelación interpuesta por la empresa Pangue, S.A., dejando sin efecto el fallo de la Corte de Apelaciones de Concepción y permitiendo la construcción de la central.

Un conflicto aún más difícil de resolver fue el que se suscitó en 1994 a raíz de la construcción de Ralco, la segunda central hidroeléctrica en el Biobío. Si bien hubo una férrea oposición de ecologistas e indigenistas, muchos pehuenches aceptaron la permuta de tierras ofrecida por ENDESA. No obstante, las hermanas Berta y Nicolasa Quintremán se opusieron tenazmente a salir de sus tierras en recuerdo de sus antepasados y de los derechos ancestrales que poseían sobre las tierras. ENDESA solo pudo solucionar el conflicto con las hermanas Quintremán en el 2003, prácticamente diez años después que CONAMA recibiera los términos de referencia para realizar el Estudio de Impacto Ambiental de la Central Hidroeléctrica Ralco.1

En estas latitudes el clima cambia radicalmente, ahora hay calor, moscos, abejas asesinas y paz sepulcral en un desolado paraje frente al gran río Bíobío. Nuestro campamento (“Territorio pegüense”, en la pluma de la entrada), completamente vacío de turistas, ocupa tierras de Ralco, en El Pangue, dentro de la Reserva Natural Alto Bíobío. Las “abejas asesinas”, llamadas así porque eran salvajes y no pertenecían a ningún panal “civilizado”, no nos dejaban comer en el exterior de los vehículos, se juntaban por decenas en torno a cualquier plato o bocado de comida, pero en realidad ese fue su único crimen en los tres días que duró nuestra estancia. Una breve dosis de un vaso de cerveza Cristal (4.6°) al mediodía, nos provocó una reacción desmesurada. ¡Hic! Luego de dos días, ante las alternativas de retornar a Santiago o internarnos más en la reserva, hacia la frontera argentina, Cris hizo ganar la segunda opción y el tercer día emprendimos un largo trayecto por terracería con destino a la laguna de El Barco, a menos de 50 km de la frontera argentina del paso Copahue.

El trayecto fue un poco fatigoso, bajo un intenso sol y mucho polvo del camino. Parte importante del cansancio correspondía a que era el día 17 de nuestra prolongada aventura en campamentos, con todo lo que ello implica.

En el camino apreciamos antenas de educación satelital en las pequeñas comunidades y la existencia de señal de internet, lo que fue una novedad en nuestro viaje donde privó la incomunicación. Sobresalen los postes de electricidad en la profunda sierra equivalente a un esfuerzo muy importante de la compañía de luz, y desde luego algo que no ajeno a esa “modernidad” como la siembra masiva de pinos radiata y eucaliptos al por mayor, por todos lados.

Por primera vez pude apreciar pobreza verdadera en los caseríos pehuenches montados en las laderas. En la comunidad Ralco Repoy un “Jardín infantil étnico” muy modesto, como el resto de la infraestructura que ampara todas estas rancherías alejadas de todo; hasta en las paradas del bus se aprecia esa baja de calidad, algunas de plano destruidas.
Circulamos entre los volcanes Copahue y Callequí, ambos en ostensible actividad. Y a través de subidas abruptas, paisajes espectaculares del río, sembradíos de alfalfa, quilas -que es un arbusto abundante en montes y cañadas-, casas muy altas de dos aguas con un alto pórtico y una terrorífica deforestación, arribamos, tras dos kilómetros de caminata bajo el sol por las condiciones del camino, a la comunidad pehuenche de El Barco, un parque público con una laguna rectangular que tiene una pequeña isla con un árbol en el centro ¿el barco?


Antes de llegar, por fin, en una cañada con altos cerros coronados de araucarias que conduce el río que lleva a la laguna, un pequeño bosque de araucarias, el icónico árbol sagrado de los mapuches que llega a medir hasta 50 metros y a vivir hasta 2 mil años. Las ramas de la araucaria se van cayendo a medida que crece, de forma que en su vida adulta solo tiene ramas en la parte superior. De sus hojas-escamas se extraen las semillas (pehuén) para comerlas y para preparar el chvid, un licor muy fermentado que no llegué a probar.

Para nuestra sorpresa, El Barco rebosaba de turismo de apariencia regional; familias de chilenos humildes descansando y comiendo, amenizados por enormes equipos de sonido con música popular. Sin ninguna evidencia geológica me atrevo a pensar que El Barco quizás es un enorme cráter colapsado en un tiempo remoto, pues todo el cuerpo de agua está rodeado por una ladera circular. Y al Este del espejo de agua, el volcán Copahue, que comparte su cuerpo con Argentina, en permanente actividad con abundantes fumarolas. Metimos los pies al pequeño río que desembocaba ahí para experimentar el agua más fría que he sentido en mi vida, incapaz de permanecer más de diez segundos con los pies sumergidos.


Retornamos de noche a nuestro campamento en Ralco, junto al río, quemados por el sol, exhaustos de camino, de tierra, de hambre. Agotados de nuestras aventuras y admirados de la vitalidad de Cris que hubiera prolongado ese viaje por semanas o meses con tal de no retornar a sus rutinas de Santiago. Pero, es una pena aceptarlo, era la única portadora de ese entusiasmo.


1 Memoria chilena. Biblioteca Nacional de Chile, http://www.memoriachilena.cl/602/w3-article-96731.html

Fotos cortesía de Malú Méndez Lavielle.