jueves, 24 de septiembre de 2015

De una hija


A 23 de septiembre de 2015 en un hoyito de la ciudad de Puebla, frente a una computadora

Para papá:

La carta tardía

Hay una tendencia en nuestra cultura de decir cosas amables cuando es el cumpleaños de alguien. Quizás son cosas que uno siempre siente o piensa pero que por otra cuestión cultural – la de no expresar las emociones – uno se calla y sólo juguetea con ellas en la cabeza. La cultura como supresora de la voluntad. Este es mi acto volitivo, este es mi acto de palabras y es para ti.
Los cincuenta y ocho años de un padre no son alentadores pues son una certeza de que el tiempo avanza y de que algún día no tendrás a uno de tus maestros que te aconseje qué sí y qué no con la vida (así, la vida personificada porque no merece menos). Es una certeza también de que ya no se es niño y de que el mundo es cada vez más caótico y el tiempo no alcanza.

Una de las cosas que he comprendido como aprendiz de lingüista y novia de la literatura, es que hay emociones y conocimientos que están más lejos de lo palpable, en este caso, la palabra, de hecho, el significado de las palabras van, generalmente, ligadas a principios espaciales, senso-motores, perceptuales, entre otras cosas, de nuestra biología. Sin embargo, podemos decir, convenientemente, que la palabra es constructora de realidades e irrealidades, y que por eso es tramposa pero también imprescindible. Las emociones que yo siento en este momento, al tratar de escribir esto, están más allá que acá, son orgánicas y escurridizas, no tienen forma ni las construyen letras certeras. Pero si yo no tuviera ni siquiera la palabra no podría estar tratando de explicar lo que no sé cómo explicar en este momento, y no caería en esta torpeza de querer expresar mis sentimientos en pequeños y sustanciales signos lingüísticos.

Pero para no caer en sentimentalismos (ni en más ambigüedades),  porque no “semos” ese tipo de personas –quizá por la coerción cultural- quiero agradecerte, antes que nada, la semilla de humanismo que engendraste en mi mente y por ende, en mis actos. Si alguien me dijera que yo soy (lo que soy) gracias a ti y a mamá, yo diría: sin duda. Y con una contradictoria humildad puedo decir que estoy orgullosa de mi humanidad.

Más que agradecer, como mencioné antes, esto es un sumario de las cosas que aprecio de nosotros a estas alturas de la vida, porque agradecer es demasiado artificial.

Aprecio el amor que tanto tú como mamá nos han dado de manera libre. Cuando estoy triste (y mucho tiempo fui una persona triste) pienso en ese amor, que me parece el verdadero, el perenne –no sé por qué relacionamos tanto lo duradero con la verdad, ha de ser porque no nos gusta ver desaparecer el mundo.

Soy más feliz cuando siento que tú eres feliz y afortunadamente, he visto cómo los últimos meses has recobrado tu fuerza, tu voluntad y has empezado a creer en ti mismo de nuevo. Quizá no eres el hombre más joven pero aún tienes la vida y la vida te tiene a ti, aún corres como el río, y no creo que sea desdeñable tal hecho. No creo que valga la pena despreciar la vida sólo porque se ha vivido con ella 58, 59, 60 o más años. Hay una parte en Memorias de Adriano, donde el bienquerido narrador, Adriano, dice: “jamás he podido comprender que pueda uno saciarse de un ser”. Eso aplica para muchos casos, para muchas personas y para la vida que aunque 58 años vivida, debe ser sorprendente. O como alguna vez dijo un tal Octavio Paz, el asombro de estar vivo. No lo cito textualmente porque no pretendo llenar esto de citas, pero algo así escribió, en alguna parte de Piedra de sol. 

En mi vida, yo aprecio tu paternalismo y estoy, sí, sí puedo decirlo, orgullosa de ser hija de “Polo Noyola”, un sujeto extraño, güero como un queso, elocuente como cuando en los tiempos de los griegos los sabios no eran los que escribían sino los que oraban con sapiencia. Yo sé que tú puedes más de lo que ya haces y que sólo es cuestión de que quieras.

Otra cosa que aprecio mucho como enseñanza, es el enfoque antropológico que me has heredado generosamente, pues gracias a él y a lo que he podido sumarle, entiendo a la gente en distintos niveles humanos y eso, además de ser una delicia, es una herramienta útil para la sobrevivencia social y espiritual.

Me has enseñado muchas más cosas pero si te las digo todas ahorita, se me acaban las cartas de los años venideros.

Estas son mis palabras para conmemorar que tengo un buen padre. Creo que queda claro que te quiero, pero para no ser axiomática, claramente expreso que: te quiero.


Teresa

miércoles, 8 de julio de 2015

Un tanguero con fuelle


La primera vez que Astor Piazzolla recibió una crítica musical fue del mismísimo Carlos Gardel que lo escuchó en Nueva York en su calidad de muchacho aprendiz. “El fuelle lo tocás bárbaro –le dijo el zorzal criollo -, pero al tango lo tocás como un gallego.” Por desgracia no fue la única crítica. A mediados de los años cincuenta Piazzolla era linchado mediáticamente por sus detractores que lo consideraban “el asesino del tango”; lo que tocás no es tango, vociferaban, sos un pelotudo, un snob, un irrespetuoso; tu música es un hibrido altisonante, expresaban los ortodoxos del tango, una música de armonía disonante. En el momento más crítico las estaciones de radio y las disqueras de Buenos Aires no se atrevieron a difundirla.

Las innovaciones que Astor Piazzolla introduce al tango nadie las esperaba, pues era una revisión integral: ritmo, timbre y armonía que fueron destrozados por los tradicionalistas pero defendidos y reivindicados por los intelectuales y los músicos interesados… en la música. Piazzolla en persona respondió que su música era la contemporánea de Buenos Aires, les gustara o no. Escribió en la revista Antena que en efecto, era enemigo del tango para quienes seguían creyendo en el compadrito, en el farolito, pero que seguiría adelante a pesar de ellos.

Aunque Astor Pantaleón Piazzolla nace en Mar del Plata el 11 de marzo de 1921, en realidad crece en un barrio bravo de italianos en la ciudad de Nueva York, de donde emerge años después con una experiencia atípica para un joven latinoamericano. En sus propias palabras: “…la calle Ocho, Nueva York, Elia Kazan, Al Jolson, Gershwin, Sophie Tucker cantando en el Orpheum, un bar que estaba en la esquina de casa... Todo eso, más la violencia, más esa cosa emocionante que tiene Nueva York, está en mi música, están en mi vida, en mi conducta, en mis relaciones.” Por lo pronto hablaba cuatro idiomas (español, inglés, francés e italiano) y había hecho contacto con dos influencias determinantes en su vida: el jazz y Bach.

El bandoneón llega a su vida a sus seis años cuando su padre, nostálgico de Buenos Aires, compra uno en un bazar por 18 dólares. Aprendió a tocarlo pronto, de forma que cuando conoce a Carlos Gardel en 1934, de trece años, e interviene en su película El día que me quieras, aunque tocaba aún “como un gallego”, fue invitado a participar en una gira del divo a la que no pudo ir por su corta edad.

Piazzolla regresó a Buenos Aires en 1936 a los 16 años de edad y ahí reinaba el tango tradicional, por supuesto, que rápidamente aprendió a tocar en los centros nocturnos con muchas orquestas y al lado de grandes bandoneonista como Aníbal Troilo, tocando interminablemente tangos noche tras noche. Compone entonces movimientos sinfónicos como La Epopeya Argentina, Rapsodia porteña, Sinfonietta y Buenos Aires, ganándose la antipatía de los tradicionalistas, pero también el reconocimiento de los que querían escuchar música y no cánticos vicariales.



Sobreviene entonces el éxito, de a poco, eso sí. El gobierno francés lo beca para estudiar con Nadia Boulanger en París que, en palabras propias, lo enseñó a creer en Astor Piazzolla, que entonces se debatía en la elección de ser un músico de clásica o un tanguero. Sea tanguero, le aconsejó la maestra musa, puesto que tenía una cosa que ni entonces ni ahora venden en la farmacia de la esquina: “tiene algo que se llama estilo, Astor”. Y esa fue la recomendación de su vida.

Piazzola volvió a Buenos Aires a fundar orquestas y escribir tangos sinfónicos que coqueteaban entre el tango y la música de Igor Stravinsky y Bela Bartók; introduce la guitarra eléctrica, incluye en su obra letras de Ernesto Sábato, de Jorge Luis Borges y con el poeta Horacio Ferrer compone la exitosa Balada para un loco que lo catapulta a una explosiva popularidad. En 1955 Tres minutos con la realidad, obra iniciadora del tango moderno y, tras la muerte de su padre, Adiós Nonino, su más célebre obra que en palabras de Astor nunca más podría superar, lo convierten en un clásico de la música contemporánea.

El Quinteto Nuevo Tango de 1960 da forma definitiva a su estilo y termina de inmortalizar a Piazzolla como uno de los músicos más importantes del siglo XX; siguen los premios, los homenajes, los conciertos apoteósicos en París, Bélgica, Nueva York, Buenos Aires; en el teatro Carré de Ámsterdam con su admirado Pugliese. Su corazón contrapuntea en 1973, primera llamada, volverá por sus fueros en 1988 cuando es operado en cuádruple baipás; en París sufre una trombosis cerebral y, dos años después, el 4 de julio de 1992, muere en Buenos Aires a los 71 años de edad.


Un error bien intencionado propicia que el aeropuerto de su natal Mar del Plata sea bautizado como Aeropuerto Internacional Astor Piazzolla, cuando es un monstruo inmóvil pegado a la tierra; más adecuado hubiera sido que llamaran a los aviones Astor o Piazzolla, pues era este un ente volador que surcaba los cielos, un cohete inaudito propulsado por el poderoso fuelle de su bandoneón.

sábado, 13 de junio de 2015

La Cultura popular y los pequeños gustos


Cualquier idea que se exprese en torno a la cultura popular resulta incompleta, pues los placeres y experiencias que implican la cultura popular; los recuerdos, las tradiciones, nunca obedecen a una sola razón, sino que la cultura popular, cuando se origina, ya está conectada a otros factores que también la constituyen. La cultura popular se realiza y evoluciona permanentemente. Si existe una guitarra, un horno de cerámica, una masa de pan, el actor de la cultura popular tiene abierto un camino que caminará con sus escasos o sobrados recursos. Está en permanente evolución, es lo que considera Canclini.

La visión de la cultura popular puede ser tan vasta como la vida misma, se nos presenta siempre incompleta y con muchos intereses paralelos. El estudio puede ser un gran estímulo, pero no es arte, no es cultura popular.  ¿Es el deporte cultura popular? Tal vez el deporte no lo sea, pero el juego sí, la invención de las reglas y los campeonatos. La cultura del deporte es necesariamente cultura popular. Y qué decir de la divulgación de la ciencia ¿es cultura popular? Seguramente en su aspecto lúdico lo es, pero las matemáticas son una ciencia. Stuart Hall dice que hay una cultura popular oficial y otra no oficial, que tiene como base a las experiencias, los placeres, los recuerdos y las tradiciones. ¿Cómo entendemos hoy a la cultura popular? Jesús Martín Barbero afirma que la cultura popular ya no designa los objetos culturales del pueblo, sino los que consume la masa. Su estudio como actividad no es artístico, sino programático, pues la cultura popular no se desenvuelve igual en todas sus facetas. Podría decirse,  por ejemplo, y es algo bastante defendible, que la comida es el objeto de cultura popular más avanzado y evolucionado de todos. La comida, como placer social, es el arte de vivir más refinado de todos cuantos conforman la cultura popular. Imagina todo lo que tenemos por observar ahí, por crear ahí, tan sólo en una ciudad como Puebla. Y de hecho, su faceta popular se realiza en festivales como el del mole, el nopal o los chiles en nogada, lo llevan a cabo restauranteros y asociaciones civiles y empresariales en barrios y pueblos.


La cultura popular se ocupa de aspectos tan característicos como los recuerdos; la cultura popular cultiva la memoria colectiva y la oralidad. Es, de hecho, su propio registro histórico-anecdótico.

Los artistas plásticos van por un camino individual, con búsquedas y encuentros propios; músicos, pintores, fotógrafos, bailarines, cocineros, cada quien con su propia búsqueda cultural, su placer y su deleite. La cultura popular expresada por las artes comunes –muchas espontáneas y perecederas- que se practican comúnmente en la sociedad, más allá de los gobiernos, intenta interceder. La señora que hace arreglos con migas de pan, Doña María con sus hermosos tocados para novia; los bailables, la comida, la bebida y todo aquello que nos produce placeres estéticos como sociedad; manifestaciones artísticas que a su vez son cívicas, ciudadanas o religiosas.

La cultura popular está contenida en esos pequeños gustos que nos damos diariamente. Una buena plática, una buena comida. No es sofisticada porque está hecha para ser popular, de amplio consumo, que se dispara y se vulgariza cuando es tomada por la televisión, pero ¿es la televisión cultura popular? Quisiera pensar que la televisión sólo impone patrones de conducta que devienen cultura popular. Cómo, si no, explicarse los treinta millones de mexicanos que son fanáticos de la música grupera. A mí me parece que en su mayoría son el resultado de una acción mediática, mercadotécnica. Barbero dice que la cultura popular ya no designa los objetos culturales del pueblo, sino los que consume la masa. Tal vez sea correcto. En una mesa redonda publicada en internet los principales estudiosos de la cultura popular estadounidense (Todd Hitlin, de la Universidad de California en Berkeley, Reinhold Wagnleitner, de la Universidad de Salzburgo; Pico Iyer, columnista de la revista Time, y Everett Carll ladd, del Centro Roper de Investigación de la Opinión Pública), discutieron seriamente si la cultura popular mundial era en realidad la estadounidense. Y a pesar de que podría ser correcto afirmar a Michael Jackson es expresión de cultura popular mundial, pues en efecto lo consume una masa ingente de todos los continentes, no puede pretenderse que la cultura popular en el mundo se explique o se sintetice con esos productos culturales de gran perfil comercial. La cultura popular propia no desparece ante la llegada aplastante de las modas externas. Muchas son las páginas que Canclini ha dedicado a esa metamorfosis, que él explica como hibridación, en el sentido biológico de las plantas, para explicar dónde se produce algo por la unión de dos especies diferentes, que es un producto cultural de elementos de distinta naturaleza. Es decir, no se amenace tan fácilmente a la cultura popular local, pues si caminas por la ciudad es posible respirarla sin necesidad de convocarla o de buscarla.


¿Qué pueden hacer los distintos niveles de gobierno en la cultura popular? Bonfil no se equivocó cuando creó el Pacmyc como estrategia de ayuda al arte indígena de México, pero el Pacmyc ha sido insuficiente. En el caso de Puebla sólo llega a una tercera parte de los municipios cada año. Y su asignación es un gran alivio para quienes lo ganan, pero en muy pocos casos su trascendencia produce impactos en la cultura popular local. El año 2006, cuando pertenecí al consejo regulador de estos estímulos en el estado, se entregaron 4,526 becas del Pacmyc en el territorio nacional, lo que si consideramos por municipio podríamos llegar casi a dos becas por municipio mexicano, que son 2,445. Pero no ocurre así, en Puebla se entregaron ese año 47 financiamientos del Pacmyc. Suponiendo que fueran a 47 municipios diferentes –y no es así, cuando las ciudades se llevan dos o tres proyectos cada una-, aún así quedan 170 municipios sin recibir estímulo. Y muchos nunca lo han recibido. 



No hay una ciencia que determine algo fijo para explicar la cultura popular, sólo opiniones de especialistas que hace décadas estudian este fenómeno desde el análisis académico. Un asunto de varias dimensiones donde el gobierno de un estado, de una ciudad,  pueden tener una participación importante en los procesos de ese ámbito de placer social que se reconoce en la cultura popular, pero es, ante todo, un asunto de la sociedad, de los individuos frente a sus motivaciones estéticas y su búsqueda de placer. Por eso digo que es cachonda. O algo así. 

martes, 26 de mayo de 2015

Por qué me quité del voto


Parafraseando aquella vieja recitación llamada “Por qué me quité del vicio”, debo confesar que durante tres décadas participé en las elecciones de mi país convencido de que la democracia es el sistema menos malo para la conducción de los pueblos, anclados como están en un capitalismo brutal y cavernario en donde unos pocos viven como dioses y la mayoría sobrevive en una raquítica existencia de limitaciones y carencias.

No es por hacerles desaigre... Es que ya no soy del vicio... Astedes me lo perdenen, pero es qui hace más de cinco años que no voto más, onqui ande con los amigos.
Con mi indiferencia a “sus” elecciones quiero dejar patente mi desprecio absoluto a los partidos políticos y sobre todo a los políticos que componen esos partidos; a las instituciones electorales y la patética indignidad que han mostrado ante los desplantes de los pillos del Partido Verde y su humillante demostración de impunidad y complicidad con el resto de las instituciones dizque democráticas.

Que si no me cuadran...? ¡Harto! Pa que he di hacerme el santito, si he sido retecrédulo; ¡Como pocos lo haigan sido! ¡Per'ora si ya no voto, manque me lleven los pingos!    Dendi antyes que me casara encomencé con el voto; y aluego, ya de casado, tamién le tupí macizo a la votada... ¡Probecita de mi vieja! ¡Tan güena sempre conmigo! ¡Por más que l'hice sufrir, nunca le perdió'l cariño a mis promesas de la democracia!
No es la democracia en que la quiero participar, de la que quiero ser partícipe, seguramente seguirán saqueando el país ante mis narices, pero por lo menos quiero decirles que no cuentan con mi aval.

Dend'entonces ya no voto onqui ande con los amigos...  No es por hacerles desaigre, pero ya no l'entro al vicio... Y cuando quero rajarme, porque sento el gusanito de creer en algún compa, nomás me acuerdo de m'hijo, y antonces sí, ya no voto ¡Manque me lleven los pingos!

Ahora que todo el aparato está desesperado rogándonos a los mexicanos para que votemos, quiero advertirle algo: mientras no existan las condiciones para plebiscitos y consultas populares sobre nuestras más perentorias preocupaciones; mientras no existan las opciones claras e imparciales para la elección de candidatos independientes; de movimientos sociales independientes, de decisiones sociales y populares vinculantes; mientras lo único que vemos crecer es la represión, el robo y la impunidad, y no la educación, el empleo y la equidad, me voy a retirar del voto, no contarán conmigo ¡manque me lleven los pingos!


domingo, 15 de marzo de 2015

Doña Facunda

Doña Facunda Juárez Corichi me recibió en su casa de San Juan Tzicatlacoyan, Puebla,
para contarme de los antiguos y sobre los talleres de Ecoturismo que en 2010 estaban practicando en la comunidad. Nos sentamos en sillas que rodeaban una mesa larga ella, su nieta que me hizo el favor de llevarme, y yo.



¿Qué recuerda del pueblo de antes, dona Facunda?

Mis abuelitos nos contaban que había revolución, nos contaban de la revolución, que había hambre, que había zapatistas, pues eso nos contaban; que habían sufrido mucho, que los carrancistas venían y les quitaban lo que tenían, sus pertenencias, o simplemente hasta sus comida que tenían, o sus animalitos, se lo llevaban. O si habían preparado de comer, venían y se la llevaban, o también a las mujeres se las llevaban y las iban a dejar por allá perdidas. A veces hasta los mataban, los mataban por allá por el cerro, o iban a traer su maicito, se iban lejos hasta por Tlaxcala a conseguir el maíz porque pasó la revolución y ya no había, y también si los volvían a encontrar se los quitaban. Eso es lo que nos contaban, se iban lejos, cargando o de alzados.

El pueblo era muy pobre, entonces no había casas de éstas, una que otra de piedra, de adobe, pero todas eran de palma, había muchas. Nosotros vivíamos en dos de esas, chozas les llamábamos, una era para trabajar y dormir, y otra era para hacer la cocina, porque antes no había estufas, entonces quemábamos pura leña, por eso aparte era la cocina, para que ahí con la leña se ahumaba, entonces por eso nos apartábamos, una casa era para trabajar y dormir, en otra casa era para cocinar y comer. Las camas eran de petate o de quiotes, de madera, las hacían los campesinos, iban al campo, hacían los burritos -que les dicen- para formar la cama de madera; lo trabajaban, entonces ya lo traían y entonces compraban unas tablas o quiotes, los partían, los tendían y ahí hacían una cama, ahí nos acomodaban para que no durmiéramos en el suelo. Porque en el piso había pulgas, y para que no nos molestaran las pulgas hacían esa cama alta, entonces no nos molestaban tanto.

Comíamos lo que iban a comprar a Tepeaca, a pie o en burro, iban caminando y ya agarraban el camión en Tecali, ahí ya había camión. Llevaban la mercancía, llevaban la canasta, los petates, aventadores, y eso los iban a vender, o a cambiar, los cambiaban por verduras, quelites, lechuga, coliflor, los rabanitos, todo eso cambiaban en Tepeaca, con eso traían algo para comer. Iban los hombres, porque las mujeres iban una que otra, pero casi no, iban más los hombres. De regreso traiban la carga, carnita muy poca, para un caldito o lo que dicen la moronga, la iban a traer hasta allá, con eso mi mamá hacía de comer.

En algunas partes usábamos una mesita para comer, para no comer en el suelo, y había algunas personas que no tenían, pues, tendían su petate, se sentaban y ya comían sentados en el suelo, pero sobre el petate. No había escuela, había hasta cuarto año. No pude tomarlos porque mi papá era muy pobre y no le alcanzaba para los pedidos que pedían en la escuela; a mí me dio estudio en dos años, nada más, aprendí a leer y escribir. Y como vio que era yo inteligente para la letra, en dos años me dijo: “pues ya sabes, siquiera ya sabes escribir una carta, ya sabes escribir tu nombre. Aunque sea una carta por si nos vamos lejos. Ya sabes escribir. O simplemente hasta a tu novio, ya le puedes escribir”, me decía, je je.



Como aquí se dan muchas plantas, nos iban enseñando cómo se llamaban y para qué servían. A veces nos enfermábamos con mis hermanitos, y mi papá o mi mamá nos decían: “vete a cortar alguna yerba y ya nos haces un tecito”. Así se va aprendiendo, íbamos al campo, nos decían: “esta yerbita sirve para esto, esta para esto otro”, se nos iba quedando en el pensamiento y por eso sabemos para qué sirve, así seguí yo con mis hijos. Pero ahora ya casi no se usar la yerba formalmente, como ya hay mucho médico, pues más fácil, se van al doctor que con la yerba. Yo sigo usando la salvia real para el dolor de estómago, el romero, el talanta, que sirve para el dolor de estómago, la diarrea. Y todavía lo tomamos para eso. El alfilerillo, que sirve para las anginas, para la tos y también lo usamos. Poco a poco se va quintando, no se quita de jalón como con las inyecciones, pero sí cura.

Había sobadores. Sí, algunos que sobaban a los niños chiquitos que estaban llorones, les sobaban el pecho, todo el cuerpo,  le sobaban los pies, y le echaban la medicina, que entonces ya se usaba, el mentolato, eso le echaban en su cuerpo y ya los envolvían a los niños y los acostaban a dormir. Y al rato, cuando recordaban, ya andaban jugando, se mejoraban. Y hasta hoy, acá en el pueblo, todavía hay sobadores y a veces hasta una misma como madre, o como abuela, luego les dice uno: “tráime al niño, yo te lo voy a sobar” y sí, se componen. Los sobadores eran señores y señoras, de todo, antes había muchos, había algunos que les da miedo tocar un niño, como así, les da miedo, pues no lo hacen, pero mucha gente sí lo hace, los soban fuerte, lo van sobando como lo van sintiendo, pero no como cualquier cosa, sino que así, con cuidado, luego le tendíamos una sábana del tamaño de la mesa, lo acostábamos al niño y lo rodábamos, así, como columpio, y con eso se componen. También para las anginas, yo no sé, nada más me han dicho y lo he visto cómo lo hacen, le soban acá en los coditos, hasta que le encuentran la coyuntura, y luego le dan un poco fuerte aquí por el codo y con eso se quitan las anginas.

El maíz crudo, había que molerlo con metate y hacíamos atole de maíz, tortillas, tamales, todo eso del maíz; el maíz es vida. Ya tiene tiempo, hoy ya no sembramos, pues ya también ya estamos… ya no podemos, ya nos cansamos para ir, ya no tenemos animales para trabajar. Los hijos ya se acabaron de ir, ya no les gustó el campo, empezaron a ver otras oportunidades en la ciudad y ya se casaron por allá, o se casaron acá,  pero se fueron a vivir a Puebla;  los nietos, menos. A veces vienen para vernos, para descanso o paseo, se van a la pila, donde hay pozas y se van a bañar, se van a divertir, pero nada más, ya no vienen a trabajar. Hace mucha falta el agua, no hay agua y, sin agua, pues no se puede sembrar.

El náhuatl yo sí lo escuché y lo escucho todavía, pero no lo aprendí, no me lo enseñaron; mis abuelitos sabían hablar el idioma, entonces ellos se hablaban entre ellos, pero nada más entre ellos, no nos dijeron cómo se decían las cosas; mi mamá ya no aprendió, ella ya no supo hablarlo. Pero antes sí, mis abuelitos sí sabían; hasta hoy, las palabras las decimos, pero no las entendemos como náhuatl. Por ejemplo, en el temascal usamos palabras náhuatl, como el techitle, que es la casita donde se pone el fuego, y unas piedras que van así para atajar la lumbre, para que no entre a fuego directo. Pero ahora las palabras en idioma las usamos como castellano.



¿Qué le diría a la gente de Puebla?

No nada  más de Puebla, de España, de Italia.

Claro, ¿qué les diría?

Bueno, pues yo diría que estaría bien que nos visiten más, que vengan de otro lado, todos muy a gusto, para conocerlos, para que ellos nos conozcan y para enseñarles lo que nosotros tenemos acá, como los talleres que se han dado, taller de plantas medicinales, o de la palma o, por ejemplo, del zímpol, que es nada más de cada año, para la cuaresma, entonces se hacen las figuras, todo eso, coronas, cristos, faroles, se hacen custodias, todo eso de zímpol.


Que vinieran a visitarnos. Si llegan muchos nos los repartimos entre todo el pueblo, podríamos atenderlos. Nosotros somos poquitos, somos poquitos, pero si vinieron cincuenta visitantes invitaríamos a más, que nos ayuden, yo digo que sí aceptarían.