lunes, 2 de marzo de 2009

Julio


Esta es la historia de un delito impune que ocurrió en febrero de 1981, cuando estabas en el vientre de tu madre y a mí se me ocurrió atropellarlos con un Renault amarillo que tus papás le habían comprado a tu abuelito. Era un vehículo bastante conflictivo, yo había intentado comprarlo un año antes pero a los cuantos kilómetros de recorrido no quiso andar más, así que me lo cambiaron por un vochito anaranjado (76), que fue mi verdadero primer vehículo, pero todo eso motivó que el Renault estuviera a mi nombre, así que en caso de haber huido de la escena del crimen (digamos, si viviéramos en Estados Unidos), hubiera sido rápidamente aprehendido. Pero no ocurrió nada de eso, primero porque no huí, y segundo, porque vivíamos en este país en donde el 99 % de los delitos queda impune. Lo que no quita que me hayas puesto el primer gran susto de tu vida.

Vivíamos en una destartalada casa de Santiago Zapotitlán, delegación Tláhuac, donde el aire daba vuelta pero no lo hacía ningún camión repartidor de gas, de tal forma que había que ir a cazarlo, a veces hasta Xochimilco, a bastantes kilómetros de distancia. Martha y yo teníamos mala suerte en este asunto de buscar el gas, pero éramos, digamos, los encargados. Antes, en esa búsqueda, nos había chocado un taxi que decidió pasarse un tope de ocho metros de altura a cien kilómetros por hora. Del otro lado del tope estábamos nosotros. La cabeza de Martha rebotó en mi dura cabeza, lo que me dejó un chichoncito imperceptible; ella, en cambio, tuvo el ojo morado más de una semana. Y, además, tuvo que pagar dos mil pesos del choque porque, de acuerdo a la circulación de las avenidas, yo había sido el culpable al atravesarme.

Total que este día nos preparábamos para ir a buscar gas. Martha, de ocho meses de embarazo de ti, se animó a acompañarme, pues conocía las rutas de algunas comercializadoras de gas, e incluso una decena de placas de circulación, de acuerdo a su costumbre. La cosa es que ya pesabas bastante, tu mamá caminaba con ese pasito garboso que suelen tener las mujeres en ese estado, y se movía, protegiéndote, de acuerdo a las circunstancias. Pero lo dicho, el carro no era de fiar. Le abrí el cofre y ella se puso a moverle no sé qué fierrito, pues no arrancaba fácilmente. Cuando lo logró, me ordenó desde la calle: “Préndelo, Polo”. Yo, como se aprecia, con menos participación en la operación, encendí el motor, pero como era un carro muy traicionero –o de plano no me quería a mí-, sucede que estaba en primera, por lo que el vehículo respingó y el pie derecho de Martha quedó debajo de la rueda derecha delantera. Nomás vi cómo desapareció y sólo quedó ante mi, como único paisaje, aquella calle de terracería llena de charcos y casitas tercermundistas. De pronto vi el copetito de Marta, que se asomaba a la altura de la salpicadura; me gritaba: “échate para atrás, échate para atrás…”. Afortunadamente el carro sí encendió, por lo que metí reversa y me eché para atrás, liberándote a tí y a Martha. Menudo susto. Aprecié por primera vez que eras un muchacho con suerte. A las cuatro semanas naciste, el 2 de Marzo de 1981, y como eras un bebé no muy agraciado, todo mundo coincidió en que eras igualito a mí. Y sí, tenías cara de rana, pero fuiste un muchacho simpático, discreto sobrino, de un aún más discreto tío que era un jovencito de 23 años que trataba de entender las razones esenciales de la vida y –en mi opinión-, no tuvo mucho tiempo disponible para atender mejor a ese pequeño que tú fuiste. Es decir, me hubiera gustado ser un mejor tío de lo que –acaso- fui.

Ahora tú eres un joven viajero, experimentado y complejo. Y yo estoy muy orgulloso de ti. No hay día que no me alegre de que aquel accidente en el que tuvimos nuestro primer contacto, digamos personal, haya sucedido como sucedió. Y antes de ser un criminal feliz de su delito, soy el feliz criminal cuyo delito fue haberme presentado ante mi sobrino de una forma, sí brusca, pero venial. De ahí p´al real. Felicidades donde quiera que estés.


2 comentarios:

  1. ¡No me acordaba de esa historia!, y ciertamente nuca la había oido contada asi.

    ResponderEliminar
  2. Gracias tio, tal vez ese atropello explica por que tenía miedo de salir a este mundo y la ansiedad por alejarme del DF.

    ResponderEliminar