Tal vez notaste la ausencia del redactor por unos días. Sucede que andaba trepado en las cumbres de los cerros más altos de las sierras más verdes que hacen frontera en el norte de Puebla y la región totonaca de Veracruz, perdido con un fotógrafo en un mar de cafetales bajo un sol inclemente y una temperatura de 40 grados centígrados. Fuera de algunos lapsos de angustia, todo lo demás fue agasajo para los sentidos y el enorme placer de visitar a esos mexicanos con complejo de aves que fueron a fundar sus comunidades en las nubes, como fue el caso de Mecatlán y Filomeno Mata, Veracruz.
La aventura comenzó el domingo en Huachinango, donde nos reunimos para viajar a Pantepec, donde nos pusimos de acuerdo para internarnos hasta la comunidad de Tejería, cruzar algunos ríos, afortunadamente mansos todavía; de ahí viajamos a Papantla, la sonriente, donde nos preparamos para viajar a la lejana comunidad de Santa Isabel el Mango y retornar luego de unas horas; siguió Entabladero Espinal, Coyutla y Mecatlán, de donde partimos a unas cumbres nada borrascosas a una comunidad llamada La Escalera, llamada así porque está justamente 700 metros abajo, cuyo camino más corto es “la escalera”, una vereda de 90º que felizmente no tuvimos que bajar y, aún mejor, que subir. Fue de ahí que, tras subir de nuevo a Mecatlán y Filomeno Mata, bajamos por interminables brechas (“se va derecho derecho”) y nos fuimos derechito al extravío, cruzando cafetales sin un ser humano a la vista, sin Sanborns ni Oxxos (el fotógrafo quería café) hasta que, tras cuatro o cinco horas, terminamos en un pueblo que parece una escultura de bajo relieve en la mitad de una majestuosa montaña, llamado San Felipe Tepatlán, en donde terminó el extravío pero no la brecha, que todavía siguió una hora y pico hasta Amixtlan, donde finalmente hallamos la carretera que nos condujo a la hermosa Zacatlán. Era el penúltimo destino de nuestro viaje. Ayer amanecimos en esta tierra de manzanas sonrientes y partimos a temprana hora, con sendos ¡cafés del Oxxo! hasta Cuautempan, donde nos pusimos de acuerdo para llegar a la comunidad de Vista Hermosa, llamada así porque también está en las nubes, desde donde se aprecia la panorámica de una barranca profunda y verde que marcó en final de nuestro viaje. Hicimos un brindis con licor de piña.
Por eso estuve ausente, porque en la mayoría de estros lugares, como podrás prever, no había forma de acceder al internet.
La aventura comenzó el domingo en Huachinango, donde nos reunimos para viajar a Pantepec, donde nos pusimos de acuerdo para internarnos hasta la comunidad de Tejería, cruzar algunos ríos, afortunadamente mansos todavía; de ahí viajamos a Papantla, la sonriente, donde nos preparamos para viajar a la lejana comunidad de Santa Isabel el Mango y retornar luego de unas horas; siguió Entabladero Espinal, Coyutla y Mecatlán, de donde partimos a unas cumbres nada borrascosas a una comunidad llamada La Escalera, llamada así porque está justamente 700 metros abajo, cuyo camino más corto es “la escalera”, una vereda de 90º que felizmente no tuvimos que bajar y, aún mejor, que subir. Fue de ahí que, tras subir de nuevo a Mecatlán y Filomeno Mata, bajamos por interminables brechas (“se va derecho derecho”) y nos fuimos derechito al extravío, cruzando cafetales sin un ser humano a la vista, sin Sanborns ni Oxxos (el fotógrafo quería café) hasta que, tras cuatro o cinco horas, terminamos en un pueblo que parece una escultura de bajo relieve en la mitad de una majestuosa montaña, llamado San Felipe Tepatlán, en donde terminó el extravío pero no la brecha, que todavía siguió una hora y pico hasta Amixtlan, donde finalmente hallamos la carretera que nos condujo a la hermosa Zacatlán. Era el penúltimo destino de nuestro viaje. Ayer amanecimos en esta tierra de manzanas sonrientes y partimos a temprana hora, con sendos ¡cafés del Oxxo! hasta Cuautempan, donde nos pusimos de acuerdo para llegar a la comunidad de Vista Hermosa, llamada así porque también está en las nubes, desde donde se aprecia la panorámica de una barranca profunda y verde que marcó en final de nuestro viaje. Hicimos un brindis con licor de piña.
Por eso estuve ausente, porque en la mayoría de estros lugares, como podrás prever, no había forma de acceder al internet.
¡Qué padre y emocionante, Polo! Ojalá que el trabajo haya sido fructífero
ResponderEliminarLo fue, sin duda, pero en ningún momento dejó de impresionarme lo costosas, en todos los sentidos, que resultaron esas entrevistas. Viajas cinco horas para hacer entrevistas de media hora, no deja de ser interesante. Gracias.
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