El 31 de enero de 1876 se venció en plazo para que los pueblos y tribus originarias en los Estados Unidos, los famosos “indios”, se reportaran a registrarse en las oficinas correspondientes para que les fuera asignada la reserva que les correspondía, se acuerdo a su filiación.
A partir de ese día, las siguientes semanas y meses fueron de tensión mayúscula en los territorios que se disputaban a los pueblos originarios, quienes eran tratados como extranjeros en su propia tierra.
En los primeros días de junio de ese año, las tribus sioux, lakota y cheyenne se reunieron en las márgenes del río Little Big Horn para formalizar pactos de defensa y tomar decisiones ante la inminente ofensiva del ejército yanqui. La cabeza más sobresaliente era la de Caballo Loco, al menos en el aspecto militar, como se comprobaría unos días después.
Al frente de los batallones del ejército del 7º Regimiento de Caballería fue nombrado el general George Custer, un exitoso militar famoso por su salvajismo y su incapacidad para seguir órdenes superiores. Contaba con unos cuatrocientos efectivos, bien armados, que dividió en tres divisiones. Custer se reunió con sus oficiales e hicieron planes para formar un cerco que atenazara las defensa indias.
Finalmente, en las primeras horas del 25 de junio de 1876, se da la orden para los primeros ataques que, para su desgracia, los sioux y los cheyenne ya habían previsto y estaban perfectamente preparados. Desde la primera batalla los resultados fueron desastrosos para el ejército de Custer, los atacantes fueron aplastados por los indios, perdiendo una cuarta parte de sus fuerzas. La retirada fue sangrienta y sorda, pues Custer, al otro lado del río, ignoraba tan funestos saldos. Atacó de acuerdo al plan con resultados similares: retirada en pánico de sus hombres hasta la cresta de un risco donde intentaron armar una defensa, pero la aplastante carga de unos 1,800 combatientes indios terminó por aniquilarlos al cabo de unas horas.
Murieron todos los soldados del ejército, incluido Custer, al grado de que los detalles de la batalla fueron recogidos de testigos indios, pues no hubo quien atestiguara de parte del bando militar. Fue una derrota aplastante y vergonzosa que, por desgracia, propició una prolongada carnicería de la que ya sabemos quiénes fueron los perdedores. Con todo, Little Bighorn es un símbolo de la resistencia originaria, de la dignidad, audacia y eficiencia mostrada por sus guerreros. El lugar fue declarado “cementerio nacional” y, aunque la reserva india no fue declarada sino eso, un campo de concentración, alguien pudo haberla declarado cementerio cultural de Norteamérica.
A partir de ese día, las siguientes semanas y meses fueron de tensión mayúscula en los territorios que se disputaban a los pueblos originarios, quienes eran tratados como extranjeros en su propia tierra.
En los primeros días de junio de ese año, las tribus sioux, lakota y cheyenne se reunieron en las márgenes del río Little Big Horn para formalizar pactos de defensa y tomar decisiones ante la inminente ofensiva del ejército yanqui. La cabeza más sobresaliente era la de Caballo Loco, al menos en el aspecto militar, como se comprobaría unos días después.
Al frente de los batallones del ejército del 7º Regimiento de Caballería fue nombrado el general George Custer, un exitoso militar famoso por su salvajismo y su incapacidad para seguir órdenes superiores. Contaba con unos cuatrocientos efectivos, bien armados, que dividió en tres divisiones. Custer se reunió con sus oficiales e hicieron planes para formar un cerco que atenazara las defensa indias.
Finalmente, en las primeras horas del 25 de junio de 1876, se da la orden para los primeros ataques que, para su desgracia, los sioux y los cheyenne ya habían previsto y estaban perfectamente preparados. Desde la primera batalla los resultados fueron desastrosos para el ejército de Custer, los atacantes fueron aplastados por los indios, perdiendo una cuarta parte de sus fuerzas. La retirada fue sangrienta y sorda, pues Custer, al otro lado del río, ignoraba tan funestos saldos. Atacó de acuerdo al plan con resultados similares: retirada en pánico de sus hombres hasta la cresta de un risco donde intentaron armar una defensa, pero la aplastante carga de unos 1,800 combatientes indios terminó por aniquilarlos al cabo de unas horas.
Murieron todos los soldados del ejército, incluido Custer, al grado de que los detalles de la batalla fueron recogidos de testigos indios, pues no hubo quien atestiguara de parte del bando militar. Fue una derrota aplastante y vergonzosa que, por desgracia, propició una prolongada carnicería de la que ya sabemos quiénes fueron los perdedores. Con todo, Little Bighorn es un símbolo de la resistencia originaria, de la dignidad, audacia y eficiencia mostrada por sus guerreros. El lugar fue declarado “cementerio nacional” y, aunque la reserva india no fue declarada sino eso, un campo de concentración, alguien pudo haberla declarado cementerio cultural de Norteamérica.
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