“Cuando una república se dirige a la corrupción, no basta poner a este mal el preservativo de buenas leyes, sino que es necesario mudar poco a poco las instituciones antiguas, a fin de que ellas no estén en oposición con estas nuevas leyes.”
Podría pensarse que esta reflexión fue expresamente hecha para nuestro atribulado país, pero no, pertenecen a El Príncipe, de Nicolás Maquiavelo, que muere un 22 de junio del lejano 1527.
Maquiavelo fue ante todo un gran observador de la naturaleza humana, que en la política, frente al poder, resuma una sustancia natural que circula por las venas de los hombres: la ambición, la perpetuación, el árbol de la abundancia, el disfrute de los privilegios, la fastuosidad, la arrogancia.
Desde hace siglos se leyó a Maquiavelo con pasión, pues a nadie dejó indiferente. Hay quien lo leyó desde el prejuicio destructivo, entendiendo en El Príncipe un atentado perverso contra el humanitarismo. “El Príncipe de Maquiavelo es a la ética lo que la obra de Spinoza es a la fe”, escribió Federico de Prusia en su ensayo sobre el florentino titulado El Anti-Maquiavelo.
“Me animo a oponer la Razón y la Justicia al engaño y al crimen –escribió el soberano ilustrado-; he colocado mis reflexiones sobre El Príncipe de Maquiavelo, capítulo por capítulo, de modo tal que el antídoto se encuentre inmediatamente próximo al veneno”. Y lo hizo en el lejano Siglo XVIII.
O bien, quien lo acusó de "doblez" e "ingenuidad" en su visión política, como fue el caso de Antonio Gramsaci, quien sin embargo consideró a El Príncipe como un libro "viviente", donde la ideología política y la ciencia política se fundan en la forma dramática del "mito".
“El moderno príncipe, el mito-príncipe, no puede ser una persona real, un individuo concreto; sólo puede ser un organismo, un elemento de sociedad complejo en el cual comience a concretarse una voluntad colectiva reconocida y afirmada parcialmente en la acción”, escribió el autor de Los cuadernos de la cárcel en su tratado sobre Maquiavelo: El moderno príncipe.
Como sea, Maquiavelo estará presente en cada negociación política, en cada cobertura periodística, en cada gesto de pragmatismo partidario que explica la apócrifa frase de que “el fin justifica los medios”, que Maquiavelo nunca expresó.
Podría pensarse que esta reflexión fue expresamente hecha para nuestro atribulado país, pero no, pertenecen a El Príncipe, de Nicolás Maquiavelo, que muere un 22 de junio del lejano 1527.
Maquiavelo fue ante todo un gran observador de la naturaleza humana, que en la política, frente al poder, resuma una sustancia natural que circula por las venas de los hombres: la ambición, la perpetuación, el árbol de la abundancia, el disfrute de los privilegios, la fastuosidad, la arrogancia.
Desde hace siglos se leyó a Maquiavelo con pasión, pues a nadie dejó indiferente. Hay quien lo leyó desde el prejuicio destructivo, entendiendo en El Príncipe un atentado perverso contra el humanitarismo. “El Príncipe de Maquiavelo es a la ética lo que la obra de Spinoza es a la fe”, escribió Federico de Prusia en su ensayo sobre el florentino titulado El Anti-Maquiavelo.
“Me animo a oponer la Razón y la Justicia al engaño y al crimen –escribió el soberano ilustrado-; he colocado mis reflexiones sobre El Príncipe de Maquiavelo, capítulo por capítulo, de modo tal que el antídoto se encuentre inmediatamente próximo al veneno”. Y lo hizo en el lejano Siglo XVIII.
O bien, quien lo acusó de "doblez" e "ingenuidad" en su visión política, como fue el caso de Antonio Gramsaci, quien sin embargo consideró a El Príncipe como un libro "viviente", donde la ideología política y la ciencia política se fundan en la forma dramática del "mito".
“El moderno príncipe, el mito-príncipe, no puede ser una persona real, un individuo concreto; sólo puede ser un organismo, un elemento de sociedad complejo en el cual comience a concretarse una voluntad colectiva reconocida y afirmada parcialmente en la acción”, escribió el autor de Los cuadernos de la cárcel en su tratado sobre Maquiavelo: El moderno príncipe.
Como sea, Maquiavelo estará presente en cada negociación política, en cada cobertura periodística, en cada gesto de pragmatismo partidario que explica la apócrifa frase de que “el fin justifica los medios”, que Maquiavelo nunca expresó.
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