domingo, 24 de mayo de 2009

Embajadas en bajada


La oficina de rezagos de la Dirección General de Telecomunicaciones tenía seis empleados administrativos que me gané para mi causa mostrando mi ordenada forma de trabajar. Durante ocho cortos meses nos volcamos sobre un archivo de varias décadas y sometimos cada documento a detallado escrutinio. Luego procedíamos a enviar un requerimiento de cobro, o a cancelar los expedientes. No era posible que estuvieran vivos todos esos expedientes desde 1943. En cuanto al télex, la estrella que me tocó lidiar, investigué cuáles eran nuestros argumentos como prestadores del servicio, enterándome de que era posible cortarles el servicio desde la propia torre de Telecomunicaciones. Comisioné a un empleado nocturno a enviar cientos de requerimientos del servicio de télex -precisamente por télex-, que era una máquina maravillosa y fácil para ese uso. Se enviaba entonces el requerimiento de pago, se amenazaba con cortar el servicio, y a los quince días comencé a cortar. Y ellos empezaron a pagar. Los rezagos de veinticuatro meses de cobranza se redujeron a dos meses, que era un promedio aceptable. Cortar el servicio fue una decisión mía con el apoyo de mi jefe Vargas, el subdirector. Todo fue bien y mis bonos crecieron considerablemente pues no sólo estaba limpiando el gallinero sino, encima de todo, generando lana. Hasta que, con muy poco tacto diplomático, envié mensajes amenazadores a las embajadas morosas -que las había-, para no hablar de las otras dependencias de gobierno, como las secretarías (Educación, Salud, Seguridad, etc.), que tenían rezagos escandalosos, pues nunca habían pagado. Pero esos eran intocables, sus deudas se apilaban y ya. Una embajada centroamericana vino muy humilde a rogarnos que no les cortáramos el servicio de télex, su mejor medio de comunicación, pero para ese momento ya había ocurrido un desastre diplomático con Austria, por lo que le aseguré al emisario que no se preocupara y que, debiera lo que debiera, no íbamos a cortar el servicio de ninguna embajada. Es más, ni siquiera les íbamos a avisar que nos debían. El hombre se retiró muy complacido y seguramente nuestras relaciones diplomáticas se fortalecieron. Pero cuando le enviamos el “requerimiento de pago” a la embajada de Austria, una semana antes, el embajador en persona vino a la Torre y puso como lazo de cochino a mis superiores jefes, del subdirector Vargas para arriba. En la torre. Fue tan grave la regañada que prefirieron echarle tierra al asunto, a mi nivel de jefe de oficina llegó como un eco. Me enteré mucho después de que había sucedido. Ese día, simplemente, recibí una orden muy clara de sacar a las embajadas de nuestros planes de cobranza. Vulgares cobros domésticos, que son tan normales para nosotros, adoptaban una gravedad administrativa, francamente escandalosa, para ellos.


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