lunes, 8 de marzo de 2010

Las salecianas en los 50s


La maestra Eva Bermúdez González llegó muy jovencita a trabajar al colegio de las Salecianas en la ciudad de Puebla. No era un trabajo sencillo, estaría bajo las órdenes de monjas rigurosas e inflexibles, lo que no imaginaba –ni conocía- era la actitud de las jovencitas ricas de la sociedad. Cincuenta años después, al recibirme en su casa, esto fue lo que la maestra Eva recordó:

Terminé en el colegio de las Salecianas, la escuela Progreso. Estaba en la 8 oriente y la 4, creo. Me llevó una de las compañeras que era muy de las salecianas y me dice:”te va a ir muy bien, pero te advierto que las chicas son un poco difíciles, son niñas de dinero. A ver cómo te acomodas, las monjitas te van a querer mucho, te van a apoyar en todo, tú puedes trabajar todo eso…” Bueno, ya me fui para allá y sorpresa.

Llego y me dice la monja: “te toca quinto año”. Muchachas ya como de 16, 17 años. Yo tenía veinte. Chicas que flojeaban o que se enfermaban, que eran muy consentidas. Además que en esa época no había una clasificación como ahora. Yo llegué a tener grupos con muchachas de dieciocho años en la primaria. Pues me puse a trabajar y todo, con un poquito de trabajo por el carácter de las niñas. Muy consentidas.

La directora: una italiana. No me aceptó un 5 en conducta, pues… “si a una niña de esa categoría, usted le pone cinco, sus papás van a pegar el grito en el cielo. No puede tener 5 en conducta. La señorita X es de una familia muy honorable y no puede tener un cinco. Tú le pones ocho, nueve y el mes que entra 10”.

Aunque era una conducta que no me gusta y nunca me gustó, lo tuve que hacer. Pero me esmeré sobre todo en buscar la manera de que esa niña cambiara. Ahí aprendí otra cosa: “adáptate a lo que pienso”.

Empecé a ser más amiga de ellas, a platicar con ellas, a estar en el almuerzo con ellas. Así andaba yo con las de Comercio, estaba yo con todas, y así, poco a poco iba yo mirando el ambiente. Y estas no… porque eran chipileñas; especiales ¡ay las chipileñas! Todas son especiales, lo importante es cómo hay que tenerles cuidado. Había unas veracruzanas que también… Hay que tomarles la forma. Tuve muchas alumnas que eran de Veracruz, ya ve su carácter, su forma de ser. Estuve ahí muy bien, hasta que llegó agosto y también llegó la inspectora. ¡Ay, mamá! pónganse a temblar, llegó la inspectora.

Dice la monjita: “mañana llega la inspectora, se llama Julia Romero”. Pensé yo: “mi madre, una de las eminencias”. Bueno, la conocía de vista porque vivía a un lado de la casa, pero no era una amistad, pues ella era como de la edad de mi mamá, pero muy de respeto porque era una maestra muy importante y siempre andaba de trabajo. Bueno. En aquellos tiempos veíamos a las maestras muy famosas con mucho respeto y mucho miedo.

Al otro día nos presentamos, ella se presentó y se habló y todo lo demás, que nos iba a hacer una inspectoría y que no tuviéramos miedo, que iba a checar el trabajo de cómo iba y todo y que ella estaba consciente de que todo estaba en orden, sólo teníamos que colaborar para dar su aprobación. Bueno. Dice: voy a empezar por sexto año y así voy a ir bajando. Ya, nos despedimos y le dijimos que la esperábamos. Ya, va bajando la inspectora para ir al sexto, pero como era el último salón, tenía que pasar por el mío. Pasa y les digo a mis alumnos: “calmados, tranquilos”, pues estaba de visita la inspectora y que por favor, calmaditos. La inspectora muy exigente y todo. Pasa y voltea. Yo estoy aquí enseñando. “Buenos días, maestra, ¡ay! ¿está usted aquí, Evita?” Sí, maestra. “Qué gusto verla, hace tiempo que no sabía de usted”. Sí, maestra, desde que ingresé a esta escuela ya no la veo. Le dice a la madre directora: “hermana, me quedo aquí.”

Yo sentí que se me fue el alma a los pies, pero bueno, pues pase maestra, les estoy dando a las niñas esto… “Trabaje usted como si nada, tranquila, soy una más de sus alumnas”. Bueno. Pues ya no sé cómo pasé el día, pero pasé el día. Lo bueno es que yo había llevado a la escuela lo último que teníamos en método, ella había traído sus papeles, todo, de Italia, unas libretas ya todas esbozadas, ya nada más para llenar llenar llenar. Muy bonito que venía el programa. Y tomé una de esas libretas y la aproveché.

“¿Así lo llevas?” Sí, sor. “Trabaje, pues yo todavía no termino mi clase”. Como eran ejercicios muy prácticos de “tiempo medido, tiempo medido”, pues la acabé. Salimos al recreo. Ya entonces se despidió y todo. En la tarde yo me quedaba con las monjas, trabajábamos en la mañana nada más. Porque cuando nosotros fuimos a la escuela trabajábamos mañana y tarde. Me dice la monjita: “me dijo al inspectora que te felicitara porque le gustó mucho tu trabajo”. Ay, que bueno. “Chica, si la haces bien tú, ya nos salvamos”. Y yo estaba asesorando a la maestra de segundo, a la monja de segundo, y ayudando a la maestras de sexto con su material de trabajo. A eso me quedaba en la escuela.

Al día siguiente a mi me tocaba dar decímetro cúbico. Dije: madre, ya sé, mi jabón y todo eso. Madre, me voy a la casa, porque ya tengo planeado cómo voy a hacerlo. “Toma tu tiempo, vete directo a preparar tu material”. Me llevé el litro de mi casa y todo. ¿Te acuerdas, niña, que viste el litro del lechero? Pues este es el litro. Y cuando lo puedas ver, lo tientas. Y unas botellas de litro y así, se da una idea más o menos, con lo que tiene. Pero a esa hora de demostrar el trabajo no puede uno, tiene que esmerarse mejor. Bueno, total: di mi clase de matemáticas, di mi clase de español, tuve luego la geografía, tuve la lectura. Bendito sea Dios que acabamos todo. Revisó hasta las costuras que yo ni siquiera ponía, las ponía la monja, en las tardes, pero ya salimos al paso.

Al tercer día me dice: “con la sorpresa de que te vas”. ¿A dónde? ¿por qué?, pregunto. “Señorita, usted está echándose a perder aquí, su lugar está en el Estado, usted le debe la educación al Estado y el Estado la reclama. Tenemos vacantes y nos urge que se vaya. Pero así...” Y con la energía que tenía.
Me quedé mirando a las monjas y ellas agachadas, como pidiendo “no, que diga que no…” “No se vaya”. Yo había encontrado ahí paz, tranquilidad, atención, manera de desenvolverme. Bueno, me gustaba mucho estar allá. Bueno. Ya, las monjas me hablaron y todo y te vas. Me dice la inspectora: “le hablo por teléfono aquí al colegio para decirle a qué lugar se va, a ver si acepta, creo que va a Huejotzingo”. Pero, señora inspectora, le digo, mi mamá usted sabe que está enferma, yo tengo que verla al mediodía y en las tardes. “Bueno, está bien, Evita, esperamos otra vacante”. Bueno.


1 comentario:

  1. Me encantan las historias de mi tocaya... lástima que ese tipo de maestros tan dedicados sean una especie en extinción.

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