jueves, 14 de julio de 2011

La deuda



El 14 de julio de 1918 nace el director de cine sueco Ingmar Bergman, para muchos el más grande realizador de la historia. Pongo mi modesto voto a esa opinión. Como cinéfilo, se es uno antes de Bergman y otro después de él. Debo confesar que su fama me llegó antes que su cine, de modo que cuando vi El último sello estaba algo prejuiciado y me pareció un poco acartonado. Fue cuando vi por primera vez Fresas Silvestres que caí víctima de su magia narrativa, de su capacidad de mirar hacia el pasado y el futuro a la vez, su especial manera de acercarse a la intimidad, a los enigmas ridículos de la vida y también a los insondables; el cine de Bergman, o mejor, sus personajes, refieren lo humano con una sensibilidad universal.

Yo pensé que habría visto buena parte de la bibliografía de Bergman, iluso. De sus sesenta películas, que comienza a hacer en 1945 (Kris), sólo conozco una decena que, en orden de satisfacción recuerdo, además de las dos mencionadas, Gritos y susurros, Fanny y Alexander, Pasión, Escenas de un matrimonio, Sonata de Otoño, Cara a cara, El huevo de la serpiente y no estoy seguro de De la vida de las marionetas. Hace algunos años leí su autobiografía: La flauta mágica, homónima de uno de sus filmes, que cerró un círculo en mi experiencia como seguidor y acólito de su sacramento. La experiencia completa de su cine es filosófica a la vez que artística. Cuánto debo a este hombre.

De no haber muerto el 30 de julio de 2007, el mismo día que Michelangelo Antonioni, Ingmar Bergman cumpliría hoy 93 años.

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