En un viejo chiste mexicano se hace una pregunta capciosa:
¿cómo se dice camión urbano en alemán? La respuesta era: “subenestrujanbajan”.
El chiste lo entendemos muy bien en México porque acá transporte urbano es
sinónimo de maltrato y riesgo: subes, te estrujan y te bajan. Hay en la cultura
automovilística de nuestro país una inclinación a la violencia identificable en
los nombres populares que tienen algunas funciones en el manejo de un vehículo.
No se avanza, se arranca; al frenar con cierta violencia “te amarras”; para dar
una vuelta a izquierda o derecha das un “volantazo”; si llevas a alguien le
estás dando “un aventón”, no limpias el
parabrisas le das un “trapazo”, a la defensa le llaman “tumba burros” y cuando
tienes un accidente: “te pusiste en la madre”. El agente de tránsito “muerde”,
los conductores extorsionados son mordidos. La violencia es parte sustantiva en
nuestra transportación.
Subirse a un autobús en el Paseo Bravo de la ciudad de
Puebla y viajar al sur de la ciudad por la avenida 11 Sur es una experiencia
aterradora. La gente se agarra muy bien de los barrotes, se aferra a los tubos
superiores o a las manijas que hay en los respaldos de los asientos. Los
jóvenes choferes arrancan de improviso y alcanzan en los primeros cincuenta
metros una velocidad sobre todo innecesaria, pues tendrá que frenar en los
siguientes metros. Eso los obliga también a frenar con suma violencia, la gente
sube y antes de pagar el chofer ya ha arrancado con la misma enjundia y cada
quien se tiene que agarrar de donde pueda, pues en los umbrales hay pocos
asideros. “Pásele para atrás”, ordena a los pasajeros más recientes. Aunque
este rigor afecta a todos, jóvenes, madres con hijos, discapacitados, los más
perjudicados dentro del autobús son los ancianos; es común ver a ancianas y
viejitos aferrados a los tubos con las dos manos. Todo esto ocurre en un
ambiente de festividad ficticia representada por una ruidosa música difícil de
identificar.
Algo muy simple falla en el transporte colectivo de nuestra
ciudad; no es el trazo de las rutas; algunas, como la 77ª, te lleva por media metrópolis
en un larguísimo y eficiente recorrido; el problema tampoco está en la unidad,
aunque a algunas les vendría bien unos amortiguadores y una manita de gato
interior; por supuesto no es la gente, que hace lo que puede por mantenerse
adherida al tubo más cercano y es bastante pasiva; es más, ni siquiera es el
chofer, que maneja así porque alguien se lo permite; tampoco es la ley de
transporte, que presuntamente es de las mejores ¿qué es entonces? Es la
impunidad.
Si no fuera por la impunidad que impera en casi cada
detalle de nuestra vida social la gente iría tranquilamente a su casa y sería
más apacible y feliz. Parece mágica la solución, todo se arreglaría tan solo con
modificar brevemente una costumbre en el transporte colectivo: aplicando la ley
de tránsito urbano.
¡¡¡Que gusto tenerte de vuelta!!!
ResponderEliminar¿Has oido la canción de Les Luthiers llamada "candonga de los colectiveros"?... pues eso.