domingo, 5 de junio de 2011

La memoria gitana



Como seguramente te ocurre a ti, conocí a García Lorca mucho antes de saber quién era García Lorca. Lo conocí en aquellas veladas de la escuela secundaria en las que nunca faltaba el maestro que animaba a un muchacho que tampoco faltaba y que se sabía algunas recitaciones del tipo de la Chacha Micaila, El brindis del bohemio y, claro, La casada infiel de Federico García Lorca. Y que si me la llevé p´al río, que si la mozuela, los peces y los grillos. En un mundo francamente cándido de aquel estado de Chihuahua tan desconocido hoy, aquellos breves encantos intelectuales eran nuestra bohemia y los primeros atisbos de algo que después supimos –algunos- que se llamaba literatura.

Federico García Lorca nace el 5 de junio de 1898 en Fuente Vaqueros, Granada, para ser el más célebre poeta español del siglo XX. Tuvo una vida loca y vertiginosa. De salud frágil, se refugió en los libros desde pequeño y al poco de cumplir los veinte años publica su primer libro. Estudió derecho y se recibió de abogado, pero nunca ejerció, él era un escritor. Y cuando pudo ir a Madrid se hizo amigo de los escritores y de los artistas: Guillén, Alberti, Buñuel y Dalí. Fue a Nueva York y a La Habana, tuvo un gran éxito en Argentina, pero fue en el periodo de la Segunda República donde pudo dar rienda suelta a sus impulsos emprendedores. Al frente de la compañía estatal de teatro pudo escribir, producir y dirigir teatro a sus anchas.

A escasos treinta días de estallar la Guerra Civil Española, tras el fracasado golpe de estado contra la República, Federico es aprehendido, torturado y muerto por ser republicano y homosexual, dos crímenes muy graves individualmente, mucho más reunidos en un solo individuo. Tenía 38 años de edad.

Hace dos años el gobierno de Rodríguez Zapatero se propuso exhumar los restos de García Lorca del supuesto lugar en donde fue enterrado. Se abrieron hoyos y hoyos y se encontraron huesos y huesos pero, al parecer, ninguno de Federico. Él está enterrado en otra parte, se halla disperso en 47 millones de fragmentos en el corazón, la sensibilidad y en la vergüenza de cada español que merezca ese nombre. Él, que odiaba que le llamaran gitano, no pudo evitar que su memoria se volviera… gitana.






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