El famoso telegrama
La
imprescindible investigación realizada por el recientemente
fallecido historiador alemán Friedrich Katz, sobre un escándalo de política internacional llamado
el telegrama Zimmerman, aparece en el Tomo II de La
Guerra Secreta en
México, dedicado a los asuntos internacionales de México durante la Primera Guerra
Mundial. Katz explica con detalle este suceso que cambia el rumbo de la
estancada guerra europea, pues adelanta la entrada de los Estados Unidos al
conflicto.
Un
espía británico infiltrado en la
Oficina de Telégrafos de la Ciudad de México envía a Londres todos los
mensajes cifrados que llegan a México para el embajador alemán. Es uno de los
hombres de Blinker.
En
Inglaterra Blinker no existe. Los telegramas cifrados los recibe el encargado
del servicio de inteligencia de la Marina Británica, Reginald Hall, quien posee las
claves secretas alemanas.
Blinker
es Hall; Hall es Blinker. Como en toda historia de
espías el jefe no tiene nombre, o tiene diez: Blinker, Hall, Reggie. Lo que
importa es enterarse de los mensajes alemanes a cualquier costo.
Los
alemanes utilizan una gran radioemisora para transmitir mensajes a sus
representantes en el extranjero. Se encuentra en Nauen. En Estados Unidos, solo
una estación puede recibir mensajes de Alemania: la Sayville, construida por
técnicos alemanes, pero que el gobierno norteamericano ha prohibido ante las
hostilidades de la guerra iniciada en 1914.
Alemania
encuentra otro medio por donde enviar sus mensajes cifrados a sus
representantes: convence al gobierno neutral de Suecia de enviar mensajes
alemanes por medio de sus representantes diplomáticos. En el caso de México,
corresponde al encargado de asuntos suecos, Folke Cronholm, "muy
germanófilico y aliado de Heinrich von Eckardt", embajador alemán frente
al gobierno mexicano.
El
7 de enero de 1917 Alemania optó por iniciar una guerra submarina ilimitada que
inevitablemente pondría a los Estados Unidos contra ellos. Temible enemigo,
reforzaría desproporcionadamente a los aliados en Europa; había, pues, que
pensar en una solución, y aparentemente había una sola: que los Estados
Unidos estuvieran suficientemente ocupados en América impidiéndoles enviar
fuerzas a pelear a Europa.
Se
echa mano de la famosa anécdota de Francisco Villa cuando ataca al poblado de
Columbus en marzo de 1916 ¿por qué no pensar en algo así? Poner a México contra
los Estados Unidos en una guerra perdida de antemano, pero suficientemente
intensa como para entretener a los norteamericanos en América.
La
idea fue propuesta por un antiguo encargado de asuntos mexicanos en el Ministerio de Relaciones Exteriores, von
Kemnit, al propio titular del ministerio Alfred von Zimmermann quien, sin
titubear, empezó a redondearla. En poco tiempo, Zimmerman declaró ante la
comisión presupuestal del Reichstag:
"Se
ha afirmado muchas veces, y yo no puedo más que suscribirlo, que los mexicanos
son soldados extraordinariamente valerosos, y que los norteamericanos no
tuvieron ningún éxito cuando penetraron a México y tuvieron que retirarse (hacía
apenas un año). El odio de México contra Norteamérica –prosigue su declaración–
es antiguo y bien fundado. México, por
supuesto, carece de armas, en el sentido moderno de la palabra, pero las
fuerzas irregulares están suficientemente bien armadas como para poder provocar
molestias y desórdenes en los estados norteamericanos fronterizos. Además,
estamos en condiciones de suministrar armas y municiones en submarinos, lo cual
también debería tomarse en consideración."1
Solo
quedaba, pues, convencer a Venustiano Carranza de atacar a los Estados Unidos.
Una destacada ingenuidad del ministro alemán. Tejió toda una estrategia sin
tacto diplomático y mucha ignorancia de lo que ocurría en el gobierno de Venustiano
Carranza en ese momento. Por si fuera poco, Zimmermann pensó en la posibilidad
de que Japón aceptara unirse con México y Alemania en una guerra contra los
Estados Unidos. Y deseaba, además, que fuera México quien invitara a los
japoneses.
"Según
el plan de Kemnits y Zimmermann –cuenta Katz–, Carranza había de atacar a los
Estados Unidos con la plena confianza en la propuesta de alianza alemana, y
luego Alemania sencillamente lo abandonaría a su suerte, salvo el caso poco
probable de que el Japón se uniera a la alianza. En otras palabras: el
ofrecimiento de alianza era en realidad una engañosa maniobra en gran escala
que debía inducir a Carranza a efectuar un ataque suicida contra los Estados
Unidos."2
Para
el 15 de enero de 1917 la famosa nota Zimmermann estaba en el propio Ministerio
de Relaciones Exteriores alemán, lista para ser enviada al presidente mexicano
por medio de sus representantes.
El
texto final del telegrama decía:
"Tenemos
intenciones de comenzar la guerra submarina ilimitada el 1o. de febrero. Con
todo, se intentará mantener a los Estados Unidos.
"En
caso de que no lo lográramos, proponemos a México una alianza bajo la siguiente
base: dirección conjunta de la guerra, tratado de paz en común, abundante apoyo
financiero y conformidad de nuestra parte en que México reconquiste sus
antiguos territorios de Texas, Nuevo México y Arizona. Dejamos a su Excelencia
el arreglo de los detalles.
"Su
Excelencia comunicará lo anterior en forma absolutamente secreta al Presidente
tan pronto como estalle la guerra contra los Estados Unidos, añadiendo la
sugerencia de que invite al Japón a que entre de inmediato en la alianza, y al
mismo tiempo sirva de intermediario entre nosotros y el Japón.
"Tenga
la bondad de informar al Presidente que el empleo ilimitado de nuestros
submarinos ofrece ahora la posibilidad de obligar a Inglaterra a negociar la
paz en pocos meses. Acúsese recibo. Zimmermann".3
El
problema ahora consistía en cómo enviar la nota a México. Zimmermann descartó al
representante mexicano en Berlín, no confiaba en su traductor. Ni en el representante.
Luego se pensó en el submarino "Deutschland", pero pronto rectificó.
El submarino necesitaba treinta días para cruzar el Atlántico y no llegaría a
México antes del 16 de febrero, el ofrecimiento tenía que estar en México sin
falta el 1º de febrero, día en que debía comenzar la guerra submarina
ilimitada.
Por
eso Zimmermann decidió, luego de desechar la vía sueca citada, transmitir el
despacho por la vía telegráfica. Crea el telegrama Zimmerman.
Como
las transmisiones cifradas por medio de la radioemisora de Nauen habían sido
suprimidas por Estados Unidos desde 1915, Zimmermann utilizó un conducto que
abrió el propio presidente Woodrow Wilson, quien, "temeroso de que alguno
de los bandos enfrentados en Europa se hiciera muy poderoso, (...) pidió a cada
uno que "definiera públicamente sus objetivos de guerra". Alemania
exigió que se le permitiera comunicarse directamente a sus representantes con
el Ministerio de Relaciones Exteriores. El presidente Wilson aceptó, y permitió
enviar mensajes en clave a través del Departamento de Estado norteamericano y
de los representantes diplomáticos norteamericanos."4 EUA pidió
que los mensajes estuvieran relacionados con sus iniciativas en favor de la
paz. Zimmermann, por tanto, escogió este conducto para enviar su conspiración
de guerra.
El
16 de enero la nota en clave fue entregada a Gerard, el embajador
norteamericano en Berlín, diciéndole que el contenido del mensaje llevaba
instrucciones para el Conde Bernstorff, representante alemán en Estados Unidos,
"relacionadas con los esfuerzos generales en favor de la paz".
Todo
estaba fríamente calculado por Alemania, solo una cosa no: que Inglaterra
contaba con sus claves secretas. "El cable telegráfico norteamericano
-cuenta Katz-, a través del cual se envió el mensaje a Bernstorff, pasaba por
territorio británico, y el servicio secreto de ese país podía, por lo tanto,
interceptar estos mensajes."5
Los
ingleses interceptaron el mensaje que venía en la clave denominada 0075, no la conocían,
pero era una variante de la 13040, que manejaban con soltura. Los expertos
trabajaron en el mensaje y en muy poco tiempo lo descifraron. Había un problema,
sin embargo, la inteligencia inglesa pensó que : "no era favorable, una
vez descubierto el telegrama, que los alemanes se dieran cuenta que poseían sus claves secretas. Por
lo que la divulgación del telegrama debía ser desde Estados Unidos, y no desde
Inglaterra."6 Fue entonces que se utilizó al agente secreto que
tenía Hall en la Oficina
de telégrafos de México. Fue este quien entregó oficialmente el telegrama. Para
fortuna de los ingleses, Eckardt no tenía aún la clave secreta en México (0075),
tuvo que enviárselo a Bernstorff a los
Estados Unidos para que lo descifrara y se lo volviera a enviar en la
clave antigua (13040). Esto no solo permitió a los ingleses ganar tiempo, el
texto en la clave antigua les permitió conocer con exactitud la nueva clave
ultrasecreta 0075.
Al
final, los ingleses lograron que fuera Estados Unidos el que diera a la luz
pública el texto del telegrama. Wilson lo publicó el 1º de marzo y provocó un
escándalo de los numerosos germanófilos que la consideraron una artimaña del
presidente estadounidense para forzar la entrada de Estados Unidos en la
guerra. El principal propagandista alemán en Estados Unidos, George Sylvestre
Viereck, le escribió ese mismo día al magnate del periodismo norteamericano
William Randolph Hearts aireadas reclamaciones por considerar seriamente esa
falacia:
La
supuesta carta de Alfred Zimmermann publicada hoy es obviamente falsa; es
imposible creer que el ministro alemán de Relaciones Exteriores suscribiría tan
disparatado documento. La carta es indudablemente una descarada falsificación
fabricada por los agentes británicos con el objeto de empujarnos a una alianza
y que justifica las violaciones de Gran Bretaña a la Doctrina Monroe. (…)
"El real politiker de la
Wilhemstrasse jamás ofrecería una alianza fundamentada en
proposiciones tan visibles como la conquista por México del territorio
norteamericano.7
Heart
creyó este argumento y publicó que el telegrama era un fraude. Varios senadores
también manifestaron sus dudas. Fue cuando, sorpresivamente, la polémica sobre
la falsedad del telegrama tuvo un fin imprevisto: el 3 de marzo el propio
Zimmermann confirmó públicamente haber enviado el telegrama, y así, la nota
"se convirtió en uno de los más importantes instrumentos propagandísticos
en manos de quienes favorecían la intervención de Estados Unidos en la
guerra."8
Luego
de conocerse el asunto, el Ministerio de Relaciones japonés calificó dicha
proposición como totalmente inaceptable. El representante del ministro, el
Barón Shidehara, declaró:
"Nos
sentimos muy sorprendidos por la propuesta alemana. No comprendemos como
Alemania pudo pensar que nosotros nos dejaríamos arrastrar a una guerra contra
Estados Unidos por una simple solicitud de México. Así de ridículo es todo
esto. No creo necesario afirmar que el Japón permanece fiel a sus
aliados."9
En
México, Zimmermann no pudo escoger peor momento para enviar semejante propuesta
al gobierno de Carranza; la expedición punitiva norteamericana empezaba apenas
a retirarse de territorio chihuahuense y las tensiones de México y su vecino comenzaban
a aliviarse.
Sin
embargo, para México cabía la posibilidad de verse invadido por los
norteamericanos. Se pensaba que en caso de guerra entre Alemania y Estados Unidos,
México sería lanzado contra estos últimos, puesto que Alemania intentaría
destruir los pozos petroleros mexicanos, lo que obligaría a Estados Unidos a
invadir el país, cosa que "Carranza no hubiera aceptado ni hubiera podido
aceptar", opina Katz.10 En otras palabras, la posición de
México no estaba basada en tales o cuales proposiciones alemanas, que
oficialmente no recibió, sino en la eventualidad, "bien real", de ser
invadidos por los norteamericanos, desatando una guerra sin cuartel.
Cuando
Eckardt ofreció la propuesta al ministro de Relaciones Exteriores mexicano,
Higinio Aguilar, vislumbró en su actitud cierta complacencia. "No se
mostró renuente", dijo. Informó al Ministerio de Relaciones Exteriores de
su país que la actitud de las autoridades mexicanas era "favorable".
Se dio cuenta también que el ministro Aguilar había platicado con un miembro de
la embajada japonesa por espacio de una hora, aunque ignoraba los propósitos y
resultados de dicha reunión. Sin embargo, estaba plenamente convencido de que
el representante mexicano habría ofrecido a su colega japonés la esperada
propuesta de alianza militar. Nada más lejos de la verdad.
El
Ministro Aguilar efectivamente conversó con un funcionario japonés de bajo
nivel, Kitai Arai, y no una, sino dos veces. Aguilar sólo le preguntó qué
actitud asumiría Japón en caso de guerra entre Alemania y Estados Unidos. Arai
le respondió que su país no estaba
dispuesto, bajo ninguna circunstancia, a cambiar de bando. Aguilar dejó pasar,
tanto la pregunta como la respuesta, como "un comentario más" en las
conversaciones diplomáticas y no volvió a insistir, mucho menos a proponer ninguna
alianza.
Según
Friedrich Katz, "no hay documentación precisa respecto a la reacción del
gobierno mexicano a la nota Zimmermann", pero, según él, se pueden sacar
algunas conclusiones de las fuentes disponibles.
"Poco
antes de su muerte, Aguilar dijo a un profesor de la Universidad de
Veracruz, Xavier Tavera, que él había acogido bien la propuesta, pero que
Carranza se había manifestado en contra. Carranza sin embargo, le había pedido
que no comunicara a Eckart ningún definitivo."
Según
otro informe, Carranza encargó a un alto oficial, Díaz Babio, que examinara la
propuesta, después de lo cual asumió una actitud negativa.
"Díaz
Babio consultó con su amigo López Portillo y Weber, y ambos llegaron a la
conclusión de que la alianza era irrealizable. Como argumento principal
alegaron que Alemania jamás estaría en condiciones de pertrechar suficientemente
con armas y municiones al ejército mexicano. (....) López Portillo y Weber
señaló que la reanexión de Texas y Arizona crearía una fuente de conflicto
permanente con los Estados Unidos y tendría que conducir a una nueva guerra.
Además, el poder de los norteamericanos residentes en esos territorios era tan
grande que pronto alcanzarían una influencia decisiva en México, "de tal
manera que yo no sabría quién se anexaría a quién, nosotros a ellos, o ellos a
nosotros."11
La
actitud de Carranza, en el sentido de no informar a Eckardt de la negativa
mexicana, sugiere que quería mantener a Alemania como reserva para un caso dado
de invasión o guerra contra Estados Unidos. Por lo demás, el sainete no era otra
cosa que meros coqueteos diplomáticos de parte de Aguilar, para conocer
reacciones y desempeñar su papel, pues sabía bien que los norteamericanos
conocían el telegrama.
Isidro
Fabela cuenta una tercera versión: Según él, Aguilar le confió que cuando
recibió el ofrecimiento de Zimmermann "había comprendido inmediatamente su
carácter pernicioso y ni siquiera se lo había mostrado a Carranza."12
Luego
de la publicación del telegrama por parte del presidente Wilson en los Estados
Unidos, el gobierno mexicano se mantuvo firme en su política de discreción, y tanto
los políticos destacados como la prensa publicaron su versión oficial:
"México nunca recibió propuestas de alianza por parte de Alemania".
Eckardt, en su desconcierto, también lo negó. Aunque estas negativas sucesivas
no convencieron del todo a los Estados Unidos. El presidente Wilson puso como
nuevo embajador de su país en México a Henry Pather Flercher, su primera misión
en nuestro país consistió en ventilar todo el asunto con el presidente
Carranza. Trajo instrucciones de hacerlo, precisamente, a la hora de entregarle
sus cartas credenciales.
Cuando
unos días más tarde Fletcher se entrevistó con Carranza en Guadalajara, le dijo
las exigencias norteamericanas a nuestro país: al parecer, que México debía
romper relaciones diplomáticas con Alemania.
Carranza
le dijo que no había recibido ninguna oferta de los alemanes, y que no había
ningún motivo para romper sus relaciones con dicho país. México había declarado reiteradamente
su neutralidad y no tenía ninguna razón para modificar su política
internacional. Fletcher retiró sus exigencias. En otro momento se entrevistó
con el secretario de Guerra, general Álvaro Obregón, con el que volvió a sacar el
tema del famoso telegrama. Obregón le dijo que "consideraba absurda una
alianza mexicana con Alemania y que creía que, tras seis años de guerra civil,
el gobierno mexicano debería dedicarse a la pacificación y reorganización del país,
y que para México sería muy estúpido comprometerse con una potencia europea que
algún día exigiría el pago por los servicios prestados."13
Por
su parte, Aguilar no respondió la nota, pero la utilizó en una maniobra
propagandística que afirmaba que el telegrama había sido un invento mexicano
para crear presiones a los Estados Unidos. Carranza quiso primero ver todas las
reacciones, cuando estuvo convencido que el gobierno norteamericano no tenía
ninguna intención de invadir nuestro país, se entrevistó con el ministro
alemán, en una conversación secreta efectuada el 14 de abril; ahí, finalmente,
el presidente Carranza rechazó la oferta de alianza, aunque dejó entrever que
tal rechazo no era definitivo, pues en caso de tener dificultades bélicas con
los Estados Unidos, sería un magnifico estímulo el apoyo alemán.
Eckardt
telegrafió a Alemania en estos términos:
"El
Presidente declaró que de todas maneras tiene intenciones de permanecer
neutral. Con todo, en caso de que México se viera arrastrado a una guerra,
entonces veríamos. Él dice "que la alianza ha sido echada a perder por su
revelación prematura, pero que más tarde sería necesaria."14
Fue
así como terminó aquella tormentosa ocurrencia del ministro Zimmermann. Los
Estados Unidos entraron a la guerra y Alemania tuvo que capitular un año
después. Con la firma del Tratado de Versalles, en 1919, Alemania perdió sus
colonias, devolvió a Francia los territorios de Alsacia y Lorena y se
comprometió a pagar una fuerte suma por concepto de indemnización.
Tanto
en aquellos tiempos como en estos, el telegrama Zimmermann es percibido como
una imprudencia del ministro que nunca debió haberse practicado.
La
pobre idea que los alemanes tenían de los gobernantes mexicanos los hizo
cometer un costoso error. Pero, ante todo, cabe hacer esa conjetura que a
la distancia resulta interesante. ¿Por qué
en vez de enviar un telegrama al presidente mexicano, proponiendo una alianza
con el único objeto de mantener ocupados a los norteamericanos, no se le envió
a un prestigiado guerrillero en plena decadencia como Pancho Villa? La negativa
de Carranza es obvia. No podía bajo ningún concepto comprometer a México,
envuelto en una guerra intestina de casi una década, menos en una guerra contra
los norteamericanos que se estimaba perdida de antemano. En cambio, Francisco Villa,
bien armado, hubiera podido crear la idea de un conflicto arduo e incómodo en
la frontera mexicana obligando a los Estados Unidos a mantener durante mucho
tiempo un ejército regular en el riesgo de un ataque villista. El gobierno
mexicano no hubiera estado oficialmente comprometido y Villa hubiera alcanzado,
una vez, probablemente, la gloria guerrera y política que comenzaba a añorar.
Para
reafirmar lo anterior, basta mencionar los treinta y tres ataques villistas
contra otros tantos pueblos controlados por los constitucionalistas, solo
durante el año de 1917, al mando, junto a una veintena de sus jefes, de unos
cinco mil hombres.15
La
propuesta es igual de ridícula que la del canciller Zimmerman, pues es
impensable que Villa, como el ejército mexicano, tuviera la ocurrencia de
atacar al ejército norteamericano en guerra frontal, pero ya metidos en
absurdos no se sabe por qué no se les ocurrió, puesto que la idea del telegrama
nació justamente con una anécdota villista: el ataque a Columbus y la
ineficacia del ejército yanqui, comandado por el prestigiado Pershing, para
capturarlo.
Citas:
1) Friedrich Katz. La
Guerra Secreta en
México, Ed. ERA. México, 1982,
Segundo
Tomo, p. 37-38
2) Ibid, p. 40
3) Ibid, p. 40-14
4) Ibid, p. 42
5) Ibid, p. 43
6) Ibid, p. 45
7) Ibid, p. 47-48
8) Ibid, p. 49
9) Ibid, p. 49-50
10) Ibid, p. 50
11) Ibid, p. 52
12) Ibid, p. 53
13) Ibid, p. 55
14) Ibid,
p. 55
15) Martha Eva Rocha Isla, Las Defensas
Sociales de Chihuahua, Anexo 2, p. 134, INAH. Colección Divulgación.
México, 1988. Basta mencionar los 33 ataques villistas contra el ejército Constitucionalista
en Chihuahua, solo en el año 1917, junto a
hombres
como Juan Mercado, Manuel Medinabeytia, Hilario Rodríguez, Idelfonso Sánchez,
Antonio Aranda, Antonio Moreno, Manuel Bustamante, Nicolás Fernández, Gerónimo
Padilla, Gorgonio Beltrán, Martín López, Canuto Reyes, Nicolás Fernández
Epifanio Holguín, José Inés Salazar, Martín López, Luis Montoya, Julio Acosta,
Juan Murga y otros jefes villistas, al mando de por lo menos, según los partes
militares de otras tantas poblaciones, cinco mil hombres.
* Subcapítulo de mi libro La Raza de la Hebra, historia del telégrafo Morse en México.