Vuelvo al tema del Tentzo que hace tres años (5 de
octubre de 2010) abordé con motivo de una escultura con la representación de
este mito que elaboramos en el taller que la ONG española Ayuda en Acción
patrocinó con las hijas de los artesanos de San Juan Tzicatlacoyan durante
varios meses y que tuve el gusto de coordinar bajo la vigilante mirada de Angie
Martínez y Marco Castillo.
Desde entonces, lo que más ha llamado mi atención es el
enorme interés que suscita la historia de esta antigua deidad que la
antropología reconoce como Tentzonhuehue, siendo por mucho el post más visitado
y comentado de los novecientos y tantos que lleva acumulados este blog, que según
las estadísticas suma para El Tentzo 5 231 lecturas y 15 comentarios aportados
por sus lectores; uno de ellos, Alejandro Olivero Bautista Fuentes, cuyas
fotografías ilustran esta entrada, puso a disposición una serie muy rica e
interesante de fotografías y videos de sus exploraciones en la cordillera del Tentzo
o Tentzonhuehue muy recomendable de consultar.
En aquella ocasión citaba un poco de oídas la
investigación hecha por la antropóloga italiana avecindada en Puebla, Antonella
Fagetti, sobre esta mitología y que ahora he conocido por fin como libro con el
nombre de “Tentzonhuehue: el simbolismo del cuerpo y la naturaleza”, publicado
por la Editorial Plaza y Valdés en 1998 y del que he extraído algunos
fragmentos que alimentan y mejoran la primera versión de este blog. Además lo
hago con permiso expreso de la antropóloga a quien me encontré en una reunión
y le pedí permiso de usarlo para todos ustedes. El libro de Antonella está en
línea y puede ser leído o consultado por internet, al final pongo el
link para los muy interesados.
Durante mi estancia en San Juan Tzicatlacoyan tuve
oportunidad de hablar con algunos pobladores sobre características y
personificaciones de lo que conocemos como Tentzo, que para nuestro taller
terminó teniendo la imagen de un anciano con barbas de nubes. Doña Facunda
Juárez Corichi me contó que es un cerro que tiene aspecto de persona, “que se
ve bien, que tiene su cabeza, que tiene sus manos, que tiene sus pies, que
tiene sus ojos, que todo tiene el cerro que le dicen el Tentzo. Que es como una
persona que se ve. Se oye decir que la gente le pide cosas, mucha gente tiene
miedo porque no es algo… cómo le diré, no es algo que es… luego piensan que no es un buen lugar, pero
cuando se deciden van.” Doña Facunda me
contó que hay una cueva conocida como El Castillo en donde se han acumulado a
lo largo del tiempo ofrendas de la gente que ha ido a pedir alguna clase de
don. Incluso, según esta señora, “todavía en parte se ven unas barditas de
piedra que dicen que antes había casas muy grandes, porque antes habían
personas que les decían gentiles, que dicen que eran muy grandes, pero de eso
nosotros ya no supimos, es muy antiguo eso. Mucho antes, antes de Cristo,
porque ya de Cristo para acá ya fue humanidad, más como la de ahora que está;
eran seres distintos a los humanos.”
A mí esta historia me gustó mucho. Con el debido respeto,
me recordó una historia de la literatura llamada el Mito de Thulhu (o Cthulhu),
del escritor estadounidense Howard Phillips Lovecraft, que en esencia relata
como antes de los seres humanos había una tribu de seres extraordinarios que eran
dueños de la Tierra y habían sido derrotados y desterrados al inframundo por la
humanidad, por eso ahora luchaban para recuperar lo que alguna vez fue suyo.
¿De dónde sacó Lovecraft esta historia que además siguió cultivándose tras su
muerte por seguidores que fundaron una secta de escritores que alimenta
el mito hasta nuestros días?
Doña Facunda recuerda que la historia de los gentiles
hablaba en realidad de gigantes, es decir, que los gentiles eran gigantes, y
que incluso a ella le tocó ver algunos huesos desenterrados que no dejaban duda
de la proporción: “yo todavía vi que allá en el monte, donde teníamos unas
tierras que iban a sembrar, todavía vi unos huesos así grandes, huesos que no
son humanos, ¡unos huesotes que hasta los alevantábamos!, que no eran de animal
conocido, eran unos huesos que todavía me tocó ver, unos pedazos de hueso, ya no
estaban formados, sino que estaban trozados, estaban en la tierra pero ya
estaban cortados, entonces dicen que eran de gentiles.”
Pero bueno, ahora pasemos a la fría percepción de la
ciencia -aunque sea social-, lo que la antropóloga Fagetti investigó sobre este
mito y su sobrevivencia regional a finales del siglo XX. Por supuesto aparecen
los gentiles y sus historias, algunas contradictorias dependiendo de
quién la cuente; y bueno, la suposición de que poblaron en la antigüedad los
llanos de los cerros del Tentzo y las riberas del río Atoyac.
El Tentzo
Se sabe de los gentiles por los relatos de los
antepasados y porque frecuentemente se encontraban enterrados huesos
gigantescos, metates y metlapiles, ollas y cajetes –consigna Fagetti en su
libro. Los huesos que se han hallado –y de los que hablaba doña Facunda- son de
mamuts, como los que están expuestos en el Museo Regional de Antropología en la
ciudad de Puebla, que provienen de la zona cercana al lago de Valsequillo. (p.
22-23)
Los gentiles, gigantes y “fuerzudos”, eran “léperos y
malos”. Podían con su fuerza arrancar los “palos” y trasplantarlos en su casa o
levantar una peña. Por ser tan “abundantes” de tamaño, si se caían se quedaban
tirados, ya no se podían levantar. Pero entre sus costumbres la más deplorable
era la antropofagia. Se comían a sus hijos, y si ya no tenían, a los de sus
vecinos:
Sigue un relato muy crudo sobre las costumbres
alimenticias de los gentiles que hay que saber interpretar, como se hace con el
mito griego de Cronos –deidad del tiempo-, que se comió a sus hijos. Así los
gentiles, de acuerdo a esta versión, le entraban con entusiasmo a la carnita
humana que guisaban con artística paciencia: “Si ya le gustó un niño, viene y
se lo pide. Decían: -Présteme a tu niño, mientras voy a tener el mío, ya te lo
devuelvo.” Los niños cuya carne se asemejaba por su sabor a la del cochino
–decían las “antiguas”-, se cocinaban al gusto de cada quien: asados, al
chilate -un caldo preparado con chile- o en barbacoa en el temazcal. Para tal
efecto, primero rasuraban a los niños, después, ya bien “ximaos” –pelones- se
bañaban y se encerraban en el temazcal donde las criaturas se cocían.”
Los gentiles eran mexicanos, claro está, y como tales
también eran seres de maíz, con costumbres muy similares a las nuestras, como
se podrá haber advertido en “las recetas” para preparar niños. Dice Fagetti: “Para
alimentar el fogón y el temazcal quemaban las mazorcas que se daban en aquel
tiempo con abundancia. “Dios les daba mucha mazorca”, pues la caña de la planta
de maíz “se cargaba desde abajo hasta arriba. Donde ahora sale la hoja, salía
la mazorca.” Pero los gentiles no cuidaban su maíz. Pero por quemar el maíz y
comerse a las criaturas ofendieron a Dios, “lo hicieron enmuinar”, y éste
desató sobre ellos el diluvio.” (p. 23)
No me queda claro si el Tentzo era un gentil, pero el
entrecruzamiento de estas historias me hace suponer que sí. Eran gigantes
gentiles que en el castigo divino se convierten en cerros, como lo consigna
esta versión recogida por la antropóloga: los cerros eran gente. Antiguamente los cerros “eran
personas”; el Popocatépetl y su mujer, la Iztaccíhuatl, el Tentzohuehue y su
“querida”, la Malinche. “Antes el mundo sería más grande”. El Tentzo era muy
alto, tan alto que no cupo parado y se tuvo que acostar. Todavía hoy se ve su
silueta a lo largo de la cordillera. El Tentzo es un viejo barbudo, su cabeza
está cerca de Molcaxac y sus pies van a dar hasta Matamoros. “Tiene su cara bien clarito –explica don
Domingo, un informante de Fagetti- tiene su barba hasta acá –y señala el pecho-
su bigote, sus ojos, su nariz, su cabello bien alineadito”, lleva la raya en
medio como Venustiano Carranza. Cuando hay neblina “hasta está sudado”, en sus
cumbres se forman las nubes cargadas de lluvia que el Abuelo manda para sus
hijos.
La Malinche
es señorita, está sentada y tiene aretres grandes. El Tentzo quería tenerla
cerca de él y fue por ella: “la venía cargando, pero la Malinche tuvo ganas de
orinar y le dijo:
-
Espérame, voy a orinar.”
Valsequillo
Entonces se sentó y “el Viejo puso su brazo para atajar sus orines”, pero éstos pasaron por debajo de su sobaco. La señorita Malintzin ya se quedó allí, “ahí nomás le dio permiso Dios para que se quedara, ya no se pudo arrimar más. Él se vino a acostar aquí, ya están cerca”.
Fue así que de los orines de la Malinche nació el río
Atoyac. Sus aguas, que salen ahora bastante menguadas de la presa de
Valsequillo, fluyen entre piedras y barrancos, pasan cerca de San Miguel y San
Juan y después de un recorrido sinuoso, de muchos recovecos, llegando a la
cordillera del Tentzo se sumergen en la tierra pasando por debajo de una roca
conocida como “Puente de Dios”. p. 32
Será.
Referencias:
Puedes consultar el libro “Tentzonhuehue: el simbolismo
del cuerpo y la naturaleza”, de Antonella Fagetti, publicado por Plaza y Valdés
en 1998, en:
Alejandro Olivero Bautista Fuentes, cuyas fotografías ilustran
esta entrega, nos invitó a apreciar su colección de fotos y videos sobre sus
excursiones por la cordillera del Tentzo en:
Muchas gracias a ambos por habernos facilitado su
material.
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