viernes, 29 de junio de 2012

Subenestrujanbajan


En un viejo chiste mexicano se hace una pregunta capciosa: ¿cómo se dice camión urbano en alemán? La respuesta era: “subenestrujanbajan”. El chiste lo entendemos muy bien en México porque acá transporte urbano es sinónimo de maltrato y riesgo: subes, te estrujan y te bajan. Hay en la cultura automovilística de nuestro país una inclinación a la violencia identificable en los nombres populares que tienen algunas funciones en el manejo de un vehículo. No se avanza, se arranca; al frenar con cierta violencia “te amarras”; para dar una vuelta a izquierda o derecha das un “volantazo”; si llevas a alguien le estás dando “un  aventón”, no limpias el parabrisas le das un “trapazo”, a la defensa le llaman “tumba burros” y cuando tienes un accidente: “te pusiste en la madre”. El agente de tránsito “muerde”, los conductores extorsionados son mordidos. La violencia es parte sustantiva en nuestra transportación.

Subirse a un autobús en el Paseo Bravo de la ciudad de Puebla y viajar al sur de la ciudad por la avenida 11 Sur es una experiencia aterradora. La gente se agarra muy bien de los barrotes, se aferra a los tubos superiores o a las manijas que hay en los respaldos de los asientos. Los jóvenes choferes arrancan de improviso y alcanzan en los primeros cincuenta metros una velocidad sobre todo innecesaria, pues tendrá que frenar en los siguientes metros. Eso los obliga también a frenar con suma violencia, la gente sube y antes de pagar el chofer ya ha arrancado con la misma enjundia y cada quien se tiene que agarrar de donde pueda, pues en los umbrales hay pocos asideros. “Pásele para atrás”, ordena a los pasajeros más recientes. Aunque este rigor afecta a todos, jóvenes, madres con hijos, discapacitados, los más perjudicados dentro del autobús son los ancianos; es común ver a ancianas y viejitos aferrados a los tubos con las dos manos. Todo esto ocurre en un ambiente de festividad ficticia representada por una ruidosa música difícil de identificar.

Algo muy simple falla en el transporte colectivo de nuestra ciudad; no es el trazo de las rutas; algunas, como la 77ª, te lleva por media metrópolis en un larguísimo y eficiente recorrido; el problema tampoco está en la unidad, aunque a algunas les vendría bien unos amortiguadores y una manita de gato interior; por supuesto no es la gente, que hace lo que puede por mantenerse adherida al tubo más cercano y es bastante pasiva; es más, ni siquiera es el chofer, que maneja así porque alguien se lo permite; tampoco es la ley de transporte, que presuntamente es de las mejores ¿qué es entonces? Es la impunidad.
Si no fuera por la impunidad que impera en casi cada detalle de nuestra vida social la gente iría tranquilamente a su casa y sería más apacible y feliz. Parece mágica la solución, todo se arreglaría tan solo con modificar brevemente una costumbre en el transporte colectivo: aplicando la ley de tránsito urbano.

jueves, 28 de junio de 2012

¿Quiere crédito?


Mi amiga no quería un crédito, mucho menos bancario. La mala fama que persigue a la insaciable y ciega usura de los bancos era suficiente como para huir de esa posibilidad, pero su cuenta en HSBC la puso en una lista de candidatos a recibir un crédito al que reiteradamente se negó en los últimos meses, no obstante que le hablaron cinco o seis veces. Por fin, incómodas y pequeñas deudas y otra clase de necesidades perentorias la obligaron a aceptar el día de ayer el ofrecimiento, pidió la información necesaria para gestionarlo y se aseguró de cumplir con los requisitos que le solicitaban. Muy fácil, el amable empleado le indicó que con una identificación y un comprobante domiciliario era suficiente, que acudiera con ellos a su sucursal. Me pidió acompañarla.

En el banco todo resultó sencillo. Una ejecutiva, muy amable también, le tomó los datos y le informó que su línea de crédito era de veinte mil pesos. Mi amiga no necesitaba tanto, pidió que fuera de diez mil, así las cuotas mensuales serían accesibles y su deuda manejable. No hay problema, la señorita le informó los montos a pagar, le hizo firmar varios documentos y le extendió su generosa mano. “Es todo -agregó-, en 24 horas tiene usted disponibilidad”. Muchas gracias.

Salimos del banco con mi amiga francamente optimista, su hija retomaría una terapia urgente, arreglaría la lavadora que tiene meses descompuesta, pagaría la tenencia de su coche y otros vericuetos financieros que ha traído atravesados. “El resto lo tendré de reserva”, me dijo alborozada.

La ejecutiva le dio una tarjeta con su nombre y un teléfono “directo” para que la llamara hoy a las nueve de la mañana para saber la respuesta. Era una formalidad, confió mi amiga, pues ante tanta insistencia era obvio que su crédito era una cosa dada, ya que su tarjeta bancaria tiene mucho movimiento y eso, evidentemente, era garantía de alguna clase de solvencia. “Además –agregó-, soy cliente de ese banco desde 1979”, ya llovió.

Mi amiga estuvo marcando el número telefónico “directo” que le dio la ejecutiva durante toda la mañana, pero no contestaba nadie, como si no se tratara de una sucursal bancaria sino de una bodega abandonada en algún suburbio de la ciudad. Había hecho ya algún acuerdo con el técnico de las lavadoras, investigó un centro de terapias para su hija y hasta estaba dispuesta a otorgarme un préstamo para pagar mi propia tenencia, por lo que me pidió que la acompañara a la sucursal a ver personalmente a la ejecutiva, pues su teléfono evidentemente estaba equivocado. Ahí vamos.

Nos llevó muy poco tiempo el trámite, si acaso se le puede llamar así. La ejecutiva, muy amable, le explicó que por su “inexperiencia en créditos” mi amiga no era candidata para recibir un crédito del banco, ya que nunca había recibido alguno, que lo más seguro es que no se le volvería a invitar y que lo sentía mucho. Mi amiga no entendió nada de lo que se le dijo, aunque sí la naturaleza del no. Me volteó a ver y mi expresión le confirmó que su crédito le había sido negado. La tomé de los codos, la levanté de la silla y la saqué del banco. En cierta forma, en un momento su vida se había derrumbado como un castillo de naipes y ahora todo estaba desbarajustado. En las últimas 24 horas había acomodado su existencia partiendo del reiterado ofrecimiento bancario que por supuesto pensaba pagar con su puntualidad acostumbrada. Su futuro inmediato había sido resuelto con ese crédito en muchos sentidos, más allá de lo económico, y ahora su sentido vital, su estabilidad emocional, incluso su coherencia mental estaba en un predicamento. Había sido víctima de una broma macabra y perversa que necesitó mucho tiempo en asimilar. Nos reímos histéricamente de ese humor brutal de HSBC y de las pobres víctimas menesterosas que embauca cada día. Imaginamos a los ejecutivos de crédito con carcajadas retorcidas después de cada víctima de este país de necesitados. El argumento de mi amiga era impecable, a mi modo de ver, una vez que pudo tener cabeza para reflexionarlo:

“Soy cliente de ese banco desde hace 35 años, con récord impecable. Nunca les he pedido nada y les he pagado millonadas por el servicio. Eso lo pueden ver en sus computadoras. Si no tengo experiencia de crédito es porque nunca había necesitado alguno, y nunca se me hubiera ocurrido pedirlo de no ser por sus insistentes llamados. Si algo puede decir el buró de crédito de mí es que nunca les he quedado a deber, he pagado cada uno de sus servicios…”, etcétera, etcétera. Tuve que detenerla en la tercera vuelta porque su argumento comenzó a ser repetitivo. Pero tiene razón.

La dejé en su casa pensativa. Y triste, por supuesto.

miércoles, 27 de junio de 2012

Flecha


El año pasado tuve el gusto de presentar a un escritor paraguayo en una de las sedes culturales del Ayuntamiento poblano, el Dr. Víctor-jacinto Flecha, un hombre bajito, de sesenta y seis años de edad, que inició su ponencia sobre la importancia de la memoria en los pueblos con la lectura de una decena de poesías en español y guaraní.

Una semana antes nunca había escuchado hablar del poeta y ensayista Víctor-jacinto Flecha, lo que no sólo era una vergüenza, sino una gran pena, pues en esos pocos días pude enterarme del significado que tiene en Paraguay este nombre. Sea en análisis político, social, cultural, económico, la voz del Dr. Flecha ha estado presente ahí desde la cárcel de la longeva dictadura, desde el exilio o desde su propia patria, a su regreso hace veinte años. Crítico hasta lo involuntario, el Dr. Flecha es ese tipo de personajes incómodos que son indispensables en nuestras incipientes democracias, pues de ellos emerge una voz sin miedo y con las bases suficientes para demostrar lo que hacemos mal, lo que se separa de nuestros intereses nacionales, lo que es caricaturesco en nuestras clases políticas. Y con sencillez, expresan lo que todos deseamos, que es transparencia, equidad, honradez, sentido común, búsqueda de progreso para nuestros pueblos.

La percepción del Dr. Víctor-jacinto Flecha sobre su país podría equipararse en muchos casos a la que una persona crítica tiene en México, Argentina o Perú. Implora por un poco de imaginación en la clase política de su país, la necesidad de rehacer algunas de sus instituciones; la artrosis paralizante que parece ser lo único evidente en los partidos políticos, que a pesar de su edad, como el Partido Liberal paraguayo con 132 años de existencia, carece hoy de ideología; políticos y políticas incapaces de construir instrumentos, de generar ideas, consensos, para no hablar de los abusos cotidianos de diputados y senadores; de los escándalos de los nuevos ricos… perdón, de los nuevos políticos, como la primera dama que instaló a toda la parentela en puestos que claramente no merecen, el embajador paraguayo en Chile y sus escándalos sexuales o los fallos surrealistas de la suprema corte de justicia. ¿Dónde hemos escuchado eso? ¿En que país latinoamericano no estamos cansados de las ocurrencias de nuestros políticos, de la indefinición de una política de Estado, de la soberbia, la presunción y el desplante de los clubes privados que se reparten el poder?; de los acuerdos internacionales de ganancias desproporcionadas, como ocurre en Paraguay frente a su vecino Brasil o el TLC en el nuestro.

En fin, éstos son temas que ocupan el talento y el tiempo del Dr. Flecha en su querida Paraguay, pero no los únicos temas, pues es un actor cultural atento al complejo entramado que articula la sociedad moderna. Se ha ocupado con la misma enjundia de los derechos humanos y los crímenes de la dictadura. Los resabios de aquellas violencias que viven todavía hoy, veinte años después, su calvario perenne. De los sin techo, de los sin tierra, de los operativos de seguridad que atropellan los derechos humanos, la deforestación del ecosistema chaqueño, la prejuiciada visión de la sociedad por lo intelectual: “promocionar el Libro en el Paraguay es hacer patria”, afirma. O de los jaloneos, la dejadez y la atonía que acompañaron los festejos del Bicentenario de la Independencia, de cuya comisión nacional fue miembro asesor.

Esperanzado, como todos, con el gobierno de Fernando Lugo, mas no por ello menos crítico, el Dr. Flecha habla de la mismidad, la busca, insiste en su histórica presencia; se trata de la versión guaraní de nuestro espejo de Tezcatlipoca, antónimo de la otredad, que es la distancia cultural, económica y educativa que tiene a nuestros pueblos postrados en algún siglo del pasado. Ahora lo imagino preocupado por la suerte que correrá Paraguay con el nuevo gobierno del señor Franco.

Fue un gusto presentar al Dr. Víctor-jacinto Flecha, sociólogo y politólogo. Licenciado en Economía política, Master en Ciencias Sociales y Doctorado en Ciencias Políticas por de la Sorbona de Paris. Viajero empedernido, la dictadura militar de Alfredo Stroessner le costó tortura, prisión y un largo exilio de más de tres decenios en países como Perú, Cuba, México y Francia, hasta el retorno a su país en 1989. Un abrazo solidario.