La estación de ferrocarril de Cd. Cuauhtémoc, Chihuahua, tiene un agradable boulevard peatonal con grandes macetones y bancas donde pasan las tardes habitantes de esa parte de la ciudad, rancheros, menonitas y tarahumaras que llegan a esta zona de bodegas a realizar negociaciones o simplemente a recolectar un poco de maíz. Hay tiendas agrícolas, ferreteras y refaccionarias. No es nada del otro mundo, pero así, limpio y ordenado, es otro panorama al que los nativos del pueblo conocimos y desde luego al que Antonio Noyola vio al llegar a Cuauhtémoc en 1947, cuando “las vías” eran el hogar de decenas de familias menesterosas que ocupaban furgones abandonados del ferrocarril, zona de crímenes y prostitución, basura y abandono que fue una de sus grandes preocupaciones en los siguientes cuarenta años, cuando fue posible su transformación gracias al empeño e insistencia de Antonio por municipalizar el derecho de vía y hacer de ese lugar lo que ahora es. No buscó el más mínimo crédito pa...