Mi recuerdo de aquellos ocho meses en que fui un precoz jefe de oficina en la Dirección de Telecomunicaciones del Centro Scop, con sólo 23 años, tres décadas después, es muy grato, como lo fue mi estancia entera en la secretaría de comunicaciones y transportes; un burócrata de cepa que nació y vivió su infancia y juventud en una oficina de telégrafos, nunca se me dificultó ambientarme, en lo más mínimo. A aquella oficina a la que entraba puntualmente a las ocho de la mañana y salía en la noche, la recuerdo como una orgía de trabajo en la que intervienen voces y cajonazos; teléfonos y máquinas de escribir de ruidosas teclas expulsando facturas de sus rodillos negros. Mis queridos compañeros, cómplices insobornables mientras no se convirtieran en enemigos jurados. Afinidad sellada en incontables borracheras grupales de fines de semana. Una existencia profundamente gregaria. La atención a clientes fue algo que se me dio con naturalidad. Educado en la disciplina y honradez de mi papá, tamp...