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Mostrando entradas de agosto, 2012

No niño, sí héroe

El 26 de agosto de 1847 el general Nicolás Bravo miraba pensativo la ciudad de México desde una torre del castillo de Chapultepec; todo parecía en calma, aunque los yanquis avanzaban desde el oriente de la capital; Bravo no era un anciano a sus 61 años pero se sentía cansado y envejecido; había alcanzado más de lo que cualquier habitante de cualquier país pudiera desear como logros personales y patrióticos. Para esta fecha había sido tres veces presidente de México, era un indiscutido héroe nacional, pero desde muy joven fue un militar valiente y comprometido, se unió a Galeana en la lucha por la independencia, después al cura Morelos; fundó un periódico insurgente, creó fábricas de pólvora y participó en todas y cada una de las epopeyas mexicanas de la primera mitad del siglo XIX; se hizo cargo del país cuando Iturbide fue destronado y desde joven poseía una aureola humanitaria por la famosa anécdota de los 300 prisioneros españoles que Morelos ordenó matar para vengar el asesin...

N 112

En honor a...

Honrar grandes y pequeñas personalidades es algo que siempre se nos ha dado bien a los mexicanos; a veces ni siquiera necesitamos al sujeto entero para honrarlo, con un pedazo de su señoría nos las arreglamos para cantarle himnos y dedicarle santuarios en sitios estratégicos de nuestro andar nacional. Sólo así es posible explicar las pompas fúnebres dedicadas a aquella pierna de Antonio López de Santa Anna que le fue amputada en la batalla de Texas, o el brazo de Álvaro Obregón que le fue amputado en la Batalla de Celaya. Como quiera, había pretextos para la celebración. A la primera extremidad se le hizo una ridícula ceremonia fúnebre en la que fue enterrada con toda solemnidad en el panteón de Dolores, aunque a las cuantas semanas la pata de Santa Anna fue sacada de su fosa para arrastrarla por las calles de México, mientras el resto “serenísimo” del cuerpo huía de la capital. A la segunda extremidad se le construyó un mausoleo enorme en la plaza de San Ángel, el antebrazo de O...

En la sombra no hay sombra

Siempre que entro al edificio Carolino, el antiguo colegio de los jesuitas que pertenece hoy a la Universidad Autónoma de Puebla,   fantaseo con encontrarme la sombra de Carlos de Sigüenza y Góngora detrás de una columna, entrando muy campante del segundo patio y expresando alguna de sus pletóricas figuras poéticas: “cuando indultando a Delos por su Oriente” (¡y a ti de indultan el poniente!, me contengo a decirle), pero no puedo evitar el asalto gongoriano y fecundo que me impele a un   lenguaje florido y revanchista: “nada cambia, pues, triunfador parténico, por eso fuisteis expulsado de esta noble institución”, le recuerdo a la sombra sin posma. A Sigüenza y Góngora debemos, probablemente, el famoso y popular proverbio de “te cayó el chahuistle”, pues fue su perseverancia y perspicacia científica la que descubrió la plaga de chahuistli que asoló el centro de México en 1691, tras las intensas lluvias de aquel mórbido verano que provocaron la escasez de alimentos; f...

Si mi abuelita tuviera ruedas

En 1847, tras una derrota inexplicable –porque podrían haber hecho un mejor papel- de los mexicanos en Padierna, Distrito Federal, ante las tropas invasoras yanquis, son tomados prisioneros cientos de mexicanos e irlandeses del Batallón de San Patricio que se habían pasado al lado mexicano. La siguiente escala era el fuerte de Churubusco. Para la defensa de Churubusco, el presidente Santa Anna eligió a un experimentado general que había participado en los movimientos de Independencia de los países centroamericanos y había apoyado el Plan de Iguala de 1924, aún cuando era hijo de españoles peninsulares: Pedro María Anaya, famoso ahora por haber recibido al General Zacarías Scott, jefe de los invasores, con una sorprendente declaración: “si hubiera parque no estaría usted aquí…”. Pero no había parque y todo mundo lo sabía, razón de más para que el general yanqui estuviera ahí, y en unos días más iría por el resto del pastel: el castillo de Chapultepec y la ciudad de México. ...

La abdicación

Comités ciudadanos. Se trata de pequeñas dependencias que no impactan directamente el presupuesto de las instituciones, ya que generalmente son honoríficas. Ostentan nombres muy pomposos, de aspecto importante: órganos de decisión; unidades de preservación, comités, comisión, oficinas de consulta. Generalmente no funcionan y cuando lo hacen, no están dispuestas a pensar. Sean testigos de cómo se aplican programas predeterminados, añejos, caducos por la propia dinámica de la burocracia. Estos grupos de decisión generalmente existen como organismos anexos a las dependencias y son   supuestamente los que deciden y testifican la aplicación de los recursos sociales, en cuyas sillas deberían estar sentados representantes de los sectores sociales interesados: escritores, comunicadores, académicos, que la mayoría de las veces aceptan tan alta distinción y se reúnen en sesiones pobremente productivas, que en realidad no discuten ni promueven otra cosa que las condiciones lamentable...

Familia telegráfica

Nací y crecí -junto con mis hermanos- a un lado de la oficina de telégrafos de Cuauhtémoc, Chihuahua, donde mi padre era el administrador y posteriormente mi madre fue la encargada de atender al público, hasta sus respectivas jubilaciones. Sus escritorios fueron nuestra sala de estudios, de juegos, de experimentación plástica, pues nunca nos faltaron papel, cartón, lápices, crayones, clips, cordón y lacra, que eran materiales muy usuales de aquel anticuado servicio telegráfico en donde todo se hacía literalmente con las manos. De acuerdo a nuestra edad, nos fue tocando suplir momentáneamente a nuestra madre en la ventanilla de telegramas mientras ella realizaba otras tareas domésticas y, ya adolescentes, suplir al mensajero en sus vacaciones anuales repartiendo mensajes y giros por toda la población. No es exagerado, entonces, decir que éramos una familia telegrafista. Con los años los hijos fuimos creciendo y yéndonos del pueblo en busca de mejores horizontes. Mi padre nos fue...

Gore el apóstata

Si alguien me preguntara a bote pronto por los tres libros más importantes de mi vida tal vez podría trastabillar, pero sin duda un santo nombre acudiría en mi auxilio y me daría la luz para sacar una respuesta rápida y cierta: Gore Vidal. Es decir, no que sea difícil recordar tres títulos importantes en las lecturas de la vida, pero los tres libros “que marcaron mi vida” sí merece una reflexión algo más mesurada. Como probablemente   te habrá ocurrido a ti después del desliz del candidato, he pensado en algunas respuestas a esa pregunta. Creo que una de ellas tendría que considerar las distintas edades del lector que soy, pues Pregúntale a Alicia fue un libro muy importante a mis 14 años y El Lobo Estepario lo fue a los 16; o tendría que partir por las modas temporales, los países de los autores, las selecciones marcadas por las diferentes aficiones que llegan a nuestra vida y se van; una vez me leí la historia de la danza en México porque me gustaba una bailarina.   Má...