El 26 de agosto de 1847 el general Nicolás Bravo miraba pensativo la ciudad de México desde una torre del castillo de Chapultepec; todo parecía en calma, aunque los yanquis avanzaban desde el oriente de la capital; Bravo no era un anciano a sus 61 años pero se sentía cansado y envejecido; había alcanzado más de lo que cualquier habitante de cualquier país pudiera desear como logros personales y patrióticos. Para esta fecha había sido tres veces presidente de México, era un indiscutido héroe nacional, pero desde muy joven fue un militar valiente y comprometido, se unió a Galeana en la lucha por la independencia, después al cura Morelos; fundó un periódico insurgente, creó fábricas de pólvora y participó en todas y cada una de las epopeyas mexicanas de la primera mitad del siglo XIX; se hizo cargo del país cuando Iturbide fue destronado y desde joven poseía una aureola humanitaria por la famosa anécdota de los 300 prisioneros españoles que Morelos ordenó matar para vengar el asesin...