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No niño, sí héroe


El 26 de agosto de 1847 el general Nicolás Bravo miraba pensativo la ciudad de México desde una torre del castillo de Chapultepec; todo parecía en calma, aunque los yanquis avanzaban desde el oriente de la capital; Bravo no era un anciano a sus 61 años pero se sentía cansado y envejecido; había alcanzado más de lo que cualquier habitante de cualquier país pudiera desear como logros personales y patrióticos. Para esta fecha había sido tres veces presidente de México, era un indiscutido héroe nacional, pero desde muy joven fue un militar valiente y comprometido, se unió a Galeana en la lucha por la independencia, después al cura Morelos; fundó un periódico insurgente, creó fábricas de pólvora y participó en todas y cada una de las epopeyas mexicanas de la primera mitad del siglo XIX; se hizo cargo del país cuando Iturbide fue destronado y desde joven poseía una aureola humanitaria por la famosa anécdota de los 300 prisioneros españoles que Morelos ordenó matar para vengar el asesinato de su padre y que el militar guerrerense desoyó, perdonándoles la vida.

No cabía engañarse sobre falsas expectativas en la defensa del Castillo de Chapultepec. “Hace dos días los yanquis aplastaron al general Anaya en Churubusco, el día de mañana estarán aquí”, pensó el experimentado general. Sus pronósticos se cumplieron al pie de la letra, incluida la muerte de los niños mártires que defendieron con su vida los muros del castillo.

Nicolás Bravo no murió en la inútil defensa de Chapultepec, pero tampoco volvió a conocer victoria alguna. Se retiró a su hacienda de Chichihualco, en el estado de Guerrero, hasta que el 22 de abril de 1854, a los 68 años, muere el mismo día que su esposa en un extraño evento que suscitó toda clase de especulaciones. En 2010 sus restos fueron exhumados del Ángel de la Independencia para analizarlos y autentificarlos, aunque no se dio a conocer si acaso de investigó su muerte, si su deceso se debió a envenenamiento u otra razón certificable. Ni siquiera supimos si era él, si ellos eran ellos; lo único claro es que ninguno era un niño, aunque todos héroes.



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