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Mostrando entradas de enero, 2018

La casa del que mató al animal

Esta es una leyenda fantástica porque, a diferencia de muchas leyendas poblanas, la de la casa del que mató al animal contiene un monstruo sacado de las leyendas medievales, una bestia mitológica que causó un gran daño a una conocida familia que habitaba la casona situada en la 3 oriente número 201, todavía visitable en el centro histórico de Puebla pues aloja, hace mucho tiempo, al periódico El Sol de Puebla. Me la ha contado Daniel quien quiso aparecer como informante solo con su nombre de pila. Que así sea. Ahí vivía la familia de don Pedro de Carvajal, un acaudalado español que tenía una hermosa familia compuesta por una señorita adolescente, un niño pequeño y otro niño que estaba por nacer. Pero quiso el destino que la tragedia tocara a las puertas de su casa y el día del parto su joven y hermosa esposa murió, dejándolos abandonados con un recién nacido. La hija señorita tenía por nombre Teodora, era una hermosa quinceañera que poseía una corte de caballeros haciendo fil...

Ideas sin sentido

Dos ideas raras: Una de comunicación y otra artística. La primera consiste en que los diputados decretaran concesionar a los ancianos mexicanos una estación de radio en cada ciudad mexicana mayor a cien mil habitantes; éstos se comprometerían a programar música mexicana que la usura de la radiodifusión ha impedido a varias generaciones conocer. El beneficio sería incalculable, los ancianos tendrían un poco de atención y recursos propios para crear una organización con infraestructura para ancianos, a que la tienen derecho, y los mexicanos, sobre todo los jóvenes, podrían conocer un rasgo fundamental de su cultura que solo les es transmitida por sus padres e increíblemente permanece oculta en los medios de comunicación, que programan lo que desean que la gente escuche. Démosle recursos a los ancianos mexicanos, valores verdaderos y productivos como una estación de radio, cierta independencia para que mejoren sus vidas y dejémosles organizarse, experimentar, mostrar la riqueza de ...

Una leyenda de azúcar

La leyenda de la Casa del Alfeñique tiene que ver directamente con el amor y los caprichos del amor. Se cuenta que en algún momento del periodo colonial un señor de apellido Morales estaba perdidamente enamorado de una señorita de nombre Ana, que era dulce como un alfeñique que es un dulce tradicional poblano basado en azúcar en pasta. Alfeñique es una palabra que proviene del sánscrito: phañita , que significa azúcar, pero fueron las costumbres árabes que traían en cantidad los españoles los que la introdujeron a América como alfeñique. El ejemplo más claro para identificar al alfeñique son las calaveras de azúcar, que en efecto están hechas con una pasta fabricada con el dulce y moldeadas con las manos como si fuera barro. Esto quiere decir que en la elaboración del alfeñique se juntaron muchas costumbres y habilidades provenientes de diversas culturas, lo que en la antropología llaman sincretismo. De esta forma el alfeñique tiene raíces árabes, españolas y por supuesto meso...

Un poblano muy memorioso

Uno de los pocos informantes (llamémosle) profesionales sobre el tema de la memoria poblana que he cultivado por casi tres décadas fue Pedro Ángel Palou Pérez, autor de libros de historia, profesor de varias generaciones de poblanos, funcionario de la cultura, cronista y amante de la plática y de los recuerdos como pude comprobarlo el día que lo visité en su oficina en las profundidades de la Casa de la Cultura. Era un poblano muy memorioso, a pesar de no haber nacido en Puebla, tal como fue su primera revelación, como nos suele ocurrir aquí a los fuereños. Don Pedro murió la noche de ayer a los 85 años, q.p.d. Esto fue lo que me platicó en aquella ocasión. Yo nací en Orizaba, vine a los 11 años interno a Puebla, y aquí me quedé hasta ahorita, aquí me casé. Era 1944-45, el internado estaba en la 9 Poniente, atrás de lo que es hora es avenida Juárez, que era entonces avenida de La Paz. Yo vine a estudiar al Instituto Oriente como interno, veníamos al centro caminando desde la 9...

Muertos tempranos

Un día se murió el esposo de nuestra vecina Vitola, estaba recién casada; el hombre se ahogó en una laguna y su féretro fue instalado frente a nuestra casa, lo que resultó irresistible tratándose del primer muerto de mi vida. Me hice acompañar de uno de mis primos y entramos a verlo en su caja de muerto. No lo reconocí, estaba hinchado y amoratado. Alejandro Rivera Domínguez recuerda ese momento infantil en el que nos vemos precisados enfrentar la muerte de alguien conocido, no lo suficiente para vivir la pena, pero sí conocido porque lo veía en la calle frecuentemente. De la tragedia pasa a la felicidad de aquella ciudad de los años 60. Alejandro:  Un día en el mercado del Carmen, que era un tianguis, tiré una lata de gelatinas. ¡Cómo me acuerdo! Mi mamá tuvo que pagar 3.75 centavos de gelatina, y por supuesto que me llevé una paliza tremenda. Era una lata que tenía, no sé, una lata de manteca aplanada y ahí ponían las gelatinas. Entonces las tiré todas. Bueno, er...

No somos perennes

En los inicios de la década de los años cincuenta, Puebla y el país saborearon otra clase de objetos y circunstancias que no existían antes de la segunda guerra mundial, concluida cinco años antes; los habitantes de la capital del Estado se habían modernizado de muchas formas, pero la modernidad sobrellevaba también novedosos rudimentos que se usaban en un moderno uso del poder, una moderna represión militar, las telecomunicaciones satelitales, las olimpiadas y las crisis económicas de un país con finanzas sanas. Ahí es donde corre este relato de Don Rafael Moreno Serrano, cuando una serie de infaustos eventos lo dejaron sin chamba. A raíz de eso, a los 29 años, ingresó al servicio de la policía federal. Mi madre, más grande, no necesitaba ya de hombre para vivir con él, entonces yo era el señor de la casa, llegaba yo con mi salario y le daba para su necesidad. Mi madre, para ayudarme, en la puerta del zaguán, hacía un tonel así de tamales y se ponía a vender. ¡Cómo vendía!, y...