lunes, 31 de agosto de 2009

La cacería


La noche de hoy del año 1997 los cazadores de imágenes, mejor conocidos como paparazzi, tuvieron buena cacería. Las víctimas salieron de un famoso restaurante en exclusiva zona de París, capital de Francia, abordaron su vehículo y ya sólo fue cuestión de tiempo, de persecución, de acoso. Los trofeos quedaron a merced de sus cazadores y sus no menos insaciables lectores del mundo entero. Podemos escuchar los intercambios macabros de esa noche, en los más diversos idiomas: ¿tienes a la princesa atrapada? ¿tienes una imagen de la princesa pidiendo ayuda? ¿llorando? ¿suplicando? ¿agonizando? “Eso no se puede publicar”.

La noche de este día en un túnel de la mítica ciudad de París se coronó el éxito a las ansias por penetrar las vidas ajenas; de escudriñarlas, desmenuzarlas, registrando el más mínimo gesto de los famosos como un saber obligado, como una necesidad de morbo informativo. Mas no era todo, seguía lo mejor. Millones de flores vendidas, millones de televidentes comprados, millones de dólares invertidos en la fastuosa ceremonia de duelo, con corceles, carrozas, entrevistas y comerciales. El guión exigió el llanto de la reina, del príncipe, de los principitos; lloraron millones de personas que, manipuladas por la televisión, por los periódicos, por Elthon John, la malvada Camila, los caballos de polo, la bulimia, los guardaespaldas, el castillo de Windsor y las once mil vírgenes reunidas, a sabiendas que Diana no regresará. Elthon John cantó ese día: “Adiós, rosa de Inglaterra, que siempre crezcas en nuestros corazones.”


domingo, 30 de agosto de 2009

Luz en San Francisco


En 1924 Luz y sus hermanas viajaron a San Francisco, California, como parte de una educación básica acostumbrada en su familia (¿a qué fue su papá a Estados Unidos, abuelita?, le pregunté una vez. “A estudiar”, me respondió. ¿A estudiar qué?, pregunté yo. “Pues supongo que inglés, hijo ¿qué podrían estudiar en aquellos tiempos?”). Su padre, Pedro Bustamante, había estado en California a finales del siglo XIX, ahora Luz y sus hermanas viajaban con un objetivo similar: aprender inglés, ver mundo y relacionarse con varones gringos tan bien cotizados en el futuro imaginable de las hijas adultas, como finalmente ocurrió. La fecha de 1924 se aprecia en la placa en el primer plano de esta fotografía, por desgracia, sólo en la original, pues veo que mi mala reproducción no llega a permitir ese distingo.


Mi abuelita Luz me contó que junto a sus hermanas trabajaron en una fábrica de enlatados que estaba en una isla cercana a la costa. Ni cuando me lo dijo, ni ahora, me es sencillo imaginarlas trabajando de obreras asalariadas a ese grupo exquisito de muchachas chihuahuenses que provenían de una familia que bien podría catalogarse de alcurnia, pero así fue. Trabajaron en esas factorías y tuvieron muchos pretendientes que las llevaron a pasear en los míticos Ford modelo T, como los que aparecen en esta fotografía. En el vehículo del frente vemos muy garbosa a Luz sentada cómodamente en la parte posterior.





Y tuvieron muchos pretendientes, como estos dos gallardos caballeros que acompañan a mi abuelita y a una de sus hermanas, creo. Luz, a la izquierda con el joven del elegante traje cruzado oscuro, que por cierto, la abraza, miran con gran naturalidad hacia un lugar que no es la cámara, manipulada, por cierto, por otra de sus hermanas, a juzgar por el sombrerito que detecta la sombra inferior de la fotografía.








En esta foto de la playa se aprecia que sólo dos muchachos llevan puesto un traje de baño de la época. Hace frío, pues todas las damas ostentan abrigos o por lo menos ropa calada hasta el cuello. Mi abuela Luz es la que abraza a su hermano Alfonso, que ocupa el centro de la fotografía, de camisa blanca. No tengo la menor idea de quiénes serán los demás componentes. La señora de negro podría ser la nana Nina, un personaje del que hay cosas muy intensas qué decir, y la chica detrás de ella probablemente una de las hermanas de Luz. Queda claro que sí, su padre las envió a San Francisco a conocer el mundo, pero nadie las iba a salvar de cargar con chaperona y chaperón que les cuidaran las espaldas.












Esta fotografía de mi abuelita Luz me encanta porque define muy atinadamente su personalidad histriónica de mesurado y fino humor. De haber sido otro el cauce de su vida tal vez podría haber sido actriz o escritora. En este anuncio panorámico de Douglas Faibanks, Luz abre los brazos para recibir a un caballo pegazo que vuela desbocado con un jinete también alado. Podemos ver que Luz lleva unos guantes de piel de brazo ancho, como los del Zorro, así como una pluma de buen tamaño que sale de la parte posterior de su sombrero. ¡Qué facha, abuelita!, pero es que estamos hablando de los felices y sorprendentes años 20s. Conocí demasiado tarde la fotografía y, en general, esta serie de fotografías, pues de haberlas visto en vida de mi abuela tendría una mejor historia qué contar de ellas. Sirva esta desgracia para excusar mis especulaciones sobre aquellos años en la vida de mi abuela, que reconstruyo con retazos de recuerdos, jirones de memorias familiares muy desdibujados y estas fotos históricas que quizás digan más de lo que yo puedo expresar o inventar.










sábado, 29 de agosto de 2009

Bird


Cuando Charlie Parker murió aparecieron en el metro de Nueva York y en todo Greenwich Village pintas que decían: El ave vive; claro, en inglés: The bird live.

Charlie Parker, nacido un día como hoy de 1920, es responsable de que parte del público comenzara a concebir el jazz como una forma artística seria y como un símbolo de rebelión juvenil. El be-bop se convirtió en la banda sonora de la vida bohemia y marginal, y el sax alto de Charlie Parker era como un cometa sonoro, símbolo de los momentos fugaces pero intensos.

Es posible que Charlie Parker viviera aún el día de hoy a sus 89 años, pues era un hombre grande y fuerte, pero sus excesos lo llevaron a una temprana muerte un 9 de marzo de 1955 a los 35 años de edad. Lo llamaban Ave porque sabía volar.


viernes, 28 de agosto de 2009

Cines poblanos en los 30s



En los años treinta entre las diversiones favoritas de Puebla se hallaban los paseos por el zócalo y la asistencia asidua a los cines, como cuando exhibían en el Cinema Royal El terror de los mares, en tres partes, y la infaltable tía la quería ver. El papá ya hizo cálculos financieros. Nadie se quiere perder Sangre ardiente, con Marina Roos y Hans Stube, la propaganda del 6 de enero de 1937 dice que será una película de costumbres húngaras, música de cuerdas, ballets encantadores y dramáticas carreras de caballos. La proyección será en nueve partes y el programa dura en total tres horas, con funciones a las 6.00 y a las 9.25.

Doña Viviana Palma me contó sus recuerdos de esa época:

“Me acuerdo que cuando llegamos a Puebla, unas primas que llegaron de visita, ya casadas y con hijas, me dijeron: “vamos a una fiesta de graduación”. Fue cuando conocí el cine Variedades, recién llegada. A mi me pareció muy grande, porque el teatrito de Xicoténcatl de allá de Tlaxcala, que a mi me tocó, era muy chiquito, como el Principal de aquí. El Variedades me pareció un teatrote, grandote. Me acuerdo que la primera vez que fui al cine pasaban una película, en el intermedio de la película había una orquestita que tocaba dos o tres piececitas. Ponían un cartel en la pantalla que decía “Intermedio”, y ya se levantaba uno; si quería uno caminar allí mismo, se volvía uno a sentar y era otra película o a veces era la mitad de la película, si era muy larga. Así era ahí en el Variedades, y en el del portal. Al cine Colonial fui mucho después, ya cuando habían pasado muchos años y me pareció bonito, pero ya no volví nunca más. Pero siempre decían: “vamos al “Costalito”, donde se supone que sólo iba la gente que soportaba que le estuvieran aventando de cosas y chiflando, porque chiflaban mucho los de gayola, decían. Me pareció bonito. Al principio no tenía tan mal prestigio, pero ya después decían: ”no, ahí no.” Y nos íbamos al Guerrero. Entonces en el Guerrero era lo mismo que en el Variedades. Ahora es el Teatro de la Ciudad. Esos eran los más comunes en esa época. Nunca conocí el Constantino, que estaba en la calle de los Gallos, la 6 poniente. Nunca fui. Yo nomás veía que iba mucha gente, sobre todo hombres, porque ahí había lucha libre, los sábados era día de lucha libre. Ese sí decían que era muy corriente, que la lucha libre, que no sé cuanto, era un cinito chiquito. Cuando llegué a Puebla lo que me llamaba la atención era ver todo limpiecito”.

En la década de los treinta existen en Puebla tres cines: el Variedades, el Constantino y el más nuevo, el Royal, la entrada a Luneta cuesta 60 centavos. Y se aclara en la publicidad: “Todos los niños que ocupen butaca pagarán boleto”, aunque hay permanencia voluntaria. Los precios son accesibles para todo público, sobre todo el miércoles, pues ya desde entonces existía el miércoles popular. El Variedades cobraba 60, 40 y 20 centavos, el Constantino 45, 30 y 15 centavos. Los domingos las funciones empezaban a las 4 de la tarde y terminaban hasta las once o doce de la noche. La gente recuerda con placer la sensación de salir en aquellas noches poblanas de silencio sepulcral y caminar a su casa. La ciudad dormía a esas horas.*

* Fuente y cartel: Archivo Municipal de Puebla, http://www.archivomunicipaldepuebla.gob.mx/




jueves, 27 de agosto de 2009

Samoa


Los antropólogos sabemos de Samoa desde los inicios mismos de la carrera debido a un famoso estudio que la antropóloga estadounidense, Margared Mead, hizo en esa isla polinesia en los años veinte sobre Adolescencia, sexo y cultura. Allí descubrió razones fundamentales del periodo vital de la adolescencia que, como puede preverse, en los años veintes, aún en los Estados Unidos carecían ubicuidad cultural, es decir, los niños pasaban a ser adultos sin transición precisa, sin adolescencia. De ahí que su estudio en Samoa ofrecía dar respuestas a cuestiones antropológicas globales: ¿Los disturbios que angustian a nuestros adolescentes son debidos a la naturaleza misma de la adolescencia o a la civilización?, se peguntó. ¿Bajo diferentes condiciones la adolescencia presenta diferentes circunstancias?" Mead concluyó de que así era.

Margared Mead viene a cuento no por el tema de la adolescencia, ni del sexo, sino de Samoa, para cuya disyuntiva ella ya no podrá aportar nada, pues murió en 1978, y está verdaderamente canijo que yo pueda embarcarme esta tarde a la isla polinesia, por lo que no tengo otra opción que simplemente especular sobre ese brutal cambio cultural que el gobierno de Samoa busca implementar a partir del 7 de septiembre: cambiar de derecha a izquierda el sentido de circulación vehicular. Parece sencillo, pero no lo es. Ya vimos la muerte de Woody Allen en su película Match Point, justamente debido a ese detalle, pues un neoyorquino debe primero habituarse para manejar en Inglaterra, pero el hecho de que 18 mil conductores, que son los que existen en Samoa, cambien de sentido de la noche a la mañana, se antoja peliagudo. No es un asunto que competa sólo a los conductores, sino también a los peatones, que deberán invertir sus cuidados al atravesar; al mobiliario urbano, que deberá cambiar a la acera de enfrente las paradas, los anuncios y las rutas de pasajeros, para no hablar de los 18 mil vehículos que tendrán que cambiar el volante de izquierda a derecha, o peor, manejar con sus vehículos actuales de manera invertida. El gobierno dice que el cambio servirá para que los numerosos emigrantes samoanos en Australia y Nueva Zelanda puedan enviar vehículos usados a sus familiares de la isla, pero como los mexicanos con los argumentos de nuestras autoridades, los habitantes de Samoa también desconfían de que esa sea la verdadera razón. Por lo pronto, los 180 mil habitantes de la isla están muy zizcados, temerosos y ya han creado una singular asociación cuyo nombre parece sacado de una película de esas que se preguntan dónde está el piloto: Asociación Contra el Cambio de Lado.

Lo único que se espera, de todo corazón, es que las estadísticas de muerte por accidente automovilístico no se disparen, también, de un día para el otro.


Invitación


miércoles, 26 de agosto de 2009

Noche y día


El 26 de agosto es un día triste y alegre para la pintura mexicana. Este día los extremos se encuentran, muerte y vida, agua y aceite. Aires antiguos de un paisajismo tradicional, académico, fotográfico, que encontramos en la pintura de José María Velasco, mexicano de fama mundial, muerto este día de 1912. Es tal la importancia de su obra, que las autoridades decidieron considerarla Monumento Nacional.

En el otro extremo de este deceso, está el feliz nacimiento de Rufino Tamayo, en Oaxaca, un día como hoy de 1899. Tamayo fija el color del alma oaxaqueña, su estirpe originaria y la cadencia cromática de un temperamento específico, que es el mexicano. Probablemente el mejor pintor del siglo XX en nuestro país.


martes, 25 de agosto de 2009

Memoria común documentada


Hoy tengo una entrevista en Sicom radio con Víctor Arellano, escritor poblano de cincuenta y cuatro a quien conozco hace más de 15 años y he leído en al menos uno de sus libros: Al demonio… y algunos artículos periodísticos como su columna del diario Intolerancia: Puebla sempiterna. Víctor, como muchos escritores de su tiempo, cultiva el tema de la memoria y como todos ellos se sorprende del resultado cuando ella es honesta. Cuando se trata de recordar sin corrección de estilo, sin matices clasistas o sociales. Hablar de memoria de los padres y abuelos y personajes con sus luces y sus sombras, como un ejercicio de memoria fiel, honesta, aunque no comprobable, pues todo descansa en su capacidad de recordar, es sembrar recuerdos documentados para el futuro. La forma de recordar, basada sólo en las palabras que emiten las imágenes depositadas en el hipotálamo, está en extinción. No somos conscientes, pero estamos creando con ellas una forma de recuerdo documentada que utilizarán otras generaciones.

Esta forma de recordar, que no es moda, sino forma, ya se ha modificado a causa del Internet a escala global. La memoria pasó de ser un retrato elegante y retocado, apenas ilustrado por actas de nacimiento y algunas fotografías, a un conjunto de hechos desnudos que comenzamos a plasmar sobre nuestra vida y nuestra memoria hace diez años a través del e mail y, posteriormente, en toda la gama de canales de comunicación que se han ido creando (blog, factbook, twiter, etc.), con imprevisibles repercusiones. La memoria amorosa guarda ahora, por ejemplo, escritos e ilustraciones que explicarán mejor el éxito o el fracaso de una relación. Es decir, la memoria de ese amor tendrá que considerar esos elementos y será necesariamente distinta, como memoria, a la que experimentamos hoy con recuerdos rasgados por el tiempo. Y es gracias a esa memoria documental que Víctor y muchos escritores cultivan esa categoría de la memoria; es posible esbozar hechos personales, familiares y locales sin acomodos, maquillaje o arreglos de precaria acomodación clasista, lo que hace a esos recuerdos profundamente humanos, los acerca descarnados a nuestra realidad, también descarnada, o mejor, defragmentada a punta de bits, de datos, de información que sobre nuestra persona echamos al universo relativo del Internet. Un futuro auxiliar de la memoria humana que ya hace sentir sus primeros efectos, pero que necesariamente cambiará la calidad de los recuerdos. En un futuro próximo, recordar será una acción humana con sustento documental, como lo puede ser ahora la disciplina de la Historia. Es la clase de memoria que encuentro en el ejercicio de Víctor con su padre o con la ciudad a favor de un pasado cristalino, fidedigno, digno con su descarnada verdad. Por el momento no parece beneficiar a nadie, es el simple gusto por recordar.

Porque cuando hay un claro beneficio en decir nuestras intimidades las razones ya no son las mismas. En Estados Unidos te pagan por desnudar tu vida a un ávido público que paga por ver, sobre todo cuando tu vida ha estado ligada con el morboso hermetismo de una vida privada como la del escritor estadunidense J.D. Salinger, sádicamente balconeado por un lejano amor. Hablo de Mi verdad, de Joyce Maynard, que narra su relación con Jerry Salinger cuando el tenía 53 años y ella 19. Sin pelos en la lengua, Joyce hace un relato sobre toda su vida para justificar que veinte años después tenga la necesidad de gritarlo al mundo, pues al parecer padece alguna clase de lesión. No importa que en la acción se lleve entre los pies la histérica convicción de Jerry por la privacidad y el desprecio patológico por la promoción y venta de la literatura. Con uno de los libros más vendidos del siglo (El guardián en el centeno), Salinger no quiere saber más de presentaciones de libros, ni premios, ni entrevistas, ni nada, entregando su vida al estudio de la homeopatía. Y como médico homeópata, en consecuencia. Es completamente intransigente con sus principios, un histérico, pero es su decisión. Así lo consideró una pareja de amigos contemporáneos a aquella relación, negándose a participar con Maynard veinte años después. Por su parte, Joyce Maynard desea todo lo contrario, legítimamente: luces, reflectores y dinero (pues tiene que mantener a sus tres hijos), pero elige la traición a una privacidad especialmente clausurada a cambio de la jugosa ganancia que necesariamente le generó Mi verdad. La única verdad es que destrozó el hígado de Jerry, como ella debe saberlo.

Me lleva a concluir que la memoria documental tiene sus aristas y riegos relacionados a la buena voluntad. O a la mala. Es posible recordar dañando al prójimo. Es posible recordar como acto de venganza o chantaje o insulto o cualquier actitud que más que exactitud busque el ensañamiento. Es inevitable que estemos recordando así porque es una necesidad impuesta por razones externas, son máquinas registradoras que ordenan, publican y componen todo aquello que algún día será un recuerdo. Es una consecuencia tecnológica, una imposición de nuestro tiempo. Pero esa acción, en aras de la literatura y el recuerdo, puede llegar a lesionar gravemente la sensibilidad de alguien que, histérico o no, ve trastocada su vida con la aparición de las “memorias” de una novia que hace veinte años que no ve.


lunes, 24 de agosto de 2009

Borges




Contra su voluntad, hoy cumpliría ciento nueve años el polémico escritor argentino Jorge Luis Borges que, como en el caso de Octavio Paz, es más discutido que leído, más criticado que entendido; siempre fuera de época, de contexto, con sus temas interminables que transitaban de la invención a la erudición; de la fantasía al conocimiento fastuoso.

No obstante, en todo el mundo se lee a Borges, el escritor argentino nacido el 24 de agosto de 1899. Se le sacan sus trapitos al sol, se diseccionan su vida, su obra, sus mujeres; se analizan sus actos y se debaten sus rectificaciones.

"Yo no quiero seguir siendo Jorge Luis Borges –afirmó-, yo quiero ser otra persona. Espero que mi muerte sea total, espero morir en cuerpo y alma." Borges pensó que la transmigración del alma, "ciertamente poética y más interesante que la otra", la muerte, esa permanencia de seguir siendo lo que somos y recordando lo que fuimos, "es un tema pobre".

Borges el memorioso, el infinito, el breve.






sábado, 22 de agosto de 2009

La Elena


Se sabe que era poblana, pero en Puebla la sombra de Elena Garro es breve, casi inexistente. Las reseñas biográficas sobre ella se saltan la parte poblana, a la que nada la ata, que no fuera padre, José Garro, fervoroso católico.

Elena Garro fue una mujer de una fuerza y talento fuera de lo común; un personaje de su propia obra, excéntrica, sabia, distraída. De joven quería ser militar, pero las circunstancias la obligaron a estudiar danza, Letras y actuación con Julio Bracho. En 1937, en una extraña ceremonia, se casa con Octavio Paz, como ella misma lo narró antes de su muerte. Escritora prolífica, escribió poesía, ensayos, cuentos, obras de teatro y novelas, pero su obra cumbre, que la coloca en las letras grandes de la literatura mexicana, fue su novela Los recuerdos del Porvenir, publicada en 1963.

Elena Garro se ganó el desprecio de la comunidad intelectual mexicana al señalar a catedráticos e intelectuales "izquierdistas" (Luis Villoro, Emmanuel Carballo, Leopoldo Zea, Rosario Castellanos, José Luis Cuevas, Carlos Monsiváis, Eduardo Lizalde, Víctor Flores Olea, Leonora Carrington y el propio Octavio Paz) como los causantes de la matanza del 68. ¡Ahora como cobardes, esos intelectuales se esconden...!, les restregó en la cara. Muy pronto sus palabras tuvieron consecuencias. El desprecio general se estrechó haciéndole la vida irrespirable, tuvo que purgar un exilio los siguientes treinta años. Sólo regresó a morir, se instalaron con cierta incomodidad en Cuernavaca, ella y su hija Helena Paz y de pronto murió, enojada con el mundo, un día sábado como hoy del año 1998. Tenía 78 años de edad.


viernes, 21 de agosto de 2009

Me vale...


Nos apagaron el cigarro a los ciudadanos y ahora el café que solía tomar en el centro ya no sabe a lo mismo. “Prohibido fumar”, dice en cada una de las mesas, como un menú indeseable. “Imposible, nos cierran el negocio”, dicen los encargados. Cómo tomarme igual mi café de los jueves sin la compañía de un buen cigarro acompañado de mi amigo Pepe, o los sábados, cuando me tomo dos cervezas en su cafetería. La ausencia del cigarro es una medida que viene a modificar costumbres de muchas décadas de historia, de tradición, de recuerdos. Los ciudadanos tuvimos que ajustarnos a la drástica medida y llevamos dos o tres sábados aprendiendo a disfrutar del café y de la cerveza sin un sabroso cigarro. Es una nueva realidad que exige nuestro tiempo, es doloroso, trágico, contundente. Y la vamos a acatar, qué nos queda. Se necesita ser o haber sido un fumador para sopesar con alguna justicia esa pérdida, esa necesidad de encender un farillo para emitir una blonda rosca de humo gris y aromático. Y luego dar un sorbo al café. Tiene que ver hasta con la lucidez de la siguiente idea, la jalada al pitillo es el intervalo exacto para arropar a las siguientes palabras, la pausa de un raciocinio feliz. Aprender a pensar sin cigarro es una ardua tarea que no se explica fácilmente. Hay ahí un sacrificio que también es una pérdida. Y ahora hay que asumirla, obedecerla, doblegarse sin tacha a una nueva realidad. Que es por nuestro bien, dicen, que así sea.

Pero…

Ver la fotografía de Yazmín Rodríguez que publicó El Universal en la que el secretario Gómez Mont fuma su cigarrillo justo debajo de un cartelón que lo prohíbe es una triste y fiel imagen de la realidad que vivimos en México, no sólo por la impunidad de ver a un funcionario de su nivel fumando alegremente con la complicidad de la gobernadora de Yucatán, que me provoca cierto hervor de hemoglobina, pues si me pongo a fumar en el palacio de gobierno me sacan a patadas. Lo mismo me ocurre en cualquier lugar, me corren de la cafetería, del bar, del antro; lo que me conduce a expresar que la ley se aplica de forma discrecional, pero eso lo sabemos todos. El problema de fondo está en que el gobierno no se cree sus propias palabras, no tiene un verdadero compromiso con lo que pregona e impone al resto de los ciudadanos. No digo que los funcionarios sean intachables y que no tengan derecho a una vida tan disipada y permisiva como la nuestra, pero no pueden ser tan obvios y tan groseros como en el caso que exhibe esta fotografía: el Secretario de Gobernación fumando debajo de un cartelón que lo prohíbe, una triste imagen de nuestra realidad, del dilema de la ley en un país que no ha sabido aún cómo interpretarla. Aunque hacemos muchas.

Se hacen las leyes para violarlas, dice el dicho popular, pero el civismo de una nación justamente descansa en la congruencia de sus ciudadanos, empezando por sus autoridades. Y esta imagen nos demuestra que el civismo en México nos lo pasamos por el arco del triunfo a la primera oportunidad. Parece que no importa ya en este caos. En la Reunión Nacional de Procuradores de Justicia, en Mérida, se reunieron los hombres y las mujeres nombrados para hacer valer la ley, pero en este país tenemos un dichito que utilizamos sin demora: “me vale”.



miércoles, 19 de agosto de 2009

Brebaje




No sabemos hasta donde alcanza a restirarse la indignación, pero sabemos que la de los mexicanos es bastante elástica, duradera, resistente y proba. Una buena indignación la nuestra. Si exportáramos, en lugar de petróleo, indignación, no tendríamos problemas económicos. Es un asunto de mercado, habría que ver la categoría del producto en otras latitudes y actuar en consecuencia. Mientras yo me desgarro las vestiduras para que una noble investigación sobre la memoria, de dos años de trabajo, sea subsidiada por alguna institución con una modesta aportación que, en conjunto -es decir, en los dos años- apenas alcanzaría a cuantificar un mes y medio de salario neto de un diputado federal, El Universal nos ilustra hoy cómo estos angelitos, además de sus prestaciones legales, se embolsan hasta un millón de pesos al mes jineteando sus boletos de avión. “Yo soy amigo de un hermano del señor…”, decía Chava Flores en una de sus inolvidables canciones. Y así le hacen, componendas con sus coordinadores, secretarias, agencias de viajes, fírmele aquí, pásale este documento al de allá, que le pongan aquí un sellito, diputado, otra firmita, por favor y aquí está su cheque. Yo me quedo con el diez, señor diputado, faltaba más ¿pues que cree que vivo de aire?

La indignación no tiene límites en nuestro país, y eso que sólo estoy mirando los periódicos de hoy, para esto no es necesario hacer memoria. La Jornada nos ilustra que en el municipio de Urique, Chihuahua, sesenta y un rarámuris pelean el despojo de 253 hectáreas, en las que han vivido por generaciones, que fueron “compradas” por un vival que pretende construir ahí un desarrollo turístico aprovechando que está cerca de las magníficas Barrancas del Cobre. “Váyanse rapidito –dicen sus esbirrios- porque si se enoja el patrón a la mejor nos ordena que nos los quiébremos…” Y por supuesto nadie duda de que así puede ser. ¿Qué pasaría si nos enojáramos todos contra el patrón…? El doctor Narro, rector de la UNAM, ha alertado esta semana de que algo muy grave ocurriría, si el nivel de indignación rebasa algún límite histórico.

Una de las noticias que más indignación me causa es la de la señora Jacinta Francisco Marcial, una mujer ñañhú 46 años del estado de Querétaro, con seis hijos, que fue acusada y encarcelada hace tres años acusada de haber secuestrado a seis inocentes judiciales armados hasta los dientes con su sola y temible presencia. O tal vez usó algún cucharón de cocina para amenazarlos. La historia movería a risa si no causara antes tanta indignación. Le han dado 21 años de sentencia y ya ha cumplido tres. Cualquiera que haya estado cerca de agentes judiciales con sus armas y sus radios de comunicación sabe lo difícil que es, no se diga secuestrarlos, sino siquiera mirarlos a la cara. La caricatura legal que esta sentencia implica apunta su dedo acusador hacia todos los confines de este país, en donde el 90 por ciento de los crímenes quedan impunes: desde nuestros angelicales gobernantes haciendo chanchullos a la luz del día, hasta el tendero de la esquina que le carga la mano al precio de las calabacitas. Dice el diccionario que la irritación es un sentimiento de intenso enfado que provoca un acto que se considera injusto, ofensivo o perjudicial. Cólera, furia, irritación son sinónimos de indignación. Me parece que se queda corto, porque la indignación es producida por una afrenta a nuestra dignidad, que hoy por hoy es lo único que nos queda. Yo más bien creo que la indignación es un brebaje que ingerimos diariamente los mexicanos, que sabe amarga, que es difícil de tragar y que, tarde o temprano, terminaremos vomitando.




martes, 18 de agosto de 2009

Alfonso y Luz


Una vez quise discutirle a mi abuelita que el nombre de su hermano había sido Pedro, que había llamado Alfonso entre algunas lágrimas, pues acababa de morir en Ciudad Juárez, muy anciano. En verdad consideré que mi abuelita era muy anciana y que había confundido el nombre de su hermano con el de su papá, pero ella sólo se rió. “No, no –dijo-, Alfonso, Alfonso”. Y se le llenó la boca de recuerdos antiguos y cordiales. Alfonso fue un personaje desconocido para la familia de Cuauhtémoc, los “chicos” nunca lo conocimos, ni supimos de él, de su familia o de su vida. Alfonso había sido su hermano levemente mayor y el único hombre de la familia, además del amo y señor de la Hacienda. Su temible padre Pedro.

En esta fotografía Luz tiene unos dieciséis años, por unos dieciocho de Alfonso. Probablemente ya está enamorada de Leopoldo, un forastero que llegó a Yoquivo con algunas habilidades y tuvo su primer enfrentamiento con la autoridad, es decir, con su papá. Al igual que don Pedro, Leopoldo hablaba inglés. Era un joven alto, bien parecido, moreno con los ojos levemente rasgados como seña de un ancestro reciente de raigambre oriental, probablemente chino. A su padre, que pasó de largo hacia Los Ángeles –probablemente-, nunca conoció. Leopoldo llegó a Yoquivo y se ofreció para administrar algunas haciendas. Estaban San Miguel, Recomachic, Menelichic y Basogachic en los alrededores, propiedad de gringos que llegaban de vez en cuando de los Estados Unidos, muchos de ellos propietarios de minas. Necesitaban a alguien confiable en quien dejar las haciendas y Pedro, que vivía ahí, había sido hasta entonces el indicado para hacerlo. Pedro además de las haciendas administraba a algunas mujeres “locales” de los hacendados gringos, incluidas esposas, de forma que los gringos ya se habían fastidiado con él, así que la llegada de Leopoldo vino a propiciar algunos cambios en las prerrogativas del cacique. Le quitó entonces el manejo de una de las haciendas en donde, creo haber escuchado, le bajó a don Pedro incluso los favores de la esposa del gringo.

En esta fotografía, modificada artesanalmente por mí, Luz y Alfonso miran a la cámara con melancolía. Ella va a abandonar su hogar definitivamente en un par de años; él crecerá a la sombra de su poderoso padre y envejecerá así, sin pena ni gloria.


lunes, 17 de agosto de 2009

Yoquivo a ras de suelo

Luz a la izquierda

La vida de Yoquivo era la de un rancho, había mucho qué caminar, algunas tareas familiares –las hermanas mayores atendían la tienda-, domésticas, pero en general había poco qué hacer si lo imaginamos desde una perspectiva moderna. En esta fotografía vemos a Luz muy quitada de la pena en compañía, probablemente, de una de sus hermanas y un trabajador de la hacienda. Un trabajador muy cercano, habría que agregar, pues aparece en otras fotografías familiares, y hasta es probable que se tratara de un familiar alterno de las muchachas, proveniente de otra de las familias de don Pedro. Pero esto es maledicencia pues, aunque era posible, no hay ninguna razón para afirmarlo, además de su evidente familiaridad. La otra mujer tiene el aspecto de una de sus hermanas apodada cariñosamente La Negra, aunque es posible que mi comentario, rayano en el racismo, también esté equivocado. Me encanta la actitud altanera de mi abuelita Luz en esta fotografía. Lleva un moderno peinado de los años 20s y su cómodo vestido evoca las vestimentas egipcias y romanas amplias y sencillas. Era un territorio agreste y había mucho qué subir y qué bajar en los alrededores, razón por la que Luz ostenta sendas botas, resistentes y gastadas, que dejan ver sin embargo la coqueta altura de sus tacones. Más bien altos, pues Luz nunca fue una persona que se distinguiera por su altura. Esta foto reposada y espontánea nos da una idea de la tremenda paz cotidiana que disfrutaban en Yoquivo (no había una tremenda paz social, por cierto, pues estamos hablando de 1919 más o menos), en esta entrega quiero analizar un poco sus alrededores.



Vista del oeste

Desde el oeste, en línea horizontal, Yoquivo está a la altura de Delicias. Hacia este costado Yoquivo estaba protegido por un prolongado cerro o conjunto de cerros que lo separaban de la hacienda de Recomachic. En esta fotografía es posible observar el camino, bordeando de este lado la escarpada ladera de las montañas.
Del oeste llegan los vientos de un “cercano” pacífico. No está tan cercano, pero dada la morfología de la sierra, estos vientos rebotan en enormes hoyos y gigantescas montañas de tal forma que no sólo pasan por Yoquivo, sino que siguen hacia el centro del estado al grado de afectar a poblaciones como Cuauhtémoc, pues el viento del Pacífico penetra por Sonora la gran depresión de la sierra Tarahumara y rebota con violencia sobre la meseta continental que se ensancha hacia el resto de Chihuahua y más allá, hasta Coahuila y Nuevo León. Justo en el borde posterior a la sierra está Cuauhtémoc, en donde terminó la primera parte de toda esta historia.
Yoquivo, entonces, se protege de estos vientos con una enorme montaña, la más alta de sus alrededores, que cubre completamente el flanco Este, como se puede observar.


Vista del sur

Al sur de Yoquivo, en línea recta, se encuentran los bordes del estado de Sinaloa, más o menos con el municipio de Choix, Sinaloa. Yoquivo también está muy bien protegido por este flanco, fundamentalmente la parte izquierda. A la derecha el cerro es menor y deja imaginar una entrada de sur a norte que atraviesa el pueblo con esa dirección. Sin embargo, de acuerdo a mis datos, no hay nada importante en el sur de Yoquivo, ni un pueblo ni mucho menos una ciudad, puesto que Parral debe imaginarse a 400 kilómetros con ese rumbo. Me imagino a Luz con sus hermanas contemplando el paisaje desde la cúspide de este cerro mayor. Es un bonito espectáculo. El paisajismo fue uno de sus grandes placeres. Como abuela le gustaba sacar a la decena de nietos de todos tamaños a caminar por los alrededores de Cuauhtémoc, como el cerro de las azucenas que visitábamos cada mayo a recoger esas flores blancas, o hacia el rumbo de Cusihuiriachic, que ahora es la colonia República, de donde veíamos el espectáculo de nuestro pueblo que remataba con las planicies ocres y doradas de los campos menonitas y en el horizonte la sierra de Rubio. Esta foto me hace recordar el enorme placer de mi abuelita al contemplar paisajes como este. “Vean, hijos, miren qué bonito…”, se esmeraba y a veces se desesperaba de que, en más de un momento, nos interesaran más las piedras y las lagartijas del suelo que el paisaje que nos había llevado a ver.


Vista lejana del este

Al este de Yoquivo queda la ciudad más cercana desde entonces, San Juanito, aunque entonces tal vez no era una ciudad, sino un pueblo grande, con una importante estación de ferrocarril que transportaba madera y minerales a la capital. Sin embargo, esta fotografía no muestra una hondonada que al parecer marca el camino natural de Yoquivo a San Juanito, como lo muestra otra fotografía de la colección. Era relativamente fácil llegar a San Juanito. De hecho, había una línea telefónica privada de San Juanito a Yoquivo (me fui de espaldas cuando mi abuelita me lo platicó. “Sí, teníamos teléfono”, me dijo. Y cuando mi papá iba a llegar a la hacienda avisaban por teléfono que ya venía para acá, entonces rápidamente todos los sectores relejados por su ausencia se ponían a trabajar a marchas forzadas. Lo primero –y muy importante-, era cocer una calabaza que era lo que don Pedro exigía para comer al bajarse de su cabalgadura, acompañada con leche fresca de vaca. “La calabaza, la calabaza…” se oía gritar a la nana Nina a las mujeres de la cocina), e imagino que ir a San Juanito era una cosa relativamente común entre los habitantes de la hacienda de Yoquivo a adquirir toda clase de productos, a comenzar un viaje o a depositar en la agencia de correos una carta de amor como aquella postal que Luz mandó a su “Leopoldito” fechada en este sitio en noviembre de 1922.


Vista desde el norte

Una línea recta hacia el norte correría paralela a la frontera del estado de Chihuahua con el de Sonora, haciendo una franja de unos cincuenta kilómetros de ancho. La línea recta hacia el norte pasaría muy cerca de Cd. Madera a unos doscientos kilómetros al norte y de Casas Grandes, a unos trescientos. Después de Casas Grandes la sierra Tarahumara se disipa, termina en curva y se interna a Sonora, quedando sólo la planicie desierta que llega hasta la frontera con Estados Unidos. No es el desierto de los médanos de Samalayuca, sin embargo, que en el norte del estado está más hacia el centro, cruzado por la carretera panamericana que va de la capital a Juárez y El Paso.

Nuestra fotografía nos revela sólo el norte cercano de Yoquivo. El pueblo termina y lo suceden una serie de cerritos que terminan cediendo en un arenal de proporciones considerables. Mi abuela hablaba de un río grande cercano y es muy probable que este cauce lo indique, revelándonos sus dimensiones. En este punto me parece advertir una curva pronunciada del mentado río. Yoquivo yace, como lo expresaba, es una especie de cuenco rodeado de generosas paredes.


Luz asomada por la tabla

Aquí termina la serie que buscó revelarnos la ubicación de este mítico pueblo familiar, que buena falta me hacía y ojalá te haya gustado a ti también. Con sinceridad la pongo a disposición de todos mis familiares que gusten de su historia antigua para que recuerden y especulen a gusto sobre este filón de nuestra genealogía, que es de todos. Narradores y noveles cuentistas hagan uso de este recurso para ilustrar mejor sus narraciones. Así como el conjunto de las fotos familiares, de las que detento sólo mi propiedad proporcional como un miembro más, que también son tuyas y que puedes usar para tus propios recuerdos, en tu blog o donde quieras, pues una historia, como la nuestra, tan abundante en matices, no puede resumirse a mis flacos recuerdos y no pocos inventos y exageraciones literarias que nutren mis entregas. Es decir, no es mi historia –solamente-, es tuya también y puedes ayudarme a recordar y a precisar (Como Antonio que aclaró que la boda de mis abuelos en Yoquivo fue por el civil, el de la iglesia vino después en otro lugar, como fue en efecto –lógica, mi buen-, gracias). Y en el mejor de los casos, acercarme copias de fotografías y cartas familiares para poderlas poner en esta colección.


domingo, 16 de agosto de 2009

Responsabilidades


Fox culpa a las estrellas de la crisis.

sábado, 15 de agosto de 2009

Teorema

Hoy hacemos nuestra última reunión en Teorema, una librería-restaurante-bar ubicado en una gran esquina del centro de la ciudad de Puebla (Reforma y 7 Sur). Hace diecisiete años llegué a Teorema buscando un libro de Foucauld: La microfísica del poder. Tenía Las palabras y las cosas, lo compré. En mi segunda búsqueda comprendí que difícilmente iba a encontrar ahí libros en particular, pero me gustó el sitio, la dependienta fue muy amable (Pía) y a poco me enteré que pertenecía a una familia de chilenos avecindada en Puebla desde los inicios de la dictadura. En mi segunda visita Pía me presentó a su padre, José Donoso, como fue bautizado por la comunidad en los primeros años, cuando dio clases de derecho en la Buap, sin menoscabo de su famoso homónimo y paisano, autor de El lugar sin límites, primo suyo y sin ningún contacto en la realidad. Este Pepe Donoso resultó ser un personaje muy interesante, dispuesto a escuchar a casi cualquier parroquiano que se acerque, poeta silvestre y autor de una docena de libros de poesía publicados por él con su nombre real: José Romualdo Súarez Donoso. Me hice asiduo visitante de Teorema y en los últimos diecisiete años habré fallado a mi reunión semanal una docena de veces. Me patrocinó una cápsula radiofónica durante un año, que se transmitieron en la radiodifusora donde laboraba, y al menos una idea promocional que disfruté mucho. Se trataba de imaginar para radio la presencia de escritores, preferentemente muertos, en una de las mesas de Teorema. Había uno con Hemingway, ya bastante pasado de cafés hawaianos, en el que discutía neciamente que Pepe no era chileno sino austriaco. Y otro en el que Juan Rulfo no decía ni una sola palabra. Bueno, me doy cuenta que en realidad no los recuerdo, pues no eran tan insustanciales, pero la idea era esa. Así ha pasado el tiempo, que es en realidad un fragmento de historia citadina, al menos de aquella esquina en particular. De acuerdo con los aires determinados casi siempre por las noticias, la política, la historia, la lengua, hemos estado en esa mesa nuestra, tejiendo una red de cervezas y palabras hilvanadas con innumerables cigarros que fumamos con fruición, en tantos medios días soleados, a veces acallados por la manifestación de la 28 de Octubre, gritando hacia al zócalo, por procesiones del silencio, campañas y contracampañas de la política local. Ahí he conocido a infinidad de gente interesante, con quienes, en los últimos años, hemos formado un elástico grupo que si fuéramos institucionales podríamos llamar Círculo cultural Teorema, pero afortunadamente no lo somos. Aunque hubo un esporádico intento por llamarlo Grupo Orquídea Negra, que por fortuna no fructificó. Nuestra cursilería no llega a tanto, y los dispares intereses están determinados por la abierta circunstancia de nuestras edades, que van de los veinticinco a los ochenta y cinco años. Yo me inclino por discutir conceptos: amor, libertad, odio, pues he visto que por la variedad de los opinantes este método funciona, pero lo que más se discute en esa mesa son noticias, no necesariamente frescas, pero sí champurreadas por las personales lecturas de cada quien. Es decir –me he cansado de repetirlo-, hay temas en los que sólo nos queda discutir la visión editorial del periódico que leemos, lo que me parece un poco inútil. Aunque algunos comensales se nos han muerto por ancianos o por enfermedad, como nuestro inolvidable y fiel Enrique Athié, los vivos que quedamos nos las arreglamos paras seguir visitando a Pepe y su viejitos, entre quienes destaca el poeta tabasqueño Agenor Valencia, el viajero brasileño Eduardo Mann, Sergio Storelli, improbable empresario de oleaginosas pero teologista aplicado, Magno Sánchez, gran maestro de una logia, Ricardo, ingeniero catalán, Adolfo Martínez, escritor escolástico de Castilla y el pintotesco arquitecto Francisco Marín, por mencionar sólo a los mayores de setenta, además de un numeroso grupo de "jóvenes" de entre treinta y sesenta, algunos de ellos, pocos, poblanos.
Hoy nos toca asistir a la última reunión en el Teorema tradicional, pues en unos días se mudará a un sitio cercano en donde, por sus dimensiones y arquitectura colonial, será necesario pensar en algo más que una librería-café. No sé qué pase con nuestro grupo, si mejorará o empeorará, lo que es seguro es que el cambio de escenario marcará el final de una época de los poquísimos cafés de Puebla. La Era de Pepe Donoso, que ya desde ahora ha pasado la batuta del negocio a Paula, su nieta, sin duda el inicio de una nueva historia de Teorema. Gracias, Pepe, por todo esto y lo que sigue.

viernes, 14 de agosto de 2009

Yoquivo


Luz a la izquierda y atrás de ella su hermano Alfonso

Escuché hablar de Yoquivo desde mi más tierna edad como el lugar de nacimiento de mi abuelita Luz. Siempre supe que estaba en la sierra de Chihuahua, pero no dónde. A pesar de haber sido mencionado innumerables veces, Yoquivo nunca fue destino de nadie cercano a la familia, hasta que Mario Rocha lo visitó en los años setenta para tramitar un acta de nacimiento de Luz. Que yo sepa es la única visita de un familiar a ese mítico lugar que imaginé de mil maneras diferentes. Con los años supe que estaba cerca de San Juanito, pueblo famoso e importante, pero tampoco sabía muy bien donde estaba San Juanito. Mi abuela abandonó Yoquivo para siempre cuando huyó con mi abuelo Leopoldo a vivir un prolongado exilio familiar que duraría décadas. Murió su madre sin que ella lo supiera oportunamente y, con el tiempo, toda su familia abandonó este pueblo. Sus hermanas, excepto Livia, que emigró a la capital del estado, se mudaron a los Estados Unidos, donde se casaron y se volvieron gringas. Su padre fue a vivir a Chihuahua con una nueva esposa. La casa grande de Yoquivo fue cerrada con sus muebles y enseres domésticos dentro y lo único que recibieron después fue el polvo de los años: Roperos, mesas, sillas, fotografías y ropa fueron abandonados como símbolos de una paralización familiar que marcó un antes y un después, del glorioso Yoquivo de emotivas vivencias familiares, al Yoquivo de hoy, abandonado y olvidado. Un pariente de mi bisabuelo Pedro, Ángel Martínez, hijo de una familia alterna de su permisivo cacicazgo, quedó como encargado y propietario.

Motivado con la publicación de las fotografías familiares relacionadas a Yoquivo, me propuse investigar dónde está este pueblo y qué características naturales lo rodean. Esta es la primera parte del resultado de esa investigación, apoyado básicamente en Google Earth.



En Batopilas

Tratar de visualizar a Yoquivo a través del tiempo no parece difícil, el actual pueblo de Yoquivo, municipio de Batopilas en el estado de Chihuahua, con sus 678 habitantes en 2005, no parece que haya cambiado mucho desde los tiempos de mis abuelos en las primeras dos décadas del siglo XX. Es seguro que había más árboles entonces y que la vegetación arbórea llegaba hasta las mismas casas de la gente, pero planos mayores nos dirán que el daño tampoco es demasiado grande.






Meseta de Yoquivo

Yoquivo es una meseta en medio de montañas a 2040 metros sobre el nivel del mar. Aunque en esta toma parece que ocupara la parte alta de una montaña, a la manera de Monte Albán, en realidad veremos que en todo caso es una meseta en forma de cráter, ciertamente alta, protegida por cerros muy altos sobre todo en el oeste, que le da protección de los vientos del Pacífico y desprotegida por el norte, en donde las montañas decrecen hasta desaparecer en una depresión que se convierte en río en la temporada de lluvias.








Mapa

Este mapa nos permite ver la ubicación exacta de Yoquivo respecto a sus vecinos, que son poblaciones y rancherías. Muy cerca de la cascada de Basaseachic y dependiente comercial y socialmente de la población mayor de San Juanito, donde está el correo, el ferrocarril, los enseres y en general la vía de contacto con la capital del estado. Más al sur, a la derecha, está Creel y hacia el este Bocoina, pequeñas ciudades en la actualidad y muy importantes desde entonces. Batopilas, la cabecera municipal de Yoquivo, está al Oste, lejos, tras escarpadas montañas y una distancia considerable que lo separan de ella.


Mapa topográfico

La topografía que muestra esta fotografía de Google Earth nos da una idea precisa de las cercanías. Aquí se puede apreciar el importante pueblo aserradero de Tomochic, paso obligado en el camino a la famosa cascada de Basaseachic, además de histórico por el levantamiento armado milenarista inspirado en la santa de Caborca, que Heriberto Frías narra en su libro Tomochic. También es posible imaginarse el camino expedito a San Juanito que la naturaleza abre entre dos cadenas montañosas.


Cerca de la cascada

Google nos permite apreciar como había que “bajar” de Yoquivo para llegar a la cascada. Había que bajar y cruzar el poblado de San Miguel y, tras unos cerros, a una hora de camino, la famosa cascada de Basaseachic, con sus 310 metros de caída libre. Un espectáculo que difícilmente se perderían los pobladores de aquellos pueblos tan cercanos. Sólo así es posible creer el verso del corrido de Chihuahua que dice que “por las tardes se va a pasear a la cascada con su chata”, vivencia que bien podría haber aportado mi abuelo al compositor. Aunque, pensándolo bien, dudo que hayan tenido la oportunidad. Pero seguro mi abuelita Luz iba a pasear con su familia.


Centro de Yoquivo

Una especie de intuición me hace pensar que Yoquivo era más grande en tiempos de mis abuelos que ahora, con sus casi 700 habitantes. Mi abuela Luz me contaba que la hacienda tenía los talleres y fábricas que se necesitaban para vivir. Había panadería, zapatería, tienda de ropa (y tienda de raya, para qué nos hacemos los románticos); era una hacienda donde mandaba un patrón que para suerte de ella era su padre, aunque tal vez alguna vez deseó ser la hija de un peón, sin tanta represión paternal del amo y señor, como lo había sido su madre, hija de un sirviente, que se casó con don Pedro para cumplir su papel de madre de siete hijos, silenciosa y eficiente.

En la segunda entrega veremos los alrededores de Yoquivo.




















jueves, 13 de agosto de 2009

Bates


Todos sabemos que el encargado del hotel, Norman Bates, está mal de la cabeza; sabemos que puede ocurrir cualquier cosa, una vez que Bates se transforma en la imagen de su madre malvada.
En este momento Bates se acerca a la señorita Vera, que se baña en la regadera de su habitación, empuñando un largo cuchillo de cocina. Vera desliza el jabón Palmolive por su tersa piel. Bates se acerca amenazante, la hoja del filoso cuchillo refulge chispas criminales ¿la va a matar? ¡Claro que la va a matar!

Recordamos una de las escenas más famosas y célebres del cine. Pertenece a Psicosis, la cinta que conmovió hasta a los más duros en 1960 y una de las más afortunadas películas del Amo del Suspenso, Alfred Hitchcock, que nace un día como hoy de 1899.

La parajoda


No puedo acabar de asimilar las palabras del secretario de hacienda mexicano, Agustín Cartens, me parecen tan absurdas como si un chef dijera que elabora los platillos más malos de los últimos treinta años; o que un director técnico dijera que el equipo que dirige es el más malo en tres décadas. “México, ante el shock financiero más grave en 30 años”, es una declaración patética de un hombre doble pechuga que lleva tres años encargado de las finanzas nacionales sin que éstas no sólo no mejoren, sino que cada vez se ven peor, al grado de sonsacarle una declaración de esta naturaleza. ¿Hasta cuando será posible que empresas gigantescas no paguen impuestos, como la farmacéutica, que la venta de un banco no genere un quinto de impuestos, que el comercio informal, los ambulantes, que no son importadores, reciban su dotación semanal de contrabando sin que se haga nada, que no se toquen las inversiones “legales” de las diversas mafias que controlan la economía, que no se detecten los enormes flujos financieros del narcotráfico? El secretario Cartens se concreta a señalar el “hoyo” de casi 800 mil millones de pesos y gritar que es el shock financiero más malo en tres décadas. El presidente Calderón nos muestra una vez más su enorme incapacidad para gobernar un país complejo como el nuestro; inutilidad política, técnica, intelectual. Ve en la situación del turismo nacional, cuando todos los países se preparan para el segundo ramalazo del virus H1N1, el encargado del turismo nacional dice que el virus “es cosa del pasado”; el de Trabajo que “lo peor de la situación ya pasó”; el de Educación besando e inclinándose ante la maestra Gordillo. Mientras esto ocurre el presidente, valentón, pide “una sola prueba” de las violaciones a los derechos humanos del ejército, cuando hemos visto un rosario de crímenes sin castigo de tiempo atrás, tan sólo en su trienio, desde la violación de la anciana por militares en Veracruz, la familia acribillada en Sinaloa, las prostitutas violadas, etcétera, y éste pidiendo “una sola prueba”. Lo peor para los mexicanos no es que carezcamos de empleo y vivamos una creciente miseria en nuestro entorno familiar, sino que carecemos absolutamente de esperanza. Cualquier deseo, por sencillo que sea, para nosotros es ciencia ficción, fantasía libre. Y ni modo de confiar en la siguiente mayoría, ahora de priístas, pues ya sabemos que no harán otra cosa que cuidar sus prolongados intereses cuyo éxito consiste, paradójicamente, en que las cosas sigan igual. Antes bien, verán cómo subirse sus insultantes sueldos, cómo acumular mayores privilegios, torcer la ley de transparencia, preparar el agandalle de la próxima elección. Este ciudadano, o sea yo, no tiene la menor esperanza de que nada cambie, ni mejore, ni muestre siquiera signos de, algún día, comenzar a avanzar. No tenemos mejor recomendación a nuestros hijos y nietos de que estudien duro para que agarren una beca y puedan irse al extranjero a vivir otra realidad, menos surrealista. Acá nos quedaremos los viejos a intentar no morirnos de hambre, a vivir la breve felicidad que nos depara la gente verdadera, siempre solidaria, que ya conforma hoy una mayoría aplastante. La paradoja es que no aplasta nada esa mayoría, se aplasta a sí misma, pues no cree en elecciones, no cree en los políticos, no cree en nada. Esa es la parajoda nacional de este país.


miércoles, 12 de agosto de 2009

Piratas


Si tuvieran los piratas algún interés comercial legal, el 12 de Agosto debería ser designado el Día del Pirata, pues el día de hoy de un lejano 1633, corsarios holandeses capitaneados por Juan Fors, saquean el puerto de Campeche. Lo acompañan otros famosos piratas que con su sola mención hacen temblar a los más férreos temperamentos: Diego el Mulato y Pie de Palo.

Ahí no acaba la historia. En 1854 fue fusilado en Guaymas, Sonora, el filibustero francés Rausset de Boulbon, quien trataba de apoderarse de Sonora para convertirla en un estrado autónomo en beneficio de la minería yanqui.

El dicho dice: “cuéntame una de piratas”, pues yo te he contamos dos.


martes, 11 de agosto de 2009

¡No me olvides!


Esta es una postal histórica de nuestra familia. Fue enviada por mi abuela Luz Bustamante a su novio Leopoldo Rocha a finales del año 1922 y nos dice mucho de la atrevida personalidad de mi abuelita, que terminaría fugándose con él, no sin antes casarse a escondidas aprovechando la presencia de un cura que pasó por Yoquivo, teniendo a su hermana Raquel como testigo, sin que ésta supiera de bien a bien de qué se trataba la cosa. “Luz, te estás casando”, le advirtió en un momento dado. “Shhh, silencio…”, le respondió mi abuelita. Esa tarde ardió Troya (es decir Yoquivo), su hermano Alfonso, temiendo por su propio pellejo, intentó evitar la fuga, pero era demasiado tarde. La Nana Nina –madre putativa de las hermanas Bustamante, pues su verdadera mamá era un cero a la izquierda-, sólo acataba a repetir una frase: “Cuando llegue Pedro nos va a matar”.

Por desgracia el mensaje de la parte posterior ha sido parcialmente borrado por el tiempo. Con elegante letra manuscrita Luz le reprocha a Leopoldo su prolongada ausencia:

San Juanito, Noviembre 1 de 1922

“Mi Leopoldito: Hoy no recibí carta tuya, lo que me puso verdaderamente triste. Yo me estoy acostumbrando a escribirte cada ... ( ) ¿quieres que lo haga así? ¿te acuerdas? Hoy hace tres meses que te fuiste de mi lado y ya me parecen tres siglos, ni un momento he dejado de pensar en ti y tu recuerdo me acompaña siempre. ¿Crees que pueda soportar no verte más? Pues en tu… que vendrás después de Enero. No mi Leopoldo, es imposible que aguante tanto…”

Hay cinco renglones más, hoy indescifrables, la letra de Luz se ha difuminado y sólo es posible entrever algunas palabras que no alcanzan a expresarnos la idea original: “así podrás…” “ya aquí nada…” La postal no está firmada por falta de espacio, pues Luz utiliza hasta el último fragmento de la esquina inferior derecha para escribir. De hecho, las letras seguían en la parte superior de la fotografía, pero su naturaleza lisa no dejó más que un par de palabras: “en mi…” Debajo de los modelos infantiles, sin embargo, puso entre signos de admiración su mensaje final: “¡No me olvides!”



lunes, 10 de agosto de 2009

La cacería


El 10 de agosto de 1997 el diario Sunday Mirror publicó una foto por la que había pagado algo así como 30 mil dólares y que cambiaría el destino de algunas vidas. En la fotografía, algo lejana, difusa, aparecían la ex princesa Diana y el señor Dodi al Fayad, en apasionado beso, que dejaba fuera de dudas una relación entre ambos. La fotografía hizo rotar el engranaje de la maquinaria del morbo. La cacería se había desatado.

A partir de este día cada respiro, mirada, gesto, paso de Diana fue registrado por decenas de paparatzis en una verdadera acción de caza que terminaría una semana después, el 7 de septiembre, cuando su obra fue coronada por el aparatoso accidente en París donde murieron ambos.

Algo deberíamos aprender de esta triste y lamentable historia. En México tenemos una gran frase para repudiar lo que hicieron con Diana de Gales: El respeto al derecho ajeno es la paz; la falta de ese respeto, ya lo vimos, es la muerte.


sábado, 8 de agosto de 2009

Mario


Si la memoria no me falla, hoy, hace 21 años, murió Mario Rocha Bustamante, aunque esa acumulación de ochos me hace desconfiar de mi memoria (8 del 8 del 88), pues es un rasgo distintivo que sería difícil pasar por alto. No importa, realmente. Lo importante es recordar a Mario, que hace apenas unos días salió a colación por el rescate de unas fotografías familiares en lo profundo de la sierra chihuahuense. Hace 21 años Mario llegó a nuestra casa en la calle de Chiapas de la colonia Roma de la ciudad de México y, en plena sobremesa, tuvo un ataque de ciática que lo dobló de dolor. Como pudimos lo acostamos en una recámara desocupada y ahí estuvo los siguientes veinte días, postrado en el grito. De ahí salió al hospital en donde fue operado para destrabarle el nervio que estaba comprimido entre dos vértebras. Después murió de septicemia, derivada de una exótica plaga apenas conocida en nuestro país, que después todos conocimos como síndrome de inmunodeficiencia adquirida. Acababa de cumplir 42 años.

Mi tío Mario, hermano menor de mi mamá, once años mayor que yo, era un ser extraordinario. Sus historias tenían la magia tragicómica de las grandes narraciones. No perdía el hilo, ni la calma, aunque la audiencia estuviera tirada revolcándose de risa. Era capaz de transformar una historia común y corriente en una entretenida odisea. Aunque también había vivido odiseas verdaderas, como en el terremoto de 1985, donde fue uno de los salvadores de las mujeres de su oficina en el octavo piso, cuando las escaleras se derrumbaron y hubo que ingeniárselas para ayudarlas a descender a través de los escombros desde esas alturas.

Es indudable que su muerte nos dejó un vacío irreparable.


viernes, 7 de agosto de 2009

Los intelectuales


¿Cuánto debemos ganar los intelectuales por nuestro trabajo? Bueno, ahí es donde entran los asegúnes, pues depende del país en el que vivas. Pero, digamos, en México. Y peor aún, en la llevada y traída provincia mexicana, pues una cosa son los precios de los productos intelectuales en el DF y otra, muy distinta, en las coloridas provincias, que mucha gente critica que se les llame así, provincias, pero tanto etimológica como políticamente es así. Vivimos en provincias (pro-vencere, etcétera). Lo cierto es que por angas o mangas del destino terminé junto a muchos familiares y amigos por aprender a hacer, no muebles de madera preciosa o barata con qué cubrir las necesidades del hogar, no arreglos de fontanería por donde todos los seres vaciamos nuestros desechos; no el arreglo de electrodomésticos, ni litigios legales, ni arreglos de cuerpos, ni contabilidades, ni amalgamas de dientes, ni nada práctico que se te pueda ocurrir. Aprendimos a hacer productos intelectuales y mediáticos como guiones, investigaciones históricas, análisis y proyectos. Objetos bastante incomprensibles para el mortal común y con un mercado francamente deprimido en los últimos tiempos. He explotado esas breves habilidades para dar clases en universidades y hacer un par de libros que pude colocar más por suerte que por méritos. Y lo peor: en mi medio siglo de vida no sé hacer muchas cosas más. Ahora desarrollo una investigación llamada Cien años de recuerdos poblanos que intento vender para el festejo del centenario de la Revolución el siguiente año. El problema es que es un objeto laborioso de abundantes matices históricos, lingüísticos y antropológicos que hablan, no sólo de recuerdos, sino de lenguajes y formas de ver el mundo a través de las generaciones. Lo inicié el año pasado porque calculé, adecuadamente, que necesitaba unos dos años para terminarlo. Y tan es así que, un año después, voy a la mitad. Terminé el capítulo 4 hasta 1950. Incluye no sólo testimonios de la gente, sino investigación histórica en fuentes primarias (Archivo Municipal), contextos nacional e internacional y aclaraciones de todo tipo, perfectamente referenciados en citas y notas. ¿Cuánto debo pretender por este trabajo?, me pregunté. Bueno, digamos que debo pretender lo que me cuesta vivir en una economía colapsada como la nuestra, que no es mucho, pero por lo visto tampoco es poco. Según mis números necesito veinte mil pesos para solventar los gastos generales de mi hogar: casa, comida, servicios, escuela de las niñas (señoritas, debo aclarar), transporte y párale de contar. Olvídate de vacaciones, ropa, médicos, aunque tal vez con ese dinero pueda hacerse una cosa a la vez, alternadamente. Mis dos años de trabajo arrojan una cantidad alta, pero tal vez no si consideramos que son dos años de trabajo: cuatrocientos ochenta mil pesos, más IVA. “Es mucho”, considero de inmediato, nadie me los va a dar. Bueno, ajustemos un poco. Digamos que voy a cobrar sólo veinte meses, es decir, cuatrocientos mil. Suena bien, redondo, aunque el IVA viene a meter ruido a la cifra.

Hoy en la mañana hice la exposición de mi proyecto a una amable funcionaria del Ayuntamiento –no sólo amable: culta, pues es escritora ella misma-, todo fue muy bien hasta que llegamos al espinoso asunto de los emolumentos. Con malabares verbales pude expresar finalmente la cifra. Cuando por fin pude despertarla de su desmayo me explicó que esa cantidad era superior al presupuesto anual de su departamento, que si bien yo podía quejarme de lo mal pagado que estaba el trabajo intelectual, no tenía idea de la categoría económica que la cultura merece a los gobiernos de los tres niveles en México. Por desgracia sí tenía idea, aunque no se lo dije. Tal vez le sorprendió a ella mi tranquilidad ante su súbito desmayo. Iba preparado para ello (llevaba una botellita de alcohol y un pedazo de algodón) y apenas si yo mismo noté un breve sobresalto en mi músculo cigomático (aunque mi párpado inferior derecho comenzó a brincar imperceptiblemente), le dije que era hora de ser creativos, etcétera, etcétera. Estaba preparado, pero no tanto. ¿Cuánto debemos osar pedir los obreros intelectuales por el pago de nuestro trabajo? Esa fue mi reflexión mientras manejaba el Tsuru 1992 hacia mi casa. Al llegar a mi barrio había tomado una decisión: tenía que bajarle la espuma a mi licuado. Auxiliado por mi silenciosa Malú –que puede parecer que no, pero me ayuda mucho en mis decisiones-, la tabla registradora comenzó a descender como el precio del dólar en un sueño de Cartens: 12.50… 10… 9.50… Mis números eran un poco mayores, pero descendían igual: 350, 290, 250… ahí voy. Ahora estoy casi convencido de que mis aires de diputado, futbolista o juez de la suprema corte eran una insensata quimera. ¡Cuatrocientos…, pues ¿en qué país crees que vives?! “Perdón, siñor, perdón…” Me gustaría que alguien me despertara, o bien, que me explicara cómo viene un fontanero a acariciar una valvulita de la bomba de agua –que ni siquiera cambia- y me cobra mil pesos. No, los intelectuales en este país no deben cobrar, de preferencia, pues ¿para qué quieren cobrar esos holgazanes?



jueves, 6 de agosto de 2009

Señales


Cualquiera podría pensar que se trata de Tom Lasorda enviando una señal al plato de pitcheo: “que lance la curva hacia adentro”, dice el probable Berra a su coach de pitcheo, ante el panorama de una casa llena de rivales; o bien, un envejecido Bill Clinton saliendo muy satisfecho de su exitosa gestión ante Corea del Norte para liberar a las dos periodistas estadunidenses. “Bill saluda a los periodistas”, dice el probable encabezado. Pero no. Se trata nada menos que del Papa Benedicto XVI enviando señales de mercadotecnia a los propios medios de comunicación, lo que me lleva a reflexionar sobre la poco armoniosa combinación entre lo antiguo y lo moderno que se debate en el interior de la iglesia católica. Por un lado, no entiende las señales sociales que reclaman su pasividad y lentitud cómplice ante la pederastia ejercitada por muchos clérigos, al grado de que al párroco Nicolás Aguilar Rivera se tardó años en sancionarlo, proporcionándole nuevas parroquias para sus fechorías. En total: más de noventa niños abusados, por poner un ejemplo. Silencio ante el reclamo de las monjas que quieren subir su estatus en la liturgia religiosa, que con derecho reclaman, y en general una actitud cerrada ante fenómenos demasiado reales que obligan a tomar cartas en el asunto, como el aborto, la homosexualidad, el anacrónico celibato. Por otro lado, la iglesia se ha modernizado haciendo uso de los sistemas digitales y los medios de comunicación con artículos de corte kitch o, simplemente, el uso de frecuencias ilegales para llevar el mensaje de Dios a las personas. Hay un rosario electrónico recomendado en la publicidad para las abuelitas que ya no quieran cargar el rosario medieval. “Enchúfele los audífonos a su abuelita y una voz aterciopelada le irá dictando las aves marías; si oprime el número dos: el credo: el tres: padres nuestros; el cuatro, etcétera…” En Puebla acaban de cerrar una radiodifusora que salió al aire por sus pistolas (o por sus rosarios) y venía transmitiendo por la libre desde hacía semanas, a la vez que se discute la suerte de una joven que intentó un aborto desesperado en el interior de su hogar y casi le cuesta la vida. La nueva ley aprobada este año por la mayoría priísta (por supuesto, secundados por los panistas), con unas pocas y honrosas excepciones, obliga a las autoridades a imponerle una pena de hasta cuatro años en cuanto salga del hospital. En unos pocos días ya son cinco las jóvenes indiciadas y es ahí donde se enfrenta la realidad a los caprichos, pues no es lo mismo levantar el dedo para quedar bien con la derecha reaccionaria que juzgar públicamente y condenar a la cárcel a jóvenes tan inocentes como desesperadas. Veremos si se atreven a hacerlo.

Mientras vemos todas estas contradicciones nos enteramos hoy de que la modernidad de papa Benedicto XVI no tiene límites: tiene su propia página web, su canal de YouTube y está en la red social Facebook. Pero, por si eso fuera poco, está a punto de sacar su primer disco al mercado bajo la producción de Geffen Records, la discográfica de Snoop Dog y Ashlee Simpson. El papa cantará letanías y cánticos con apoyo del coro de la Academia Filarmónica de Roma y música de la Royal Philarmonic Orquesta que, si la memoria no me falla, es la misma orquesta que secundó a Deep Purple en aquel histórico disco de rock metálico filarmónico de los años ochenta. En algunos tracks, el papa rezará en cinco lenguas diferentes, lo que nos indica su ambiciosa proyección de mercado. Y como siempre, se anuncia que “parte” de las ganancias se destinará a apoyar la educación musical de los pobres del mundo. Apenas ayer leía la propuesta de Michael Jackson para premio Nobel de la Paz de este año; hoy el Papa se lanza al estrellato en el Show Business internacional; Madona canta en Barcelona y se entiende que critique a la iglesia. ¿Dónde están los líderes y dónde está la política contemporánea? No tengo nada contra el disco del papa, pero me parece una inconsecuencia frente a las actitudes medievales de la iglesia católica pregona en sus dominios. En cuyo caso las señales del papa son, por decir lo menos, hipócritas.

miércoles, 5 de agosto de 2009

Foto original




Esta es la foto de donde tomé la anterior. Es una pena, pero creo que es el único vestigio que prueba que esta litografía existió y no es un invento de los neoviejos de la familia. Se aprecia detrás de mi abuelita Luz que recita con argentino énfasis su poesía.

La más antigua


Sin ánimo de desdecirme, la foto que presento el día de hoy es la verdaderamente más antigua de la familia, como bien lo recuerda Eva, aunque hay matices en esta aclaración. La foto de mi tatarabuelo Chuchú y su familia de 1908 presentada antes es la foto “física” más antigua, pues cuento con la original, sin embargo, esta borrosa foto que presento hoy corresponde a una litografía de Pedro Bustamante, mi bisabuelo, padre de mi abuela Luz, mamá de mi madre, probablemente de 1885, pues el personaje tiene unos ocho años cuando es tomada esta fotografía. Por desgracia, unos parientes gringos que llegaron a visitar a mi abuelita se la llevaron, no sé de quién se trata, lo único que sé es que nunca volveremos a ver el original.

Sus evidentes defectos de foco se deben a que la he tomado del fondo de una fotografía de mi abuelita Luz declamando una de sus famosas “recitaciones”, creo que la de los lechoncitos, que nos hacía llorar en masa. Atrás de ella se ve parcialmente la litografía de Pedro, toscamente reconstruida por mi, pues mi abuelita la tapa parcialmente. Esta litografía en porcelana, de unos dos kilos de peso, fue rescatada por Mario Rocha en la casa familiar de Yoquivo, en la sierra de Chihuahua cuando, a principios de los años setenta, tuvo que ir a la agencia municipal a solicitar un acta de nacimiento de Luz para que pudiera viajar a San Francisco, California, a visitar a sus hermanas.

El viaje de Mario Rocha Bustamante, que da para una novela a quien recuerde sus detalles –que, por desgracia, no soy yo-, fue una verdadera odisea, pues tomó el camino que mi abuelita recordaba de cincuenta años antes. Tomó el tren, viajó en camiones cargados de troncos de árboles llamados “bolilleros”, en un momento se perdió y anduvo perdido por tres días, caminando por los cerros y llorando como San Francisco de Asís, hasta que encontró un grupo de aventureros que caminaban por la sierra, a los que se unió. Juntos llegaron a Yoquivo, se presentó en la presidencia municipal (tal vez agencia municipal) para pedir permiso de entrar a la casona abandonada, de la que llevaba una gran llave proporcionada por un pariente de mi abuela llamado Ángel Martínez.

“¿Cómo me pide permiso? –le respondió el agente municipal-, pásale, la casa es suya”, y esa noche les organizaron una fiesta de bienvenida. La “casa grande” está en el centro de la población y parcialmente destruida; Mario quedó muy impresionado con las vigas talladas del techo y, en general, con la elegancia y el refinamiento que ni el polvo ni el tiempo habían sido capaces de opacar. Los aventureros tomaron ropa antigua, sacos y chalecos de principios del siglo XX, Mario revisó algunos escritorios en donde había órdenes de fusilamiento firmados por su abuelo Pedro Bustamante, y recopiló algunas fotografías como la mostrada del papá Chuchú y este cuadro enmarcado de la litografía de Pedro niño, de unos cuarenta centímetros por treinta, muy pesado y creo que con una fractura casi invisible que lo atravesaba a lo ancho. Por lo demás, estaba en perfecto estado, se apreciaba el rostro de aquel niño que llegó a ser dueño de vidas y haciendas, como se decía entonces. Pero aquí sólo era un niño con la inconfundible huella de los Bustamante, de piel rosada y mirada triste. Los vagos retazos de recuerdos sobre este señor los escribiré algún día, pues tengo una foto suya, de viejo, caminando por la calle Libertad de la ciudad de Chihuahua pero, como diría la Nana Goya, esa es otra historia.

Mario regresó a Cuauhtémoc por una vía más moderna que el camino de ida, que a todos sorprendió que hubiera tomado. Había transportes, pues. Llegó con sus botas vaqueras destrozadas, sucio, cansado y con un nudo en la garganta, pues la experiencia había sido algo traumática. Fue cuando mi abuela Luz, su madre, expresó una de sus frases más célebres. Cuando le abrió, como síntesis de su preocupación y de haberlo esperado desde hacía varios días, lo único que le dijo fue “¡Qué ingrato eres, hijo!”.








martes, 4 de agosto de 2009

Tataratatarabuelos


La foto más antigua con la que cuenta la familia es ésta, corresponde a la pareja de mi tatarabuelo Jesús Bustamante y su esposa Luz Orozco. Está fechada el 5 de febrero de 1908 y los acompañan su hija Raquel Bustamante de Cueto y su marido Enrique Cueto, además de las hijas de ellos: Angelina, Lola y Luz. Aunque mi abuela Luz Bustamante tendría en estas fechas la edad de la bebita Luz que aparece aquí, no se trata de ella.

Ignoro cómo llegó la foto a la familia, pues fue tomada en estudio por iniciativa de Enrique Cueto para regalársela a unos tíos de apellido Chávez de la ciudad de Chihuahua. Hay unos Chávez que son nuestros parientes, pues Ezequiel Chávez se casó con una hermana de mi abuelita Luz, Libia, y tuvieron muchos hijos que llevaron una relación de primos hermanos con mi mamá y sus hermanas, pero a mí se me hace que estos Chávez son otros, de quien no tengo la más remota idea. La dedicatoria de la foto dice: “Un recuerdo cariñoso para nuestros queridos tíos el Sr. D. Joaquín Chávez y esposa de sus sobrinos que jamás los olvidan. Febrero 5 de 1908”. (Abajo las firmas de) Enrique Cueto (espacio) Raquel B. de Cueto.

Hay una historia curiosa respecto al “Papá Chuchú”, como llamaban mi abuela y sus hermanas a su abuelito Jesús. Cuando Luz tenía tres o cuatro años de edad, dos sus hermanas fueron “transferidas” a la casa de los abuelos porque “estaban muy solos”, de acuerdo a las palabras autoritarias de mi bisabuelo Pedro, su papá. Por desgracia no sé cuáles serían las dos hermanas, pero calculo que pudieron ser Altagracia (conocida en la familia por un nombre gringo de “Grace”) y otra que sólo sé que llamaban La Negra y que nunca conocí. De nada sirvieron los ruegos y el llanto de mi bisabuela, la mamá de Luz, para que su marido no le quitara a sus hijas, sólo escuchó la orden de prepararlas porque se iban a vivir con sus abuelos.

Cien años después la foto es el único vestigio de aquellos tiempos, aunque no la única foto del papá Chuchú, pues tengo otra, pero sin historia. Los personajes de esta foto fueron identificados por su bisnieta Aída, mi madre, cuando aún recordaba, y me encantaría que fuera vista por nuestros parientes más antiguos para que nos contaran más. Para mis hijas y mis sobrinos es todo un documento, pues se trata de tu tataratatarabuelito, seis generaciones pa`tras.


domingo, 2 de agosto de 2009

Renato el largo


La tarde de este día de 1986 muere un singular personaje de la cultura mexicana: Renato Leduc, polifacético maestro del lenguaje que lo mismo hablaba en clave Morse, comía copas de vidrio, escribía poemas, canciones y cuentos, o simplemente deleitaba a sus comensales las tardes enteras en las cantinas de Coyoacán.

Hombre de su tiempo, Renato Leduc, cuya sabia virtud fue disfrutarlo, supo dar tiempo al tiempo, que de amor y dolor lo salvó aquella histórica canción, la que cantó a destiempo.

“Y hoy que de amores ya no tengo tiempo
amor de aquellos tiempos, cuánto añoro
la dicha inicua de perder el tiempo...”

sábado, 1 de agosto de 2009

Al talón


Vari querida: Con mucha pena me entero de tu próximo ingreso al ejército de desempleados de México, cuya presidencia regional ostento desde marzo de 2008. Respira hondo y no te desesperes, quita primero algunas excentricidades de tu vida, como ir al cine, al teatro o a cualquier clase de conciertos que no sean gratuitos; ánimo, en unos meses puedes desechar de tu vida algunos malos hábitos que definitivamente atentaban contra tu salud: fumar, beber y comer colesterol en la forma de mariscos y otras porquerías; cuerpo sano, mente sana; posteriormente podrás evitar ponerte en riesgo al no poder salir de tu casa prácticamente nunca; si te quedan amigos te visitarán, algunos llevarán algo de comer y, otros, más ricos, hasta algo de beber. Estos momentos hay que aprovecharlos al máximo, porque poco a poco te visitarán menos, menos, hasta que finalmente se olvidarán de ti. Cuentas claras, amistades largas. Las deudas podrían incrementarse un poco y esto definitivamente no aumenta tu popularidad. En tu vida íntima los frijoles pasarán a formar una parte importante de tu cotidianidad, lo que, por lo menos, te quita popularidad nocturna; tendrás una reconciliación con las tortillas de maíz, los chiles frescos y verás a los huevos casi amorosamente. Al año de haber ingresado a nuestras filas tu entorno vital será completamente diferente, algo habrá pasado en cada renglón de tu vida. Podrías creer que perderás peso, pero no. Ésta es una paradoja, la inactividad y las crecientes ansias te hacen ganar algunos kilos, de modo que si quieres hacer drama con tu mentado desempleo nadie te lo cree. “Pues yo te veo muy repuestito”, me señalan cada vez que cedo al melodrama.

En conclusión, queridísima Vari, nos sentimos muy honrados de tu reciente afiliación, tanto como la de la querida Moni, pero mi recomendación es que no te llegues a acomodar en ello. Búscale y rebúscale, talonéale gacho, pero encuentra una chamba lo más pronto posible, “aunque sea de maestra”, como dice mi vecina. Te deseo lo mejor y te mando hartos besos. Atte. Presidente regional del OPOPÓ.