martes, 26 de noviembre de 2013

El cometa


Esta tarde el cometa Ison alcanzará el máximo acercamiento con el sol y los astrónomos no saben si sobrevivirá la prueba. “Si sobrevive al calor solar, Ison puede convertirse en un gran cometa que se observaría a simple vista en el cielo, a partir de la primera semana de diciembre, en dirección Este momentos antes de la salida del Sol”, explicaron los expertos de la NASA que leí ayer en el periódico El País. Si sobrevive al encuentro de esta tarde, pasará a tan solo 64 millones de kilómetros de la Tierra el próximo 26 de diciembre.

En noviembre de 1965 fue la última vez que vi un cometa. Eran aproximadamente las cinco de la mañana cuando mi hermano Jaime me despertó especialmente para verlo. Hacía el frío típico de Cuauhtémoc y solo fue posible acercarme hasta la ventana de un cuarto que denominábamos el porche y que era en realidad un angosto y pequeño recibidor que separaba nuestra cocina de la calle 3ª, en donde estaba nuestra casa, en pleno centro del pueblo chihuahuense. La puerta de dos hojas tenía dos ventanas rectangulares de vidrio, uno transparente y el otro opaco. Desde ahí vi el cometa Ikeya-Seki que había sido descubierto por dos astrónomos aficionados de Japón apenas el 18 de septiembre, llamado así por sus respectivos nombres. Era un cometa del tipo “suicida" o de Kreutz, que aumentan su brillo rápidamente conforme se acercan con la imprudencia de Ícaro al Sol.

Por supuesto en ese momento todo lo que sabíamos era que se trataba de un cometa, hasta ahí llegaban nuestros conocimientos astronómicos y no había Wikipedia. En realidad no había nada en aquel lejano pueblo de aquella lejana madrugada; no había computadoras, ni diarios y hasta la televisión era una promesa. Lo que había era un cielo serrano, estrellado y luminoso que los lugareños admirábamos con fruición. No sabíamos nada excepto que era hermoso. Por eso no me sorprendió el día que me desperté en la madrugada y vi a Jaime en la ventana de nuestra recámara mirando el cielo iluminado por la luna. Me levanté a orinar y cuando pasé a su lado vi que estaba llorando tal vez conmocionado por la belleza de la Vía Láctea o las simples y titilantes estrellas que parecían poderse atrapar con estirar el brazo. Pasé de largo a hacer lo mío, que era menos romántico pero más prudente, pues el carácter de Jaime era impredecible, cambiante y explosivo, y los cinco años que me llevaba de ventaja suficientes para no perturbarlo.

El cometa Ikeya-Seki era un hermoso cuerpo luminoso con 25 grados de longitud, que quiere decir que tenía una cola bastante larga, aunque no ancha, pues la larga cauda casi vertical era más bien delgada. Aumentó de brillo en las cuatro siguientes semanas, mientras se acercaba al Sol, y alcanzó el perihelio el 21 de octubre. “Mucho más brillante que la luna llena y más brillante que cualquier otro cometa visto desde 1106”, dice la información que leo ahora.
Ignorante de su importancia histórica, del privilegio de estar viendo semejante maravilla de la naturaleza, con mis ocho años apenas cumplidos y el frío cuauhtemense que me congelaba las piernas desnudas, observé el Ikeya-Seki unos quince minutos, miré a Jaime con ojos de chinito enchilado y me regresé a la cama.

Ese fue mi último cometa y tal vez mi único cometa. Hay lagunas incómodas en los reservistas de la tercera edad. En teoría mi abuelo Leopoldo agonizaba alucinado en una clínica de la ciudad de Chihuahua; agonizaba porque se estaba muriendo y alucinaba porque la morfina fue su último consuelo existencial. Mi madre, embarazada de Alejandro –que nacería en junio del siguiente año, el 66–, tomó la precaución de apretar un llavero con la mano cuando salieron del hospital Palomore a disfrutar del cometa, pues se suponía que un cometa podría dañar al feto dentro de su vientre (o tal vez por eso Alejandro nació azul). Caigo ahora en cuenta de que estábamos solos, Jaime y yo, en esa noche del cometa. “El cometa desarrolló una gran cola hasta que se apagó a lo largo de noviembre. Fue detectado por última vez en enero de 1966.”


Comprenderás que por todo eso ardo de emoción como si fuera un cometa por la expectativa de volver a observar un  cometa, luego de las frustrantes visitas de Halley y del Kokutec en las décadas previas. “Si el cometa Ison sobrevive a su perihelio (máximo acercamiento al Sol), puede convertirse en un bonito espectáculo celeste en diciembre”, dicen los expertos. Y no puedo menos que desearlo de todo corazón. Échale ganas Ison.

miércoles, 20 de noviembre de 2013

Piratería


En el centro de Puebla, en una librería pirata… ¿cómo es eso?, pues es librería pirata porque en realidad es un bar disfrazado de librería, uno no va ahí a consumir libros sino alguna bebida de nuestra predilección. En fin, pedí lo mismo que mi amigo, un vodka de dudoso origen, que repetí porque no sabía tan mal. Cuando manejaba camino a la casa una extraña comezón empezó a circularme por el cuerpo; era raro, sentía un enorme placer al rascarme o restregarme con las palmas de las manos; el placer era especial en las orejas y en la frente. En un  semáforo voltee el espejo retrovisor para verme bien, pero lo que vi fue a un tipo que no era yo. Era un individuo aproximadamente de mi edad con los párpados de Simone Signoret: una frente boluda como la del hombre elefante, pero lo más extraordinario eran sus orejas, en realidad dos vejigas colgadas a cada lado de la cabeza, como Will Smith en aquella película. Ese pobre hombre estaba gravemente intoxicado y, lo más grave, sí era yo. Como pude llegué a la casa, bajé del auto y me desmayé. No sé qué hubiera hecho sin la inmediata reacción de mi esposa. Bueno, pasó. Acababa de ser una víctima más de la piratería del chupe nacional. No me explico qué pueden haberme dado ahí, metanol o algo, pero lo que sí les aseguro es que no volví a aparecerme en ese sitio a comprar otro “libro”; el negocio desapareció poco después.

Pero el problema es grave y rebasa las reacciones físicas de un individuo como yo. Los tequileros establecidos en el país informaron hace poco que cuatro de cada diez botellas de tequila que nos bebemos en México provienen del mercado informal, es decir, es tequila pirata; esto les pega durísimo a sus finanzas, pero no sólo a ellos, pues este trafique de tequila adulterada representa una pérdida en la recaudación fiscal de nueve mil millones de pesos al año. Pero bueno, ojalá fuera sólo el tequila. La piratería impacta y afecta a todos los sectores comerciales, pues ocho de cada diez mexicanos compran en el comercio llamado informal, el 60 por ciento de las prendas de vestir que cubren sus vergüenzas proviene de la piratería, lo que de suyo es una vergüenza adicional.

En Puebla existe un mercado que se llama Jorge Murad Macluf, pero pocos lo conocen con ese nombre. El nominativo común es el de “La Fayuca”, donde puedes conseguir a plena luz del día, en elegantes puestos de piso a techo, aparatos electrónicos de cualquier catadura, software, electrodomésticos, zapatería, ropa, música, películas, juguetes, artículos deportivos; hay vigilancia policíaca para combatir la delincuencia dentro y en los alrededores del centro comercial, negociaciones políticas para protegerlos, publicidad y bueno, toda la impunidad que se imaginen. Cuando “alguien” se porta mal, van y le hacen un operativo “antipiratería” y lo publicitan en todos los periódicos: “golpe a la piratería”, etc.


Si ocho de cada diez mexicanos cometen el acto ilícito de comprar piratería quiere decir que el problema rebasa no sólo al ciudadano, sino a las autoridades, a los comerciantes y a nuestras más sagradas y añejas instituciones. Cuando las manzanas podridas son ocho de cada diez es menester tirar toda la canasta, olvídense de la mermelada de manzana y, por supuesto, del pay. No me atrevo a culpar a esos mexicanos que consumen ahí, pues de otra forma a la mejor andarían descalzos; nunca verían una película de su elección, ni tendrían juguetes chinos para sus hijos. Quien esté libre de culpas, que lance la primera baratija china que compró en el semáforo.

viernes, 25 de octubre de 2013

Ándale, ándale


Foto de Sin Embargo modificada aquí

Bajar la escalera


En la universidad, a finales de los años setenta, la noción de la lucha de clases era lo que privaba en las conversaciones prácticamente de cualquier tema. Sin embargo estaba tácitamente prohibido hablar de clase como una categoría social en la que uno pudiera reconocerse, que era obviamente la inefable clase media a la que todo mundo universitario pertenecía, salvo excepciones. La clase social más mencionada era el proletariado, a cuyo movimiento internacional automáticamente todos estábamos adheridos aunque fuera como mirones bien intencionados. Y claro, pequeñoburgués, el epíteto más temido y nunca mejor aplicado a esa acumulación de prejuicios y estereotipos en la que estaba sustentada aquella endeble ideología falsamente marxista; la mayoría de las veces solo traía detrás una breve lectura de Martha Harnecker y, en el mejor de los casos, el Manifiesto del Partido Comunista y el primer capítulo de El Capital.

En medio de aquella discusión, rodeado de familiares y amigos estudiosos de la teoría del capital en sempiternas células clandestinas, mi comprensión del tema fue más bien limitada, interesado como estaba en el arte plástico que siempre era visto como una condición incómoda entre un capricho burgués y un instrumento del imperialismo. “El óleo –me  un militante de la Upome indicando mi cuadro en la pared, que más tarde esa noche se robó, es un instrumento del imperialismo que te hace un propagandista de sus fines”; además de que es muy caro, razonaba mientras veía mis tubitos Atl de tres o cuatro colores.

La clase social  en la práctica diaria, entonces, siempre fue un poco ambigua, aunque eran claras las diferencias entre nuestra condición social y las familias campesinas que veíamos en el trayecto de nuestros viajes a la playa, en las continuas paradas que por razones mecánicas teníamos que hacer en aquellos viajes familiares en el único vehículo disponible de la comunidad que era el Datsun rojo de Agustín y Olga. Ahí nos metíamos hasta nueve pasajeros y viajábamos a Tecolutla en condición hippie pero sin demasiadas drogas, sin demasiado sexo -o ninguno-, ni aventuras extravagantes. Es decir, lejos de los hippies de Oaxaca que conocíamos en las noticias y que, la verdad sea dicha, se la pasaban a toda madre en este país, muchos eran excombatientes de Vietnam y no pocos terminaron en la UDLA de Cholula. No, nosotros éramos unos buenos representantes de esa clase media ascendente –porque estudiábamos todos– en una condición social situada exactamente entre la familia de Manolo Fábregas y Lucha Villa en Mecánica Nacional y la de Claudio Brook y Rita Macedo en El castillo de la pureza.

El ascenso de amigos de clase proletaria a clase media fue un fenómeno recurrente durante el último cuarto del siglo XX. Chano y Lula ascendieron del proletariado cuando la empresa donde Chano era obrero les entregó su casita relumbrosa en un Infonavit de Cuautitlán Izcali y abandonaron para siempre el pisito rentado en el corazón del barrio bravo de Tepito, donde nacieron y crecieron. Su hermana Paty, mejor colocada por sus amistades en la universidad, habitó desde entonces en el sur de la ciudad y terminó poco después su doctorado. Así ocurrió en otros casos de familias cercanas a la nuestra que con un gran esfuerzo, pero algunas oportunidades económicas y sociales, subieron el peldaño que los separaba de su clase original a una menos exigua, como fue el caso de Doña Esperanza, que nos hacía de comer en una casa de estudiantes y a quien le enseñé algunos trucos de las letras hasta lograr que escribiera su nombre y medio comenzara a leer las rutas del transporte, que era su gran preocupación. Bueno, pues su adorado hijo Camilo estudió hasta titularse en la universidad.

Yo suponía –y lo sigo suponiendo- que esas pequeñas o grandes ganancias personales y familiares tenían que ver con las clases sociales y esas familias amigas de la nuestra innegablemente ascendían de clase social al recibir el fruto de su enorme esfuerzo en aquel México, en donde los jóvenes creíamos que todo era posible con organización social, porque era un país que todavía se podía permitir el lujo de la esperanza. Entre un empleo y otro no tuve que esperar ni una semana porque existía una economía funcional. Salvo en mi faceta de “lámpara” –que fue en realidad una autoterapia-, cuando estuve sentado seis meses en un sillón en la casa de Tepepan interrogándome sobre el destino de la línea sin la intervención del punto y no llegué a ninguna conclusión. Pero nada qué ver con los cinco tortuosos años de desempleo infame que he acumulado en 2013.

La clase media consistía y consiste en no tener ninguna posibilidad de adquirir nada más que los elementos mínimos para una vida confortable. Vivir al día, sí, pero vivir bien al día. Imposible comprar una casa o cambiar tu vochito por algo más decente, pero con lo suficiente para pagar una renta confortable y adquirir a plazos alguna carcacha en qué movilizarte a la lejana universidad. Era un lujo, pero también  era una necesidad que pudimos satisfacer.

Entonces clase media significaba, como ocurrió también en mi niñez como hijo de la pareja de telegrafistas del pueblo, tener pan y leche en el refrigerador, comer carne, queso, mermelada; consistía en poder ir al cine una vez por semana, visitar la playa una y hasta dos veces al año, comprar los cigarritos cotidianos y el roncito semanal. Hasta hoy creo que eso es lo que significa clase media, poder trabajar y estudiar, leer Proceso y La Jornada; ir a la Muestra Internacional de Cine, de tarde en tarde a algún teatrito coyoacanense; ir al (restaurante) Veracruz de Plaza Universidad de vez en cuando, terminar algún viernes de quincena en algún Potzocalli comiéndome un pozole como animal.

Las crisis económicas que iniciaron con aquella señal echeverrista al devaluar la moneda de 12.50 a 26 pesos en agosto de 1976, subieron y bajaron su intensidad en los siguientes años. Aun en los peores momentos con Miguel de la Madrid en los años ochenta, luego del doloroso despilfarro y la más dolorosa y dolosa corrupción del lopezportillismo, los mexicanos no teníamos ni idea de lo que nos reservaba el destino, pues entonces era Argentina el mejor ejemplo de crisis económica y social; Colombia y Brasil los paradigmas de violencia nacional. Por supuesto aprendimos a apretarnos el cinturón, pero eso significaba acaso a perder algunas cuantas prerrogativas que no alcanzaban a erosionar el piso de nuestra clase social.

Bajar el peldaño de la clase media hoy se manifiesta con la crudeza de una radical escasez, cuando el azúcar se muda de tu mesa significa que el hambre ha llegado como invitada a cenar. Frijoles, tortillas y chile tu tabla de sobrevivencia. Estamos, ante todo, frente a un dilema moral. Ansiar un empleo mal pagado, convertirse en peatón, olvidarse del cine, de la playa, del arte, de la ropa nueva, de zapatos brillantes; borrar de la memoria la carne, los dulces, los licores –por supuesto hace tiempo no fumas-; dejar entre renglones los libros, los discos, las películas –que no sean las piratas-; olvidar, resignarse, relegar, delegar, resignarse, encogerse de hombros, besar el azote, renunciarse, renunciarse, dimitirse…


No sé en qué momento del pasado los mexicanos tocamos el techo del desarrollo social, pero es evidente que en estos momentos vamos de bajada. Cuesta abajo en tu rodada, dice el tango. Y así vamos girando.



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miércoles, 25 de septiembre de 2013

Tentzonhuehue


Vuelvo al tema del Tentzo que hace tres años (5 de octubre de 2010) abordé con motivo de una escultura con la representación de este mito que elaboramos en el taller que la ONG española Ayuda en Acción patrocinó con las hijas de los artesanos de San Juan Tzicatlacoyan durante varios meses y que tuve el gusto de coordinar bajo la vigilante mirada de Angie Martínez y Marco Castillo.

Desde entonces, lo que más ha llamado mi atención es el enorme interés que suscita la historia de esta antigua deidad que la antropología reconoce como Tentzonhuehue, siendo por mucho el post más visitado y comentado de los novecientos y tantos que lleva acumulados este blog, que según las estadísticas suma para El Tentzo 5 231 lecturas y 15 comentarios aportados por sus lectores; uno de ellos, Alejandro Olivero Bautista Fuentes, cuyas fotografías ilustran esta entrada, puso a disposición una serie muy rica e interesante de fotografías y videos de sus exploraciones en la cordillera del Tentzo o Tentzonhuehue muy recomendable de consultar.

En aquella ocasión citaba un poco de oídas la investigación hecha por la antropóloga italiana avecindada en Puebla, Antonella Fagetti, sobre esta mitología y que ahora he conocido por fin como libro con el nombre de “Tentzonhuehue: el simbolismo del cuerpo y la naturaleza”, publicado por la Editorial Plaza y Valdés en 1998 y del que he extraído algunos fragmentos que alimentan y mejoran la primera versión de este blog. Además lo hago con permiso expreso de la antropóloga a quien me encontré en una reunión y le pedí permiso de usarlo para todos ustedes. El libro de Antonella está en línea y puede ser leído o consultado por internet, al final pongo el link para los muy interesados.

Durante mi estancia en San Juan Tzicatlacoyan tuve oportunidad de hablar con algunos pobladores sobre características y personificaciones de lo que conocemos como Tentzo, que para nuestro taller terminó teniendo la imagen de un anciano con barbas de nubes. Doña Facunda Juárez Corichi me contó que es un cerro que tiene aspecto de persona, “que se ve bien, que tiene su cabeza, que tiene sus manos, que tiene sus pies, que tiene sus ojos, que todo tiene el cerro que le dicen el Tentzo. Que es como una persona que se ve. Se oye decir que la gente le pide cosas, mucha gente tiene miedo porque no es algo… cómo le diré, no es algo que es…  luego piensan que no es un buen lugar, pero cuando se deciden van.”  Doña Facunda me contó que hay una cueva conocida como El Castillo en donde se han acumulado a lo largo del tiempo ofrendas de la gente que ha ido a pedir alguna clase de don. Incluso, según esta señora, “todavía en parte se ven unas barditas de piedra que dicen que antes había casas muy grandes, porque antes habían personas que les decían gentiles, que dicen que eran muy grandes, pero de eso nosotros ya no supimos, es muy antiguo eso. Mucho antes, antes de Cristo, porque ya de Cristo para acá ya fue humanidad, más como la de ahora que está; eran seres distintos a los humanos.”

A mí esta historia me gustó mucho. Con el debido respeto, me recordó una historia de la literatura llamada el Mito de Thulhu (o Cthulhu), del escritor estadounidense Howard Phillips Lovecraft, que en esencia relata como antes de los seres humanos había una tribu de seres extraordinarios que eran dueños de la Tierra y habían sido derrotados y desterrados al inframundo por la humanidad, por eso ahora luchaban para recuperar lo que alguna vez fue suyo. ¿De dónde sacó Lovecraft esta historia que además siguió cultivándose tras su muerte por seguidores que fundaron una secta de escritores que alimenta el mito hasta nuestros días?

Doña Facunda recuerda que la historia de los gentiles hablaba en realidad de gigantes, es decir, que los gentiles eran gigantes, y que incluso a ella le tocó ver algunos huesos desenterrados que no dejaban duda de la proporción: “yo todavía vi que allá en el monte, donde teníamos unas tierras que iban a sembrar, todavía vi unos huesos así grandes, huesos que no son humanos, ¡unos huesotes que hasta los alevantábamos!, que no eran de animal conocido, eran unos huesos que todavía me tocó ver, unos pedazos de hueso, ya no estaban formados, sino que estaban trozados, estaban en la tierra pero ya estaban cortados, entonces dicen que eran de gentiles.”

Pero bueno, ahora pasemos a la fría percepción de la ciencia -aunque sea social-, lo que la antropóloga Fagetti investigó sobre este mito y su sobrevivencia regional a finales del siglo XX. Por supuesto aparecen los gentiles y sus historias, algunas contradictorias dependiendo de quién la cuente; y bueno, la suposición de que poblaron en la antigüedad los llanos de los cerros del Tentzo y las riberas del río Atoyac.
El Tentzo

Se sabe de los gentiles por los relatos de los antepasados y porque frecuentemente se encontraban enterrados huesos gigantescos, metates y metlapiles, ollas y cajetes –consigna Fagetti en su libro. Los huesos que se han hallado –y de los que hablaba doña Facunda- son de mamuts, como los que están expuestos en el Museo Regional de Antropología en la ciudad de Puebla, que provienen de la zona cercana al lago de Valsequillo. (p. 22-23)

Los gentiles, gigantes y “fuerzudos”, eran “léperos y malos”. Podían con su fuerza arrancar los “palos” y trasplantarlos en su casa o levantar una peña. Por ser tan “abundantes” de tamaño, si se caían se quedaban tirados, ya no se podían levantar. Pero entre sus costumbres la más deplorable era la antropofagia. Se comían a sus hijos, y si ya no tenían, a los de sus vecinos:

Sigue un relato muy crudo sobre las costumbres alimenticias de los gentiles que hay que saber interpretar, como se hace con el mito griego de Cronos –deidad del tiempo-, que se comió a sus hijos. Así los gentiles, de acuerdo a esta versión, le entraban con entusiasmo a la carnita humana que guisaban con artística paciencia: “Si ya le gustó un niño, viene y se lo pide. Decían: -Présteme a tu niño, mientras voy a tener el mío, ya te lo devuelvo.” Los niños cuya carne se asemejaba por su sabor a la del cochino –decían las “antiguas”-, se cocinaban al gusto de cada quien: asados, al chilate -un caldo preparado con chile- o en barbacoa en el temazcal. Para tal efecto, primero rasuraban a los niños, después, ya bien “ximaos” –pelones- se bañaban y se encerraban en el temazcal donde las criaturas se cocían.”

Los gentiles eran mexicanos, claro está, y como tales también eran seres de maíz, con costumbres muy similares a las nuestras, como se podrá haber advertido en “las recetas” para preparar niños. Dice Fagetti: “Para alimentar el fogón y el temazcal quemaban las mazorcas que se daban en aquel tiempo con abundancia. “Dios les daba mucha mazorca”, pues la caña de la planta de maíz “se cargaba desde abajo hasta arriba. Donde ahora sale la hoja, salía la mazorca.” Pero los gentiles no cuidaban su maíz. Pero por quemar el maíz y comerse a las criaturas ofendieron a Dios, “lo hicieron enmuinar”, y éste desató sobre ellos el diluvio.” (p. 23)

No me queda claro si el Tentzo era un gentil, pero el entrecruzamiento de estas historias me hace suponer que sí. Eran gigantes gentiles que en el castigo divino se convierten en cerros, como lo consigna esta versión recogida por la antropóloga: los cerros eran gente. Antiguamente los cerros “eran personas”; el Popocatépetl y su mujer, la Iztaccíhuatl, el Tentzohuehue y su “querida”, la Malinche. “Antes el mundo sería más grande”. El Tentzo era muy alto, tan alto que no cupo parado y se tuvo que acostar. Todavía hoy se ve su silueta a lo largo de la cordillera. El Tentzo es un viejo barbudo, su cabeza está cerca de Molcaxac y sus pies van a dar hasta Matamoros. “Tiene su cara bien clarito –explica don Domingo, un informante de Fagetti- tiene su barba hasta acá –y señala el pecho- su bigote, sus ojos, su nariz, su cabello bien alineadito”, lleva la raya en medio como Venustiano Carranza. Cuando hay neblina “hasta está sudado”, en sus cumbres se forman las nubes cargadas de lluvia que el Abuelo manda para sus hijos.

La Malinche es señorita, está sentada y tiene aretres grandes. El Tentzo quería tenerla cerca de él y fue por ella: “la venía cargando, pero la Malinche tuvo ganas de orinar y le dijo:

-       Espérame, voy a orinar.”  


Valsequillo

Entonces se sentó y “el Viejo puso su brazo para atajar sus orines”, pero éstos pasaron por debajo de su sobaco. La señorita Malintzin ya se quedó allí, “ahí nomás le dio permiso Dios para que se quedara, ya no se pudo arrimar más. Él se vino a acostar aquí, ya están cerca”.

Fue así que de los orines de la Malinche nació el río Atoyac. Sus aguas, que salen ahora bastante menguadas de la presa de Valsequillo, fluyen entre piedras y barrancos, pasan cerca de San Miguel y San Juan y después de un recorrido sinuoso, de muchos recovecos, llegando a la cordillera del Tentzo se sumergen en la tierra pasando por debajo de una roca conocida como “Puente de Dios”. p. 32

Será.


Referencias:

Puedes consultar el libro “Tentzonhuehue: el simbolismo del cuerpo y la naturaleza”, de Antonella Fagetti, publicado por Plaza y Valdés en 1998, en:
Alejandro Olivero Bautista Fuentes, cuyas fotografías ilustran esta entrega, nos invitó a apreciar su colección de fotos y videos sobre sus excursiones por la cordillera del Tentzo en:

Muchas gracias a ambos por habernos facilitado su material.


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sábado, 24 de agosto de 2013

Justo el injusto

Sucede que ahora se afirma que es Ignacio y no Indalecio, como lo aprendimos de niños cuando existía una versión tal vez equivocada de la historia pero con creativa imaginación, con niños héroes y pípilas que mostraban el espíritu temerario de los mexicanos que ahora también hemos perdido. Nos quedamos con los puros perdedores, eso sí, verídicos, que vendieron la mitad de la patria, que expropiaron para regocijo del pillaje, expoliaron las tierras y desmantelaron aquel pueblo campesino, de vasta experiencia y sabiduría, que también éramos y ahora ya no somos. ¿Acaso estudié la primaria en un barco fantasma? ¿Los niños héroes apócrifos?

Al parecer es Ignacio, pero he percibido que las revisiones históricas contemporáneas no añaden nada a la historia de los mexicanos y sí disminuyen sus escasos mitos gloriosos que nos enaltecían hasta el heroísmo. En poco tiempo se podría decir que en realidad era Nacho, Francisco N. Madero y se mandarán cambiar las letras doradas del Congreso y se llevarán sus cenizas hasta el laboratorio de la UNAM para descubrir a través de un análisis de ADN que el buen hombre ni siquiera había sido hijo de su papá, por lo que no merecería el apellido Madero y la N perdería su punto para quedar como un desconocido: Francisco N, en realidad Pancho.


Con este ejercicio no pretendo profanar ningún ícono de la historia mexicana sino simplemente advertir sobre los borrosos contornos de los hombres históricos que devienen nombres, en los restos quemados de unos hombres que ya no tienen ningún interés por lo que hicieron o dejaron de hacer, sino por la exactitud de sus cromosomas y los rizos retorcidos e infalsificables de sus ADN.

jueves, 1 de agosto de 2013

Asesinato en Chignahuapan




Jueves 10 de julio de 1930. Luis González Galindo, vecino de Chignahuapan, se había refugiado en la ciudad de Puebla desde el 4 de mayo huyendo de las rencillas políticas de su ciudad natal. Sus problemas no eran menores, ya que tres meses antes, un rival político, de nombre Arnulfo Aguilar, lo había balaceado en plena calle resultando milagrosamente ileso.

Ese mismo día, en la tarde, el agresor volvió a encontrarlo en un salón de billar y sin mediar palabra volvió a balacear a Arnulfo, y volvió a fallar, pues Arnulfo tuvo tiempo de agacharse detrás de una mesa, sacar su propia pistola y responderle a Arnulfo Aguilar. Pero él no falló. El hombre cayó muerto ahí mismo y esperó la llegada de la policía, que después de algunas preguntas a los parroquianos lo dejó en libertad, pues era claro que se había defendido en legítima defensa propia. Por eso tuvo que huir de Chignahuapan.

El 29 de junio, Luis González Galindo fue en su caballo al rancho Cozapa a atender sus negocios; al pasar por la cañada, en las inmediaciones  del rancho, fue acribillado por descargas de escopeta que lo hicieron caer de su caballo, muriendo instantáneamente. Nunca se supo el nombre de los asesinos. Los hechos fueron registrados en los expedientes criminales de las historias ocultas de Puebla.

Paráfrasis de una nota aparecida en La Opinión, el gran diario de oriente. Dir. J. Ojeda González, Puebla, Pue.

domingo, 12 de mayo de 2013

Los años treinta en Puebla


Parte dos. El drama de la telefonía. Hablando del servicio telefónico, en el México de los años treinta ocurrió una cosa muy singular entre las dos empresas telefónica extranjeras que recibieron concesiones del gobierno para explotar el servicio público, y Puebla no fue la excepción: la Compañía Mexicana, que de mexicana sólo tenía el nombre, pertenecía a la Bell Company de los Estados Unidos y la Ericsson, de la transnacional sueca. El gobierno permitió que las líneas de cada una crecieran cada una por su lado y, para la década de los años treinta, era una situación bastante confusa, pues los usuarios de teléfonos únicamente podían comunicarse si contaban con la línea de la misma compañía. Las empresas tuvieron que poner teléfonos de ambas compañías paras prestar un servicio eficiente al público, de tal forma que el Cinema Royal, por ejemplo, que estaba en la avenida Reforma número 112, tenía con la Ericsson el teléfono 68-36, mientras que con la Compañía Mexicana el 17-81. O la tienda de estandartes y banderas El Havre, con teléfonos 21-42 de Mexicana y 30-42 de Ericsson. Esta singularidad se repetía en dieciocho ciudades de la República, Puebla entre ellas, y duró diecisiete años más, hasta que en 1947 el gobierno creó la empresa Teléfonos de México que fusionó las instalaciones de aquellas compañías. (4)

“¡Riiinnng!” Unos timbrotes de este tamaño. Pero sí se oía, pero eran como unas cajas así de madera, grandes y ya luego vinieron los otros como de cajita, y luego ya vinieron los de la Mexicana, de mesa. Y tuvimos Mexicana pero no por mi papá, que prefería nomás Erickson. Desde que yo me doy cuenta, Erickson siempre fue nuestro teléfono, pero como mi hermana tuvo un novio que trabajaba en México y era jefe, mando poner un Mexicana, porque, pues, él hablaba ¿no? Y él nomás trabajaba hasta el viernes. El viernes venía de México y se estaba aquí, así es de que por eso teníamos dos teléfonos, Mexicana y Erickson, pero mi papá no pagaba Mexicana, el novio lo mandó poner para hablar con mi hermana. Si hablaba, pues él pagaba. Y ya les contábamos a los amigos que tenían Mexicana, y si ellos tenían también Mexicana, pues hablaban también. Pero en esos años mi papá dijo “no, qué teléfono ni que nada”, pero no papá, lo va a pagar él. “Ah, bueno...” (Doña Judith Cid de León)

Función doble

Cine Variedades y cine Constantino
Esposa anónima
Por Robert Taylor, Loretta Young y Patsy Kelly.
“Variedades” Equipo sonoro “Westers Electric, Área Ampliada.
Hoy miércoles 6 de enero de 1937, función de 4 a 11 pm, permanencia voluntaria.
Programa especial dedicado  a los niños: Laurel y Hardy en Dos pares de mellizos, 8 partes, la pareja de Gordo y Flaco tienen hermanos gemelos. Las carcajadas se han duplicado
Variedades 4:35 y 8.15; Constantino 6,05 y 9,45
Precios: Variedades 60, 40 y 20; Constantino 45, 30 y 15 (centavos) Todos los niños pagan.
Estreno de los noticiarios Fox y Metrotone. Vistas exclusivas de la revolución en España en nuestro noticiero Fox. Pasará en el Variedades a las 4 y a las 7:00; en el Constantino a las 5:20 y a las 9:50 horas. (5)

Cine poblanos

En los años treinta nuestras diversiones se circunscribían a unos cuantos paseos por el zócalo y la asistencia asidua a los cines, como cuando exhibían en el Cinema Royal El terror de los mares, en tres partes, y nuestra tía la quería ver. El papá ya hizo cálculos financieros. Nadie se quiere perder Sangre ardiente, con Marina Roos y Hans Stube, la propaganda del 6 de enero de 1937 dice que será una película de costumbres húngaras, música de cuerdas, ballets encantadores y dramáticas carreras de caballos. La proyección será en nueve partes y el programa dura en total tres horas, con funciones a las 6.00 y a las 9.25
En Puebla hay tres cines: el Variedades, el Constantino y el más nuevo, el Royal, la entrada a Luneta cuesta 60 centavos. Y se aclara: “Todos los niños que ocupen butaca pagarán boleto”. Aunque hay permanencia voluntaria, los precios son accesibles para todo público, sobre todo el miércoles, pues ya desde entonces existía el miércoles popular. El Variedades cobraba 60, 40 y 20 centavos, el Constantino 45, 30 y 15 centavos. Los domingos las funciones empezaban a las 4 de la tarde y terminaban hasta las once o doce de la noche. Era extraño salir en aquellas noches poblanas de silencio sepulcral. La ciudad dormía a esas horas. (6)

No se la pierda
Sensacional, emocionante, novedosa
¡El Fakir Maldito!
Hablada en inglés e interpretada por Philipss Brarringtou, Misha Auer y Ralph Lewis.
Los secretos y las artimañas de que se valen los hipnotizadores. Charlatanes mostrados en la pantalla por una trama altamente interesante.
Luneta 60 centavos. Todos los niños que ocupen butaca pagarán boleto.
Cinema Royal, Nueva empresa mexicana, Reforma num. 112,
Teléfonos: Ericsson: 68-36 Mexicana: 17-81 (7)

Y después del cine…

En el callejón del Variedades estaban las gordas, que decía uno, las chanclas, los pambazos y las tortas, también. Se acostumbraba que se metía uno al cine Coliseo, al cine Variedades, metía uno sus bolsas de tortas, cosa que ahora ya no permiten; y andaban vendiendo refrescos, paletas, con su caja dentro del cine, y ahí mismo pedía uno un refresco, y se lo servían a uno, y ya se comía uno las tortas con el refresco. Películas americanas muy buenas, las de Gary Cooper, las de Bety Davis, musicales, las de Lauren Bacall, Humprey Bogart, y así. Y se acostumbraba que se daban dos películas en la misma tarde. (Don Carlos Alberto Julián Galis)
Moda

El cine era nuestra ventana al mundo, donde las jóvenes poblanas veían los cambios en la moda, en la actitud de las mujeres representadas con estoicismo escandinavo por Greta Garbo o la temperamental Bety Davies. Los caballeros, por su parte, forjaban arquetipos en actores como Víctor Mature y Robert Taylor, de carácter fuerte pero de impecable moral y valentía. Y claro, seductores. Los hombres, que empezaban a serlo como a los dieciséis, diecisiete años, usaban gabardinas y sombreros al estilo –sin quererlo- de Al Capone y Eduard G. Robinson. Trajes grises de finas líneas blancas verticales. Casimires italianos, lanas inglesas. Sombreros de fieltro grises, con una banda negra en las sienes de aquellos caballeros, nuestros abuelos, que caminaban con sus esposas a la iglesia o al cine o simplemente a dar una vuelta al zócalo y observar la catedral.

La moda de las mujeres estuvo marcada por una figura de hombros anchos y caderas relajadas. Fue la década de los botones, cuando el uso de resinas sintéticas propició el uso algo histérico de botones de todos tamaños y colores. Como no recordar el vestido de la secretaria de aquella fábrica, de abundantes botones, que Chaplin recrea en Tiempos Modernos, cuando siente la imperiosa necesidad de atornillarlos. Y la llegada de las medias, aunque tardíamente, en 1939, cuando las medias de lana que todas tenían, y las de seda, que pocas tenían, fueron sustituidas por el maravilloso nylon. 


4) La Raza de la hebra, historia del telégrafo Morse en México, BUAP, 2004, L. Noyola, p. 69-70
5) Archivo histórico municipal de Puebla. Cartel 112
6) Ibid, s/n
7) Ibid, Cartel 109

miércoles, 8 de mayo de 2013

Ay Popocatépetl



En diciembre de 1994 mi jefe me despertó a las 2 de la madrugada para avisarme que el Popocatépetl estaba haciendo “erupción”, debíamos correr a la estación de radio para informar del evento y ayudar en la contingencia, pues a la sazón éramos periodistas. Salimos a las calles desiertas de Puebla en medio de una virtual tormenta de arena, pero antes que una imagen del desierto del Sahara debes imaginar más bien  una escena invernal de algún pueblo de Alaska, pues parecía en todo caso una nevada. Como se sabe, el Popo no hizo una erupción importante hasta diciembre de 1999, mientras que espolvoreadas de ceniza las distribuye cada fin de semana, en complicidad y a capricho de los vientos, hacia sus cuatro puntos cardinales.

Anoche, nuevamente nos tocó en la ciudad de Puebla y les aseguro que no es ninguna broma. Una capa más bien gruesa de polvo finísimo cubre los exteriores de la zona sur de la ciudad; se siente en la garganta, se siente en los ojos, y las autoridades “competentes”, muy ocupadas en la siguiente elección que colocará o descolocará a su partido –su verdaderas y única preocupación-, dicen con su silencio la famosa frase tan común en nuestro medio y que reza: “háganle como puedan”. Como decía, priva la confusión.



No importa, pensé, está Google. Para mi decepción, tampoco Google tiene una información expedita sobre qué hacer con la ceniza, como despejar las dudas de si se usa agua o no, qué hacer con los animalitos, ¿quiénes son los más expuestos en esta circunstancia? Obviamente los niños, pero hay que pensar también en las mascotas, etcétera.

De acuerdo con una investigación chilena cuya referencia pongo al pie de la página: “La emisión de cenizas es uno de los principales riesgos en las erupciones volcánicas, afectando a los organismos que la rodean de acuerdo a la cantidad caída, su composición y el grado de exposición a ellas.” (1)
Le llamamos ceniza pero en realidad es una composición muy variada de minerales y tierras, especialmente sílice, aunque al parecer menos dañina de lo que unió pudiera imaginar: “si bien es un material sumamente abrasivo por su alto contenido en sílice, no presenta elementos tóxicos que pongan en riesgo la salud. Sin embargo, para evitar consecuencias en el sistema respiratorio y en la vista se recomienda, en la medida de lo posible, evitar la exposición…” (2)

Las cenizas volcánicas varían en  tamaño, las partículas más grandes pueden quedar retenidas en nariz y laringe, donde producen irritación e inflamación local mientras que las más pequeñas pueden llegar a los pulmones, lo que quiere decir que no son en absoluto inofensivas. Las más expuestas a ellas entre los habitantes comunes de una casa son, por sus características irracionales, las mascotas: “el carácter irritante de las partículas puede producir consecuencias sobre el manto y la delicada estructura de la piel canina y felina, almohadillas plantares, trufa, y zonas depiladas de la piel. (3)



A las mascotas de interiores hay que exponerlas la menor cantidad de tiempo a la intemperie y limpiarlas con cepillo antes de entrar nuevamente a la casa. En mascotas de exteriores, además de la higiene periódica, mejorar y asegurar su espacio. Poner “paredes” de plástico y en general protegerlas lo mejor posible del polvo volcánico. Por supuesto, mantener permanentemente los comederos y bebederos limpios, con agua potable y el alimento libre de contaminantes.  

No pude investigar sobre el uso de agua, pues dentro de nuestro hogar hay una discusión al respecto y ambas posiciones tienen su lógica: si limpias sin agua, digamos, el carro, lo rayas; si echas agua, tapas la cañería. En una página hallé estas instrucciones, y aunque no desvelan la duda del agua, ofrecen algunas precauciones pertinentes:

1. Evite salir a las calles si no es necesario.
2. Limpie el exterior de su casa y evite que se tapen sus drenajes pluviales.
3. Limpie su techo para evitar que se acumule arena sobre el mismo.
4. Si barre calles y banquetas hágalo con cuidado de no congestionar los drenajes públicos.
5. Acumule la arena en pequeños montículos o deposítela en bolsas y sacos.

Buenos, mitos sin sustancia quiso poner su granito de arena, no obstante que el día de hoy esa frase tan común no sea muy bienvenida. En todo caso: háganle como puedan.

Citas:
1) Los efectos de las cenizas volcánicas sobre los ecosistemas agropecuarios. C, Hepp K. INIA Tamel Aike. Avances de Investigación. Tierra Adentro pag.50 Julio Agosto 2008. Chile
2) INVAP) Ceniza del volcán Puyehue no presenta elementos tóxicos que pongan en riesgo la salud. 9 de junio de 2011 noticias.chubut.gov.ar
3) "La ceniza volcánica actúa como un irritante de la piel y de la mucosa respiratoria" Entrevista a Hernán Cabello, broncopulmonar de la Clínica Alemana, quien se refirió a las consecuencias para la salud, producto de la ceniza que provocó la erupción volcánica del cordón Caulle. SANTIAGO, CNN Chile. 7 de junio de 2011