En el centro de Puebla, en una
librería pirata… ¿cómo es eso?, pues es librería pirata porque en realidad es
un bar disfrazado de librería, uno no va ahí a consumir libros sino alguna
bebida de nuestra predilección. En fin, pedí lo mismo que mi amigo, un vodka de
dudoso origen, que repetí porque no sabía tan mal. Cuando manejaba camino a la
casa una extraña comezón empezó a circularme por el cuerpo; era raro, sentía un
enorme placer al rascarme o restregarme con las palmas de las manos; el placer
era especial en las orejas y en la frente. En un semáforo voltee el espejo retrovisor para
verme bien, pero lo que vi fue a un tipo que no era yo. Era un individuo
aproximadamente de mi edad con los párpados de Simone Signoret: una frente
boluda como la del hombre elefante, pero lo más extraordinario eran sus orejas,
en realidad dos vejigas colgadas a cada lado de la cabeza, como Will Smith en
aquella película. Ese pobre hombre estaba gravemente intoxicado y, lo más
grave, sí era yo. Como pude llegué a la casa, bajé del auto y me desmayé. No sé
qué hubiera hecho sin la inmediata reacción de mi esposa. Bueno, pasó. Acababa
de ser una víctima más de la piratería del chupe nacional. No me explico qué
pueden haberme dado ahí, metanol o algo, pero lo que sí les aseguro es que no volví
a aparecerme en ese sitio a comprar otro “libro”; el negocio desapareció poco
después.
Pero el problema es grave y rebasa las
reacciones físicas de un individuo como yo. Los tequileros establecidos en el
país informaron hace poco que cuatro de cada diez botellas de tequila que nos
bebemos en México provienen del mercado informal, es decir, es tequila pirata;
esto les pega durísimo a sus finanzas, pero no sólo a ellos, pues este trafique
de tequila adulterada representa una pérdida en la recaudación fiscal de nueve
mil millones de pesos al año. Pero bueno, ojalá fuera sólo el tequila. La
piratería impacta y afecta a todos los sectores comerciales, pues ocho de cada
diez mexicanos compran en el comercio llamado informal, el 60 por ciento de las
prendas de vestir que cubren sus vergüenzas proviene de la piratería, lo que de
suyo es una vergüenza adicional.
En Puebla existe un mercado que se
llama Jorge Murad Macluf, pero pocos lo conocen con ese nombre. El nominativo
común es el de “La Fayuca ”,
donde puedes conseguir a plena luz del día, en elegantes puestos de piso a
techo, aparatos electrónicos de cualquier catadura, software,
electrodomésticos, zapatería, ropa, música, películas, juguetes, artículos
deportivos; hay vigilancia policíaca para combatir la delincuencia dentro y en
los alrededores del centro comercial, negociaciones políticas para protegerlos,
publicidad y bueno, toda la impunidad que se imaginen. Cuando “alguien” se
porta mal, van y le hacen un operativo “antipiratería” y lo publicitan en todos
los periódicos: “golpe a la piratería”, etc.
Si ocho de cada diez mexicanos cometen
el acto ilícito de comprar piratería quiere decir que el problema rebasa no
sólo al ciudadano, sino a las autoridades, a los comerciantes y a nuestras más
sagradas y añejas instituciones. Cuando las manzanas podridas son ocho de cada
diez es menester tirar toda la canasta, olvídense de la mermelada de manzana y,
por supuesto, del pay. No me atrevo a culpar a esos mexicanos que consumen ahí,
pues de otra forma a la mejor andarían descalzos; nunca verían una película de
su elección, ni tendrían juguetes chinos para sus hijos. Quien esté libre de
culpas, que lance la primera baratija china que compró en el semáforo.
¡Antes no te quedaste ciego!
ResponderEliminarPero quedé un poco tonto, pues desde entonces me ha sido imposible conseguir un empleo. Bs.
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