Esta
reunión nunca existió, los contertulios es probable que nunca se conocieran
entre ellos, eran jóvenes poblanos entre los años 30 y 40 del siglo XX y estos
recuerdos fueron recuperados independientemente cuando todos ellos ya eran
ancianos. Pertenecen a más de una generación que fue testigo de la
transformación de Puebla, de ser una pequeña ciudad típicamente provinciana
donde el cine y los bailes eran las dos únicas diversiones de las jóvenes
parejas –fuera de las cuales nada o casi nada estaba permitido–, en la metrópoli
multitudinaria que habitamos.
Pero, cuidado, no caigas en la tentación de imaginar que Puebla era un pueblito. No,
era una ciudad de un cuarto de millón de habitantes, una de las más grandes y
modernas de México, cosmopolita a su manera con todos los servicios modernos
disponibles.
Ahora
los reúno en esta falsa entrevista, una suerte de alegoría, para que nos
cuenten sus contrastantes visiones de aquella diversión nocturna: los bailes,
el baile, contactos físicos a veces con extraños que tenían ese toque de
sabroso pecado que era muy emocionante consumar, pues todos eran muy católicos.
Luis Velasco Ramírez: La
vida era más romántica, en este sentido. El círculo era más cerrado, Puebla era
más chica, nos conocíamos todos, aunque no nos saludábamos, nos conocíamos de
vista, como hemos rememorado aquí con mis buenos amigos.
Viviana Palma: Los
departamentos tenían sus balconcitos que daban a la 5 sur, pero la entrada era
por la 5 Poniente, pero donde yo vivía daban los balcones para la 5 sur. Hasta
ahí iban los muchachos a cantarle a una, porque se usaban los gallos (como eran
llamadas las serenatas).
Magno Sánchez: Cuando
ya estábamos en edad de ir a bailes y eso, íbamos al Casino, por El Carmen. Y
el Pasapoga, que era como un bar para parejas. Iba uno en forma cordial, a
tomar algo, estudiantes o personas mayores.
Carlos Alberto Julián Galis: Era
un club, bueno, no un club, un centro nocturno que se llamaba el Pasapoga, que
era de los Trías. También se acostumbraban las tardeadas en Agua Azul, las
lunadas acá en La Paz.
Rosa Gastelum: El
salón Esmirna, que según la historia fue el convento de San Juana Inés de la
Cruz, fue un claustro, pero con el tiempo lo hicieron salón de baile. El salón
México. El salón La Floresta, La Playa, muchos salones.
Rafael M. Serrano: Había
muy pocos salones, entre la 4 oriente y la 6 norte, sobre la 4 oriente, de este
lado estaba el Dancing Puebla, el
Casino y el Puebla, porque estaba dividido en dos, pero la orquesta tocaba en
la mitad para los dos, para acá la gente más adinerada y acá la gente más
humilde. El casino era para los que nos vestíamos mejor, el Puebla era para
personas humildes, decían que para las gatas, entonces donde quiera me andaba
yo metiendo en esos bailes.
Carlos Alberto Julián Galis: Había
en la 21 poniente un centro donde se bailaba, era el Montecasino y ahí
terminaba Puebla, a la otra calle terminaba Puebla.
Magno Sánchez: Me
tocaron los bailes del Carolino. Esos bailes los organizaba la Federación de la
Juventud Poblana, podían ser de leyes, podían ser de medicina, según ganara la
federación de una escuela o la otra. Y hacían su negocio los muchachos, porque
era un baile de blanco y negro, que era el baile de la federación. Era para
universitarios y todo tipo de gente y usaban los tres patios con varias
orquestas, Arcaraz, Beltrán Ruiz, Gonzalo Curiel, Pérez Prado, Agustín Lara,
venían tres orquestas, una para cada patio del Carolino. El segundo patio ya
tenía prados, pero lo adaptaban para que se pudiera bailar. Eran populares pero
muy elegantes, teníamos que llevar traje negro o smoking. El piso que recuerdo
estaba muy bien, se podía bailar bien, o en los pasillos, como son anchos,
también bailábamos ahí. Con los bailes se hacían de recursos para la
federación, y una parte iba para la escuela, ya fuera leyes o medicina. Aunque,
como siempre, hubo algunos vivales que salieron ricos de ahí.
Héctor Carretero: Mire,
la sociedad ha cambiado mucho. No es que yo sea malinchista pero lo vida fue
mucho mejor que ahora. Había más y mejor clase social. Los bailes de Blanco y
Negro, yo era niño, pero me tocó con mis hermanas, los muchachos iban todos de
smoking negro y las muchachas todas de blanco. Eran bailes elegantes, las cenas
eran en el restaurante El Merendero de don Armando Lastra.
Olga Rodríguez Romero: Para
los bailes de la universidad nos iban a invitar
a la Normal, iban los de Medicina a invitar a las normalistas y así era
entonces la vida de una estudiante. Kermesses, que los candidatos de las
facultades que hacían sus fiestas. Tenía yo mucha amistad con muchachos de
Centroamérica, había mucho nicaragüense en ese entonces, como ahora hay
colombianos. Cuando yo estudiaba en la Normal había mucho costarricense –ticos–
y nicaragüenses. Entonces tenía mis amigos. Qué bailes… Y luego los bailes del
Centro Escolar que había antes, cada año también, como de aniversario. La
fundación del Centro Escolar Niños Héroes de Chapultepec, eran unos bailes
preciosos. Los hacían en toda la escuela, y ambientaban los diferentes salones,
por ejemplo, el salón marino con sus motivos, el salón de quien sabe qué y los
adornaban bien bonito. Sí, había reinas y escogían a muchachas de Puebla, pero
con mucho dinero. Ahora ya no se reconoce a nadie. Porque desde que se da el
temblor del 85, la ciudad se llenó de gente que vino de fuera. O ya creció la
ciudad y ya se va perdiendo todo eso tan bonito.
Rafael M. Serrano: El
Agua Azul era de don Miguel Díaz Barriga, ahí también se bailaba. Había muchos
lugares, ya no me acuerdo, sinceramente. Pero donde siempre íbamos era el
Balmori, al Scandel, al Puebla o al Casino, era donde íbamos con nuestra
palomilla, muchachones de 18, 20, 25 años, todos de pipa y guante, yo ya
empezaba a ponerme mis trajecitos. Resulta que me daba a mi bastante gusto que
iba yo bastante arregladito, oliendo a perfumito, acompañado de buenas parejas,
y ahí me jalaban de la mano, Rafa para acá, Rafa para allá.
Olga Rodríguez Romero: También
el baile de los españoles, a esos sí francamente yo nunca fui. Había muchos muy
elegantes, el hotel Lastra, El Merendero. Yo fui una vez a un desayuno de una
primera comunión, no sé de quién. Ahí estaba la gruta de Nuestra Señora de
Lourdes, también había casamientos. Es como una gruta.
Rafael M. Serrano: Cuando
yo empecé a aprender a bailar tenía unos 24 años, había un dancing en la 10 oriente y 5 de mayo, y aquí, al empezar la calle,
estaba arriba el famoso Balmori. Venían unas orquestas de México, cada ocho
días, sábado, domingo y lunes. Me agarré el vicio del baile que no vea usted.
Bailé varias veces, entré a campeonatos para bailar. Fui vicioso. Entonces
empezaba el famoso swing, el fox trot, el danzón y el blues, apenas empezaban,
ni se sabía bien de las huarachas. El mambo y el chachachá estaban muy lejos,
hasta que lo trajo Pérez Prado mucho tiempo después.
Rosa Gastelum: En la
tarde iba yo a bailar al salón Los Ángeles, porque siempre me ha encantado
bailar. Tenía yo mi novio que era mecánico de coches y su hermana me decía “tú
te tienes que casar con mi hermano”. No, yo no me caso. Y por eso me vine para
acá en 1943. No me encontraba yo con él, no me gustaba nada, lo acepté por
compañía y bailaba bien, porque era de Veracruz. Estaba las orquestas de Carlos
Campos, de Riesta, de Esquivel, señoras orquestas de más de veinte músicos.
Rafael M. Serrano: Había
otro baile, grande también, en la 11 norte, entre la 38 y 36, el Teatro
Hidalgo, que entre semana había películas y el sábado, domingo y lunes era para
puro baile. No sabía cómo le hacían, yo llegaba y ya estaba la pista para el
baile, y en el foro tocaba la orquesta. Empezaban los famosos pachucos. Yo
usaba lo mejorcito de mi ropa, un pantaloncito de casimir, una camisa limpia,
una chamarrita, bien peinado, rasurado y a bailar. Humildemente, eso sí, bien
perfumado, si algo me ha gustado es oler bien. No tolero la idea de que una
dama me diga “arrímate, porque hueles a sudor”.
Rosa Gastelum: Aquí
en Puebla, los bailes me tocaron con Carlos cuando ya éramos novios. Íbamos al
Hospicio, al salón de Agua Azul; en la colonia Juárez había un balneario con su
salón de baile, ya una vez casados íbamos a las lunadas a Agua Azul. Al Retiro,
con la orquesta de Agustín Lara, al costado de la casa de Gutierritos, en la 21
Poniente y 16 de septiembre. Muy bonita orquesta, ahí tocaba, en El Retiro.
Rafael M. Serrano: En
los bailes le daban a uno dinero en los concursos, al primer lugar le daban una
copita, así chiquita, y al segundo, tercero, cuarto, quinto y hasta el sexto
lugar, les daban dinero. Había un salón que se llamaba Scander, que estaba por
el rumbo del panteón de la Piedad, por ahí estaba el Scandel, también venía una
buena orquesta de México; aquí en Puebla, en el palacio que está en la 5
oriente y 16 de septiembre, donde está lo de correos, entrábamos por acá y era
un patiezazo tremendo, pero grande, la orquesta tocaba para todos, y también
venían muy buenas orquestas. Luis Arcaraz, Adolfo Girón, muchas orquestas de
buenos músicos. Y ahí sí teníamos que pagar caro, no me acuerdo cuánto.
Todavía, apenas andaba yo queriendo conocer a mi esposa, iba con mi cuñada, que
ya es difunta, íbamos los tres a bailar ahí al palacio de correos.
Olga Rodríguez Romero: En
los bailes públicos también bailé, ufff. Los bailes de la universidad, con las
amigas. Al Carolino, cuando eran los bailes de la Federación Estudiantil
Poblana, que tenían las grandes orquestas. Cada año en el Carolino había
reinas, en los patios. En el primero estaba la orquesta de Agustín Lara, en el
segundo Pablo Beltrán Ruíz y en el otro estaba Dámaso Pérez Prado, ¡eran unos
bailes…! Y todos todos de traje y las mujeres de traje largo, entonces sí eran
bailes bonitos, de postín.
Rafael M. Serrano: En
los bailes había refrescos o bebidas. Nos poníamos de acuerdo entre semana,
había un carro que lo patrocinaba la “mejor sosa laxante La Rioja”, esa botica
patrocinaba a un señor que le decíamos el Cuarentapelos, porque era medio
pelón, y él nos decía: “va a haber fiesta en el Refugio, allá nos vemos todos”.
Ahí vamos toda la palomilla. Y empezamos a bailar en la calle, cerraban de este
lado y de este, y con la camioneta en medio, con el sonido, ahí en el pavimento
bailábamos hasta agotarnos. “Ahora es en San Agustín, o en el Carmen”, o en
fulana parte. Nos íbamos. Éramos muy viciosos para el baile.
Como dirían por aquellos viejos tiempos: ¡lo
bailado nadie se los quita!
Las fotos, tomadas de internet, no
corresponden precisamente a estos recuerdos.
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