martes, 26 de noviembre de 2013

El cometa


Esta tarde el cometa Ison alcanzará el máximo acercamiento con el sol y los astrónomos no saben si sobrevivirá la prueba. “Si sobrevive al calor solar, Ison puede convertirse en un gran cometa que se observaría a simple vista en el cielo, a partir de la primera semana de diciembre, en dirección Este momentos antes de la salida del Sol”, explicaron los expertos de la NASA que leí ayer en el periódico El País. Si sobrevive al encuentro de esta tarde, pasará a tan solo 64 millones de kilómetros de la Tierra el próximo 26 de diciembre.

En noviembre de 1965 fue la última vez que vi un cometa. Eran aproximadamente las cinco de la mañana cuando mi hermano Jaime me despertó especialmente para verlo. Hacía el frío típico de Cuauhtémoc y solo fue posible acercarme hasta la ventana de un cuarto que denominábamos el porche y que era en realidad un angosto y pequeño recibidor que separaba nuestra cocina de la calle 3ª, en donde estaba nuestra casa, en pleno centro del pueblo chihuahuense. La puerta de dos hojas tenía dos ventanas rectangulares de vidrio, uno transparente y el otro opaco. Desde ahí vi el cometa Ikeya-Seki que había sido descubierto por dos astrónomos aficionados de Japón apenas el 18 de septiembre, llamado así por sus respectivos nombres. Era un cometa del tipo “suicida" o de Kreutz, que aumentan su brillo rápidamente conforme se acercan con la imprudencia de Ícaro al Sol.

Por supuesto en ese momento todo lo que sabíamos era que se trataba de un cometa, hasta ahí llegaban nuestros conocimientos astronómicos y no había Wikipedia. En realidad no había nada en aquel lejano pueblo de aquella lejana madrugada; no había computadoras, ni diarios y hasta la televisión era una promesa. Lo que había era un cielo serrano, estrellado y luminoso que los lugareños admirábamos con fruición. No sabíamos nada excepto que era hermoso. Por eso no me sorprendió el día que me desperté en la madrugada y vi a Jaime en la ventana de nuestra recámara mirando el cielo iluminado por la luna. Me levanté a orinar y cuando pasé a su lado vi que estaba llorando tal vez conmocionado por la belleza de la Vía Láctea o las simples y titilantes estrellas que parecían poderse atrapar con estirar el brazo. Pasé de largo a hacer lo mío, que era menos romántico pero más prudente, pues el carácter de Jaime era impredecible, cambiante y explosivo, y los cinco años que me llevaba de ventaja suficientes para no perturbarlo.

El cometa Ikeya-Seki era un hermoso cuerpo luminoso con 25 grados de longitud, que quiere decir que tenía una cola bastante larga, aunque no ancha, pues la larga cauda casi vertical era más bien delgada. Aumentó de brillo en las cuatro siguientes semanas, mientras se acercaba al Sol, y alcanzó el perihelio el 21 de octubre. “Mucho más brillante que la luna llena y más brillante que cualquier otro cometa visto desde 1106”, dice la información que leo ahora.
Ignorante de su importancia histórica, del privilegio de estar viendo semejante maravilla de la naturaleza, con mis ocho años apenas cumplidos y el frío cuauhtemense que me congelaba las piernas desnudas, observé el Ikeya-Seki unos quince minutos, miré a Jaime con ojos de chinito enchilado y me regresé a la cama.

Ese fue mi último cometa y tal vez mi único cometa. Hay lagunas incómodas en los reservistas de la tercera edad. En teoría mi abuelo Leopoldo agonizaba alucinado en una clínica de la ciudad de Chihuahua; agonizaba porque se estaba muriendo y alucinaba porque la morfina fue su último consuelo existencial. Mi madre, embarazada de Alejandro –que nacería en junio del siguiente año, el 66–, tomó la precaución de apretar un llavero con la mano cuando salieron del hospital Palomore a disfrutar del cometa, pues se suponía que un cometa podría dañar al feto dentro de su vientre (o tal vez por eso Alejandro nació azul). Caigo ahora en cuenta de que estábamos solos, Jaime y yo, en esa noche del cometa. “El cometa desarrolló una gran cola hasta que se apagó a lo largo de noviembre. Fue detectado por última vez en enero de 1966.”


Comprenderás que por todo eso ardo de emoción como si fuera un cometa por la expectativa de volver a observar un  cometa, luego de las frustrantes visitas de Halley y del Kokutec en las décadas previas. “Si el cometa Ison sobrevive a su perihelio (máximo acercamiento al Sol), puede convertirse en un bonito espectáculo celeste en diciembre”, dicen los expertos. Y no puedo menos que desearlo de todo corazón. Échale ganas Ison.

miércoles, 20 de noviembre de 2013

Piratería


En el centro de Puebla, en una librería pirata… ¿cómo es eso?, pues es librería pirata porque en realidad es un bar disfrazado de librería, uno no va ahí a consumir libros sino alguna bebida de nuestra predilección. En fin, pedí lo mismo que mi amigo, un vodka de dudoso origen, que repetí porque no sabía tan mal. Cuando manejaba camino a la casa una extraña comezón empezó a circularme por el cuerpo; era raro, sentía un enorme placer al rascarme o restregarme con las palmas de las manos; el placer era especial en las orejas y en la frente. En un  semáforo voltee el espejo retrovisor para verme bien, pero lo que vi fue a un tipo que no era yo. Era un individuo aproximadamente de mi edad con los párpados de Simone Signoret: una frente boluda como la del hombre elefante, pero lo más extraordinario eran sus orejas, en realidad dos vejigas colgadas a cada lado de la cabeza, como Will Smith en aquella película. Ese pobre hombre estaba gravemente intoxicado y, lo más grave, sí era yo. Como pude llegué a la casa, bajé del auto y me desmayé. No sé qué hubiera hecho sin la inmediata reacción de mi esposa. Bueno, pasó. Acababa de ser una víctima más de la piratería del chupe nacional. No me explico qué pueden haberme dado ahí, metanol o algo, pero lo que sí les aseguro es que no volví a aparecerme en ese sitio a comprar otro “libro”; el negocio desapareció poco después.

Pero el problema es grave y rebasa las reacciones físicas de un individuo como yo. Los tequileros establecidos en el país informaron hace poco que cuatro de cada diez botellas de tequila que nos bebemos en México provienen del mercado informal, es decir, es tequila pirata; esto les pega durísimo a sus finanzas, pero no sólo a ellos, pues este trafique de tequila adulterada representa una pérdida en la recaudación fiscal de nueve mil millones de pesos al año. Pero bueno, ojalá fuera sólo el tequila. La piratería impacta y afecta a todos los sectores comerciales, pues ocho de cada diez mexicanos compran en el comercio llamado informal, el 60 por ciento de las prendas de vestir que cubren sus vergüenzas proviene de la piratería, lo que de suyo es una vergüenza adicional.

En Puebla existe un mercado que se llama Jorge Murad Macluf, pero pocos lo conocen con ese nombre. El nominativo común es el de “La Fayuca”, donde puedes conseguir a plena luz del día, en elegantes puestos de piso a techo, aparatos electrónicos de cualquier catadura, software, electrodomésticos, zapatería, ropa, música, películas, juguetes, artículos deportivos; hay vigilancia policíaca para combatir la delincuencia dentro y en los alrededores del centro comercial, negociaciones políticas para protegerlos, publicidad y bueno, toda la impunidad que se imaginen. Cuando “alguien” se porta mal, van y le hacen un operativo “antipiratería” y lo publicitan en todos los periódicos: “golpe a la piratería”, etc.


Si ocho de cada diez mexicanos cometen el acto ilícito de comprar piratería quiere decir que el problema rebasa no sólo al ciudadano, sino a las autoridades, a los comerciantes y a nuestras más sagradas y añejas instituciones. Cuando las manzanas podridas son ocho de cada diez es menester tirar toda la canasta, olvídense de la mermelada de manzana y, por supuesto, del pay. No me atrevo a culpar a esos mexicanos que consumen ahí, pues de otra forma a la mejor andarían descalzos; nunca verían una película de su elección, ni tendrían juguetes chinos para sus hijos. Quien esté libre de culpas, que lance la primera baratija china que compró en el semáforo.