domingo, 15 de marzo de 2015

Doña Facunda

Doña Facunda Juárez Corichi me recibió en su casa de San Juan Tzicatlacoyan, Puebla,
para contarme de los antiguos y sobre los talleres de Ecoturismo que en 2010 estaban practicando en la comunidad. Nos sentamos en sillas que rodeaban una mesa larga ella, su nieta que me hizo el favor de llevarme, y yo.



¿Qué recuerda del pueblo de antes, dona Facunda?

Mis abuelitos nos contaban que había revolución, nos contaban de la revolución, que había hambre, que había zapatistas, pues eso nos contaban; que habían sufrido mucho, que los carrancistas venían y les quitaban lo que tenían, sus pertenencias, o simplemente hasta sus comida que tenían, o sus animalitos, se lo llevaban. O si habían preparado de comer, venían y se la llevaban, o también a las mujeres se las llevaban y las iban a dejar por allá perdidas. A veces hasta los mataban, los mataban por allá por el cerro, o iban a traer su maicito, se iban lejos hasta por Tlaxcala a conseguir el maíz porque pasó la revolución y ya no había, y también si los volvían a encontrar se los quitaban. Eso es lo que nos contaban, se iban lejos, cargando o de alzados.

El pueblo era muy pobre, entonces no había casas de éstas, una que otra de piedra, de adobe, pero todas eran de palma, había muchas. Nosotros vivíamos en dos de esas, chozas les llamábamos, una era para trabajar y dormir, y otra era para hacer la cocina, porque antes no había estufas, entonces quemábamos pura leña, por eso aparte era la cocina, para que ahí con la leña se ahumaba, entonces por eso nos apartábamos, una casa era para trabajar y dormir, en otra casa era para cocinar y comer. Las camas eran de petate o de quiotes, de madera, las hacían los campesinos, iban al campo, hacían los burritos -que les dicen- para formar la cama de madera; lo trabajaban, entonces ya lo traían y entonces compraban unas tablas o quiotes, los partían, los tendían y ahí hacían una cama, ahí nos acomodaban para que no durmiéramos en el suelo. Porque en el piso había pulgas, y para que no nos molestaran las pulgas hacían esa cama alta, entonces no nos molestaban tanto.

Comíamos lo que iban a comprar a Tepeaca, a pie o en burro, iban caminando y ya agarraban el camión en Tecali, ahí ya había camión. Llevaban la mercancía, llevaban la canasta, los petates, aventadores, y eso los iban a vender, o a cambiar, los cambiaban por verduras, quelites, lechuga, coliflor, los rabanitos, todo eso cambiaban en Tepeaca, con eso traían algo para comer. Iban los hombres, porque las mujeres iban una que otra, pero casi no, iban más los hombres. De regreso traiban la carga, carnita muy poca, para un caldito o lo que dicen la moronga, la iban a traer hasta allá, con eso mi mamá hacía de comer.

En algunas partes usábamos una mesita para comer, para no comer en el suelo, y había algunas personas que no tenían, pues, tendían su petate, se sentaban y ya comían sentados en el suelo, pero sobre el petate. No había escuela, había hasta cuarto año. No pude tomarlos porque mi papá era muy pobre y no le alcanzaba para los pedidos que pedían en la escuela; a mí me dio estudio en dos años, nada más, aprendí a leer y escribir. Y como vio que era yo inteligente para la letra, en dos años me dijo: “pues ya sabes, siquiera ya sabes escribir una carta, ya sabes escribir tu nombre. Aunque sea una carta por si nos vamos lejos. Ya sabes escribir. O simplemente hasta a tu novio, ya le puedes escribir”, me decía, je je.



Como aquí se dan muchas plantas, nos iban enseñando cómo se llamaban y para qué servían. A veces nos enfermábamos con mis hermanitos, y mi papá o mi mamá nos decían: “vete a cortar alguna yerba y ya nos haces un tecito”. Así se va aprendiendo, íbamos al campo, nos decían: “esta yerbita sirve para esto, esta para esto otro”, se nos iba quedando en el pensamiento y por eso sabemos para qué sirve, así seguí yo con mis hijos. Pero ahora ya casi no se usar la yerba formalmente, como ya hay mucho médico, pues más fácil, se van al doctor que con la yerba. Yo sigo usando la salvia real para el dolor de estómago, el romero, el talanta, que sirve para el dolor de estómago, la diarrea. Y todavía lo tomamos para eso. El alfilerillo, que sirve para las anginas, para la tos y también lo usamos. Poco a poco se va quintando, no se quita de jalón como con las inyecciones, pero sí cura.

Había sobadores. Sí, algunos que sobaban a los niños chiquitos que estaban llorones, les sobaban el pecho, todo el cuerpo,  le sobaban los pies, y le echaban la medicina, que entonces ya se usaba, el mentolato, eso le echaban en su cuerpo y ya los envolvían a los niños y los acostaban a dormir. Y al rato, cuando recordaban, ya andaban jugando, se mejoraban. Y hasta hoy, acá en el pueblo, todavía hay sobadores y a veces hasta una misma como madre, o como abuela, luego les dice uno: “tráime al niño, yo te lo voy a sobar” y sí, se componen. Los sobadores eran señores y señoras, de todo, antes había muchos, había algunos que les da miedo tocar un niño, como así, les da miedo, pues no lo hacen, pero mucha gente sí lo hace, los soban fuerte, lo van sobando como lo van sintiendo, pero no como cualquier cosa, sino que así, con cuidado, luego le tendíamos una sábana del tamaño de la mesa, lo acostábamos al niño y lo rodábamos, así, como columpio, y con eso se componen. También para las anginas, yo no sé, nada más me han dicho y lo he visto cómo lo hacen, le soban acá en los coditos, hasta que le encuentran la coyuntura, y luego le dan un poco fuerte aquí por el codo y con eso se quitan las anginas.

El maíz crudo, había que molerlo con metate y hacíamos atole de maíz, tortillas, tamales, todo eso del maíz; el maíz es vida. Ya tiene tiempo, hoy ya no sembramos, pues ya también ya estamos… ya no podemos, ya nos cansamos para ir, ya no tenemos animales para trabajar. Los hijos ya se acabaron de ir, ya no les gustó el campo, empezaron a ver otras oportunidades en la ciudad y ya se casaron por allá, o se casaron acá,  pero se fueron a vivir a Puebla;  los nietos, menos. A veces vienen para vernos, para descanso o paseo, se van a la pila, donde hay pozas y se van a bañar, se van a divertir, pero nada más, ya no vienen a trabajar. Hace mucha falta el agua, no hay agua y, sin agua, pues no se puede sembrar.

El náhuatl yo sí lo escuché y lo escucho todavía, pero no lo aprendí, no me lo enseñaron; mis abuelitos sabían hablar el idioma, entonces ellos se hablaban entre ellos, pero nada más entre ellos, no nos dijeron cómo se decían las cosas; mi mamá ya no aprendió, ella ya no supo hablarlo. Pero antes sí, mis abuelitos sí sabían; hasta hoy, las palabras las decimos, pero no las entendemos como náhuatl. Por ejemplo, en el temascal usamos palabras náhuatl, como el techitle, que es la casita donde se pone el fuego, y unas piedras que van así para atajar la lumbre, para que no entre a fuego directo. Pero ahora las palabras en idioma las usamos como castellano.



¿Qué le diría a la gente de Puebla?

No nada  más de Puebla, de España, de Italia.

Claro, ¿qué les diría?

Bueno, pues yo diría que estaría bien que nos visiten más, que vengan de otro lado, todos muy a gusto, para conocerlos, para que ellos nos conozcan y para enseñarles lo que nosotros tenemos acá, como los talleres que se han dado, taller de plantas medicinales, o de la palma o, por ejemplo, del zímpol, que es nada más de cada año, para la cuaresma, entonces se hacen las figuras, todo eso, coronas, cristos, faroles, se hacen custodias, todo eso de zímpol.


Que vinieran a visitarnos. Si llegan muchos nos los repartimos entre todo el pueblo, podríamos atenderlos. Nosotros somos poquitos, somos poquitos, pero si vinieron cincuenta visitantes invitaríamos a más, que nos ayuden, yo digo que sí aceptarían.