viernes, 19 de febrero de 2021

Melomanía

 


Como nunca en mi larga vida en los últimos años me he vuelto aficionado a la música. Las posibilidades de un melómano hoy te permite disponer prácticamente de cualquier música o género musical que se te ocurra. Gratis. Casi todos los días, después de comer, me siento en mi sillón de la computadora y disfruto de un concierto musical al amparo de Youtube. Sería ridículo decirte qué escucho, innecesario, porque además eres libre de elegir lo qué vas a escuchar los siguientes minutos de tu vida y es tu asunto. Disfruto mucho los conciertos sinfónicos, las orquestas tocando al tenor de sus polifacéticos directores; oigo y veo mucho jazz y he visto casi todos los conciertos importantes de rock, blues y jazz. Y me arriesgo a las propuestas de YouTube y escucho sus sugerencias, esa selección que impone o propone, en donde me he llevado grandes sorpresas positivas. Este día, por ejemplo, descubrí al músico Erroll Garner, un notable pianista apenas acompañado de contrabajo y batería. Si no lo conoces, te va a sorprender como a mí.



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domingo, 7 de febrero de 2021

A diez años de Cien años


Se cumplen diez años de mi libro Cien años de recuerdos poblanos, publicado por la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla en 2011 por la acción de mi querida comadre Flor Coca y presentado el 7 de febrero de ese año en la Librería Profética en el centro de la ciudad, donde me acompañaron Juan Carlos Canales y Aurelio Fernández con generosos discursos y en la primera fila Sergio Mastretta. La mesa estaba servida. Esa tarde habían defenestrado a Carmen Aristegui de su programa de radio por haber preguntado sobre la adicción al alcohol del presidente Calderón. También jugaba la selección mexicana y un falso profeta había pronosticado que no iría nadie a la presentación por el partido de futbol, pero el patio colonial de Profética se llenó y el ambiente fue de lo más agradable. Hasta borrachito teníamos. Como no había maestro de ceremonias, tomé la palabra y presenté a mis destacados amigos y le dimos un buen repaso a la materia de Cien años…

Los 900 ejemplares que me fueron entregados por la universidad tuve el gusto de moverlos personalmente y fueron vendidos tanto en librerías como en tianguis dominicales con tal éxito que para junio ya no me quedaba un solo ejemplar. Gracias por leerlo.

Mi hermano Antonio escribió en su blog El vuelo de la palabra a propósito de la publicación esta crítica que ahora reproduzco:


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“La historia, antaño dedicada a los grandes acontecimientos políticos y militares –así como a sus protagonistas–, y de un tiempo a esta parte, a los predios cultivados por las ciencias sociales, desde la economía hasta las mentalidades, se ocupa poco de los valores y costumbres de la población en general, ese variopinto elenco de mujeres y hombres que consumen productos y servicios, sufren epidemias y enfermedades, escuchan radio y van al cine, bailan, se enamoran, se casan, y notan el paso del tiempo en una miríada de signos visibles en la cotidianidad.

     Es probable, como escribe Polo, que muchos historiadores vean en la historia oral poco más que una herramienta de la historia con hache mayúscula, aunque por otra parte, no abundan los trabajos de historia oral de largo aliento, ni suelen organizarse con imaginación y pertinencia, como sucede con “Cien años de Recuerdos poblanos”.* Polo emplea el método de Luciano de Privitellio, que busca captar el movedizo empalme de las generaciones con el amor y la sexualidad, la pareja y la familia, la tradición y la modernidad, pues entiende que “la clave de la historia oral radica en encontrar sentido no solo a lo que la gente dice, sino también a lo que no dice”.

     La historia oral puede acometerse de distintas maneras. Polo ha escogido el enfoque coral. Si admitimos que las generaciones se integran en arcos temporales de quince años, “Cien años de Recuerdos poblanos” incorpora los testimonios de setenta y dos personas de al menos cinco generaciones; el entrevistado más viejo nació en 1900, y la más joven en 1990.

     Me gusta el término usado por Polo para designar los testimonios congregados: recuerdos–viñeta, aunque dudo que pueda distinguirse realmente entre dos clases de recuerdos: “unos, los infantiles y juveniles, desprovistos de imágenes y de lenguajes elaborados; otros, los recuerdos posteriores a la juventud, ataviados de intereses, palabras, ideologías e imágenes”. Creo que todo recuerdo adulto es producto de una elaboración en la que colmamos con recuerdos ajenos o con ficciones los huecos de la memoria.

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Cien años de Recuerdos poblanos comprende un siglo y toda clase de mudanzas. En ese periodo, Puebla pasa de los 40,000 habitantes al millón y medio, absorbe cinco de los municipios aledaños y llega a cubrir 300 kilómetros cuadrados, la industria textil se transmuta en electrodoméstica y automovilística, los barrios ceden el paso a las colonias, mudan los atuendos, las costumbres, el habla, el teléfono se generaliza… “Cien años de Recuerdos poblanos” me gusta por su apertura a la vida social molecular y por su atención a las palabras en desuso y los giros verbales enjundiosos. Me conmueven especialmente los recuerdos lejanos, donde se conjugan presencias y lenguajes: el tránsito de los festejos del centenario de la Independencia al estallido de la Revolución, el abuelo porfirista que sufrió una bala “pellejera”, las cuitas de los “revolucionados”, como don Luis González y González llamaba a las víctimas de los “pronunciados”, los nombres de las pulquerías: “La sangre manda”, “El pueblo feliz”, “Juega el gallo”, “Voy con fuerza”.

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Cien años de Recuerdos poblanos es un libro necesario e inspirador. Si yo fuera poblano adoptivo, como mi querido hermano, impulsaría, a partir de las múltiples sugerencias de este libro, un museo de historia de la cotidianidad de Puebla en el que se congregarían testimonios grabados, objetos, fotos y videos. Como sea, “Cien años de Recuerdos poblanos” es un libro que nos permite contemplar, oler, saborear y actualizar el pasado; será una fuente indispensable para la historia de Puebla, y tal vez, la semilla de un archivo de la historia oral del estado. Ojalá.”


Hasta aquí Antonio, muchas gracias. Tuve el privilegio de contar con otras críticas de amigos entusiastas, además de mis hermanos Antonio y Jaime, quisiera recordar la extensa pieza de Juan Carlos Canales y otras menos largas de Sergio Mastretta, Mario Villar Borja y Agenor González Valencia; también recordar la amabilidad de José Luis Escalera al facilitarme el uso de Profética para su presentación y de Paula Carrizosa por publicar la noticia en La Jornada de Oriente, así como de mi querido Abraham Paredes que tomó la foto del autor vociferante en medio de su pieza oratoria. Un agradecimiento especial a las decenas de poblanos de nacencia o de querencia que participaron en esta aventura editorial, a Malú, Luz y Teresa que me acompañaron en ella y especialmente a los poblanos y foráneos que leyeron esta aventura singular que es Cien años de recuerdos poblanos, pues es la historia de un siglo de la ciudad de Puebla contada por los propios habitantes.

Si tienes interés en este libro, puedes solicitar gratuitamente tu ejemplar digital en formato de PDF de Cien años de recuerdos poblanos en los comentarios de este blog poniendo tu email a donde lo debo enviar y lo recibirás a vuelta de correo. Gracias por tu interés.


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