Guardada toda proporción, pero respondiendo al desaliento
que ampara a las huestes de López Obrador sobre que “ya nos volvieron a fregar”,
déjame decirte que ese desaliento es el mismo que vivieron aquellos
protagonistas de escándalo de Watergate al ver que la fecha de la reelección de
acercaba y nada ocurría con su puntillosa investigación; finalmente el día
llegó, Richard Nixon ganó con holgura y el Washington Post se quedó con las
manos llenas de datos deshilados y una profunda insatisfacción, pues para entonces
no había duda de que los que habían financiado los actos de escucha ilegal en
el edificio Watergate, el 17 de junio de 1972, pertenecían al Comité de
reelección del Presidente Nixon, Howard Hunt y Gordon Liddy, aunque todavía no
podían probarlo.
Nixon asume su segunda presidencia en enero de 1973, pero
las aguas para nada se habían serenado. Transcurrió todavía un largo año para
que la comisión investigadora del Senado de Estados Unidos y el Gran Jurado
federal demostraran, en marzo de 1974, la participación del Presidente Nixon en
una conspiración para obstruir la acción de la justicia y se hiciera efectivo el
encarcelamiento del jefe de personal de la Casa Blanca, H.R. Haldeman, y del
consejero presidencial John Ehrlichman, con lo que casi terminaba el gate del water,
que finalmente culminó con la dimisión del presidente Nixon la tarde del 8 de
agosto de 1974, dos años después del altercado del edificio Watergate.
Los héroes resultaron este par de reporteros Woodward y Bernstein,
que fueron premiados con el prestigiado premio Pulitzer, y un personaje oscuro
como las sombras llamado en la investigación Garganta Profunda, nombre de una popular
cinta pornográfica de la época, que en 2008 pudimos saber que se llamaba
William Mark Felt, subdirector del FBI, que transmitió a Woodeard los tips más importantes
de la investigación.
Por lo tanto, no desesperen y sigan jalando el hilo.
Exageran quienes dicen que necesitamos otro país para que ocurra algo, es
decir, para que una elección presidencial pudiera repetirse debido a las toneladas
de evidencias que existen; no nos vendrían mal un par de reporteros
profesionales, aunque a mi modo de ver Aristegui lo está haciendo muy bien;
luego una comisión investigadora imparcial, un poco más complicado; una suprema
corte que mirada la ley y no los famosos intereses nacionales, peliagudo,
ciertamente; una garganta profunda mexicana que decidiera vestirse de héroe y
finalmente unas autoridades electorales que aplicaran con todo rigor las dichosas
reglas electorales. Entonces veríamos lo inconcebible. Digo, no está fácil,
pero la esperanza es lo último que muere.