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Mostrando entradas de julio, 2012

Gates, datos y alegatos

En medio de la nueva confusión electoral y en una prolongada sequía de novedades de lectura, tomé de mi librero un viejo y deshojado libro que había leído en los años ochenta sobre el escándalo electoral de Watergate: Todos los hombres del presidente, de los periodistas del Washington Post Bob Woodward y Carl Berstein, editado por BestSellers Origen Planeta en 1984. Todo bien hasta la página 46, luego hubo que leerlo por hojas, por bloque, con portada y sin ella. Incómodo pero legible, y muy interesante por coincidir precisamente con los alegatos de la compra de tarjetas Monex y Soriana por parte del PRI para la adquisición de una nueva era presidencial. Guardada toda proporción, pero respondiendo al desaliento que ampara a las huestes de López Obrador sobre que “ya nos volvieron a fregar”, déjame decirte que ese desaliento es el mismo que vivieron aquellos protagonistas de escándalo de Watergate al ver que la fecha de la reelección de acercaba y nada ocurría con su puntillosa in...

Vivir para contarlo

Hace algunos años concurrir a una oficina publica a realizar casi cualquier trámite era penetrar al castillo de Kafka, convenía no comer demasiado por los nauseabundos humores a garnachas que emanaban de los escritorios y no ir en ayunas, pues las esperas podían prolongarse más allá de las horas de comer. Tras una larga fila, un   burócrata con mayonesa en los bigotes lo atendía a uno y llenaba de grasa nuestro importante documento para indicarnos con descarada indiferencia que ese   trámite correspondía a la siguiente ventanilla, donde aguardaba otra impresionante fila de tramitantes. Tal vez parezca exagerado. Y tal vez lo sea, pero a la distancia la memoria adulta de hoy tiene esos recuerdos vagos de aquella burocracia, el horror de la espera, la paciencia inaudita, el desorden y el desdén de aquellos funcionarios públicos que tras las ventanas de big brother contaban parlanchines sus andanzas nocturnas, los guisos de la suegra o los zapatos de charol de aquella t...

Cultura de la prevención

Hablar de la cultura de la prevención desde una perspectiva callejera –es decir, no especializada, ni jurídica, ni médica, sino ciudadana-, lleva a pensar que se trata de algo obvio sobre los riesgos que nos depara la vida. Pues sí, vivir es sumamente peligroso. Y el riesgo obvio de estar vivo es que te puedes morir en cualquier momento si bajas la guardia, para usar un concepto boxístico. Bien pensado, casi cualquier cosa te puede causar un grave daño o te puede matar. El boxeador de referencia, después de estar recibiendo uppercut en la cabeza durante quince años es posible que sufra de coágulos cerebrales que un buen día le apagarán la luz. Pero son casos extremos, muy poca gente es boxeadora y quien se mete en esa profesión sabe o debería saber a qué atenerse. Es como esos “deportes” en motocicletas, bicicletas o patines en donde se expone la vida a cada instante, o el torero que se arriesga frente a un animal de 500 kilogramos cada domingo; alpinistas y buzos, aviadores, ci...

Yul

Cuando yo era pequeño ser pelón no era un asunto sencillo, pues había muchos más prejuicios que ahora para permitirle una vida fácil a quien carecía de pelo. En tiempos de los metrosexuales deportivos calvos como una bola de billar, es difícil imaginar cómo hace cuarenta años ser calvo podría una maldición masculina (femenina, supongo que sería una tragedia), que en muy pocas excepciones podía inclinarse hacia un aspecto positivo. La excepción que rompió la regla a mediados del siglo XX fue el actor de origen ruso Yul Bryner, pelón como una naranja pero, al parecer, no natural, que basó en su brillante calva buena parte de su éxito puesto que quedaba que ni mandado a hacer para cualquier cantidad de personajes peliculescos que sugirieran un origen de los Cárpatos para “allá”, es decir: egipcios, rusos, mongoles y orientales en general. Yul, cuatro años y trece días mayor que mi padre, fue la única licencia que Aída tuvo para expresar públicamente su gusto por otro hombre. Y has...

El Cid

En el lejano y medieval año de 1099, muere en Valencia Rodrigo Díaz de Vivar, el heroico Cid Campeador,   que de acuerdo a aquella leyenda hollywoodense caracterizada por Charlton Heston y Sofía Loren, ganó su última batalla cabalgando muerto su caballo. Sirve como metáfora la historia del Cid para ejemplificar la cantidad de cadáveres que ganan batallas todos los días, y otros tantos muertitos que hacen la lucha por ganarlas, aunque no lo logren. El Cid anduvo en aquellas cruzadas descabezando moros y moras a derecha e izquierda y su principal motivación en la vida era ver casadas a sus dos hijas con algún buen partido medieval, de preferencia reyes. Pero el Cid se enemistó con el Rey de Castilla y tuvo que huir, mejor se fue a la guerra, chamba recurrente en aquellos tiempos en la que era bastante competente. Lo penoso de todo el asunto es que, cuando uno se toma el trabajo de leer el largo poema del Mío Cid, sucede que don Rodrigo muere de viejo en la Sevilla medieva...

Transporte en Puebla

A todos nos gustaría tener un vehículo grande y fuerte para transportarnos por la ciudad de Puebla, pero eso no es posible, primero porque no todos tenemos con qué comprar un vehículo grande y fuerte, segundo porque serían tantos los vehículos que las calles de nuestra ciudad se convertirían en un enorme estacionamiento por la falta de espacio para circular. De los 5 millones 779 mil habitantes en el Estado que se revelaron en el último censo del año 2010, 1 millón 539 mil transitamos diariamente por la ciudad de Puebla y su zona conurbada. Imagina que hubiera ocho veces más vehículos que los que actualmente transitan por las calles de Puebla. Bueno, mejor no lo imagines, pero sería un caos, pues con los 200 mil vehículos que actualmente circulan tenemos suficiente, aunque año a año se agregan más. En los últimos 10 años, para tener una idea, en la ciudad de Puebla los vehículos crecieron 82.7 %, es decir, por cada diez vehículos que había hace una década ahora hay dieciocho....