lunes, 26 de febrero de 2018

El fólder


La cita con Martha Erika Alonso me la concedieron para un jueves a las cinco. Estuve puntual. Iba a hablarle de un proyecto urgente que llevaba en un fólder que había llamado El oficio hace al maestro, poco original pero muy preciso sobre memoria oral de los artesanos poblanos.

Puebla es considerado uno de los estados con mayor producción artesanal del país. Esta actividad comprende dos grandes apartados: artesanías de origen colonial, resultado del sincretismo entre las culturas europeas y americana, y las que son artesanías de origen prehispánico o eminentemente indígenas.

Pensaba decirle lo magnífico que sería tener una valoración de primera mano en cada una de estas actividades, un testimonio, sobre todo porque es indiscutible que la actividad artesanal se extingue vertiginosamente y cada vez hay menos candidatos para dedicarse a la artesanía, una actividad muy fina para tan pobres dividendos, pues se gana muy poco con ella; fracasó el modelo económico propuesto por el indigenismo y posteriormente con Fonart, desde el gobierno de Echeverría, a pesar de que tuvo importantes encuentros, los gremios artesanales desaparecieron de la ciudad de Puebla pero sigue débilmente en los pueblos, en algunas circunstancias no han cambiado mucho en los últimos cincuenta años. Ponga por caso los alfareros de Tenextatiloyan.

Pan tradicional, cerámica, ebanistas y carpinteros de los de antes, ya no hay. Hoy los gremios de los artesanos han cambiado. En congruencia con un interés personal, me acerco a ustedes para señalar un interés colectivo, una necesidad, nunca una ocurrencia. Esperaba que llamara su atención, que podría interesarle.

Vengo, pues, con la propuesta de producir un libro patrocinado por el gobierno, por el DIF, por usted, sobre la experiencia directa de un grupo interdisciplinario de artesanos poblanos, personas maduras y ancianas. El panorama actual de la situación que guarda una docena de oficios severamente golpeados por una incomprendida modernidad que los ha segregado del interés comercial y cultural. Pero además es una artesanía estancada, no como la oaxaqueña, que cada año te sorprende con nuevas cosas; aquí los artesanos desaparecen y las artesanías que sobreviven repiten eternamente sus modelos. ¿Pero, qué tan grande es esa crisis? Esa es la respuesta que deberíamos obtener con esta iniciativa. Como verá , esto es crucial.


Mi propuesta contempla entrevistar a ceramistas, ebanistas, panaderos, dulceros, herreros, cocineros, jugueteros, etc. Por múltiples razones, la actividad artesanal pierde paulatinamente terreno frente a las manufacturas. Es necesario recoger esa memoria antes que desaparezca, aunque sea en papel, interesante para interesados en la cultura popular mexicana. La memoria fortalece el proceso cultural de las actividades artesanales, preservando los recuerdos de los maestros artesanos que también ayuda a sus procesos productivos al consignar esas experiencias para futuras generaciones de artesanos.

Iba a decirle a la esposa del gobernador sobre mi interés en seguir una saga de testimonios poblanos, que ha ido tomado forma con el tiempo y ha mantenido una continuidad alrededor de la oralidad; he grabado, transcrito y editado unas doscientos cincuenta entrevistas de fondo en sesenta locaciones del estado y otros puntos de la geografía nacional; mucho de ese material ha formado parte de libros como el de los ancianos poblanos de Los barrios de Puebla, publicado por el Consejo del Centro Histórico en 2002; otro de maestros que hablan de sus experiencias en los pueblos y sierras del estado (Memoria magisterial, SEP, 2004), Cien años de recuerdos poblanos, publicado por la BUAP en 2011; colaboré con Artes de México en Lo que nos queda en el corazón, sobre educación Indígena, SEP, 2011 y con ellos mismos Los saberes itinerantes, sobre familias de migrantes domésticos, SEP, 2012; otros libros inéditos, pero terminados: Ver para creer, memoria testimonial de una comunidad forestal de Oaxaca, 2013; Oye Olla, de alfareros de San Miguel Tenextatiloyan, 2012, Ambulantes, memoria la UPVA “28 de Octubre”, 2014 y últimamente una alegoría de ancianos habitantes de la ciudad de Puebla en El club de los recuerdos, 2017. Sobre los últimos cinco no podría habérselo dicho a la señora Alonso porque todavía no ocurrían, pero sí que tenía y tengo la intención y el interés de seguir con esta labor de recuperación de la memoria urbana y campesina a través de la oralidad. Interés que no comparte ningún gobierno, por cierto. He tocado todas las puertas, la de dios y la de satanás, pero a los gobiernos no les interesa recordar ¿para qué?


En ese momento una secretaria me señaló que me recibiría una funcionaria de La casa del abue, que me escuchó muy amable y me dijo que no podía hacer nada. Recogí mi fólder y me fui caminando.

miércoles, 21 de febrero de 2018

Por eso nos casamos

A mi marido lo conocí porque no vivía aquí y nunca coincidíamos. Francamente no coincidíamos. Y “te vamos a presentar a mi hermano, te vamos a presentar a mi hermano” y yo nunca acababa de conocer al hermano de mis amigas que vivían en la 5 Sur. “Pero te advertimos que es muy enamorado, si te llega a hablar no le hagas caso porque tiene muchas novias, es muy enamorado. Y tiene mucha suerte porque las muchachas le hablan mucho”. Y luego a veces me decían: “espéranos tantito, nomás nos acabamos de arreglar y nos vamos, ya tenemos permiso”. Bueno. “Por ahí contesta el teléfono”. 

¡Ring! era una amiguita:

-       ¿No está Rafael...?
-      No.
-      ¿A qué horas llega?
-      Pues no, no le doy razón. Ahorita no hay quien conteste, yo no sé.

“Pues son sus amigas, te digo que lo buscan mucho. No le vayas a hacer caso.” Total que pasaron como seis meses para que conociera yo al hermano. Yo decía “pues quién sabe cómo será el hermano”.

Y ya, cuando lo vi, pensé: “pues sí, está muy bien el hermano, pero ya me dijeron que es muy noviero. No, para nada.” Y así nos pasamos mucho tiempo. “¿Quieres que te vaya a dejar mi hermano?” No, no, mejor me espero a que vengan por mí. Ya, iba mi mamá, o a veces los domingos mi hermano iba por mí. Adiós, adiós. Así nos la pasamos como un par de años, para conocernos.

Luego de ahí, pues ya, nos casamos. No dilatamos mucho de novios, como unos once meses y luego ya nos casamos.
Mi mamá me regañaba mucho, me decía: “que pena, qué vergüenza que digan que nada más a eso fuiste, a estar ahí para que salieras de novia con este muchacho”.

-      ¿Y en qué trabaja?”

Y ya empezaba el interrogatorio.

-       No, pues ahorita no tiene trabajo, está estudiando.

Total ni él acabó de estudiar ni yo de trabajar porque pues ya nos urgía casarnos. Ya no era posible, por eso nos casamos.


Testimonio de doña Viviana Palma, hacia 1940 en la ciudad de Puebla.

miércoles, 14 de febrero de 2018

14 de febrero, Día del telegrafista


El 14 de febrero de 1933 se gesta el movimiento telegrafista contra el autoritarismo de las autoridades de la SCOP (y de la ciencia) que coloca al telégrafo y a los telegrafistas a las órdenes de los empleados de correos. Era una medida injusta con un gremio que durante ochenta años había hecho posible las telecomunicaciones eléctricas entre los mexicanos, había contribuido a la pacificación de la patria y a su consolidación como país a lo largo del régimen de Porfirio Díaz.

Pero a tres décadas de iniciado el siglo XX el panorama era muy diferente, el teléfono operaba ya con bastante eficiencia, la radiotelefonía permitía comunicarse incluso con aviones en vuelo, la radiodifusión era algo más que una promesa con la reciente inauguración de la poderosa XEX. La clave Morse ya no expresaba, con su inextricable código accesible solo a técnicos especialistas, la vertiginosa necesidad del nuevo siglo, en las instalaciones de la Central de Telégrafos de la calle de Tacuba el teleimpresor, llamado teletipo, había empezado a sustituir la especializada ciencia de los telegrafistas, ahora cualquier mecanógrafo era capaz de transmitir mensajes. A partir de entonces comienza otra historia que hoy te quiero compartir.

El Teleimpresor, que venía operando de manera limitada desde 1924, debido al sistemas de líneas físicas aéreas, encuentra hacia 1942 una vía más adecuada para su desarrollo, al introducirse en México el Sistema de Corrientes Portadoras (Carrier), equipamiento diseñado para la transmisión de señales telegráficas mediante la subdivisión de frecuencias telefónicas en un canal, en relación 1 a 18, cosa que provocó la racionalización del gasto por concepto de instalación y mantenimiento de líneas y brindó mayor confiabilidad  a las comunicaciones telegráficas automatizadas.

En 1952 se creó la Dirección General de Telecomunicaciones que, en esencia, era la dirección general de telégrafos con sistemas telegráficos evolucionados.
El crecimiento del Carrier fue tan rápido, que para 1955 había ya veinte rutas cuyo alcance podía considerarse de cobertura nacional. En estas fechas la red de líneas físicas alcanzaba los 41,791 kilómetros de longitud simple y 113,409 kilómetros en desarrollo, vinculando a 613 oficinas telegráficas y 475 telefónicas, atendidas por 5,487 empleados; cifras que continuaron creciendo en los años siguientes, a medida que el Telégrafo y el telegráfono hacían acto de presencia en nuevas poblaciones del país.

Por otra parte, el servicio telegráfico internacional, que había quedado en manos de las compañías Telegráfica Mexicana y Western Union Telegraph Co. Desde 1879, fue nacionalizado durante la gestión del Ing. Miguel Pereyra en 1949, año en que se crea el departamento de Servicio Telegráfico Internacional.

Para beneficio de los sectores productivos, la telegrafía privada Telex (Teleprinter Exchange) y su revolucionaria modalidad de conmutación de circuitos a base de técnicas analógicas, comienza a funcionar el año de 1957, a través de un enlace inicial entre México y Acapulco. Facilitando a las empresas y organismos públicos y privados, el envío de telegramas desde sus propios domicilios.

En los años que siguieron, el marcado desnivel salarial que existía entre los empleados del área de telecomunicaciones respecto a los de la telegráfica, provocó que éstos volvieran a solicitar incrementos de sueldo, a recurrir al “tortuguismo” y finalmente al paro de labores, al no obtener respuesta de las autoridades. El 6 de febrero de 1958 la suspensión telegráfica se hace efectiva y dura hasta el día 20 del mismo mes, logrando una de las mejores retabulaciones salariales y la reclasificación del personal, en un nuevo catálogo de puestos.
Otro logro gremial fue alcanzado el 24 de Marzo de 1960, cuando la Subdirección de Telégrafos asciende a Dirección General de Telégrafos Nacionales (DGTN), en donde se situó como director a un telegrafista de corazón como lo fue Rafael Méndez Moreno.
Sin embargo, no todo era miel sobre hojuelas. La Dirección General de Telégrafos se creaba para atender la demanda nacional del servicio telegráfico, se le responsabilizaba así de los giros y telegramas transmisibles de las ya, desde entonces, obsoletas líneas físicas aéreas y a la utilización de la radiotelegrafía. Por su parte, en la Dirección General de Telecomunicaciones quedaba a cargo de enlaces automatizados mediante terminales de teleimpresión, para canalizarse por la vía telefónica o el Carrier. Los gastos de operación rebasaban con mucho sus ingresos.

En síntesis, en Telégrafos se mantendría la fracción operativa del servicio nacional compuesta de la mayor parte del personal, cuya nómina resultaba onerosa y de equipos cuyo mantenimiento resultaba incosteable, en tanto que en Telecomunicaciones permanecía el equipo y los sistemas telegráficos más rentables como el servicio internacional de giros y telegramas, la red de corrientes portadoras, el télex y la telegrafía radiomarítima.

En ese momento se manejaban un promedio de 30 millones de telegramas anuales y unos 12 millones de giros, aparte de los telegramas francos y los oficiales. Entonces les preocupaba el problema de tráfico ¿cómo hacer para que toda esa correspondencia, todo ese volumen de servicio, evitara un cuello de botella tan grande como el que ocurría en la ciudad de México?

En los inicios de los años setenta, debido a la sistematización de la telegrafía, las comunicaciones por morse se limitaban a zonas rurales del país. Telmex implementa la telefonía básica, que sirve, en términos generales, para transportar la telegrafía nacional. Tuvo que crecer en cobertura y llegar hasta poblaciones con más de 500 habitantes, de esta forma fue posible en 1992 desplazar en su totalidad al sistema Morse.

Este cambio de tecnología, del Morse a la teleimpresión, inició como ya se dijo en 1924, cuando el presidente Obregón inaugura el primer enlace por teletipo entre México y Puebla; era una máquina negra de sesenta centímetros de alto con teclado de máquina de escribir. En los años setenta, un nodo radial en la ciudad de México centralizaba la comunicación telegráfica nacional, mediante enlaces de punto a punto. Sus volúmenes eran ya de masivas proporciones. El historiador Enrique Cárdenas de la Peña menciona que un día normal de trabajo se manejaban en 1967 entre pagados y libres de pago 322 mil telegramas. La Automatización fue inminente.

El Ingeniero Fermin Aburto, a quien entrevisté en 1999 y a quien se debe buena parte de esta información, me dijo que el inicio de la conmutación automática fue todo un acontecimiento a  nivel continental, puesto que telégrafos disponía en ese año del sistema Siemens-DC-100, el más avanzado en su tipo, mejorando al operado por Western Union en los Estados Unidos. El contraste mayor del adelanto tecnológico fue sobre el sistema de conmutación de circuitos (Telex) que continuaba operando en 1973 con un equipamiento obsoleto, construido a base de relevadores.

La red automática fue un diseño basado en ocho centrales automatizadas, con un sistema dual o en espejo, para dar  seguridad y continuidad a la operación. Cada abonado de nodo (Teleimpresor Siemens T-100 o T-1000) se conectaba al sistema mediante líneas telefónicas privadas a una velocidad de cincuenta baudios. La comunicación entre nodos se lograba mediante circuitos telefónicos arrendados a Telmex (o facilitados por la Red Federal de Microondas, que en ese tiempo operaba la extinta Dirección General de Telecomunicaciones). A 1,200 bits por segundo la comunicación se lograba utilizando un protocolo especial, proporcionado por la empresa vendedora.

La operación primero y el mantenimiento después, estuvo a cargo de técnicos de Telégrafos preparados en Alemania, uno de ellos el Ing. Fermín Aburto; los telegrafista a su regreso se hicieron cargo de los equipos de las centrales automáticas y del adiestramiento de todos y cada uno de los técnicos que operarían los equipos en lo posterior.

En 1967 fue inminente automatizar el sistema con las nuevas tecnologías para sustituir al sistema Morse, que todavía existía, con la creación de una red automática que dividiera el país en zonas autónomas comunicadas a través de teleimpresoras a escala nacional.
En ese momento se manejaban un promedio de 30 millones de telegramas anuales y unos 12 millones de giros, aparte de los telegramas francos y los oficiales. Entonces les preocupaba el problema de tráfico ¿cómo hacer para que toda esa correspondencia, todo ese volumen de servicio, evitaran el cuello de botella tan grande como el que ocurría en la ciudad de México?
Alemania Federal presentó un sistema de mejoramiento de la red automatizada, Simmens DC 100, con base en ocho centrales automáticas, instalados en territorio de México y por primera vez en América Latina. Cada central contaba con dos sistemas de cómputo, excepto en el DF que eran cuatro. En cada nodo había un sistema de trabajo y de seguridad, que los ingenieros llaman espejo; si fallaba el sistema de trabajo, el sistema de seguridad adquiría todas las funciones del sistema de trabajo mientras se reparaba. Era un sistema de comunicación in-interrumpida que substituyó finalmente la antigua conexión. La Simmens operó muy bien unos años, pero el país avanzaba a gran velocidad y más pronto que tarde, llegó el momento de su saturación. Hacia 1970 el sistema Simmens resultaba lento, dejaba de salir información en las máquinas y en ocasiones se concretaba simplemente a recibir.

La Ciencia de la Telecomunicación, inagotable, trae al mundo la conmutación de servicios telegráficos, donde lo que se conmuta no es el circuito, el circuito es fijo; digamos de Zihuatanejo a México es un circuito dedicado exclusivamente al tráfico de giros y telegramas, pero en el núcleo central se conmutan todos los mensajes, es decir, se recibe todo lo de Zihuatanejo,  porque ahí se verifican para dónde van. Entonces, dependiendo de un formato, el F 31 Internacional, que tiene en sus dos primeros renglones todas las condiciones que exploran la programación, identifica para dónde va,  entonces  lo “enruta” para su destino final, pero a otro circuito dedicado. Esto lo hace automáticamente. Es lo que se llama conmutación de mensajes.

En la segunda convocatoria de 1970 estas máquinas terminaron formando parte de la red, quedando cuatro Phillips y cuatro Simmens, en las que los protocolos no eran compatibles. Se hizo un arreglo a la mexicana, conectaron las cuatro Simmens, que podían dialogar entre ellas con las cuatro Phillips, que dialogaban entre ellas, hicieron una interconexión entre una Phillips y una Simmens en la ciudad de México, para cruzar la información. Este sistema seguía funcionando en 1999.

Volviendo al pasado, en 1975 existe algo llamado Conmutación de circuitos, que es propiamente el télex, cuando se hace un enlace entre una máquina de télex con otra, lo que estamos conectando son circuitos con el propósito de hacer una conexión virtual, a través de diferentes centrales a nivel mundial, hasta llegar a tener una comunicación máquina a máquina. Eso se llama conmutación de circuitos, que en lenguaje común significaba que la comunicación ya no tendría que pasar por el DF, al menos no toda.

Vinieron entonces experimentos con diferentes marcas para transmisión. Ya antes se había trabajado con Simmens para telegramas, luego Phillips también para telegramas, finalmente IBM es contratada para hacer un sistema de transferencia electrónica de fondos.
En 1988 se convoca a un concurso para la automatización de Telégrafos y el primer sistema fue presentado por japoneses, que tenían un equipo de conmutación de mensajes con una máquina grande, pesada y costosa que tenía todos los inconvenientes; junto con Japón, otras marcas, como la IBM concursaron para instalar su tecnología,  concurso que ganó la empresa holandesa Phillips y se compraron cuatro centrales automáticas, que supuestamente iban a reemplazar a las ocho, porque se suponía que eran de mayor capacidad y más actualizadas. Por desgracia no fue así. Las cuatro centrales instaladas en Hermosillo, Monterrey, México y Guadalajara, donde se desmantelaron los sistemas antiguos, comprobaron pronto que las nuevas no podían con la carga que manejaban las antiguas Simmens, que ya habían quitado de cuatro lugares, donde no había más remedio que trabajar con las nuevas.

Estas máquinas, al hacerse la prueba en paralelo se convirtieron en un Archivo, no tenían tiempo suficiente, no estaba programado el tiempo para el procesamiento. Entonces lo único que hacían era recibir y archivar, archivar, archivar. “Llegó un momento en que teníamos alteros de cintas magnéticas que la computadora no se daba tiempo de sacar,  pues solamente recibía. Obligaba que en los tiempos muertos se metieran los carretes de cinta para ir sacando de uno por uno, retrasando un servicio que se suponía era el más rápido”, me contó el Ingeniero Fermín Aburto que presenció los hechos y en cuya substancia se basa este relato.

En 1952 se creó la Dirección General de Telecomunicaciones que, en esencia, era la dirección general de telégrafos con sistemas telegráficos evolucionados. Tal vez debido a la combatividad del gremio telegráfico, con cuatro mil empleados en una sola oficina del Distrito Federal, con capacidad de paralizar toda la república por ser el núcleo central, como lo hicieron en 1958.

En 1983 el Director de Telégrafos, Ing. Jaime J. Arceo Castro, se propone hacer un esfuerzo por “rescatar” los servicios telegráficos que después de la separación de telégrafos y telecomunicaciones habían quedado del lado de telecomunicaciones. En realidad algunos de esos servicios nunca habían estado en control de Telégrafos. Estos sistemas eran  el carrier, el sistema internacional de telegramas, télex, el servicio internacional de giros, el servicio de telegramas radiomarítimos, todo lo que en su momento la dirección de Telecomunicaciones consideró que eran los servicios rentables y se quedó con ellos.

A la Dirección de Telégrafos le interesaban los servicios porque eran considerados rentables en ese momento, que eran telegráficos, pero que inevitablemente la confrontaba con la Dirección de Telecomunicaciones.

Se genera un periodo de estira y afloja entre los directores de las respectivas dependencias, Arceo Castro y Luengas Hubp, pues compartían un paquete de servicios que manejaban los dos, pero que controlaba Telecomunicaciones. 

En la propia Torre de Telecomunicaciones, en los pisos inferiores, estaba la Central Télex y el Servicio Internacional. En este último departamento tenían diez comunicaciones telegráficas por donde cruzaban los giros a nivel nacional, los giros internacionales que llegaban de los Estados Unidos, ellos los transmitían desde ahí. El entusiasmo que puso el Ingeniero Arceo Castro provocó una crisis ministerial. Los ingenieros Enrique Luengas Hubp y Jaime Arceo Castro, respectivamente, protegían legítimamente sus dependencias, pero la discusión se agrió.  Así las cosas, en 1983 “inexplicablemente” la parte que correspondía al Telégrafo en el servicio internacional se descompuso durante varias semanas. Las crisis que desató esta “descompostura” paralizó al servicio internacional, que al cabo de un mes se hizo insoportable, sobre todo para la Western Union, que en los Estados Unidos tuvo que afrontar centenares de reclamaciones. Funcionarios de la importante empresa estadunidense se trasladaron a México y no fueron a la Torre de Telecomunicaciones a negociar un arreglo, llegaron para firmar un contrato con los Telégrafos  de Arceo Castro que cerró el capítulo. A partir de entonces, todo el servicio internacional, télex, carrier y otros servicios pasaron a ser telegrafía.  Pero era algo tarde para confusiones. El telégrafo sobrevivió independiente tanto tiempo por su longeva historia, las bases que en 130 años había formado. Y ahí los telegrafistas como gremio muestran su propia personalidad, la que se fue formando a través de las décadas de este antiguo y primigenio servicio de telecomunicación. El mundo moderno obligó a los contendientes a entender que eran uno y la misma cosa. Telégrafos y Telecomunicaciones, al ser descentralizados en 1985,  pasaron a formar parte de lo mismo. Eran familiares en primer grado.

En esencia, la Dirección General de Telégrafos únicamente cambió de nombre, pues la Dirección General de Telecomunicaciones continuó atendiendo preponderantemente los servicios telegráficos. Bajo esta denominación, los servicios telegráficos y los equipos de conducción de señales telegráficas que iniciaron el sistema de corrientes portadoras desde 1942. En tanto que la base jurídica  es la creada en la Dirección General de Telégrafos Nacionales de 1960.

En 1988, bajo una sola dirección, la organización de las líneas provoca nuevas protestas de la Western Union, pues solo podía trabajar con algunas centrales, pero con otras no, quedando grandes sectores sin comunicación de giros internacionales, que es lo que le interesaba a la Western Union.

Se creó un nuevo sistema con la instalación de otras terminales, que fueron colocadas en cada uno de los ocho puntos regionales en que se distribuye la red, a las que la Western transmitía a México en forma directa y eficiente. Una red superpuesta para manejar el sistema internacional de giros.

Al final del siglo XX Telecom llega como una empresa de servicio especializado con 150 años de experiencia. El usuario moderno acepta y conoce un servicio que tiene varias opciones para el depósito de sus telegramas. Ir a la agencia, dictarlo por teléfono o conectar un teleimpresor directamente de su domicilio.

Después de su depósito en las ventanillas, los telegramas son codificados; es decir, se les coloca una clave de enrutamiento compuesta por la combinación de seis letras, donde las dos primeras indican el país, la dos siguientes la central automática regional y las dos últimas la administración automatizada de destino.

Los telegramas son trasladados a la sala de operación telegráfica; el nuevo telegrafista los transmite a su destino a través de dos sistemas: manual o automático, telefónico y radiotelefónico. El manual lo opera el Nuevo Telegrafista utilizando los signos del alfabeto internacional Morse. El automático lo transmiten los sistemas teleimpresores que utilizan el código CCITT-2. Existen también los fonotelegramas, donde el telegrafista los recibe y codifica para remitirlos a su destino a través de la red nacional automática. ¡Me gustaría ver la cara de don Porfirio!

En un documento de la Secretaría de Comunicaciones y Transportes que conmemoraba un aniversario se dice textualmente: “En esencia, la Dirección General de Telégrafos únicamente cambió de nombre, pues la Dirección General de Telecomunicaciones continuó atendiendo preponderantemente los servicios telegráficos.”  Se concluye que nadie pasó a formar parte del otro, Telecom  funcionó desde entonces como lo que era: una misma cosa.
A la distancia hay dos detalles que no dejan de ser interesantes: el primero es que la antigua Dirección de Telégrafos Porfirista, que fue la punta de lanza hacia una modernidad que hoy nos sigue sorprendiendo, inició sus funciones con el servicio de telegramas y muy pronto incluyó el de giros telegráficos; 150 años después terminó igual, transmitiendo giros y telegramas una vez que sus novedosos servicios (carrier, télex, microondas) fueron sobrepasados por la ciencia o privatizados por gajes de la globalización, como los satélites; el segundo detalle es que la telecomunicación eléctrica inició hace 150 años con un técnico, el telegrafista, manipulando con su mano derecha un sonador para enviar estímulos eléctricos al otro lado de la línea, y hoy vemos hombres y mujeres sentados en sus máquinas computadoras, con su mano derecha guiando el cursor de su mouse, enviando impulsos eléctricos al otro lado de la línea. La diferencia cualitativa es que antes el telegrafista era un ser misterioso que conocía ese lenguaje inextricable del Morse, y hoy, simplemente, todos nos hemos vuelto telegrafistas.

¡Feliz Día del telegrafista!



Este es un fragmento del capítulo VI: “El telégrafo después del Morse” de mi libro “La raza de la hebra”.

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miércoles, 7 de febrero de 2018

Lo inconfesable


Pienso que el ser humano está divido en dos entidades, la física y la espiritual. Cada una tiene sus propias intimidades y rubores y asuntos ocultos que no estamos interesados en mostrarle a nadie de ningún modo, por muy literario que sea. El cuerpo está lleno de cosas inconfesables que preferimos no tratar en público. Así, el olor a pies no es un tema recurrente en la literatura de ningún lugar, aunque haya muchos personajes apestosos en medio de todo esto de la introspección literaria; cuando experimentamos descripciones de lo que piensa un personaje, nos metemos en sus asuntos personales.

Confrontamos nuestra larga o corta experiencia en la vida y la plasmamos en la literatura en forma de sueños. Escribimos que el personaje piensa y actúa como cuerpo presente, es espíritu y cuerpo, que debemos combinar para  que se esclarezca la trama de la novela. Porque los personajes en primer lugar son los habitantes de la literatura. Solo que son parte nuestra. Somos sus creadores y también sus reflejos, condicionados por la pose que buscamos describir.

La construcción de nuestros personajes debe de tomar en cuenta esa dualidad entre espíritu y cuerpo e intentar describirlo. El ejercicio consiste en escribir un relato sobre cosas inconfesables de los cuerpos. Hay tantas.