El 14 de febrero de 1933 se gesta el movimiento telegrafista
contra el autoritarismo de las autoridades de la SCOP (y de la ciencia) que
coloca al telégrafo y a los telegrafistas a las órdenes de los empleados de
correos. Era una medida injusta con un gremio que durante ochenta años había
hecho posible las telecomunicaciones eléctricas entre los mexicanos, había
contribuido a la pacificación de la patria y a su consolidación como país a lo
largo del régimen de Porfirio Díaz.
Pero a tres décadas de iniciado el siglo XX el panorama era
muy diferente, el teléfono operaba ya con bastante eficiencia, la
radiotelefonía permitía comunicarse incluso con aviones en vuelo, la
radiodifusión era algo más que una promesa con la reciente inauguración de la poderosa
XEX. La clave Morse ya no expresaba, con su inextricable código accesible solo
a técnicos especialistas, la vertiginosa necesidad del nuevo siglo, en las
instalaciones de la Central de Telégrafos de la calle de Tacuba el teleimpresor,
llamado teletipo, había empezado a sustituir la especializada ciencia de los
telegrafistas, ahora cualquier mecanógrafo era capaz de transmitir mensajes. A
partir de entonces comienza otra historia que hoy te quiero compartir.
El Teleimpresor, que venía operando de manera limitada
desde 1924, debido al sistemas de líneas físicas aéreas, encuentra hacia 1942
una vía más adecuada para su desarrollo, al introducirse en México el Sistema
de Corrientes Portadoras (Carrier), equipamiento diseñado para la transmisión
de señales telegráficas mediante la subdivisión de frecuencias telefónicas en
un canal, en relación 1 a 18, cosa que provocó la racionalización del gasto por
concepto de instalación y mantenimiento de líneas y brindó mayor confiabilidad a las comunicaciones telegráficas
automatizadas.
En 1952 se creó la Dirección General de Telecomunicaciones
que, en esencia, era la dirección general de telégrafos con sistemas
telegráficos evolucionados.
El crecimiento del Carrier fue tan rápido, que para 1955
había ya veinte rutas cuyo alcance podía considerarse de cobertura nacional. En
estas fechas la red de líneas físicas alcanzaba los 41,791 kilómetros de
longitud simple y 113,409 kilómetros en desarrollo, vinculando a 613 oficinas
telegráficas y 475 telefónicas, atendidas por 5,487 empleados; cifras que
continuaron creciendo en los años siguientes, a medida que el Telégrafo y el
telegráfono hacían acto de presencia en nuevas poblaciones del país.
Por otra parte, el servicio telegráfico internacional, que
había quedado en manos de las compañías Telegráfica Mexicana y Western Union
Telegraph Co. Desde 1879, fue nacionalizado durante la gestión del Ing. Miguel
Pereyra en 1949, año en que se crea el departamento de Servicio Telegráfico
Internacional.
Para beneficio de los sectores productivos, la telegrafía
privada Telex (Teleprinter Exchange) y su revolucionaria modalidad de
conmutación de circuitos a base de técnicas analógicas, comienza a funcionar el
año de 1957, a través de un enlace inicial entre México y Acapulco. Facilitando
a las empresas y organismos públicos y privados, el envío de telegramas desde
sus propios domicilios.
En los años que siguieron, el marcado desnivel salarial que
existía entre los empleados del área de telecomunicaciones respecto a los de la
telegráfica, provocó que éstos volvieran a solicitar incrementos de sueldo, a
recurrir al “tortuguismo” y finalmente al paro de labores, al no obtener
respuesta de las autoridades. El 6 de febrero de 1958 la suspensión telegráfica
se hace efectiva y dura hasta el día 20 del mismo mes, logrando una de las
mejores retabulaciones salariales y la reclasificación del personal, en un
nuevo catálogo de puestos.
Otro logro gremial fue alcanzado el 24 de Marzo de 1960,
cuando la Subdirección de Telégrafos asciende a Dirección General de Telégrafos
Nacionales (DGTN), en donde se situó como director a un telegrafista de corazón
como lo fue Rafael Méndez Moreno.
Sin embargo, no todo era miel sobre hojuelas. La Dirección
General de Telégrafos se creaba para atender la demanda nacional del servicio
telegráfico, se le responsabilizaba así de los giros y telegramas transmisibles
de las ya, desde entonces, obsoletas líneas físicas aéreas y a la utilización de
la radiotelegrafía. Por su parte, en la Dirección General de Telecomunicaciones
quedaba a cargo de enlaces automatizados mediante terminales de teleimpresión,
para canalizarse por la vía telefónica o el Carrier. Los gastos de operación
rebasaban con mucho sus ingresos.
En síntesis, en Telégrafos se mantendría la fracción
operativa del servicio nacional compuesta de la mayor parte del personal, cuya
nómina resultaba onerosa y de equipos cuyo mantenimiento resultaba incosteable,
en tanto que en Telecomunicaciones permanecía el equipo y los sistemas
telegráficos más rentables como el servicio internacional de giros y
telegramas, la red de corrientes portadoras, el télex y la telegrafía
radiomarítima.
En ese momento se manejaban un promedio de 30 millones de
telegramas anuales y unos 12 millones de giros, aparte de los telegramas
francos y los oficiales. Entonces les preocupaba el problema de tráfico ¿cómo
hacer para que toda esa correspondencia, todo ese volumen de servicio, evitara
un cuello de botella tan grande como el que ocurría en la ciudad de México?
En los inicios de los años setenta, debido a la
sistematización de la telegrafía, las comunicaciones por morse se limitaban a
zonas rurales del país. Telmex implementa la telefonía básica, que sirve, en
términos generales, para transportar la telegrafía nacional. Tuvo que crecer en
cobertura y llegar hasta poblaciones con más de 500 habitantes, de esta forma
fue posible en 1992 desplazar en su totalidad al sistema Morse.
Este cambio de tecnología, del Morse a la teleimpresión,
inició como ya se dijo en 1924, cuando el presidente Obregón inaugura el primer
enlace por teletipo entre México y Puebla; era una máquina negra de sesenta
centímetros de alto con teclado de máquina de escribir. En los años setenta, un
nodo radial en la ciudad de México centralizaba la comunicación telegráfica
nacional, mediante enlaces de punto a punto. Sus volúmenes eran ya de masivas
proporciones. El historiador Enrique Cárdenas de la Peña menciona que un día
normal de trabajo se manejaban en 1967 entre pagados y libres de pago 322 mil
telegramas. La Automatización fue inminente.
El Ingeniero Fermin Aburto, a quien entrevisté en 1999 y a
quien se debe buena parte de esta información, me dijo que el inicio de la
conmutación automática fue todo un acontecimiento a nivel continental, puesto que telégrafos
disponía en ese año del sistema Siemens-DC-100, el más avanzado en su tipo,
mejorando al operado por Western Union en los Estados Unidos. El contraste
mayor del adelanto tecnológico fue sobre el sistema de conmutación de circuitos
(Telex) que continuaba operando en 1973 con un equipamiento obsoleto,
construido a base de relevadores.
La red automática fue un diseño basado en ocho centrales
automatizadas, con un sistema dual o en espejo, para dar seguridad y continuidad a la operación. Cada
abonado de nodo (Teleimpresor Siemens T-100 o T-1000) se conectaba al sistema
mediante líneas telefónicas privadas a una velocidad de cincuenta baudios. La
comunicación entre nodos se lograba mediante circuitos telefónicos arrendados a
Telmex (o facilitados por la Red Federal de Microondas, que en ese tiempo
operaba la extinta Dirección General de Telecomunicaciones). A 1,200 bits por
segundo la comunicación se lograba utilizando un protocolo especial,
proporcionado por la empresa vendedora.
La operación primero y el mantenimiento después, estuvo a
cargo de técnicos de Telégrafos preparados en Alemania, uno de ellos el Ing.
Fermín Aburto; los telegrafista a su regreso se hicieron cargo de los equipos
de las centrales automáticas y del adiestramiento de todos y cada uno de los
técnicos que operarían los equipos en lo posterior.
En 1967 fue inminente automatizar el sistema con las nuevas
tecnologías para sustituir al sistema Morse, que todavía existía, con la
creación de una red automática que dividiera el país en zonas autónomas
comunicadas a través de teleimpresoras a escala nacional.
En ese momento se manejaban un promedio de 30 millones de
telegramas anuales y unos 12 millones de giros, aparte de los telegramas
francos y los oficiales. Entonces les preocupaba el problema de tráfico ¿cómo
hacer para que toda esa correspondencia, todo ese volumen de servicio, evitaran
el cuello de botella tan grande como el que ocurría en la ciudad de México?
Alemania Federal presentó un sistema de mejoramiento de la
red automatizada, Simmens DC 100, con base en ocho centrales automáticas,
instalados en territorio de México y por primera vez en América Latina. Cada
central contaba con dos sistemas de cómputo, excepto en el DF que eran cuatro.
En cada nodo había un sistema de trabajo y de seguridad, que los ingenieros
llaman espejo; si fallaba el sistema de trabajo, el sistema de seguridad
adquiría todas las funciones del sistema de trabajo mientras se reparaba. Era
un sistema de comunicación in-interrumpida que substituyó finalmente la antigua
conexión. La Simmens operó muy bien unos años, pero el país avanzaba a gran
velocidad y más pronto que tarde, llegó el momento de su saturación. Hacia 1970
el sistema Simmens resultaba lento, dejaba de salir información en las máquinas
y en ocasiones se concretaba simplemente a recibir.
La Ciencia de la Telecomunicación, inagotable, trae al
mundo la conmutación de servicios telegráficos, donde lo que se conmuta no es
el circuito, el circuito es fijo; digamos de Zihuatanejo a México es un
circuito dedicado exclusivamente al tráfico de giros y telegramas, pero en el
núcleo central se conmutan todos los mensajes, es decir, se recibe todo lo de
Zihuatanejo, porque ahí se verifican
para dónde van. Entonces, dependiendo de un formato, el F 31 Internacional, que
tiene en sus dos primeros renglones todas las condiciones que exploran la
programación, identifica para dónde va,
entonces lo “enruta” para su
destino final, pero a otro circuito dedicado. Esto lo hace automáticamente. Es
lo que se llama conmutación de mensajes.
En la segunda convocatoria de 1970 estas máquinas
terminaron formando parte de la red, quedando cuatro Phillips y cuatro Simmens,
en las que los protocolos no eran compatibles. Se hizo un arreglo a la
mexicana, conectaron las cuatro Simmens, que podían dialogar entre ellas con
las cuatro Phillips, que dialogaban entre ellas, hicieron una interconexión
entre una Phillips y una Simmens en la ciudad de México, para cruzar la
información. Este sistema seguía funcionando en 1999.
Volviendo al pasado, en 1975 existe algo llamado
Conmutación de circuitos, que es propiamente el télex, cuando se hace un enlace
entre una máquina de télex con otra, lo que estamos conectando son circuitos
con el propósito de hacer una conexión virtual, a través de diferentes
centrales a nivel mundial, hasta llegar a tener una comunicación máquina a
máquina. Eso se llama conmutación de circuitos, que en lenguaje común significaba
que la comunicación ya no tendría que pasar por el DF, al menos no toda.
Vinieron entonces experimentos con diferentes marcas para
transmisión. Ya antes se había trabajado con Simmens para telegramas, luego
Phillips también para telegramas, finalmente IBM es contratada para hacer un
sistema de transferencia electrónica de fondos.
En 1988 se convoca a un concurso para la automatización de
Telégrafos y el primer sistema fue presentado por japoneses, que tenían un
equipo de conmutación de mensajes con una máquina grande, pesada y costosa que
tenía todos los inconvenientes; junto con Japón, otras marcas, como la IBM
concursaron para instalar su tecnología,
concurso que ganó la empresa holandesa Phillips y se compraron cuatro
centrales automáticas, que supuestamente iban a reemplazar a las ocho, porque
se suponía que eran de mayor capacidad y más actualizadas. Por desgracia no fue
así. Las cuatro centrales instaladas en Hermosillo, Monterrey, México y
Guadalajara, donde se desmantelaron los sistemas antiguos, comprobaron pronto
que las nuevas no podían con la carga que manejaban las antiguas Simmens, que
ya habían quitado de cuatro lugares, donde no había más remedio que trabajar
con las nuevas.
Estas máquinas, al hacerse la prueba en paralelo se
convirtieron en un Archivo, no tenían tiempo suficiente, no estaba programado
el tiempo para el procesamiento. Entonces lo único que hacían era recibir y
archivar, archivar, archivar. “Llegó un momento en que teníamos alteros de
cintas magnéticas que la computadora no se daba tiempo de sacar, pues solamente recibía. Obligaba que en los
tiempos muertos se metieran los carretes de cinta para ir sacando de uno por
uno, retrasando un servicio que se suponía era el más rápido”, me contó el
Ingeniero Fermín Aburto que presenció los hechos y en cuya substancia se basa
este relato.
En 1952 se creó la Dirección General de Telecomunicaciones
que, en esencia, era la dirección general de telégrafos con sistemas telegráficos
evolucionados. Tal vez debido a la combatividad del gremio telegráfico, con
cuatro mil empleados en una sola oficina del Distrito Federal, con capacidad de
paralizar toda la república por ser el núcleo central, como lo hicieron en
1958.
En 1983 el Director de Telégrafos, Ing. Jaime J. Arceo
Castro, se propone hacer un esfuerzo por “rescatar” los servicios telegráficos
que después de la separación de telégrafos y telecomunicaciones habían quedado
del lado de telecomunicaciones. En realidad algunos de esos servicios nunca
habían estado en control de Telégrafos. Estos sistemas eran el carrier, el sistema internacional de
telegramas, télex, el servicio internacional de giros, el servicio de
telegramas radiomarítimos, todo lo que en su momento la dirección de
Telecomunicaciones consideró que eran los servicios rentables y se quedó con
ellos.
A la Dirección de Telégrafos le interesaban los servicios
porque eran considerados rentables en ese momento, que eran telegráficos, pero
que inevitablemente la confrontaba con la Dirección de Telecomunicaciones.
Se genera un periodo de estira y afloja entre los
directores de las respectivas dependencias, Arceo Castro y Luengas Hubp, pues
compartían un paquete de servicios que manejaban los dos, pero que controlaba Telecomunicaciones.
En la propia Torre de Telecomunicaciones, en los pisos
inferiores, estaba la Central Télex y el Servicio Internacional. En este último
departamento tenían diez comunicaciones telegráficas por donde cruzaban los
giros a nivel nacional, los giros internacionales que llegaban de los Estados
Unidos, ellos los transmitían desde ahí. El entusiasmo que puso el Ingeniero
Arceo Castro provocó una crisis ministerial. Los ingenieros Enrique Luengas
Hubp y Jaime Arceo Castro, respectivamente, protegían legítimamente sus
dependencias, pero la discusión se agrió.
Así las cosas, en 1983 “inexplicablemente” la parte que correspondía al
Telégrafo en el servicio internacional se descompuso durante varias semanas. Las
crisis que desató esta “descompostura” paralizó al servicio internacional, que
al cabo de un mes se hizo insoportable, sobre todo para la Western Union, que
en los Estados Unidos tuvo que afrontar centenares de reclamaciones.
Funcionarios de la importante empresa estadunidense se trasladaron a México y
no fueron a la Torre de Telecomunicaciones a negociar un arreglo, llegaron para
firmar un contrato con los Telégrafos de
Arceo Castro que cerró el capítulo. A partir de entonces, todo el servicio
internacional, télex, carrier y otros servicios pasaron a ser telegrafía. Pero era algo tarde para confusiones. El
telégrafo sobrevivió independiente tanto tiempo por su longeva historia, las
bases que en 130 años había formado. Y ahí los telegrafistas como gremio
muestran su propia personalidad, la que se fue formando a través de las décadas
de este antiguo y primigenio servicio de telecomunicación. El mundo moderno
obligó a los contendientes a entender que eran uno y la misma cosa. Telégrafos
y Telecomunicaciones, al ser descentralizados en 1985, pasaron a formar parte de lo mismo. Eran
familiares en primer grado.
En esencia, la Dirección General de Telégrafos únicamente
cambió de nombre, pues la Dirección General de Telecomunicaciones continuó
atendiendo preponderantemente los servicios telegráficos. Bajo esta
denominación, los servicios telegráficos y los equipos de conducción de señales
telegráficas que iniciaron el sistema de corrientes portadoras desde 1942. En
tanto que la base jurídica es la creada
en la Dirección General de Telégrafos Nacionales de 1960.
En 1988, bajo una sola dirección, la organización de las
líneas provoca nuevas protestas de la Western Union, pues solo podía trabajar
con algunas centrales, pero con otras no, quedando grandes sectores sin
comunicación de giros internacionales, que es lo que le interesaba a la Western
Union.
Se creó un nuevo sistema con la instalación de otras
terminales, que fueron colocadas en cada uno de los ocho puntos regionales en
que se distribuye la red, a las que la Western transmitía a México en forma
directa y eficiente. Una red superpuesta para manejar el sistema internacional
de giros.
Al final del siglo XX Telecom llega como una empresa de
servicio especializado con 150 años de experiencia. El usuario moderno acepta y
conoce un servicio que tiene varias opciones para el depósito de sus
telegramas. Ir a la agencia, dictarlo por teléfono o conectar un teleimpresor
directamente de su domicilio.
Después de su depósito en las ventanillas, los telegramas
son codificados; es decir, se les coloca una clave de enrutamiento compuesta
por la combinación de seis letras, donde las dos primeras indican el país, la
dos siguientes la central automática regional y las dos últimas la
administración automatizada de destino.
Los telegramas son trasladados a la sala de operación
telegráfica; el nuevo telegrafista los transmite a su destino a través de dos
sistemas: manual o automático, telefónico y radiotelefónico. El manual lo opera
el Nuevo Telegrafista utilizando los signos del alfabeto internacional Morse.
El automático lo transmiten los sistemas teleimpresores que utilizan el código
CCITT-2. Existen también los fonotelegramas, donde el telegrafista los recibe y
codifica para remitirlos a su destino a través de la red nacional automática.
¡Me gustaría ver la cara de don Porfirio!
En un documento de la Secretaría de Comunicaciones y
Transportes que conmemoraba un aniversario se dice textualmente: “En esencia,
la Dirección General de Telégrafos únicamente cambió de nombre, pues la
Dirección General de Telecomunicaciones continuó atendiendo preponderantemente
los servicios telegráficos.” Se concluye
que nadie pasó a formar parte del otro, Telecom
funcionó desde entonces como lo que era: una misma cosa.
A la distancia hay dos detalles que no dejan de ser
interesantes: el primero es que la antigua Dirección de Telégrafos Porfirista,
que fue la punta de lanza hacia una modernidad que hoy nos sigue sorprendiendo,
inició sus funciones con el servicio de telegramas y muy pronto incluyó el de
giros telegráficos; 150 años después terminó igual, transmitiendo giros y
telegramas una vez que sus novedosos servicios (carrier, télex, microondas)
fueron sobrepasados por la ciencia o privatizados por gajes de la
globalización, como los satélites; el segundo detalle es que la
telecomunicación eléctrica inició hace 150 años con un técnico, el
telegrafista, manipulando con su mano derecha un sonador para enviar estímulos
eléctricos al otro lado de la línea, y hoy vemos hombres y mujeres sentados en
sus máquinas computadoras, con su mano derecha guiando el cursor de su mouse,
enviando impulsos eléctricos al otro lado de la línea. La diferencia
cualitativa es que antes el telegrafista era un ser misterioso que conocía ese
lenguaje inextricable del Morse, y hoy, simplemente, todos nos hemos vuelto telegrafistas.
¡Feliz Día del telegrafista!
Este es un fragmento del capítulo VI: “El telégrafo después
del Morse” de mi libro “La raza de la hebra”.
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