2ª
Parte de 2
Saltando algunos charcos en el camino
a Catedral, las jóvenes de familia poblanas acudían al rosario o a los bautizos.
Iban de compras a Fábricas de Francia. Era, se podría decir, la sociedad en sí
de la ciudad. Estudiaban en el colegio de las Alejandrinas, por la Victoria. Metidas
de lleno en la moda impuesta por la "Belle Epoque" entre 1890 y 1910,
cuando fue posible ver en el Zócalo a voluminosas damas ataviadas de vestidos
almidonados con enaguas de crinolina, generalmente acompañadas de una nana. Muy
pronto el armatoste fue cambiado por algo más confortable, pero siempre dentro
del mismo ideal de mujer pomposa, como muñecas de porcelana.
“Los domingos íbamos a misa, pero mi
papá nos acostumbró a ir a distintas iglesias; en el Barrio de la Luz íbamos al catecismo, nos
llevaban, pero los domingos íbamos a San Francisco, a los Remedios, la Catedral, La Concordia, esas iglesias
de por allá”. (Judith Cid de León)
En 1900 surgió una moda en los
Estados Unidos conocida como "Chica Gibson", que pronto se convirtió
en ideal de las muchachas atentas a las costumbres de Occidente. Carlos
Canavese en su Historia del Vestido
afirma sobre esta época que “la convirtieron en patrón de vida e hicieron ropa
de acuerdo a los dictámenes morales de la época. Ahora las señoritas debían ser
de pecho erguido, caderas anchas y nalgas sobresalientes, además de sumisas y
obedientes”. (1) Los peinados se
subieron sobre la cabeza y los sombreros se adornaban con plumas. En esta
primera década comienza a nacer un nuevo ideal de mujer, por primera vez creado
por sí mismas. Sin embargo, hasta 1915 les fue posible mostrar los tobillos.
Entre los jóvenes de aquella Puebla
de 1900 que se paseaban en el Zócalo se veía a muchachos que usaban un pantalón
corto, apenas debajo de la rodilla, dejando al descubierto calcetines y
calcetas, debajo de las cuales estaban, invisibles, unos calzoncillos largos de
Alabama. Los pantalones eran, invariablemente, una especie de pololos o
bombachos. Pero en los caballeros poblanos y los numerosos extranjeros
radicados aquí, hablando de elegancia, deambulaban entre aquel caldo social
caballeros que vestían chaquetas o levitas largas, con elegantes sombreros de
copa, algunos de bombín, generalmente resueltos a despojar a alguien de sus
casas o sus terrenos a causa de un litigio mal avezado, (2) todos en medio de un tránsito nutrido de
mulas, burros y caballos cargados de bultos; de huacales, de troncos, de niños.
También había elegantes jinetes vestidos de charro rondando por las cuatro
esquinas, o impetuosos ciclistas salpicados de lodo que pasaban esporádicos con
su morral de pan. Y entre los surcos de lodo seco, hasta las propias bases de
los edificios, pues no había banquetas, toda clase de vehículos encabezados por
elegantes caballos, modestas mulas y burros, halando esforzados entre los
arroyos de la calle, vehículos diversos como sopandas, carretas, bolandas y
hasta lujosos breaks, cabrilés, cupés y featones; a éstos los guiaban
diligentes y uniformados mozos que gritaban lo mismo a sus bestias que a las
marchantas y cargadores que impedían el tránsito. Al llegar a su destino,
bajaban solícitos a colocar el escabel para que descendiera su amo, por lo
común ancianos gordos de mirada satisfecha, o damas blancas casi transparentes
que se tapaban la nariz con delicados pañuelos de encaje. Eran “los españoles”
a los que la gente prefería darles la vuelta.
“Mi abuelo paterno era dueño de un
rancho en El Cristo, pues heredó eso de su papá, sembraban maíz y todo lo que
se siembra de semillas. Y ya luego las vendían en sus carretas, pues en esos
años no había camiones, eran puras carretas, y ahí repartían los bultos. Las
personas grandes viajaban entonces en unos coches de caballos blanco y negro,
otros de otro color, cuadraditos, y otras que les decían calandrias, eran
abiertas, ahí iban las muchachas ya grandes, muy arregladas, las llevaban a la
hacienda porque así se acostumbraba”. (Judith Cid de León)
O para el trabajo:
“Había
unas carretas de seis ruedas, unas carretas americanas. Tenían su freno, tenían
su balata que venía a ser una viga, un pedazo de viga puesta en un soporte de
fierro, que tendía una cadena, le jalaban los carreteros. Esa carreta la
jalaban como seis mulas, la mula guía que iba hasta adelante, y las otras,
cargaban hasta cuatro toneladas de mazorca”. (Héctor Carretero)
Todos tenían una preocupación
particular, quehaceres citadinos. Y en el zócalo confluían las dos clases
sociales predominantes y una tercera que nacía en medio de ellas y que
representaban los profesionistas y comerciantes en ascenso, que también
confluían por ahí. El doctor Gómez, el dentista, el farmacéutico; la empleada,
el herrador, el mecapalero. Vendedores de hortalizas, frutillas y yerbas; el
licenciado con sus hijas, el boletero del Teatro de Variedades, el carnicero;
el señor de los molinos, el que vendía la leña, el de los baños, el zapatero,
el jabonero, el peletero.
De ahí provenían poblanos que
manejaban aparatosos automóviles Packard de humeantes escapes y ruidosos
motores, y algunos, menos ricos pero pudientes, compactos Protos de cuatro
cilindros que maniobraban entre piedras y lodo para aparcarse frente a la Las Choles, donde
vendían un mole de panza delicioso.
“En el Paseo de San Francisco se
comían las chalupas en esos años, y entonces sí eran muy buenas chalupas, con
sus comales, con sus tortillitas, las pellizcaban las personas, no les ponían
queso sino su carnita deshebrada”. (Judith Cid de León)
Existían
grandes caballerías en diferentes rumbos de la ciudad que ofrecían el encierro
de bestias de tiro y carga, negocios especializados en carros de transporte,
repartidores de pulque, tranvías, y convenientemente situados en sus contornos,
mesones y parajes de arrieros que proporcionaban hospedaje a los viajeros de todos
los niveles, especialmente populares.
Debemos
imaginar una ciudad compleja, capital de una provincia que incluía ciudades
importantes como Tlaxcala, Atlixco y Cholula. Centro comercial de numerosos antiguos
pueblos que pertenecían a la municipalidad, como Coronango, Tlaxcalancingo,
Totimehuacan, Xochimehuacan, Hueyotlipan, Xonacatepec, Canoa, Azumiatla,
Chautla, Zacachimalpa, Tetela, Tecola y decenas de ranchos y haciendas entre
ellos y la ciudad.
“En 1900 la ciudad llegaba a la 18
Oriente poniente y luego seguían los barrios dispersos, y hacia el sur El
Carmen, en la 17 poniente. Esos eran los límites de la ciudad. Hacia el
poniente la 13 sur, hacia el Oriente El Alto, Analco, dispersos aún, no muy
compactos y nada más”. (Carlos Montero Pantoja)
Puebla
era abastecida por una compleja red de “industrias” que el Ayuntamiento
detectaba y supervisaba por su grado de contaminación, pues la higiene es el
tema de los primeros años de ese siglo.
Los
negocios más contaminantes eran industrias que, por los olores que desprendían,
emanaciones perjudiciales que ocasionaban alteración de las aguas y peligros de
incendio o explosión, debían estar situados a por lo menos mil metros del zócalo
de la ciudad. Allá por donde ahora es la 25 Oriente-Poniente estaban los
mataderos públicos, fábricas de cerillos; fábricas de almidón por fermentación;
coheterías, fábricas de aguas gaseosas; tocinerías y una fábrica de untura para
carros. El Ayuntamiento acuerda un bando de traslación de la cervecería, que
estaba en el centro, fijando “un término prudente, cuando menos a mil metros de
la plaza de armas”. (3) Sin embargo, el producto de todas estas industrias lo
podía uno adquirir en el centro de la ciudad, en los alrededores del mercado La
Victoria.
“Lo llamamos la Victoria por costumbre,
pues en realidad se llama mercado Guadalupe Victoria, que era parte del
convento de Santo Domingo que abarcaba varias manzanas actuales. La estructura
interna de la ciudad de Puebla siempre estuvo definida por sus edificios
religiosos”. (Carlos Montero Pantoja)
El único proyecto para abrir una
calle en esta década fue el de la avenida Juárez, en 1903, concebida como paseo
y con un sentido higienista. Ese año se abrió la avenida de la Paz o del Vencedor, así como
el Pasaje del Ayuntamiento, tal como lo conocemos.
Había
cierto tipo de negocios que la ciudad podía más o menos absorber, pero debían
estar en los suburbios, como destiladoras (holanda, aguardiente, refino); depósitos
de aguardiente y alcohol; plantas de asfalto, fábricas de blanqueo y estampado;
hornos de cal, tenerías y peleterías; fábricas de loza de Talavera; alfarerías,
zahurdas; fábricas de puros y cigarros; fábricas de vidrio y vaquerías.
O
bien, negociaciones que podían estar en las calles de la ciudad, “sujetas a
inspección de salubridad y policía”, que eran los comercios, farmacias, tiendas
de ropa, barberías, expendios y fábricas domésticas de velas de cera, bujías de
parafina, velas de sebo; la fábrica de cerveza, la de colchones, desechos de
algodón; depósito de trapos viejos, lavaderos públicos (“uno gratuito y los
demás de paga”); baños de aseo, y la amplia gama de molinos: de café, de
aceite, de trigo, de nixtamal. Almacenes de leña, depósitos de carbón;
almacenes de madera y fábricas de muchos tipos: de sombreros, de zapatos, de
medias; cerrajerías, cobrerías, fundiciones de hierro y bronce; tintorerías,
fábricas de rebozos, fábricas de jabón, cuyos desechos, los de sus dependientes
y clientes -antes de las obras de agua potable y alcantarillado-, iban a dar
directamente al río de San Francisco.
Había
épocas del año en que la ciudad era infestada por un olor a excremento de
caballo que llegaba desde los terrenos de las compañías de limpia, básicamente
dedicadas a ese elemento. Estas empresas recogían toneladas de heces por toda
la ciudad y la depositaban como abono en sus parcelas rurales, sólo que a veces
el viento los traicionaba y pasaba a damnificar a toda la población. “Te
aguantabas y ya”.
“Puebla allá por los años diez,
veinte era una ciudad industrial, pero a la vez agrícola, porque había muchas
tierras de labor circundando la ciudad. Había muchos trabajadores,
concretamente de los ferrocarriles y las fábricas. Era una cosa hermosa amanecer
los días con un concierto de silbatos de
las fábricas llamando a sus
trabajadores, cosas que desgraciadamente Puebla dejó perder, pues era una
ciudad tan industrial, textil, la primera en la república mexicana, porque aquí
nació la industria textil con don Esteban de Antuñano”. (Juan López Cervantes)
Bibliografía:
1) Historia de la Ropa, Carlos Canavese, 1999
http://www.teatro.meti2.com.ar/
2) http://www.taringa.net/
3) José M. de la Fuente, Efemérides
Sanitarias, Talleres de imprenta y encuadernación de “El escritorio”, calle
Zaragoza 8, Puebla, 1910, p. 126