jueves, 22 de septiembre de 2016

Las monjas emparedadas

En recuerdo de Ruth, a 29 años de su partida

Las historias de monjas en la ciudad de Puebla son cuantiosas, en algunas crean platillos históricos o bebidas espirituosas, en otras cumplen roles de muchachas rebeldes que fueron enclaustradas en algún convento para reconvenirlas en enderezar sus vidas. Y otras historias en las que esas monjitas se han convertido en espectros espeluznantes que nos amenazan debajo de sus raídos hábitos. Esta es una leyenda moderna que proviene de una escuela secundaria de la localidad.


En la Escuela Técnica Uno había muchas historias porque era un edificio muy viejo. Estaba en la 22 oriente 1402, por la Fuente de los Muñecos, entre Xonaca y Xanenetla. Ahí está todavía la Técnica Uno, que entonces era el edificio de un convento que convirtieron en escuela, primero fue la Pre-vocacional Uno y después fue la secundaria. Era una casona vieja tipo convento, con patios, arcos y muros muy gruesos, los veladores contaban muchas historias de lo que ellos veían o les habían contado que ocurría ahí. En la parte alta se impartían talleres, pero junto había una parte que ya no se usaba -por seguridad más que nada-, estaba abandonada.

El piso de duela de algunas partes ya se había levantado y lo que había abajo era el piso original. Se veían huecos enormes también en los muros. Como era convento, se decía que muchas familias nobles de la época de la colonia y hasta del siglo XIX, metían ahí a sus hijas cuando resultaban embarazadas o algo les resultaba mal; se decía que ahí, en esas paredes, las monjas emparedaban a los niños recién nacidos, también emparedaban a algunas monjas que se morían, y que ahí los dejaron, y que en una de las partes que se cayó se podían ver los bultitos.


Otra historia de la secundaria Técnica Uno era la de una muchacha, que había una muchacha que no quería casarse con quien le decían sus papás, se negó durante un tiempo hasta que la metieron al convento; la joven iba muy triste y en la primera oportunidad que tuvo se ahorcó; se decía que en las noches se aparecía esa muchacha. Por eso los veladores no iban de noche a esa zona, porque se veía la sombra de la muchacha colgada. Todo había sucedido en la época colonial. (Carmina Conde)

miércoles, 14 de septiembre de 2016

Los años cincuenta en Puebla


Ante la barbarie de la guerra de los años cuarenta y sus profundas cicatrices, la década de los cincuenta fue diseñada específicamente para olvidar tantas penurias; son los años de la tecnología y los avances en la ciencia; espías de película que disimulaban a los espías verdaderos en la naciente guerra fría entre el este y el oeste. Una década de suspicacias y sorpresas. México fue gobernado por Miguel Alemán, hasta 1956, seguido por seis años de Adolfo Ruiz Cortines.

En Puebla se aprecia una incontrolable modernidad que entonces sólo podía concebirse como un paisaje de amplias avenidas pavimentadas con concreto reforzado y edificios más altos que los del legado colonial. Lo único cierto es que… la ciudad crece. Ese mismo año de 1950 el Congreso del Estado decreta que la capital se llamaría Heroica Puebla de Zaragoza.

Es la década del cine en tercera dimensión, jóvenes envaselinados y chicas de suéteres holgados con gafas de cartón frente a la pantalla del cine Variedades. Todo era novedad. Las familias estrenaban sus tocadiscos Zenith Cobra-Matic y los muchachos bailaban el fabuloso rock and roll que empezaba a llegar de los Estados Unidos. Concretamente Elvis Presley, aunque predominaban aún los románticos admiradores de Nat King Cole y Frank Sinatra, para no hablar de la prolífica familia de músicos mexicanos, los boleristas, que también tuvieron una importante aceptación en los años cincuenta; año, por cierto, en que Los Panchos llegaron a México e inventaron un concepto romántico de larga vida, los tríos (los nuevos tríos, en rigor, el trío moderno), en tanto que Los Churumbeles de España pusieron en boca de todos los vivaces acordes de El Beso (“que tú me diste”). Pero en esta década los jóvenes tuvieron un ritmo propio por primera vez, sólo para ellos, pues hasta entonces se pasaba de Cri Cri a María Victoria, sin ninguna transición. Y créanme, no era fácil.

Un buen día despertabas con un bigote bajo la nariz y quería decir que te habías vuelto adulto en ocho horas, durante el sueño. De niño pasabas a ser un hombre.


Todos se habían modernizado, comenzaron a llegar las lavadoras y las mamás que estaban a la moda usaban unos elegantes delantales de holanes muy coquetos, peinadas a la Grace Kelly, la sensación de Hollywood. Los señores, en cambio, eran caballeros serios y muy formales que usaban camisas de cuadros y pantalones caqui de gabardina; los más presumidos ostentaban copetes a la Ronald Reagan, el popular actor, y un traje holgado de rigor. Los papás salían de compras a la tienda de ultramarinos de los españoles y regresaban muy satisfechos con un paquete de pan de caja Bimbo, la novedad.

El domingo salían todos con sus mejores galas. El señor con su sombrero, su ancha corbata, la señora con vestidos nuevos, una Era maravillosa.

Los niños también participaron en esta nueva era de información y de sorpresas tecnológicas. El abuelo de los videojuegos, el Viewmaster stereoscope, hace su aparición para deleite de los muchachos. Tenía la forma de un binocular y había que ver contra la luz unos discos con fotografías que se le insertaban por una rendija superior; con una palanca se pasaba a la siguiente fotografía. Fue la primera experiencia de realidad virtual.

A finales de la década llegó un juego simple y divertido llamado hula, un aro de hule que te ponías en la cintura y lo sostenías con el movimiento de la cadera, el aro giraba en torno a uno y era muy entretenido. Fueron los primeros concursos en televisión, en aquellas primeras televisiones Zenith de pantallita redonda o de la  RCA, de pantalla más grande. Y para la gente que podía pagarla, una Admiral a color, aunque con una pantallita miniatura de veinte centímetros cuadrados. Pronto se hicieron televisores de pantallas más grandes.

Rodolfo Velasco Vázquez, niño de entonces, recuerda: “En ese tiempo pagábamos veinte centavos por ver programas como “Rin tin tin”, “Cachirulo” y otros programas infantiles muy bonitos, y las mismas señoras de esas casas nos vendías dulces.”

Llegaron a algunas casas las primeras cámaras de cine, concretamente la Cámara Keystone de 8 milímetros, con las que se filmaron los Guzmán aquellas películas familiares en la presa López Mateos y Valsequillo, por 1957. Al primo del barrio de Santiago le compraron una Bicicleta Huffy, modelo 1955; él se tuvo que conformar con un patín del diablo.

Y una tarde feliz pudimos conocer el colmo del atrevimiento en la forma de un pequeño radio de transistores en AM, Transistor Six, apenas más grandecito que una cajetilla de cigarros, de Sony. ¡Podías llevar el radio a donde quisieras! era sorprendente.

La historia de la moda destaca en esta década “la melena soigneé”, estilo Marilyn Monroe, que desplazó los moños y sombreros de los años 40 y desató además un verdadero delirio por las pieles finas, cachemiras y joyas, de acuerdo a los aires de moda provenientes de Europa.

Pero los años cincuenta nos tenía preparada otra sorpresa radicalmente opuesta. Una suerte de antítesis a la elegancia europea con el nacimiento de una moda estudiantil a mediados de la década; un estilo alternativo, desordenado y cómodo, que los jóvenes asumieron como uniforme y que la gente nombró con un simple adjetivo: juvenil.

Playeras y camisetas más bien holgadas, pantalones de pana entre más gastados y suaves mejor. Esta moda fue todo un acontecimiento,  pues los jóvenes hasta esta fecha carecían de una identidad propiamente dicha, la juvenil, pasando de niños con bombachos y pantaloncillos cortos al traje de adultos, sin una clara separación. Ahora las hermanas mayores usaban vestidos sin mangas, con un cuello discreto y faldones; a la cintura, un grueso listón de color combinado que se amarraban en moño por detrás. Faldas holgadas, negras o a cuadros; zapatos choclos combinados, usados con calcetines cortos y también cinturones de piel o de tela más bien anchos. Y los muchachos comenzaron a usar zapatos tenis de forma regular.

“Puebla siempre tuvo la fama de ser una ciudad culta, provinciana, sana. El centro no era como ahora, que va uno y hay ríos de gente y de carros, yo no sé de dónde sale tanta gente. Antes, me acuerdo, ya parece que iba a ir sin medias al centro.  ¡No´mbre…!  Aunque no fuera uno de la sociedad, la gente andaba de lo más arreglada que se pueda uno imaginar. ¡Pero bien arreglada! Nomás para ir al centro, porque ahí iba la crema y nata de la sociedad de Puebla, hace treinta o cuarenta años. Y todos los demás, los del pueblo, pues íbamos bien arreglados, me acuerdo que siempre andábamos bien arregladitas, de veras. Iba uno a misa de traje. El domingo era un desfile de modas en el zócalo. En el portal ¡qué bruto! de veras que veía uno a las muchachas de las sociedad, elegantes, preciosas y todo muy bonito”, recordó doña Olga Rodríguez Romero.


 En esta década el estado de Puebla sufre la primera gran crisis de su industria textil, que lo desplaza como centro de atracción económica regional; sin embargo, la ciudad sigue creciendo a ritmo acelerado, de 260,948 habitantes en 1950 pasa a 297,257 a finales de la década; de acuerdo con los especialistas es la década de la integración urbana primaria. Empieza a observarse una expansión urbana y regional de la ciudad. La mancha urbana consolidada de la ciudad de Puebla está inscrita en un área que comprende 3 kilómetros a la redonda, tomando como punto de partida el zócalo de la ciudad. Todo parecía grande, todo parecía moderno, o así quería uno imaginarlo. Hasta la misma esencia colonial de la ciudad parecía modernizarse con las manos de gato que comenzaron a darle a los edificios del centro y la construcción de flamantes edificios ultramodernos al estilo de la Torre Latinoamericana de la Ciudad de México.

“Cuando lanzaron el Sputnik fue todo un acontecimiento en mi familia –recuerda Alejandro Rivera Domínguez de aquel acontecimiento de 1957-. Fue tan impresionante que todos creímos vivir un momento determinante de la humanidad. ¡Han puesto un artefacto en el espacio! En el parque podías ver las constelaciones, pues estaba muy oscuro, había un foquito en cada esquina y por ahí andaba el sereno, porque todavía había sereno. Pero todo mundo juraba que vio el Sputnik. En todos lados lo anunciaron: “Vieron en Puebla el satélite ruso”. Creo que fue un shock.

Otros ciudadanos veían el Sputnik a su manera, pues como se dijo, los niños se hacían adultos de la noche a la mañana. Este recuerdo anónimo narra la historia de un niño de aquellos, que un día se despertó, consiguió cinco pesos y corrió presuroso a contratar a una de las “muchachas de la 22”


 “A los 15 años perdí mi virginidad. Era 1958. Lo recuerdo bien porque ese día, o el siguiente, entré a estudiar a la secundaria. Lo había venido preparando durante un tiempo y no había tenido el dinero para hacerlo, yo creo. Acompañé varias veces a un amigo al barrio de San Antonio y un día me armé de valor y fui a la 22 como a las seis o siete de la tarde.
“Había dos zonas de prostitutas en el barrio de San Antonio: las caras, que cobraban hasta 15 pesos, estaban en la 20 Poniente y 3 Norte. Las accesibles, se paraban afuera de sus cuartos a todo lo largo de la 22 Poniente, que atravesaba el barrio, hasta la 5 de Mayo. Recuerdo que en la 5 de Mayo había un arco del triunfo de madera, de esquina a esquina, que después mandó quitar un presidente municipal. Ahí estaban ellas paraditas afuera de sus cuartos. En la entrada, todas tenían un anafre con tinas y baldes grandes en los que calentaban agua para lavarse después de cada uno de sus servicios.
No había muchos miramientos para el cliente, al igual que en el cine, no había censura respecto a la edad, lo que me dio confianza para acercarme esa buena tarde y elegir a una de las mujeres. Yo tenía 15 años, cumplidos el día de los inocentes del año anterior, el 56. Se lo aseguro, los adolescentes de esa época éramos todo menos inocentes. Un buen día despertabas con un bigote bajo la nariz y quería decir que te habías vuelto adulto en ocho horas, durante el sueño. De niño pasabas a ser un hombre. Chico, muchacho, pero hombre. Por eso conseguí cinco pesos y me lancé a la 22 a mi primera experiencia. Elegí a una mujer que en mi vida había visto. Era una señora con un vestido verde. Era blanca, entrada en carnes, pero no vaya usted a creer que gorda. No. La señora, muy amable, me dijo “pásale”. Pasé, cerró la puerta. Me metí más y más y eyaculé como a los diez segundos. Íbamos muy excitados como para hacer un papel decoroso. Y resultó mejor, porque la cosa en realidad no me gustó. No tenía mucho chiste. Yo no sentí nada, estaba muy usada la señora y en realidad no sentí nada. Salí tambaleante, apoyándome en la pared. Tenía la necesidad de correr de ahí. Al salir a la calle, en mi torpeza, ¡no voy tirando el anafre prendido con todo y brasas y tina llena de agua! Corrí hacia mi casa sintiendo como si hubiera matado yo a alguien, avergonzado, con mucho sentimiento de mala conciencia. No sé si por la mujer, por mi virginidad, los cinco pesos o por la vergüenza de tirar el agua; mi primera experiencia sexual no fue muy buena. Esa noche me desquité en mi cama”

Por esta época se aprecian los primeros asentamientos irregulares, espontáneos, ahí en las afueritas, sin ningún control, sin relación ni contacto con el conjunto, con la unidad espacial de la ciudad colonial que gobernaron sucesivamente Enrique Molina (1948-1951); Nicolás Vázquez (1951-1954); Arturo Perdomo Morán (1954-1957) y Rafael Artasánchez  (1957-1960). Sus incipientes planes urbanos se ocupan ante todo del mobiliario urbano que demandan los tiempos. Faroles para el zócalo; calles, agua, alcantarillado, limpia, iluminación, ordenamiento del transporte, muy lejos aún de poder identificar la relación entre ciudad y sociedad.1

Hay, sin embargo, investigadores de la historia urbana de la ciudad de Puebla que no aprecian un crecimiento desmesurado en la década de los años cincuenta en la ciudad, ya que afirman que Puebla crece, básicamente, en dos importantes fraccionamientos de alto nivel: Los Volcanes y La Paz, y ocurre la integración a la ciudad del pueblo de La Libertad, localizado al norponiente. En los municipios periféricos de San Felipe Hueyotlipan y San Jerónimo Caleras se inicia el deterioro de las estructuras de producción agrícola.2 Pero nada comparable con lo que ocurriría después, en los sesenta, cuando la ciudad absorbe 17 pueblos aledaños, que se convirtieron desde entonces en sus juntas auxiliares, añadiendo 170 mil habitantes al municipio de Puebla. La urbe se desparramó hacia sus costados como una olla de leche hervida.




Citas:
1) Desarrollo metropolitano, análisis y perspectivas. Sergio Flores González (compilador), BUAP, 1993, p. 276- 278) y Puebla: Una ciudad histórica ante un futuro incierto, Juan Francisco Salamanca Montes.
2) La primera modernidad urbano-arquitectónica: 1900-1950. El caso Puebla.
Varinia López Vargas y Zeús Moreno Muñoz, en www.rafaellopezrangel.com/