Esta pieza surgió una tarde de los
años 80 en un mesa-banco de la Escuela Nacional de Antropología, mientras
escuchaba las clases me pasé la tarde fabricando un ojito con un pasador femenino
que encontré tirado. Esa noche llegué a la casa y le dije a R. que tenía una
idea con alambre, desarmé dos ganchos de ropa e hice la primera pieza. Terminé
con las manos hechas garras, es el alambre más duro que puedes encontrar.
Rápidamente encontré el cobre y fabriqué durante muchos años decenas de dramitas,
que es el nombre que adoptaron como motivo de una inspiración súbita que se
hizo permanente, rostros humanos que fui reproduciendo en alambres de todo
tipo, alpaca, de construcción.
Vendía en Perisur, cuando Perisur era
una loma en Insurgentes sur rodeada de carreteras y campos. Así pasaron muchos
años, hacía dramitas para regalaros.
Años después, hace 15 años, en Puebla
encontré en un almacén de instalaciones eléctricas el tubo zapa de diez
centímetros de diámetro, al día siguiente le platiqué a Ana Lydia “fíjate que
me encontré el tubo para hacer mi escultura”; hagámosla, dijo ella, pensé que
era una broma, pasaron los días y no sé cómo le hizo pero la Universidad Iberoamericana
de Puebla puso los diez mil pesos que costaba para hacerla, con el pretexto de
un congreso de derechos humanos. La escultura era indudablemente humana, los
derechos estaban representados paradójicamente por un tubo de metal doblado.
Así fue como aquella idea pequeña vino
a transformarse en una cara de siete metros de altura, que instalé con ayuda de
Lalo –en realidad, yo le ayudé a él– a diez metros de altura y tres del suelo,
gracias a que su jefe Rafa Rodríguez me permitió armarla en su taller de
herrería.
Estuvimos tres días formándola en el
suelo de la nave grande de su herrería y fuimos armando pieza por pieza. La
base de toda la proporción es el ojo, luego hicimos el otro; formamos la
ceja-nariz y terminamos con la boca, la pieza más esquiva de todas.
El tubo zapa lo reforzamos con solera, una tira de acero
para construcción de edificios pintado de color cobre con pintura automotriz,
con un peso total de setenta kilogramos. Aunque el Congreso de Derechos Humanos
terminó en una semana, la pieza estuvo un año en exhibición. Fue todo un
privilegio, gracias Ana, gracias Ibero.
Fotos de
Malú.
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