Foto postal de un amable estudiante de la Ibero
Mi mayor aventura artística fue instalar una escultura de siete metros en el campus de la Ibero de Puebla, una instalación móvil de cinco piezas que duró un año exhibiéndose en el jardín principal, gracias a las gestiones de mi querida Ana Lidya Flores y la mentalidad abierta de la universidad. Mi mejor esfuerzo lo he dedicado, no obstante, a la elaboración de algo que he llamado libertinamente "dramitas", chamucos que emergen del barro para petrificarse (literalmente, el barro se seca y el dramita queda de piedra) rostros y cuerpos lascivos, suplicantes, estridentes, que han pasado el tiempo conmigo como una obsesión artística e inicua de la realidad; el mundo dramita habitado por manos, pies, ciudades y campos; lunas y planetas que pocas veces llegan más allá de su esbozo plástico, es decir, que pocas veces llegan al estado cerámico, hasta un horno. Quedan así en crudo y siempre se rompen por alguna razón. Humedad, brusquedad, levedad que se traslada con naturalidad al barro.
Los dramitas han servido para jugar al arte. Desde niño. Básicamente ha sido un juego. El arte llegó a mi vida en la cocina como un juego de mesa, así ha sido desde entonces; de a poco un juego de piso, de muro, de cielo; un deporte donde lo importante era la capacidad de concentración, de entrega, para sentir el juego, jugarlo, impregnarse de alguna clase de belleza, competencia, homenaje, ofensa, manifiesto; un juego sumamente humano el del arte porque está sostenido para nuestros sentidos, es pedestre e imperfecto, profundamente onanista, lo podemos probar en el placer. Nuestros sentidos. Pero también pienso que se exagera su importancia, pues el arte es humanamente simple como cualquier deporte o juego de mesa, siempre puede ser un juego. Los domingos me levanto temprano para ir a canastear a una de las canchas de basquetbol del parque lineal del río Atoyac, en el sur de la ciudad de Puebla; a mis 61 años andar tras la pelotita y lanzarla al aro desde la línea es suficiente, en unos cuarenta minutos estoy bañado en sudor, el objetivo primordial. Termino la sesión con cien rondas en un aparato en el gimnasio de aparatos al aire libre, tipo remo, me gusta y me ayuda a distender los músculos de los hombros; con esa deportiva actitud los martes me siento a la mesa con un trozo de barro y me pongo a jugar al mundo de los dramitas. La tierra de la representación humanista-narcisista.
Paisaje común de Dramina
A los siete años me senté a la mesa de la cocina e intervine una masa de plastilina rosa donde hice un rostro; lo deshice, hice otro, le puse orejas; lo deshice, hice otro que tenía dermis y epidermis, en medio de ambas, salsa Búfalo; era un boxeador que sangraba con los golpes de las gomas de dos lápices; modelé el mundo dramita y se fue deshaciendo en los siguientes años; lo sigo rehaciendo. Ese mundo dramita explora un juego con reglas muy sencillas, el futuro no existe y los dramitas nacen en esas tardes para existir un tiempo. Algunos, seis o siete años, posicionados en la sala de mis gentes, amigas y amigos, hasta que alguien los tira al piso o los lava por error y los dramitas se derriten como jabones para terminar sin alma, desfigurados; es momento de echarle agua a ese barro y ablandarlo para hacer otro dramita, otro barrio, otra ciudad, otra comisura. Dramina, la ciudad. Metrópoli de la contradicción, del abuso, habitada por dramitas ansiosos: brazos, codos, estridencias anatómicas. Codo 47, colonia Iris, 0456 Dramina, Mex. Entrar por Esternón, dar vuelta a la derecha en Aparato Circulatorio; ¡llegando al ojo de agua!
En el verano de 2005 modelé una serie de dramitas muertos de vergüenza, cubriéndose el rostro con una mano que surge de su mandíbula.
Vergüenza social, ciudadana, ecológica, mediática, artística, existencial; una forzada paráfrasis bíblica de las siete vergüenzas capitales en nuestro caso mexicano.
Paisaje típico de Dramina
Posteriormente emprendí mi aventura por un mundo dramita más definido, bajo el sustento de aquella historia infantil que va a permitir divertirme toda la vida, igual que cuando era niño.
- ¿No es genial?
- No, es patético.
Rascacielos
Son los mismos cuerpos habitados, aldeas o ciudades dramitas edificadas con las formas del cuerpo humano. Dedos con vistas a volcanes extraordinarios.
Centro de Dramina
Jugando a que sean cuerpos pétreos habitados por seres diminutos que vivieron ahí, los dramitas.
La City
Vive en el ojo de la mujer pensando; otros, que han hecho su hogar en el antebrazo de la extremidad de la maldita suerte, viven por su parte. Lloverá, atascos.
Estadio del Ombligo en Dramina
Mi amigo Pablo me preguntó desde sus ocho años cómo entraban los dramitas a sus casas, desde su tamaño frente a la mesa solo veía las ventanas en los fragmentos de cuerpos que ocupaban la mesa, una ciudad dramita.
Noche
Inspeccionamos una pieza y vimos fascinados las pequeñas puertas junto a la oreja, en un rincón, con sus escaleritas, por donde entraban los pequeños dramitas.
Casa familiar típica
A todas las casas dramitas les pudimos encontrar sus accesos, se puede entrar a pie al edificio de la mano relajada, en la esquina del codo, donde tiene su puertita. A mi amigo le pareció de lo más natural que tuvieran entrada.
Dramina
Artísticamente, mis dramitas son insustanciales. Soy un ilustrador de publicidad capaz de dibujar aceptablemente una sopa Campbell´s, hacer los letreros de una farmacia. Pretencioso, sin el soplo apolíneo de los verdaderos artistas, terminé siendo un aprendiz en perenne experimentación, un artesano que nunca tuvo obstáculos para ejercer su derecho a la transformación.
Templo del Divino Seno
Luego aparecen los dramitas, huyen a la plástica o se parapetan en la fantasía, la historia, la antropología, la psicología. ¿Entonces el arte es un derecho? Todos tienen derecho al arte, los grandes artistas y los humildes aprendices. Se trata más del espíritu que del objeto artístico, un motor anímico. Una actividad que te salvará la vida.
Los dramitas son seres que habitan cuerpos de piedra y físicamente aparecen en ciudades con una arquitectura basada en huesos y músculos de la anatomía humana.
Son un pueblo especializado en la fabricación de figuras humanas de todos los tamaños y materiales. Miles de piezas arqueológicas diseminadas en todos los museos del mundo y ocultas bajo la tierra en espera de un terremoto o una máquina que los saque de su estupor, mensajes de los hombres y mujeres que se ocuparon de la reproducción antropomórfica desde las cuevas de Altamira. Los dramitas idealizan la existencia de esa extraña nación de objetos.
Multifamiliar Pie Blanco, sexto piso, despacho en dedo gordo
Accidente de la vitrina
El accidente de la vitrina destruyó más de la mitad de una última camada de dramitas que no habían sido regalados y permanecían en ese viejo mueble de la abuela de Malú. Parte de la colección de manitas felices que me obsequié en mi cumpleaños sesenta; el plan era hacer sesenta manitas para regalarlas a sesenta personas, amigos y amistades, pero desde luego no llegué a tantas, fueron unas cuarenta manos triunfales, indiferentes, ofensivas, lascivas. Quedaba una decena en la vitrina cuando sobrevino el accidente, quedaron tres o cuatro.
Sábana
Cuando humedezca nuevamente ese barro quebrado veremos qué me deparará esa enajenante actividad que practico –ya lo dije– como un deporte; cualquiera lo puede hacer en su casa en las tardes, los fines de semana, las vacaciones. Una actividad intensa que discretamente nos pone en la circunstancia de crear como los grandes artistas de todos los tiempos ¿por qué no? Me refiero al sentimiento de crear, pues la calidad de la obra es una segunda circunstancia del arte que, como la cultura popular, se revuelve permanentemente en sus propios residuos y persiste en constante cambio.
Ese arte casi secreto al que me refiero me pone en la circunstancia de la creación universal. Es la fuente del espíritu estético que gozamos con solo practicarlo. Yo he elegido no cuestionarlo demasiado. Desde niño con la plastilina hasta mi temprana vejez con el barro, un impulso para reproducir rostros, cuerpos, ojos, bocas, manos, ciudades, paisajes, que dieron como resultado al pueblo de los dramitas, intacto en su esencia más lúdica.
Ventana
Siempre he buscado que mi vida tenga esos momentos, vivo para recuperar ese sentimiento tan antiguo como querido, sencillo, íntimo como una masturbación; espontáneo, discreto, subliminal.
Hay quien llama hobbie al juego del arte, es una desagradable expresión, inadecuada para expresar ese juego que es mucho más que una acción, una actividad, un pasatiempo; el juego del arte es eso, un juego, como la baraja, el ajedrez o lo que te dé la maldita gana.