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Mostrando entradas de junio, 2018

Amor flamenco

Crónica de un ligue es un concurso cansino y desgastado, además de apócrifo, donde presuntos lectores del blog escriben sobre un encuentro amoroso. Se conmina a no enviar más crónicas, los lectores comenzamos a estar hartos. Amor flamenco J. C. En Francisco Sosa, la famosa calle de Coyoacán en la ciudad de México, me ocurrieron cosas importantes, la recorrí miles de veces y en el número 457 tomé clases de flamenco. Mi novia era una de las doce bailarinas que componían el grupo y sólo estaba inscrito un varón, yo. Supongo que mi situación sería envidiable y tienen razón; créanme, los comprendo. Tres veces a la semana nos reuníamos en un salón elegante con piso de duela y le echábamos lumbre al taconeo. Una decena de muchachas de aspecto coyoacanense ataviadas de pants, calentadores derramados sobre sus zapatos de tacón tachueleado y yo nos reuníamos echándole mucho estilo a taconear en aquella fina madera de algún exótico árbol del Caribe. Porqu...

Te calzo las calzas

Crónica de un ligue es el concurso apócrifo donde presuntos lectores del blog escriben sobre un encuentro amoroso, una colección de amantes que nos ofrece una visión multifascética del amor, como este concursante que se anima por una pasión poco convencional. Como diría Francisco Umbral en su Tratado de las perversiones : mientras no dañe a nadie. Te calzo las calzas Por S.O.S. No sé si deba escribir esto. No sé si se pueda publicar.   Tal vez sea un enfermo, pero no soy un criminal. Tampoco sé si esto es un ligue o una obsesión. Por favor, discúlpeme, el horizonte del amor no tiene claras fronteras y yo no me enamoro de personas; bueno, sí son personas, pero en realidad la persona, entera, no me interesa. A mí me gustan los pies. Me enamoro de ellos, me podría casar con un pie. ¿Acepta como esposo a este pie? Sí, por favor. Lo único que me interesa son los pies y en verdad no podría precisar si se trata de pies de mujer o de hombre. Me...

El jugo de la vida

Me llamó mi hermana de Chihuahua envuelta en un llanto que la hacía ininteligible, algo había pasado, alguien estaba muy grave, pero en los estertores del dolor no se entendía muy bien quién. Yo pensé en Aída –vida mía de mi corazón– que vegetaba solitaria en su alzheimer. Logré entresacar de entre las lágrimas que Alejandro, el menor de los cinco hermanos, padecía leucemia, que estaba muy avanzada e incluso mostraba una cifra desconcertante: en lugar de un conteo normal de 5 mil unidades de glóbulos blancos Ale alcanzaba los 70 mil. ¡En la madre!, pensé yo. Entré en un súbito embudo de existencialismo. Parecía una broma. Alejandro, que estaba tan cachetón y rozagante –lo vi en junio–, ahora aparecía postrado ante la muerte. Entre muchas imágenes que evocaba en mi mente confundida había una escena recurrente, a propósito de una reciente charla sobre trasplante de médula. Yo estaba en una sala de operaciones con una aguja clavada en la espina dorsal, donándole una buena parte ...