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Amor flamenco



Crónica de un ligue es un concurso cansino y desgastado, además de apócrifo, donde presuntos lectores del blog escriben sobre un encuentro amoroso. Se conmina a no enviar más crónicas, los lectores comenzamos a estar hartos.


Amor flamenco
J. C.

En Francisco Sosa, la famosa calle de Coyoacán en la ciudad de México, me ocurrieron cosas importantes, la recorrí miles de veces y en el número 457 tomé clases de flamenco. Mi novia era una de las doce bailarinas que componían el grupo y sólo estaba inscrito un varón, yo.

Supongo que mi situación sería envidiable y tienen razón; créanme, los comprendo. Tres veces a la semana nos reuníamos en un salón elegante con piso de duela y le echábamos lumbre al taconeo. Una decena de muchachas de aspecto coyoacanense ataviadas de pants, calentadores derramados sobre sus zapatos de tacón tachueleado y yo nos reuníamos echándole mucho estilo a taconear en aquella fina madera de algún exótico árbol del Caribe. Porque todo era exótico: la noche coyoacanense, el sudor, las campanas, los perfumes… una combinación de erotismo femenino pata beneficio de un mísero hombre que estaba en el lugar y en el momento oportuno.

Yo dejé de ser novedad a los diez minutos, se acostumbraron a mí, era discreto y procuraba pasar desapercibido. Lo lograba. El salario a mi hambre hormonal fue que toleraran mi presencia, me sentía Mel Gibson en aquella película del año 2000 que todavía no filmaba (“En qué piensan las mujeres”); claro, sin la gracia de Mel pero con la  misma suerte de convivir con tantas mujeres a la vez. Y a los 21 años, eso cuenta.

Duré varios meses zapateando y tratando de aprender la combinación el talón-punta que es la base de flamenco; nunca lo logré. Comprendí que era un baile escénico y que las estudiantes lo aprendían para –posiblemente- dar exhibiciones de baile profesional y yo sólo quería estar ahí con mi novia y con aquel perfumado taco de ojo y de oído y de nariz que nunca pedí pero que tampoco merecí. Lo cierto es que eran jóvenes muy hermosas y la cita en la calle de Francisco Sosa rondaba mi cabeza toda la semana.

Tal vez es muy ridícula mi crónica; tal vez te estés muriendo de la envidia.
Si no quiere no lo publique, por mí está bien.



Foto: pieza del autor del blog.

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