Tras haber cumplido tres años de gobierno, el 31 de agosto de 1923 el gobierno de Álvaro Obregón consigue reanudar las relaciones diplomáticas con Estados Unidos, de vital importancia para su gobierno, pero con una condición: la firma de un tratado que el senado mexicano había rechazado en primera instancia, pero que las presiones del gobierno y el asesinato del senador Fidel Jurado obligan a dar un viraje y aceleraron su aceptación.
Durante años busqué el texto completo de este tratado que en la universidad nos había sido contado de manera inexacta. Ignoro las razones que suscitaron esa versión, que entre muchas escandalosas cláusulas reasaltaba una en la que se prohibía a México la producción de motores de combustión interna que prácticamente paralizaban el principal avance tecnológico de las primeras décadas del siglo XX. Como era de esperarse, neceé durante varios años y hasta pulí mi argumentación pues era un elemento clave a mi parecer para explicar el enanismo tecnológico de los mexicanos frente al avasallante avance del estadunidense. Mi pobre y culto hermano, que tampoco tenía el tratado en la mano, fue víctima de mis alocuciones.
Hoy, cualquier interesado en leer íntegramente el Tratado de Bucareli lo puede encontrar en un click a través de Internet. Consta de 11 artículos y fue finalmente aprobado por el Senado el 27 de diciembre de 1923 y ratificado el 19 de febrero del año siguiente. Consta de 11 artículos, básicamente dedicados a establecer criterios para “ajustar amigablemente las reclamaciones provenientes de pérdidas o daños sufridos por ciudadanos americanos por actos revolucionarios” Lo firmaron por México Alfredo J. Pani, secretario del Estado y del Despacho de Relaciones exteriores y el “encargado de negocios ad-ínterim” de los EE.UU a George T. Summerlin. Las reclamaciones serían sometidas a una Comisión integrada por tres miembros y bastaba con que se comprobara el daño o pérdida. La comisión estaría obligada a oír, examinar y decidir dentro de los cinco años siguientes a la fecha de su primera junta. El texto del tratado fue publicado en el Diario Oficial de la Federación del 26 de febrero de 1924:
El portal http://es.wikipedia.org/wiki/Tratado_de_Bucareli alerta sobre "una leyenda urbana común en México que cuenta que el Tratado de Bucareli prohibió a México producir maquinaria especializada (motores, aviones, etc.) o maquinaria de precisión, por lo que supuestamente México no ha salido aún del atraso que dicho tratado le causó. El hecho es que durante el período entre 1910 y 1930, las guerras civiles y los múltiples golpes militares y rebeliones internas devastaron a las industrias en México y frenaron la educación superior, así como la investigación y desarrollo tecnológico, mientras que la inestabilidad social y política ahuyentaron las inversiones extranjeras”
Yo no temo corregir, siempre que pueda, las inexactitudes de mi vida, que son muchas y multicolores. Escucho argumentaciones tan disparatadas que habitualmente, sobre todo el los últimos tiempos, opto por rehuir (un amigo escritor cree fervientemente en los extraterrestres), aunque reconozco que tienen todo el derecho a creer lo que les venga en gana. Llama sin embargo mi atención este mito largamente alimentado sobre el tratado de Bucareli que con oscuros fines prohijó una versión falsa para justificar (probablemente) nuestro evidente atraso tecnológico. ¿Quiénes fueron sus autores, los mismos que lo “escondieron” durante tanto tiempo? ¿a qué causa benefició esa prolongada mentira llamada ahora eufemísticamente leyenda urbana?
Durante años busqué el texto completo de este tratado que en la universidad nos había sido contado de manera inexacta. Ignoro las razones que suscitaron esa versión, que entre muchas escandalosas cláusulas reasaltaba una en la que se prohibía a México la producción de motores de combustión interna que prácticamente paralizaban el principal avance tecnológico de las primeras décadas del siglo XX. Como era de esperarse, neceé durante varios años y hasta pulí mi argumentación pues era un elemento clave a mi parecer para explicar el enanismo tecnológico de los mexicanos frente al avasallante avance del estadunidense. Mi pobre y culto hermano, que tampoco tenía el tratado en la mano, fue víctima de mis alocuciones.
Hoy, cualquier interesado en leer íntegramente el Tratado de Bucareli lo puede encontrar en un click a través de Internet. Consta de 11 artículos y fue finalmente aprobado por el Senado el 27 de diciembre de 1923 y ratificado el 19 de febrero del año siguiente. Consta de 11 artículos, básicamente dedicados a establecer criterios para “ajustar amigablemente las reclamaciones provenientes de pérdidas o daños sufridos por ciudadanos americanos por actos revolucionarios” Lo firmaron por México Alfredo J. Pani, secretario del Estado y del Despacho de Relaciones exteriores y el “encargado de negocios ad-ínterim” de los EE.UU a George T. Summerlin. Las reclamaciones serían sometidas a una Comisión integrada por tres miembros y bastaba con que se comprobara el daño o pérdida. La comisión estaría obligada a oír, examinar y decidir dentro de los cinco años siguientes a la fecha de su primera junta. El texto del tratado fue publicado en el Diario Oficial de la Federación del 26 de febrero de 1924:
El portal http://es.wikipedia.org/wiki/Tratado_de_Bucareli alerta sobre "una leyenda urbana común en México que cuenta que el Tratado de Bucareli prohibió a México producir maquinaria especializada (motores, aviones, etc.) o maquinaria de precisión, por lo que supuestamente México no ha salido aún del atraso que dicho tratado le causó. El hecho es que durante el período entre 1910 y 1930, las guerras civiles y los múltiples golpes militares y rebeliones internas devastaron a las industrias en México y frenaron la educación superior, así como la investigación y desarrollo tecnológico, mientras que la inestabilidad social y política ahuyentaron las inversiones extranjeras”
Yo no temo corregir, siempre que pueda, las inexactitudes de mi vida, que son muchas y multicolores. Escucho argumentaciones tan disparatadas que habitualmente, sobre todo el los últimos tiempos, opto por rehuir (un amigo escritor cree fervientemente en los extraterrestres), aunque reconozco que tienen todo el derecho a creer lo que les venga en gana. Llama sin embargo mi atención este mito largamente alimentado sobre el tratado de Bucareli que con oscuros fines prohijó una versión falsa para justificar (probablemente) nuestro evidente atraso tecnológico. ¿Quiénes fueron sus autores, los mismos que lo “escondieron” durante tanto tiempo? ¿a qué causa benefició esa prolongada mentira llamada ahora eufemísticamente leyenda urbana?
A
continuación, hago un inserto tardío (2017) sobre este debatido y confuso tema
del Tratado de Bucareli, que según el historiador Lorenzo Meyer en una
entrevista televisiva no fue un tratado sino un acuerdo. Tomada de la
transcripción sin su permiso pero seguramente con su comprensión.
El asesinato de Carranza abre un punto
interesante. El gobierno norteamericano dice “No reconozco al sucesor de
Carranza porque no llegó al poder por la vía legal, llegó por un golpe militar.
Asesinó al presidente que mal que bien nosotros los norteamericanos ya habíamos
reconocido, y al nuevo no lo reconocemos”. Es también una coyuntura en la cual
el presidente Wilson del Partido Demócrata y que había tenido una política
contradictoria pero interesante hacia la revolución mexicana; no se había
opuesto a ella tajantemente como los europeos, no había apoyado el golpe
militar de Huerta y en cierto sentido posibilitó que siguiera la revolución y
que Carranza triunfara. Pero ahora ya no estaba Wilson, ahora van a estar los
republicanos, y los republicanos muy conservadores tienen como política central
frente a México que solamente si México firma un tratado en donde garantice el
respeto a los derechos adquiridos por los extranjeros, por los norteamericanos,
entonces reconocerá al gobierno. Si no, no lo reconoce. Y no reconocer a un
gobierno, la zona de influencia norteamericana
cuando Estados Unidos ya después de la Primera Guerra Mundial es la
potencia más fuerte, no reconocerlo es dejarlo en un perpetuo estado de angustia
a ese gobierno; entre otras cosas porque puede reconocer a sus enemigos y vaya
que si tiene enemigos Obregón, sabe, no se necesita ser un gran analista
político que para 1924 cuando venga el cambio de gobierno alguien va a decir
que no, que no acepta al candidato que Obregón se apoye, y que hay una
posibilidad de que un ejército, todavía no es un ejército formal, apenas está
rehaciendo esos grupos armados de la Revolución no particularmente
disciplinados; se sabe que pueden rebelarse ¿y si se rebelan y Estados Unidos
los reconoce? Pues entonces ya se acabó Obregón y su proyecto, etc. Hay un
montón de esfuerzos de Obregón porque se le reconozca sin firmar el tratado,
porque firmar el tratado y luego el reconocimiento es aceptar que México no es
un país soberano, que está sometido a los dictados de Estados Unidos. Obregón
proponía “Primero reconózcanme incondicionalmente, “Yo les aseguro que les voy
a resolver el problema del petróleo. No se preocupen. Pero primero
reconózcanme”. El gobierno norteamericano y la presión de las empresas petroleras
y de los congresistas que están cercanos a ellas. “No. Si nosotros los
reconocemos perdemos una palanca para presionar, hay que presionar a fondo, que
se sometan a nuestra voluntad. Que firmen ese tratado, ese tratado donde van a
prometer no afectar los derechos adquiridos, pagar la deuda”, que no se estaba
pagando la deuda y que iba creciendo por los intereses. Reconocer que los daños
causados por la revolución a los intereses norteamericanos tienen que ser
pagados. Ver el asunto de la reforma agraria, que va a afectar las propiedades
los norteamericanos, los grandes. Obregón busca, por ejemplo, un acuerdo con
los banqueros, pagarles la deuda en términos muy, muy aceptables para los
banqueros, a cambio, presionen a Washington para que los reconozcan
incondicionalmente y luego se haga la negociación sobre el tratado, que ni los
banqueros pueden ni quieren. En 1923 Obregón sabe que se le viene encima el
problema de la sucesión, la posibilidad de una rebelión y entonces cede. Y
vienen representantes norteamericanos del presidente a México y dos de Obregón
y en las calles de Bucareli, en una casa de Bucareli se dan las negociaciones,
son largas las negociaciones; no hay una minuta de exactamente qué se dijo,
existen nada más los puntos de acuerdo final; esos se les llama los Tratados de
Bucareli pero no son tratados, son acuerdos entre los dos poderes ejecutivos. Y
en relación al petróleo, ahí la solución es salomónica. No tiene el documento,
no le da la razón ni a Estados Unidos al cien por ciento ni a México. Se
acepta, y esta es la gran derrota mexicana que no se puede poner en marcha lo
que la constitución en la letra y en el espíritu dice, pero entonces pone una
condición, “México va a reconocer los derechos adquiridos en el petróleo sólo
en aquellos terrenos donde las empresas ya hayan hecho inversión”, lo que se
llamó “el cato positivo”, que hayan buscado el petróleo, que hayan perforado,
que hayan hecho algo; no queda claro lo que tienen que hacer, nada más que
debieron de haber hecho algo. Está por definir qué es ese algo. Si no hicieron
nada y hay depósitos en esos terrenos, vuelven al dominio de la nación
mexicana. Pero si sí hicieron algo y sí hay petróleo, entonces se mantiene la
validez de los términos anteriores a la constitución, que eso es lo que dice la
constitución que no se podía ni debía de hacerse. Pero la realidad es que
México no tiene poder frente a un Estados Unidos que domina; no hay ninguna
potencia para 1923, que es cuando se hacen estos acuerdos, que sea capaz de
enfrentarse a Estados Unidos, menos México. Así que se firma eso, pero no es un
tratado y esa es otra victoria de México, no lo tiene que mandar al Congreso y
no tiene la fuerza de un tratado. Se conforman los norteamericanos con eso.
Nada más que a la hora de firmarlo queda clarito ahí que los Estados Unidos
dicen “Nos reservamos nuestros derechos sobre todos los terrenos”, es decir, no
aceptan que aun en esos terrenos que tenían de reserva las empresas rija ya la
nueva ley, no, ellos dicen “Todos nuestros títulos anteriores a la
constitución, de que la constitución entrara en vigencia, son válidos”, México
dice “No. Si no hicieron un trabajo en esos, mh mh”. Entonces ninguno de los
dos acepta plenamente al otro pero se firma con la debida ambigüedad. Una vez
firmados se reconoce a Obregón, estalla la rebelión delahuertista, Obregón la
derrota, los Estados Unidos no apoyan a los delahuertistas que sí tienen apoyo
de ciertas empresas petroleras inglesas, las empresas dirán “Nos obligaron los
huertistas; Obregón dirá “Ustedes apoyaron a los petroleros ingleses en
particular. Apoyaron a mis enemigos” y eso se registra.