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La última carcajada


Cuando yo era chico el PRI era una forma de vida, más que un simple partido político. Las elecciones estaban ganadas de antemano y las candidaturas se peleaban entre las confederaciones de trabajadores, campesinos y maestros y las cuotas de poder de la gran familia revolucionaria, que gobernaba a base de feudos regionales este inmenso territorio en donde lo único sagrado era la decisión del señor presidente y la imagen de la virgencita de Guadalupe; todo lo demás se negociaba con dinero, prebendas, chayotes, palancas, guayabazos, amenazas, manotazos y corrupción. Crímenes, pero no en los números de ahora. Con todo, el sistema funcionaba. Los famosos planes de desarrollo inyectaban grandes cantidades de recursos cada sexenio en amplias zonas del país. “Haz obra, que algo sobra”, filosofaban. Como construir será siempre un gran negocio se hicieron en esa dinámica presas, multifamiliares, escuelas, edificios públicos. Había una especie de proyecto político institucional que les permitió planear cosas a largo y mediano plazo, una suerte de política de Estado con mando vertical y funcional, todos los atributos que puedan encontrársele menos el democrático. Cero democracia, los ciudadanos nomás obedecíamos las decisiones que muy pocos tomaban. Con todo así se formaron las instituciones que son algo tan común para los mexicanos como el IMSS, el Infonavit, el Issste, Banrural, la conasupo. Instrumentos de servicio público súper masivo que sólo es posible construir en un estado de gobernabilidad y a largo plazo. Y eso fue lo que vivimos entre los años setenta y noventa, hasta el cambio de siglo. Todo eso no impidió que los mexicanos de finales de siglo tuviéramos un resentimiento casi familiar con el viejo partido y lo condenáramos a la derrota. Estábamos hartos del PRI a pesar de habernos servido de él toda la vida, porque no conocíamos otra cosa.

El 21 de agosto de 1994 el PRI arrasa por última vez en unas elecciones federales, con su candidato sustituto Ernesto Zedillo, que gana la presidencia y controla el legislativo a la usanza del siglo XX. Lo acusan de entregar el poder a la oposición, pero lo importante no es si lo hizo, sino que entregó ese poder omnímodo pacíficamente. Nunca imaginé que el PRI dejara el poder sin alguna forma de violencia, pero lo hizo.

En el año 2000 los ciudadanos mexicanos estrenamos un organismo electoral renovado, el IFE de José Woldenberg, sin los históricos vicios del pasado. Aunque pronto lo perdimos de nuevo. Pero ahí está el germen y, sobre todo, ahí está Woldy.



Comentarios

  1. No puedo evitar horrorizarme al pensar qué forma va a tomar el "nuevo PRI", si como parece que va a suceder, vuelve al poder en un par de años. Lo que sí me queda claro, es que si vuelve, es porque lo dejamos.

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