A pesar de la versión que da el profesor Emilio Miramontes Ordoñes sobre Magdalena Venegas, en una lejana edición (27.abr.69) del diario mexicalense La Voz de la Frontera, que entonces dirigía el laureado periodista Jesús Blancornelas, sobre que era una “mujer preparada que había leído y asimilado a los ideólogos del pensamiento revolucionario”, la versión que tengo de mi bisabuela es que se trataba de una mujer de pocas luces.
Tengo la versión de Aída, mi madre, que nunca tuvo muy buena relación con ella por un asunto fortuito, al margen de Aída, que de acuerdo a su abuela paterna debería haberse llamado Genoveva. Esto lo pidió mucho antes de que Aída naciera, cuando mi abuela Luz quedaba embarazada por quinta ocasión en aquel largo invierno de 1931 que derivó en el nacimiento de Aída a principios de enero. Elena pidió desde agosto o septiembre que sin era niña se llamara Genoveva, pero a mi abuela Luz no le pareció suficiente ¿por qué Genoveva?, no había pariente, ni razón alguna para que se llamara Genoveva. Y todo el poder que la Nena tenía sobre su hijo Leopoldo no fue suficiente para doblegar la tozuda decisión de su nuera Luz, pues cuando se le metía una idea no había nada que Leopoldo pudiera hacer. La niña se llamaría Aída. La fecha se acercó, pasaron las fiestas de diciembre, el añonuevo y el 3 de enero nació Aída con la inconveniencia de que era el día de Santa Genoveva, efeméride que no ayudó en absoluto a su delicada relación con su abuela.
Los recuerdos de Aída de su abuela Nena eran malos.
Magdalena y Leopoldo
La Nena era de mano caliente y fue perseguida por su abuela más de una vez alrededor de la pila de agua. “Déjate agarrar”, le gritaba su papá. ¿Y por qué?, recuerda Aída que pensaba. El único gesto amistoso entre comillas fue el día que Aída, contemplando las arracadas de oro de su abuela, le dijo sin mala fe: “Abuelita, ¿cuando se muera me reglara sus arracadas?” La Nena se quitó las arracadas y se las dio: “Toma, no quiero que vayas a estar deseando mi muerte por las arracadas”. Fue lo único agradable que Aída recordó de su abuela.
Pero hay otras historias paralelas de la vida de Magdalena que la pintan como una mujer responsable y enérgica. Como esa vez en San Juanito, donde vivía sola con mi abuelo Leopoldo de unos ocho años. Un hombre entró a su corral para robarse un marranito que ella pensaba engordar para el fin de año. Eran muy pobres para todavía dejarse robar. Se armó con un palo y salió a enfrentar al hombre. La lucha se entabló de inmediato y tras algunos lances y palazos el hombre agarró a la mujer y la tumbó al suelo, cuando estuvo acomodado encima de ella la comenzó a ahorcar con las dos manos. Leopoldo lo veía todo desde la puerta entre abierta de la cocina. El hombre apretaba el cuello de Magdalena y Leopoldo sólo veía que sus piernas empezaban a dejar de luchar, tomó un picahielo de la pared y salió a intentar salvar a su mamá. Sucedió todo en segundos, se fue contra el cuerpo que le daba la espalda y le clavó el picahuielo en una nalga lo más fuerte que pudo. El filo del estilete se hundió más de la mitad y el hombre se elevó hacia el espacio como propulsado por una reacción a chorro, dio dos o tres pasos gigantescos hasta la cerca, que saltó de un brinco aún con el picahielo clavado en la nalga. No los volvieron a ver, ni a él ni al picahielo.
Muchos años después, cuando Leopoldo se llevó a su madre a vivir a los Estados Unidos, se establecieron en un barrio de obreros blancos, pues él hablaba muy bien el inglés, a pesar de que ella era incapaz de decir una palabra. Bueno, dos, como lo comprobaría Leopoldo esa tarde que regresaba de su trabajo. Su sorpresa fue encontrarse a su mamá y a su vecina, que no sabía una palabra de español, platicando plácidamente recargadas en el barandal. Se acercó espichadito para oír qué decían. La vecina le hablaba en inglés, la Nena respondía de tarde en tarde: “Yes, yes..”
La foto de mi bisabuela (creemos que disfrazada de Adelita) apareció en aquella edición de La Voz de la Frontera con una nota bastante larga del profesor Emilio Miramontes Ordoñes sobre la batalla del 11 de diciembre de 1910 en Cerro Prieto, Chihuahua. Según este buen hombre, allí peleó valientemente Magdalena Venegas, que no era una soldadera ni una guerrillera, aclara el profesor, “sencillamente una mujer revolucionaria que empuñó la carabina 30-30 para defenderse los crímenes que venía cometiendo en la región el ejército federal”, que comandaba el temible general Juan J. Navarro.
“Desde las 6 de la mañana de ese día –sigue contándonos el profesor Miramontes-, tuvo contacto la columna revolucionaria con el ejército federal apostados en el sistema montañoso que en semicírculo protege al pueblo, mientras que Navarro lo hacía desde la llanura que se extiende al oriente, sostuvieron nutrido fuego de carabina 30-30 contra Mauser 7mm y cañones –entre ellos el cañón niño- durante cuatro o cinco horas”.
Mi bisabuela Magdalena acompañaba a su hermano Juan José Venegas, quien junto con Marcelo Caraveo, Francisco I. Salido y Tadeo Vázquez, entre otros valientes, abrazaban el movimiento armado que encabezaba Pascual Orozco. Y defendían su pueblo natal, Cerro Prieto, por eso aquel día Magdalena tomó esa 44 de balas de plomo y tras la batalla vivió para contarlo, aunque es improbable que la foto corresponda a la batalla referida del 11 de diciembre de 1910. Siempre objetivo, mi tío Gaspar Rocha Bustamante opina que la foto es muy posterior, incluso postrevolucionaria, cuando aquellos fotógrafos que visitaban los pueblos llevaban diferentes disfraces para sus clientes y ella eligió ese, tal vez para recordar aquella batalla de su adolescencia. No se sabe, nunca se sabrá.
Cita y foto tomadas de La Voz de la Frontera, Prof. Emilio Miramontes Ordoñes,
Domingo 27 de abril de 1969, num. 327, Mexicali, BC, Director general Jesús Blancornelas.
¡No me sabía esta historia!. Tengo una pregunta: los genes orientales de la familia tiene que venir por su lado ¿no?.
ResponderEliminarA mi esposa, Conchita Pérez, de Cuauhtémoc, Chih. le encantó esta remembranza. Ella es actriz y un director teatral está preparando un libro sobre dramaturgos chihuahuenses, por lo que desea ponerse en contacto con su hermano Antonio Noyola.
ResponderEliminarEstimado esposo de Conchita, haga el favor de escribirme a recuerdospoblanos@gmail.com para darle la referencia de mi hermano, en efecto joven dramaturgo del Paraninfo de la Universidad. Gracias por su comentario.
ResponderEliminarSoy Carlos Venegas nieto de juan José venegas me gusta mucho esta historia
ResponderEliminarGracias por tu comentario, pariente, la idea es preservar esta memoria para nuestra familia. Saludos.
ResponderEliminarpolo un saludo muy nostalgico desde Denver Colorado
ResponderEliminarsin duda algunoas las veladas en la casa de lucita, fueron las partes mas luminosas
de mi infancia. El tiampo a que me refiero,fue previo a tu nacimiento, alderredor de la mesa de tu abuela las gentes grandes escuchando las intesresantes anecdotas de don Leopoldo Rocha afuerra, en el patio que ra laparte trasera de la gasolinera de tu abuelo el ejercito de chiquillo comandados por tu tio Mario, edmi , Rosita, garo mi eterno rival para los golpes, teto cesar,
Gracias por tu mensaje, pariente, ojalá pudieras ofrendarnos alguna de aquellas historias que escuchaste en casa de mi abuela Luz en voz del abuelo Leopoldo; o de aquellos niños de la primera camada familiar encabezados por Edmí (pero dirigidos por Mario, el tío niño), entre los que estaban mis hermanos Toño y Jaime que seguramente también recordarás. Y si me dices tu nombre, pues mejor. Un abrazo desde Puebla.
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