Ante la barbarie de la guerra de los años cuarenta y
sus profundas cicatrices, la década de los cincuenta fue diseñada
específicamente para olvidar tantas penurias; son los años de la tecnología y los
avances en la ciencia; espías de película que disimulaban a los espías
verdaderos en la naciente guerra fría entre el este y el
oeste. Una década de suspicacias y sorpresas. México fue gobernado por Miguel
Alemán, hasta 1956, seguido por seis años de Adolfo Ruiz Cortines.
En Puebla
se aprecia una incontrolable modernidad que entonces sólo podía concebirse como
un paisaje de amplias avenidas pavimentadas
con concreto reforzado y edificios más altos que los del legado colonial. Lo
único cierto es que… la ciudad crece. Ese mismo año de 1950 el Congreso del
Estado decreta que la capital se llamaría Heroica Puebla de Zaragoza.
Es la
década del cine en tercera dimensión, jóvenes envaselinados y chicas de
suéteres holgados con gafas de cartón frente a la pantalla del cine Variedades.
Todo era novedad. Las familias estrenaban sus tocadiscos Zenith Cobra-Matic y
los muchachos bailaban el fabuloso rock and roll que empezaba a llegar de los
Estados Unidos. Concretamente Elvis Presley, aunque predominaban aún los
románticos admiradores de Nat King Cole y Frank Sinatra, para no hablar de la prolífica
familia de músicos mexicanos, los boleristas, que también tuvieron una
importante aceptación en los años cincuenta; año, por cierto, en que Los
Panchos llegaron a México e inventaron un concepto romántico de larga vida, los
tríos (los nuevos tríos, en rigor, el trío moderno), en tanto que Los
Churumbeles de España pusieron en boca de todos los vivaces acordes de El Beso (“que tú me diste”). Pero en
esta década los jóvenes tuvieron un ritmo propio por primera vez, sólo para
ellos, pues hasta entonces se pasaba de Cri Cri a María Victoria, sin ninguna
transición. Y créanme, no era fácil.
Un
buen día despertabas con un bigote bajo la nariz y quería decir que te habías
vuelto adulto en ocho horas, durante el sueño. De niño pasabas a ser un hombre.
Todos
se habían modernizado, comenzaron a llegar las lavadoras y las mamás que
estaban a la moda usaban unos elegantes delantales de holanes muy coquetos,
peinadas a la Grace Kelly ,
la sensación de Hollywood. Los señores, en cambio, eran caballeros serios y muy
formales que usaban camisas de cuadros y pantalones caqui de gabardina; los más
presumidos ostentaban copetes a la Ronald Reagan, el popular actor, y un traje
holgado de rigor. Los papás salían de compras a la tienda de ultramarinos de
los españoles y regresaban muy satisfechos con un paquete de pan de caja Bimbo,
la novedad.
El domingo salían todos con sus mejores galas. El
señor con su sombrero, su ancha corbata, la señora con vestidos nuevos, una Era
maravillosa.
Los
niños también participaron en esta nueva era de información y de sorpresas
tecnológicas. El abuelo de los videojuegos, el Viewmaster stereoscope, hace su
aparición para deleite de los muchachos. Tenía la forma de un binocular y había
que ver contra la luz unos discos con fotografías que se le insertaban por una
rendija superior; con una palanca se pasaba a la siguiente fotografía. Fue la
primera experiencia de realidad virtual.
A
finales de la década llegó un juego simple y divertido llamado hula, un aro de
hule que te ponías en la cintura y lo sostenías con el movimiento de la cadera,
el aro giraba en torno a uno y era muy entretenido. Fueron los primeros
concursos en televisión, en aquellas primeras televisiones Zenith de pantallita
redonda o de la RCA, de pantalla más
grande. Y para la gente que podía pagarla, una Admiral a color, aunque con una
pantallita miniatura de veinte centímetros cuadrados. Pronto se hicieron
televisores de pantallas más grandes.
Rodolfo
Velasco Vázquez, niño de entonces, recuerda: “En ese tiempo pagábamos veinte
centavos por ver programas como “Rin tin tin”, “Cachirulo” y otros programas
infantiles muy bonitos, y las mismas señoras de esas casas nos vendías dulces.”
Llegaron
a algunas casas las primeras cámaras de cine, concretamente la Cámara Keystone
de 8 milímetros ,
con las que se filmaron los Guzmán aquellas películas familiares en la presa
López Mateos y Valsequillo, por 1957. Al primo del barrio de Santiago le
compraron una Bicicleta Huffy, modelo 1955; él se tuvo que conformar con un
patín del diablo.
Y una
tarde feliz pudimos conocer el colmo del atrevimiento en la forma de un pequeño
radio de transistores en AM, Transistor Six, apenas más grandecito que una
cajetilla de cigarros, de Sony. ¡Podías llevar el radio a donde quisieras! era
sorprendente.
La
historia de la moda destaca en esta
década “la melena soigneé”, estilo Marilyn Monroe, que desplazó los moños y
sombreros de los años 40 y desató además un verdadero delirio por las pieles
finas, cachemiras y joyas, de acuerdo a los aires de moda provenientes de
Europa.
Pero
los años cincuenta nos tenía preparada otra sorpresa radicalmente opuesta. Una
suerte de antítesis a la elegancia europea con el nacimiento de una moda
estudiantil a mediados de la década; un estilo alternativo, desordenado y
cómodo, que los jóvenes asumieron como uniforme y que la gente nombró con un simple
adjetivo: juvenil.
Playeras
y camisetas más bien holgadas, pantalones de pana entre más gastados y suaves
mejor. Esta moda fue todo un acontecimiento, pues los jóvenes hasta esta fecha carecían de
una identidad propiamente dicha, la juvenil, pasando de niños con bombachos y
pantaloncillos cortos al traje de adultos, sin una clara separación. Ahora las
hermanas mayores usaban vestidos sin mangas, con un cuello discreto y faldones;
a la cintura, un grueso listón de color combinado que se amarraban en moño por
detrás. Faldas holgadas, negras o a cuadros; zapatos choclos combinados, usados
con calcetines cortos y también cinturones de piel o de tela más bien anchos. Y
los muchachos comenzaron a usar zapatos tenis de forma regular.
“Puebla
siempre tuvo la fama de ser una ciudad culta, provinciana, sana. El centro no
era como ahora, que va uno y hay ríos de gente y de carros, yo no sé de dónde
sale tanta gente. Antes, me acuerdo, ya parece que iba a ir sin medias al
centro. ¡No´mbre…! Aunque no fuera uno de la sociedad, la gente
andaba de lo más arreglada que se pueda uno imaginar. ¡Pero bien arreglada!
Nomás para ir al centro, porque ahí iba la crema y nata de la sociedad de
Puebla, hace treinta o cuarenta años. Y todos los demás, los del pueblo, pues
íbamos bien arreglados, me acuerdo que siempre andábamos bien arregladitas, de
veras. Iba uno a misa de traje. El domingo era un desfile de modas en el
zócalo. En el portal ¡qué bruto! de veras que veía uno a las muchachas de las
sociedad, elegantes, preciosas y todo muy bonito”, recordó doña Olga Rodríguez
Romero.
En esta década el estado de Puebla sufre la primera
gran crisis de su industria textil, que lo desplaza como centro de atracción
económica regional; sin embargo, la ciudad sigue creciendo a ritmo acelerado,
de 260,948 habitantes en 1950 pasa a 297,257 a
finales de la década; de acuerdo con los especialistas es la década de la
integración urbana primaria. Empieza a observarse una expansión urbana y
regional de la ciudad. La mancha urbana consolidada de la ciudad de Puebla está
inscrita en un área que comprende 3 kilómetros a la redonda, tomando como punto
de partida el zócalo de la ciudad. Todo parecía grande, todo parecía moderno, o
así quería uno imaginarlo. Hasta la misma esencia colonial de la ciudad parecía
modernizarse con las manos de gato que comenzaron a darle a los edificios del
centro y la construcción de flamantes edificios ultramodernos al estilo de la
Torre Latinoamericana de la Ciudad de México.
“Cuando lanzaron el Sputnik fue todo un acontecimiento
en mi familia –recuerda Alejandro Rivera Domínguez de aquel acontecimiento de
1957-. Fue tan impresionante que todos creímos vivir un momento determinante de
la humanidad. ¡Han puesto un artefacto en el espacio! En el parque podías ver
las constelaciones, pues estaba muy oscuro, había un foquito en cada esquina y por
ahí andaba el sereno, porque todavía había sereno. Pero todo mundo juraba que
vio el Sputnik. En todos lados lo anunciaron: “Vieron en Puebla el satélite
ruso”. Creo que fue un shock.
Otros
ciudadanos veían el Sputnik a su manera, pues como se dijo, los niños se hacían
adultos de la noche a la mañana. Este recuerdo anónimo narra la historia de un
niño de aquellos, que un día se despertó, consiguió cinco pesos y corrió
presuroso a contratar a una de las “muchachas de la 22”
“A los
15 años perdí mi virginidad. Era 1958. Lo recuerdo bien porque ese día, o el
siguiente, entré a estudiar a la secundaria. Lo había venido preparando durante
un tiempo y no había tenido el dinero para hacerlo, yo creo. Acompañé varias
veces a un amigo al barrio de San Antonio y un día me armé de valor y fui a la
22 como a las seis o siete de la tarde.
“Había
dos zonas de prostitutas en el barrio de San Antonio: las caras, que cobraban
hasta 15 pesos, estaban en la 20 Poniente y 3 Norte. Las accesibles, se paraban
afuera de sus cuartos a todo lo largo de la 22 Poniente, que atravesaba el
barrio, hasta la 5 de Mayo. Recuerdo que en la 5 de Mayo había un arco del
triunfo de madera, de esquina a esquina, que después mandó quitar un presidente
municipal. Ahí estaban ellas paraditas afuera de sus cuartos. En la entrada,
todas tenían un anafre con tinas y baldes grandes en los que calentaban agua
para lavarse después de cada uno de sus servicios.
No
había muchos miramientos para el cliente, al igual que en el cine, no había
censura respecto a la edad, lo que me dio confianza para acercarme esa buena
tarde y elegir a una de las mujeres. Yo tenía 15 años, cumplidos el día de los
inocentes del año anterior, el 56. Se lo aseguro, los adolescentes de esa época
éramos todo menos inocentes. Un buen día despertabas con un bigote bajo la
nariz y quería decir que te habías vuelto adulto en ocho horas, durante el
sueño. De niño pasabas a ser un hombre. Chico, muchacho, pero hombre. Por eso
conseguí cinco pesos y me lancé a la 22 a mi primera experiencia. Elegí a una mujer que
en mi vida había visto. Era una señora con un vestido verde. Era blanca,
entrada en carnes, pero no vaya usted a creer que gorda. No. La señora, muy
amable, me dijo “pásale”. Pasé, cerró la puerta. Me metí más y más y eyaculé
como a los diez segundos. Íbamos muy excitados como para hacer un papel
decoroso. Y resultó mejor, porque la cosa en realidad no me gustó. No tenía
mucho chiste. Yo no sentí nada, estaba muy usada la señora y en realidad no
sentí nada. Salí tambaleante, apoyándome en la pared. Tenía la necesidad de
correr de ahí. Al salir a la calle, en mi torpeza, ¡no voy tirando el anafre
prendido con todo y brasas y tina llena de agua! Corrí hacia mi casa sintiendo
como si hubiera matado yo a alguien, avergonzado, con mucho sentimiento de mala
conciencia. No sé si por la mujer, por mi virginidad, los cinco pesos o por la
vergüenza de tirar el agua; mi primera experiencia sexual no fue muy buena. Esa
noche me desquité en mi cama”
Por
esta época se aprecian los primeros asentamientos irregulares, espontáneos, ahí
en las afueritas, sin ningún control, sin relación ni contacto con el conjunto,
con la unidad espacial de la ciudad colonial que gobernaron sucesivamente Enrique
Molina (1948-1951); Nicolás Vázquez (1951-1954); Arturo Perdomo Morán
(1954-1957) y Rafael Artasánchez
(1957-1960). Sus incipientes planes urbanos se ocupan ante todo del
mobiliario urbano que demandan los tiempos. Faroles para el zócalo; calles, agua,
alcantarillado, limpia, iluminación, ordenamiento del transporte, muy lejos aún
de poder identificar la relación entre ciudad y sociedad.1
Hay, sin embargo, investigadores de la historia urbana
de la ciudad de Puebla que no aprecian un crecimiento desmesurado en la década
de los años cincuenta en la ciudad, ya que afirman que Puebla crece,
básicamente, en dos importantes fraccionamientos de alto nivel: Los
Volcanes y La Paz ,
y ocurre la integración a la ciudad del pueblo de La Libertad , localizado al
norponiente. En los municipios periféricos de San Felipe Hueyotlipan y San
Jerónimo Caleras se inicia el deterioro de las estructuras de producción
agrícola.2 Pero nada comparable
con lo que ocurriría después, en los sesenta, cuando la ciudad absorbe 17
pueblos aledaños, que se convirtieron desde entonces en sus juntas auxiliares,
añadiendo 170 mil habitantes al municipio de Puebla. La urbe se desparramó
hacia sus costados como una olla de leche hervida.
Citas:
1) Desarrollo
metropolitano, análisis y perspectivas. Sergio
Flores González (compilador), BUAP, 1993, p. 276- 278) y Puebla: Una ciudad
histórica ante un futuro incierto, Juan
Francisco Salamanca Montes.
2) La primera modernidad urbano-arquitectónica:
1900-1950. El caso Puebla.
Varinia López Vargas y Zeús Moreno Muñoz, en www.rafaellopezrangel.com/
Hola, muy buen artículo. La fotografía en la que hay camellones ¿Qué calles son? Gracias.
ResponderEliminarStefan, gracias por tu mensaje. Me dijeron que es la 11 Sur, pero la identificación de esa calle está en discusión. Creo que esta foto la obtuve del Archivo Histórico Municipal, veré si puedo encontrar el dato.
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