Cuando estudiaba en la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH), en los años ochenta, Octavio Paz se atrevió a emitir unos juicios críticos sobre los antropólogos, la escuela en su conjunto reaccionó con indignación, incapaz de meditar en las palabras del escritor. Lo llenamos de vituperios y lo menos que le dijimos fue que era un aliado de Televisa, vocero de la derecha y cosas por el estilo. Muy pocos o ninguno leyó críticamente sus argumentos, por desgracia. Recuerdo que, entre lo más hiriente, Paz decía que la escuela se había convertido en una pasarela de modas de una clase media hippiosa y que todo se discutía ahí, menos la antropología mexicana. Yo terminaba entonces la carrera y buscaba afanosamente quién me dirigiera la tesis de, por cierto, antropología mexicana. No encontré ningún maestro interesado, ni ahí ni el Ciesas, donde por supuesto había algunos estudiosos del tema, pero que no tenían tiempo para un estudiante de licenciatura. Me dediqué entonces a ver a nuestras lindas compañeras desfilar por el patio ataviadas de volátiles prendas hindúes y enormes aretes de artesanía que vendíamos ahí mismo. ¡Qué bonitas eran!
Como en muchas de sus ideas sobre México, Paz estaba adelantado a su tiempo. Respecto a la antropología, hablaba de una deformación profesional de los antropólogos de nuestro país debido a prejuicios cientistas, especialmente del marxismo, que motivaban que, más que conocer a las comunidades originarias, los antropólogos buscaban transformarlas a la medida de sus doctrinas y proyecciones de clase, para integrarlas a la sociedad mexicana.
Creía que los antropólogos mexicanos eran los fiduciarios de los misioneros y de los brujos, de los sacerdotes prehispánicos, pero que en lugar de intentar comprender “los resortes ocultos” de los que hablaba Mendizábal, que movían esas pasiones colectivas de los mexicanos, para los modernos antropólogos “ese conocimiento profundo” sólo eran aberraciones catalogables y clasificables "en ese museo de curiosidades y monstruosidades que se llama etnografía".
Octavio Paz hablaba de la oportunidad histórica de desprendernos de esa visión “moderna” del mundo para tomar senderos diferentes a los tradicionales, puesto que el uso exclusivo de la razón no conducía a la comprensión del mundo originario. En los albores del siglo XXI las evidencias muestran que, no sólo los antropólogos, sino los mexicanos en su conjunto, buscan aquella comprensión de la que hablaba Paz, ya no en el ánimo de comprender a las comunidades originarias, sino los resortes ocultos de su propia identidad.
Hoy, don Octavio cumpliría 95 años de edad y, sin duda, sería un viejito insoportable y autoritario, lo que no quita que, tantos años después, este estudiante eterno de la licenciatura le otorgue extemporáneamente la razón.
.
Como en muchas de sus ideas sobre México, Paz estaba adelantado a su tiempo. Respecto a la antropología, hablaba de una deformación profesional de los antropólogos de nuestro país debido a prejuicios cientistas, especialmente del marxismo, que motivaban que, más que conocer a las comunidades originarias, los antropólogos buscaban transformarlas a la medida de sus doctrinas y proyecciones de clase, para integrarlas a la sociedad mexicana.
Creía que los antropólogos mexicanos eran los fiduciarios de los misioneros y de los brujos, de los sacerdotes prehispánicos, pero que en lugar de intentar comprender “los resortes ocultos” de los que hablaba Mendizábal, que movían esas pasiones colectivas de los mexicanos, para los modernos antropólogos “ese conocimiento profundo” sólo eran aberraciones catalogables y clasificables "en ese museo de curiosidades y monstruosidades que se llama etnografía".
Octavio Paz hablaba de la oportunidad histórica de desprendernos de esa visión “moderna” del mundo para tomar senderos diferentes a los tradicionales, puesto que el uso exclusivo de la razón no conducía a la comprensión del mundo originario. En los albores del siglo XXI las evidencias muestran que, no sólo los antropólogos, sino los mexicanos en su conjunto, buscan aquella comprensión de la que hablaba Paz, ya no en el ánimo de comprender a las comunidades originarias, sino los resortes ocultos de su propia identidad.
Hoy, don Octavio cumpliría 95 años de edad y, sin duda, sería un viejito insoportable y autoritario, lo que no quita que, tantos años después, este estudiante eterno de la licenciatura le otorgue extemporáneamente la razón.
.
Comentarios
Publicar un comentario