Ir al contenido principal

Yoquivo a ras de suelo

Luz a la izquierda

La vida de Yoquivo era la de un rancho, había mucho qué caminar, algunas tareas familiares –las hermanas mayores atendían la tienda-, domésticas, pero en general había poco qué hacer si lo imaginamos desde una perspectiva moderna. En esta fotografía vemos a Luz muy quitada de la pena en compañía, probablemente, de una de sus hermanas y un trabajador de la hacienda. Un trabajador muy cercano, habría que agregar, pues aparece en otras fotografías familiares, y hasta es probable que se tratara de un familiar alterno de las muchachas, proveniente de otra de las familias de don Pedro. Pero esto es maledicencia pues, aunque era posible, no hay ninguna razón para afirmarlo, además de su evidente familiaridad. La otra mujer tiene el aspecto de una de sus hermanas apodada cariñosamente La Negra, aunque es posible que mi comentario, rayano en el racismo, también esté equivocado. Me encanta la actitud altanera de mi abuelita Luz en esta fotografía. Lleva un moderno peinado de los años 20s y su cómodo vestido evoca las vestimentas egipcias y romanas amplias y sencillas. Era un territorio agreste y había mucho qué subir y qué bajar en los alrededores, razón por la que Luz ostenta sendas botas, resistentes y gastadas, que dejan ver sin embargo la coqueta altura de sus tacones. Más bien altos, pues Luz nunca fue una persona que se distinguiera por su altura. Esta foto reposada y espontánea nos da una idea de la tremenda paz cotidiana que disfrutaban en Yoquivo (no había una tremenda paz social, por cierto, pues estamos hablando de 1919 más o menos), en esta entrega quiero analizar un poco sus alrededores.



Vista del oeste

Desde el oeste, en línea horizontal, Yoquivo está a la altura de Delicias. Hacia este costado Yoquivo estaba protegido por un prolongado cerro o conjunto de cerros que lo separaban de la hacienda de Recomachic. En esta fotografía es posible observar el camino, bordeando de este lado la escarpada ladera de las montañas.
Del oeste llegan los vientos de un “cercano” pacífico. No está tan cercano, pero dada la morfología de la sierra, estos vientos rebotan en enormes hoyos y gigantescas montañas de tal forma que no sólo pasan por Yoquivo, sino que siguen hacia el centro del estado al grado de afectar a poblaciones como Cuauhtémoc, pues el viento del Pacífico penetra por Sonora la gran depresión de la sierra Tarahumara y rebota con violencia sobre la meseta continental que se ensancha hacia el resto de Chihuahua y más allá, hasta Coahuila y Nuevo León. Justo en el borde posterior a la sierra está Cuauhtémoc, en donde terminó la primera parte de toda esta historia.
Yoquivo, entonces, se protege de estos vientos con una enorme montaña, la más alta de sus alrededores, que cubre completamente el flanco Este, como se puede observar.


Vista del sur

Al sur de Yoquivo, en línea recta, se encuentran los bordes del estado de Sinaloa, más o menos con el municipio de Choix, Sinaloa. Yoquivo también está muy bien protegido por este flanco, fundamentalmente la parte izquierda. A la derecha el cerro es menor y deja imaginar una entrada de sur a norte que atraviesa el pueblo con esa dirección. Sin embargo, de acuerdo a mis datos, no hay nada importante en el sur de Yoquivo, ni un pueblo ni mucho menos una ciudad, puesto que Parral debe imaginarse a 400 kilómetros con ese rumbo. Me imagino a Luz con sus hermanas contemplando el paisaje desde la cúspide de este cerro mayor. Es un bonito espectáculo. El paisajismo fue uno de sus grandes placeres. Como abuela le gustaba sacar a la decena de nietos de todos tamaños a caminar por los alrededores de Cuauhtémoc, como el cerro de las azucenas que visitábamos cada mayo a recoger esas flores blancas, o hacia el rumbo de Cusihuiriachic, que ahora es la colonia República, de donde veíamos el espectáculo de nuestro pueblo que remataba con las planicies ocres y doradas de los campos menonitas y en el horizonte la sierra de Rubio. Esta foto me hace recordar el enorme placer de mi abuelita al contemplar paisajes como este. “Vean, hijos, miren qué bonito…”, se esmeraba y a veces se desesperaba de que, en más de un momento, nos interesaran más las piedras y las lagartijas del suelo que el paisaje que nos había llevado a ver.


Vista lejana del este

Al este de Yoquivo queda la ciudad más cercana desde entonces, San Juanito, aunque entonces tal vez no era una ciudad, sino un pueblo grande, con una importante estación de ferrocarril que transportaba madera y minerales a la capital. Sin embargo, esta fotografía no muestra una hondonada que al parecer marca el camino natural de Yoquivo a San Juanito, como lo muestra otra fotografía de la colección. Era relativamente fácil llegar a San Juanito. De hecho, había una línea telefónica privada de San Juanito a Yoquivo (me fui de espaldas cuando mi abuelita me lo platicó. “Sí, teníamos teléfono”, me dijo. Y cuando mi papá iba a llegar a la hacienda avisaban por teléfono que ya venía para acá, entonces rápidamente todos los sectores relejados por su ausencia se ponían a trabajar a marchas forzadas. Lo primero –y muy importante-, era cocer una calabaza que era lo que don Pedro exigía para comer al bajarse de su cabalgadura, acompañada con leche fresca de vaca. “La calabaza, la calabaza…” se oía gritar a la nana Nina a las mujeres de la cocina), e imagino que ir a San Juanito era una cosa relativamente común entre los habitantes de la hacienda de Yoquivo a adquirir toda clase de productos, a comenzar un viaje o a depositar en la agencia de correos una carta de amor como aquella postal que Luz mandó a su “Leopoldito” fechada en este sitio en noviembre de 1922.


Vista desde el norte

Una línea recta hacia el norte correría paralela a la frontera del estado de Chihuahua con el de Sonora, haciendo una franja de unos cincuenta kilómetros de ancho. La línea recta hacia el norte pasaría muy cerca de Cd. Madera a unos doscientos kilómetros al norte y de Casas Grandes, a unos trescientos. Después de Casas Grandes la sierra Tarahumara se disipa, termina en curva y se interna a Sonora, quedando sólo la planicie desierta que llega hasta la frontera con Estados Unidos. No es el desierto de los médanos de Samalayuca, sin embargo, que en el norte del estado está más hacia el centro, cruzado por la carretera panamericana que va de la capital a Juárez y El Paso.

Nuestra fotografía nos revela sólo el norte cercano de Yoquivo. El pueblo termina y lo suceden una serie de cerritos que terminan cediendo en un arenal de proporciones considerables. Mi abuela hablaba de un río grande cercano y es muy probable que este cauce lo indique, revelándonos sus dimensiones. En este punto me parece advertir una curva pronunciada del mentado río. Yoquivo yace, como lo expresaba, es una especie de cuenco rodeado de generosas paredes.


Luz asomada por la tabla

Aquí termina la serie que buscó revelarnos la ubicación de este mítico pueblo familiar, que buena falta me hacía y ojalá te haya gustado a ti también. Con sinceridad la pongo a disposición de todos mis familiares que gusten de su historia antigua para que recuerden y especulen a gusto sobre este filón de nuestra genealogía, que es de todos. Narradores y noveles cuentistas hagan uso de este recurso para ilustrar mejor sus narraciones. Así como el conjunto de las fotos familiares, de las que detento sólo mi propiedad proporcional como un miembro más, que también son tuyas y que puedes usar para tus propios recuerdos, en tu blog o donde quieras, pues una historia, como la nuestra, tan abundante en matices, no puede resumirse a mis flacos recuerdos y no pocos inventos y exageraciones literarias que nutren mis entregas. Es decir, no es mi historia –solamente-, es tuya también y puedes ayudarme a recordar y a precisar (Como Antonio que aclaró que la boda de mis abuelos en Yoquivo fue por el civil, el de la iglesia vino después en otro lugar, como fue en efecto –lógica, mi buen–, gracias). Y en el mejor de los casos, acercarme copias de fotografías y cartas familiares para poderlas poner en esta colección.


Comentarios

  1. Mil gracias por la serie, a mi me tiene encantada. Yo lo único que recuerdo es que siempre que sentaba a mi bisabuela Luz a que me platicara sobre Yokivo, ella acababa llorando de emoción (sobre todo por recordar a su madre y hermanas).

    ResponderEliminar
  2. "Vida mía de mi corazón...", expresaría Aída.

    ResponderEliminar
  3. me parece interesante...me gustaria k escribiera mas de como era la vida antes alla y k mencione mas personas.......yo soi de aboriachi cercas de ahi.

    ResponderEliminar
  4. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

    ResponderEliminar
  5. Disculpe yo ando buscando una familia de yokibo l familia león rivera, hijos de Víctor león y Concepción Rivera horiundos de yokibo trabado res mineros y salieron hulleron cundo pancho Villa llegó ala Sierra me gustaría si alguien tenía alga información les agradecería

    ResponderEliminar
  6. Unk, por desgracia no puedo ayudarle, son historias de hace cien anos y yo tengo 50 por aca, saludos.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

El Tentzo

El taller de la FEEP de Tzicatlacoyan, con financiamiento de la ONG española Ayuda en Acción, concluyó su escultura de papel maché con la representación del Tentzo, figura mítica de origen prehispánica situada en la parte alta del kiosco de la plaza principal de la comunidad de San Juan Tzicatlacoyan, Puebla. De acuerdo a la investigadora Antonella Fogetti ( Tenzonhuehue: El simbolismo del cuerpo y la naturaleza ), El Tentzo es una entidad “mitad dios y mitad no”, deidad antigua intrínsecamente buena, dadora de dones, que de acuerdo a la tradición tiene la facultad de asumir diferentes apariencias: catrín, charro, viejo barbón, anciana, mujer hermosa o animales diversos, que también podría ser interpretado como el famoso nahual o entidad similar. Hoy todos niegan venerar al Tentzo, pero las ofrendas periódicamente depositadas en su honor refieren todo lo contrario. Es una suerte de deidad negada pero viva, vigente. El Tentzo, cuyo nombre ostenta una montaña y la propia cordill...

Resortes ocultos

Cuando estudiaba en la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH), en los años ochenta, Octavio Paz se atrevió a emitir unos juicios críticos sobre los antropólogos, la escuela en su conjunto reaccionó con indignación, incapaz de meditar en las palabras del escritor. Lo llenamos de vituperios y lo menos que le dijimos fue que era un aliado de Televisa, vocero de la derecha y cosas por el estilo. Muy pocos o ninguno leyó críticamente sus argumentos, por desgracia. Recuerdo que, entre lo más hiriente, Paz decía que la escuela se había convertido en una pasarela de modas de una clase media hippiosa y que todo se discutía ahí, menos la antropología mexicana. Yo terminaba entonces la carrera y buscaba afanosamente quién me dirigiera la tesis de, por cierto, antropología mexicana. No encontré ningún maestro interesado, ni ahí ni el Ciesas, donde por supuesto había algunos estudiosos del tema, pero que no tenían tiempo para un estudiante de licenciatura. Me dediqué entonces a ver a nu...

El niño ahogado

El viejo dicho que “ahogado el niño se cierra el pozo” es una falacia. No hay tal, el pozo se cierra cuando la muerte del niño de hace pública, cuando es el colmo la corrupción y el desenfreno por ganar todo lo que se pueda del gobierno, donde está su compadre. La falsa preocupación de esa famosa frase del niño ahogado es en realidad la justificación para salirse por la tangente y expresar una ruidosa reclamación, que es lo que se espera de todo funcionario: ¡Godínez, basta de holgazanería, póngase a trabajar! Tal es el caso de la guardería de la familia Zambada, que desde hace dos años fue denunciada al gobierno de México por autoridades de Estados Unidos como lavadero de dinero sucio y que nada se había hecho al respecto. Ahora que salen las listas de guarderías del IMSS y se pone en evidencia la -por decir lo menos- negligencia de las autoridades, éstas afirman que sí, que en efecto desde 2007 está “siendo investigada”. Pero los ejemplos te los puedo envolver por kilo, para consumir...