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Un poblano muy memorioso

Uno de los pocos informantes (llamémosle) profesionales sobre el tema de la memoria poblana que he cultivado por casi tres décadas fue Pedro Ángel Palou Pérez, autor de libros de historia, profesor de varias generaciones de poblanos, funcionario de la cultura, cronista y amante de la plática y de los recuerdos como pude comprobarlo el día que lo visité en su oficina en las profundidades de la Casa de la Cultura. Era un poblano muy memorioso, a pesar de no haber nacido en Puebla, tal como fue su primera revelación, como nos suele ocurrir aquí a los fuereños. Don Pedro murió la noche de ayer a los 85 años, q.p.d. Esto fue lo que me platicó en aquella ocasión.


Yo nací en Orizaba, vine a los 11 años interno a Puebla, y aquí me quedé hasta ahorita, aquí me casé. Era 1944-45, el internado estaba en la 9 Poniente, atrás de lo que es hora es avenida Juárez, que era entonces avenida de La Paz. Yo vine a estudiar al Instituto Oriente como interno, veníamos al centro caminando desde la 9 Poniente, que no era muy lejano, era una Puebla pequeña, una Puebla de unos 150 mil habitantes, una cosa así. Los internos, cuando teníamos dinero, veníamos a los cines, los que había entonces, el Reforma, por supuesto, al anfiteatro del cine Reforma, del Coliseo.
No existía el Variedades actual, o el que hubo después, el Guerrero ya existía. Veníamos a esos cines y si teníamos algún dinero, íbamos a los tamales de La Dulce Alianza, un restaurant típico, modesto, muy sencillo en el portal Hidalgo, o en el portal Morelos: La Princesa, a tomar tamales, atole, chocolate, y alguna vez veníamos al Kikos, que era un café para jóvenes y para chamacas de nuestra edad, trece, catorce años, que estaba en Reforma, en donde había “tragadieces”, con la música sobre todo de las bandas norteamericanas, la música de esa época de los años cuarenta, Bill Crosby, etcétera. Y veníamos ahí a tomar café, a charlar y a hablar entre los presuntos y las presuntas. El famoso Kikos de Reforma que hizo historia; a tomar café, un refresco, un ice cream soda. Eran las cosas de la época.

Av. de La Paz

Era una Puebla muy pequeña, ir a Agua Azul era una odisea, o al campo de futbol, que para nosotros estaba casi en los límites con Oaxaca ¿no? Puebla terminaba prácticamente en El Carmen, en Chulavista, en Santa María, en la Humboldt, ahí terminaba Puebla. De este lado en el cerro de San Juan, malamente llamado cerro de La Paz, con historia militar importante en Puebla. La avenida Juárez terminaba en el monumento a Juárez, por eso le decían “el milpero”, de ahí nos íbamos nosotros a jugar a las pedradas. Cuando no teníamos dinero, nos íbamos al cerro. Estaba lleno de milpas, el monumento a Juárez se levantó en medio de milpas, ahí terminaba Puebla. Había dos balnearios por ahí, el balneario de La Paz, sobre la 7 Poniente y contra esquina de San Sebastián estaban los baños de San Sebastián, eran los dos que había en esa época por ahí.
Había una fuente en el Paseo Bravo, sobre Reforma y la 17, abierta al público, que iba a recoger agua sulfurosa, era un ojo de agua sulfurosa para tomar. Nosotros no teníamos las posibilidades para pagar balnearios, no íbamos, no los conocimos como tal.

Puente de Ovando

Los domingos íbamos al fútbol, porque éramos muy aficionados, al Mirador, que era lo que es el estadio Cuauhtémoc. Era una caja de cerillos, toda de madera, pero lo chistoso es que para pasar al otro lado del río de San Francisco, que no estaba entubado, pasábamos por una viga y pagábamos cinco centavos para pasar el río, para llegar al Mirador a ver el futbol los domingos en la mañana, cuando había posibilidades de hacer cosas, pues no siempre las había. Pero bueno, los internos del Instituto Oriente eran muy fraternos, nos ayudábamos mucho entre los compañeros, veníamos al Portal y en las noches teníamos que irnos rápidamente saliendo del cine, el sábado o el domingo, porque había una hora tope para llegar al internado. No podíamos gastar en los Rápidos de Puebla, que era el camión que nos llevaba, eran tan lentos que decíamos los internos que salíamos rayando el sol y regresábamos rayando la luna. En parte por eso no los utilizábamos, aunque se llamaban Rápidos de Puebla. Mejor caminábamos, porque a veces no teníamos los cinco centavos que costaba el autobús.



Foto de Pedro Ángel Palou: Sobre T, Juan Cervantes.


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