Siempre que entro al
edificio Carolino, el antiguo colegio de los jesuitas que pertenece hoy a la
Universidad Autónoma de Puebla, fantaseo
con encontrarme la sombra de Carlos de Sigüenza y Góngora detrás de una columna,
entrando muy campante del segundo patio y expresando alguna de sus pletóricas
figuras poéticas: “cuando indultando a Delos por su Oriente” (¡y a ti de
indultan el poniente!, me contengo a decirle), pero no puedo evitar el asalto
gongoriano y fecundo que me impele a un
lenguaje florido y revanchista: “nada cambia, pues, triunfador
parténico, por eso fuisteis expulsado de esta noble institución”, le recuerdo a
la sombra sin posma.
A Sigüenza y Góngora
debemos, probablemente, el famoso y popular proverbio de “te cayó el chahuistle”,
pues fue su perseverancia y perspicacia científica la que descubrió la plaga de
chahuistli que asoló el centro de México en 1691, tras las intensas lluvias de
aquel mórbido verano que provocaron la escasez de alimentos; fue también cuando
diez mil habitantes de la ciudad de México se levantaron en motín contra la
hambruna y desataron un infierno de incendios y saqueos. Siempre práctico, Sigüenza
salvó la biblioteca de la ciudad, ni más ni menos, sin poder evitar que a todos
les cayera el chahuistle ese infausto día.
Este año cumplo la
edad a la que muere Sigüenza y Góngora, cincuenta y cinco años, el día de hoy
del año 1700; espero no morir el mes que viene, pero si ocurre, dono también mi
cuerpo para el estudio de la ciencia, como él lo hizo. Y me despido igual,
agazapado en la mancha oscura que refleja mi cuerpo en esa lóbrega pared de El
Carolino: “Si en la sombra no hay sombra, si en la idea/ la mancha falta, no
queriendo el Día/ que menos que de luz su cuna sea…” Pues que sea.
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