Amanece en Dramina, el sol envuelve los redondos contornos de sus hogares. Es la tierra de los dramitas, seres de antiguo linaje cuyas ruinas nos permiten ver hoy un poco de su mítica grandeza. Y su enorme miseria. Un pueblo que nunca pudo trascender las fronteras de sus cuerpos, las últimas capas de su piel, ahora petrificada. No quieren nada, nunca quisieron nada. Fueron devotos moradores de sus carnes donde acondicionaron viviendas-cárceles que hoy son rarezas de museos, piezas excéntricas, cultos perversos.
Los dramitas son una estirpe especializada en la fabricación de figuras humanas de todos los tamaños y materiales. Huellas humanas diseminadas en los museos del mundo y en mayor medida enterradas en algún lugar esperando que terremotos o máquinas humanas los saquen de su hibernación, pues son objetos hechos para el futuro. Los dramitas idealizan la existencia de esa extraña nación de objetos, que son mensajes de los hombres y las mujeres que se han ocupado de la humana necesidad de la reproducción antropomórfica.
Los dramitas existen en todas las civilizaciones humanas. Permanecen en los tiempos. Caldeos, mesopotámicos, mandarines, incas, olmecas. No pertenecen a una región de la geografía porque son parte del horizonte humano y estuvieron en todas partes, en cada rincón donde hubiera dedicadas manos que hicieron habitables sus rostros, después de que vivieran en sus miembros limpiamente descoyuntados, raspados y habilitados para morar ahí. Seres múltiples y multitudinarios, individualistas pero irremediablemente gregarios. Rostros, cuerpos y rostros que se han multiplicado a través del tiempo, que gritan al mundo sus acechanzas.
Los dramitas son seres que habitan cuerpos de piedra o cuerpos abandonados en una arquitectura fundada en huesos y músculos de la anatomía humana. Son seres felices ante la posibilidad de salir a jugar en las sinuosas facciones de los modelos en forma de dedo, de rodilla, de pie que ellos han construido durante tanto tiempo.
De algún modo se las han arreglado para vivir en el en multifamiliar Pie Blanco 16, sexto piso, junto al dedo gordo.
Los dramitas se pueden detectar en todas las culturas humanas de la historia. Han demostrado por siglos la tenaz decisión de cultivar su afición. El dramita, simplemente, es parte de ese legado que constituyen miles de piezas arqueológicas diseminadas en los rostros de todo el mundo, objetos que tienen un rostro pero no un nombre. Son los dramitas (pero ellos no lo saben ¿o sí?).
Los dramitas son una estirpe especializada en la fabricación de figuras humanas de todos los tamaños y materiales. Huellas humanas diseminadas en los museos del mundo y en mayor medida enterradas en algún lugar esperando que terremotos o máquinas humanas los saquen de su hibernación, pues son objetos hechos para el futuro. Los dramitas idealizan la existencia de esa extraña nación de objetos, que son mensajes de los hombres y las mujeres que se han ocupado de la humana necesidad de la reproducción antropomórfica.
Los dramitas existen en todas las civilizaciones humanas. Permanecen en los tiempos. Caldeos, mesopotámicos, mandarines, incas, olmecas. No pertenecen a una región de la geografía porque son parte del horizonte humano y estuvieron en todas partes, en cada rincón donde hubiera dedicadas manos que hicieron habitables sus rostros, después de que vivieran en sus miembros limpiamente descoyuntados, raspados y habilitados para morar ahí. Seres múltiples y multitudinarios, individualistas pero irremediablemente gregarios. Rostros, cuerpos y rostros que se han multiplicado a través del tiempo, que gritan al mundo sus acechanzas.
Los dramitas son seres que habitan cuerpos de piedra o cuerpos abandonados en una arquitectura fundada en huesos y músculos de la anatomía humana. Son seres felices ante la posibilidad de salir a jugar en las sinuosas facciones de los modelos en forma de dedo, de rodilla, de pie que ellos han construido durante tanto tiempo.
De algún modo se las han arreglado para vivir en el en multifamiliar Pie Blanco 16, sexto piso, junto al dedo gordo.
Los dramitas se pueden detectar en todas las culturas humanas de la historia. Han demostrado por siglos la tenaz decisión de cultivar su afición. El dramita, simplemente, es parte de ese legado que constituyen miles de piezas arqueológicas diseminadas en los rostros de todo el mundo, objetos que tienen un rostro pero no un nombre. Son los dramitas (pero ellos no lo saben ¿o sí?).
Se me había olvidado contarte que mi dramita citadino se rompió en la última mudanza. Creo que los viajes transatlánticos son demasiado duros para ellos. Afortunadamente mis otros dramitas están bien.
ResponderEliminarSuelen romperse, sólo hay que darles cristiana sepultura en un basurero decoroso y esperar la reposición.
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