miércoles, 13 de mayo de 2009

Memoria y moral


Mi entrega de ayer fue gratificada con un comentario sobre la moral humana y los recuerdos. Anónimo afirma que la única moralidad humana descansa en los recuerdos; que la moral -y en consecuencia, la inmoral- está sustentada en nuestra facultad de recordar, pues si no fuera así, no "recordaríamos" ningún parámetro que le diera sustento a nuestra moral. Seríamos simples animales, más allá del bien y del mal.

Pues bien, estoy de acuerdo con Anónimo, por lo que la aclaración vale para decir que la memoria desnuda quiere incidir únicamente en el acto mismo de recordar “cualquier cosa” de nuestra niñez y primera juventud, a diferencia de “cualquier cosa” que recordemos de nuestra vida posterior, que resulta ataviada de ideologías o literaturas o disfraces que se avienen a nuestras formas actuales de pensar, muchas veces justificatorias de otros resultados que nos enorgullecen o nos sonrojan. En todo momento quiero pensar en el acto mismo de recordar, no importa qué recuerdos.

En mi experiencia personal no todos los recuerdos me enorgullecen o me complacen. De niño y de joven hice muchas estupideces que, de tarde en tarde, todavía, me sonrojan. Fui exhibicionista y cruel, abusivo y ladrón, además de ser un niño religioso y profundo, bueno como el pan y casi siempre obediente. Es decir, hay una moralidad en los recuerdos que los convierte en actos distantes agraciados o desgraciados, buenos o malos –quería evitar estas expresiones-, memorables u olvidables. Lo que no puedo hacer es dejar de recordarlos, tal vez obnubilados por el tiempo, por la distancia cronológica, pero recuerdos al fin que no puedo borrar de mi memoria. Hay, en este ejercicio cerebral, un distingo moral, una tabla que distribuye moralmente los recuerdos. Esa es quizás la razón por la que nos guardamos la mitad de ellos. Pero esa es otra discusión, pues mi idea sobre la memoria desnuda los acoge a todos por igual, los buenos y los malos recuerdos. Y en mis entrevistas prefiero que mis informantes me cuenten sus buenos recuerdos, pero tampoco tengo opción, pues por muchos deseos que tuviera de que me contaran sus malos recuerdos, esa es una decisión exclusivamente de ellos.

La memoria desnuda, entonces, son los recuerdos de las primeras etapas de nuestras vidas, los buenos y los malos, para bien o para mal. La memoria ataviada, en consecuencia, son los recuerdos de nuestra adultez.



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