A todos los telegrafistas en su día; hijos, nietos y
bisnietos de telegrafistas de la república mexicana que nos las arreglamos para
también ser telegrafistas. ¡Felicidades!
"Compañeros:
alegre el ramo entero
rememora con
gran satisfacción
el glorioso 14
de febrero
el principio de
su liberación."
Premio de la Revolución
Telegrafistas de
sutil oído
esclavos al
rumor de su aparato
cubiertos por el
polvo del olvido
para los cuales
el destino ha sido
no solamente injusto
sino ingrato!
Loor a los
Telegrafistas
R. Jara Castillo
Existieron entre
mediados del siglo XIX y las primeras tres décadas del XX unos personajes cuya
singularidad consistía en comunicarse a través de un lenguaje de inextricable
de puntos y rayas. Era una clave inventada por Samuel Morse para ser leída
sobre una tira de papel, pero que con el tiempo estos proto-ingenieros
descubrieron que también era posible escuchar. Era un habla solo imaginable
para seres de otro planeta o de un relato de ciencia ficción:
raya-raya-raya-punto; punto-punto-raya. Sus razones tenían para ser lacónicos,
aunque, como en todas partes, también existieron los poetas.
Telegrafistas,
en el sentido etimológico, lo puede ser cualquiera. Basta comunicar a distancia
(tele) un mensaje (grafe). En un estadio, los fanáticos que se comunican de un
lado a otro de las tribunas, son telegrafistas, para no hablar de los usuarios
actuales del correo electrónico o Whats App. Sin embargo, el telegrafista al
que se refiere esta historia, el Morse, habla más bien de unos funcionarios
públicos que transmitían las necesidades perentorias de la gente, los dineritos
para el familiar, para el negocio; las noticias funestas sobre la muerte del
tío y del abuelo, así como otras más mundanas que les permitía saber lo que
ocurría en otras partes del mundo. Y que –junto con el sacerdote, el médico y
el abogado–, tenían acceso a ciertas privacidades de la población por lo que
estaban, por ley, obligados a ser discretos. Técnicos a quienes, sin otra razón
que la de ser los telegrafistas de las ciudades y los pueblos, se les daba un
lugar especial en las sociedades, pues los conocías todos, se les consideraba
cultos por ese extraño conocimiento que habían adquirido y se les invitaba a
las ceremonias del presidente municipal, aunque en el fondo de todo el asunto
el telegrafista fuera un ser humilde y mal remunerado; como pudo apreciarse en
este movimiento del 14 de febrero de 1933, para la propia Dirección de
Telégrafos eran, solamente, obreros calificados; ubicados en los sótanos del
escalafón administrativo, los telegrafistas siempre fueron unos seres
incomprendidos; personajes ansiosos que muchas veces desahogaron sus penas en
una botella de licor o en un nervioso tic. El tic del telegrafista.
El principio del
fin del sistema telegráfico Morse es difícil de advertir en sus tendencias
puramente técnicas. El proceso de modernización de las telecomunicaciones
eléctricas, claramente iniciado en 1902 con la radiotelegrafía, es ostensible
hasta la década de los cincuenta, cuando la Dirección de Telégrafos Nacionales
inicia oficialmente su automatización nacional; el cambio se aprecia, no
obstante, en la política laboral de las autoridades hacia el gremio de
telegrafistas, recién terminada la Revolución.
La primera
intención de formar un gremio de telegrafistas con posibilidades de éxito se da
el 31 de octubre de 1922, cuando los telegrafistas, encabezados por Enrique
Cervantes y Luis Esponda, solicitan al general Álvaro Obregón ayuda para la
realización del Congreso de Telegrafistas, dada la creciente apatía de los
funcionarios de la Dirección contra el personal, con resultado de varios ceses
injustificados.
El general
Obregón les respondió con este mensaje escrito con redacción telegráfica, porque
hasta eso, los telegrafistas tenían su propia redacción: "Copia del
Telegrama.- Contestación del Señor Presidente de la República. Número 45.
Palacio Nacional Noviembre, 1 de 1922. Señores Enrique Cervantes, Luis Coello
Esponda, Oficina Central de Telégrafos. Secretaría Particula K. 16 -Su atento
mensaje ayer.- Ejecutivo mi cargo con todo gusto impartirá ayuda para que
reúnan delegados de ese importante gremio, facilitará pases, al conocer tiempo
necesitarán permanecer ésta Capital, resolverá así mismo cooperación económica
que Gobierno prestarles. Presidente República. A. Obregón."1
Así, gracias a la ayuda de Obregón,
el 14 de diciembre de ese mismo año se celebra la Gran Convención de
Telegrafistas Nacionales "para discutir y en su caso formar el Código del
telegrafista, que encierra en síntesis los derechos y obligaciones del
personal", según comenta en 1947 el telegrafista Isacc López Fuentes en su
libro Semblanza Trágica del Telégrafo y
los Telegrafistas Nacionales, entre los que ya se contaba el seguro
de vida, los 15 días hábiles de vacaciones y la inmovilidad laboral.2
En el Congreso, Obregón hace un sensitivo
discurso a los participantes, sobre que, ahora sí, los telegrafistas recogen el
fruto, al poderse unir, de las semillas sembradas con su sangre en la
Revolución. Antes, dijo, gobernaba uno solo, un dictador al que obedecían sus
siervos. Ahora el gobierno es una entidad compuesta por todos, y es de todos,
la responsabilidad de que sea bueno o malo. "Dignificar al pueblo mexicano
y dignificar al Gobierno con el contingente moral y mental que cada uno de
nosotros, desinteresadamente y patrióticamente, debemos aportar para la
grandeza de nuestra patria."3
"Al honrado
Gremio de Telegrafistas Nacionales que con abnegación y eficacia al servicio de
la Nación.
"Aquí también presentamos a
mayor abundamiento de pruebas de vuestra
contribución de sangre a la Revolución, una partícula para no ser muy extenso,
de vuestro cuadro de honor, cuadro que decora y sostiene incólume las columnas
de nuestra tradición: esta pequeña reseña representa algunos nombres tomados al
azar, de compañeros que sacrificaron sus vidas en aras del ideal
revolucionario, ante cuyos recuerdos suspendemos la lectura, querido lector,
porque se anuda la garganta, nos descubrimos, guardamos un minuto de silencio y
les dedicamos con todo fervor, un pensamiento de admiración y gratitud a
nuestros muertos a fin de que a guisa de recordarlos descansen en paz." Seguido
de una lista de doce telegrafistas con motivo y año de su muerte.
A pesar de todas estas muestras de
dramática gratitud, la retórica del general Obregón no pudo congraciarse del
todo en la práctica, de las cuatro administraciones telegráficas durante su
mandato ninguna se distingue por no haber reprimido al "glorioso"
gremio de telegrafistas, según narra el testigo de referencia, don Isacc López
Fuentes.
El triunfo de Obregón trajo como
consecuencia la caída de don Mario Méndez, "y el paso fugaz y perentorio
de Ismael Rueda Toledo, designado por el general Pablo González,
interinamente". Posteriormente, siguieron Felizardo Farías, Luis G. Zepeda
y Ricardo C. López, nombrados por el general Obregón, sus gestiones se
distinguen, según don Isaac, por el endurecimiento de las autoridades contra el
incipiente gremio telegrafista. Rueda Toledo muy poco fue lo que duró en la
Dirección, pero Felizardo Díaz se distinguió "persiguiendo apasionadamente
con el cese injustificado a determinado grupo de compañeros; Luis G. Zepeda,
formó su prosélito favorito, pero tiene en su haber el mejoramiento de sueldos
en general; no obstante trabó enconada lucha con la ínclita "Unión de
Telegrafistas de la Federación", encabezada por Abel Flores Treviño,
Enrique C. Cervantes, Tomás Velázquez, José Olcarte León, director del
inolvidable periódico "La Voz del Telégrafo" (...) y tal parece que
Zepeda perdió la batalla y salió de la Dirección para ser ocupado su puesto por
Ricardo C. López, en cuya actuación no se distingue otra cosa más que la lucha
estéril y apasionada con la misma ´Unión´, con resultado de su salida de la
propia Dirección". Este periodo, para López Fuentes, "no imprimió
propiamente ninguna semblanza definida del Telégrafo", mas "abonó y
preparó el terreno" para lo que vendría después.4
Al término del mandato de Álvaro
Obregón es designado como Director de Telégrafos don Antonio González Montero,
telegrafista, revolucionario con Calles y el propio Obregón, que creó "una
nueva visión, un nuevo ideal" en el interés de los telegrafistas. Para
López Fuentes esta "fue la Era más brillante que ha tenido el telégrafo
desde don Juan de la Granja hasta nuestros días". ¿Quién no añora esa
administración?, se pregunta. Se creó el seguro de vida de los telegrafistas;
se consolidó la Unión de Telegrafistas de la Federación; se fundó la Revista
"Telenales", "y se desenvolvió en lo sucesivo un plano de lucha
más liberal". Se implantó la jornada de ocho horas diarias de trabajo,
aunque esa conquista teórica haya sido un mito, comenta en 1947. "Algo así
como un elefante blanco que se contempla ensimismado hasta nuestros días, sin
saber a qué atribuirlo"; se creó además una relación regular entre
trabajadores y patrón oficial y la Revista
Telegráfica bajo la dirección del "compañero poeta" don Leopoldo
Ramos. "Mejoraron notablemente los sueldos (...) y el servicio en general
era cada día más eficiente; las movilizaciones y los ascensos del personal,
cuando no se hacían con intervención de la ´Unión´, se llevaban a cabo, previa
la conformidad de los interesados, y así, dentro de este ambiente de concordia
y reciprocidad, de dar y de recibir, transcurrieron los años de 1925 a 1932,
hasta el 14 de febrero de 1933, fecha en que, por fuerza mayor, cayó de las
manos de don Antonio González Montero el prestigio de un servicio público y el
abandono a la incertidumbre, al azar de un abnegado gremio que con él se hizo
digno de mejor suerte."5
La huelga
El 1o. de febrero de 1933 la
Secretaría de Comunicaciones y Obras Públicas decidió unir en una sola
instancia las direcciones nacionales de Correos y Telégrafos. "Este acuerdo
tan importante que, aparte de significar grandes economías para el Erario –informó–,
se traducirá también en mayores facilidades para el despacho y para los
intereses del público, fue dictado ayer por el señor Presidente de la
República, en el acuerdo que celebró con el Secretario de Comunicaciones y
Obras Públicas, general Miguel M. Acosta”.
"Desde luego fue nombrado nuevo
Director General de Correos y Telégrafos el señor Arturo M. Elías, quien, hasta
últimas fechas, desempeñaba el cargo de Director General de Correos”. En cuanto
al Director de Telégrafos, Antonio González Montero, se dijo que
"desempeñará otra importante comisión que pronto le va a ser
conferida."
La SCOP afirmó
además que, al fusionarse y marchar como una sola Dirección, los servicios de
correos y telégrafos se unían como "en la mayoría de las principales
naciones, sin que se haya observado la menor dificultad y sí muchas ventajas."6
Los rumores dentro de la central de
telégrafos empezaron a correr ese mismo día. La perspectiva de quedar los
telegrafistas subordinados a los empleados postales era algo que los llenaba de
incertidumbres. En los días siguientes corrieron noticias de destituciones de
personal telegráfico para ser reemplazados por postales. Se empezaron a dar
reuniones, primero de unos cuantos, luego de más y al final de todos.
El 10 de febrero los telegrafistas
entusiastas convocaron a una reunión urgente en el salón de la Unión de
Empleados de Restaurante en la Calle de Donceles. El principal objetivo era el
de revivir la antigua Unión de Telegrafistas y elegir desde luego una mesa
directiva que los representara ante las autoridades. Antes de la reunión
algunos hablaban de lanzarse a la huelga; otros opinaban que la mejor opción
era hablar con el ex-presidente Calles –el verdadero mandamás del país en pleno
Maximato–, o en buscar apoyo del sindicato de ferrocarrileros.
Lo cierto es que
imperaba la perplejidad general, máxime que empezaban a llegar noticias de más
destituciones, como la del jefe de telégrafos de Cuernavaca, que había sido
substituido por el de Correos.
Cerca de quinientos telegrafistas
llegaron a la Calle de Donceles a la hora acordada, y en muy pocos minutos
aquella reunión se convirtió en asamblea, formando una mesa directiva donde
quedó como presidente don Antonio Dávalos Jara, vicepresidente José G. Montoya;
secretario de actas Francisco Velasco, segundo secretario Arístides Barrera y
tesorero L. Ayala, nombrándose además un delegado por cada uno de los distintos
departamentos de la Dirección General de Telégrafos.
Según la prensa,
ocurre "un incidente" al proponerse al Lic. Vicente Lombardo como
abogado consultor de la Unión, pues la mayoría están porque sea el Lic. Samuel
Almarás."7
El principal orador, Francisco
Velasco, leyó algunas inquietudes de los compañeros, como la de luchar por conservar
las comisiones de los giros, asegurar la habitación de los jefes de oficina en
provincia y temores fundados de ser remplazados en sus labores por elementos
del ejército o ferrocarrileros, "llevándolos a la miseria". Una
original proposición que produjo ruidosos aplausos, consistía en seis meses de
adiestramiento a los telegrafistas para aprender a manejar el correo, y un año
a los postales para que aprendiesen a manejar el telégrafo, "y entonces
que se resuelva quién debe estar supeditado a quién, a juzgar por la
eficiencia".
Por último, se
propuso consultar a Plutarco Elías Calles en su finca de Cuernavaca y se leyó
una carta que, a nombre de la Unión, se enviaba al Secretario de Comunicaciones,
que en su versión final decía:
"México,
D.F. 10 de febrero de 1933
-Ciudad.- Gral.
Miguel M. Acosta, Secretario de Comunicaciones y Obras Públicas.- En mensaje de
hoy decimos al C. Presidente de la República: "Por declaraciones que
publican periódicos de hoy, nos hemos enterado de que los altos funcionarios de
correos pondrán en práctica para el 16 del actual medidas que tienden a
perjudicar al personal de Telégrafos, aprovechándose del decreto que ordena la
fusión de los dos ramos. Como con estas medidas también resultará altamente
perjudicado el servicio telegráfico, creemos de nuestro deber salir en defensa
de nuestro ramo, que se ha formado con probada abnegación y grandes sacrificios
de nuestra parte, con pérdidas de muchas vidas de telegrafistas que han
cooperado directamente al triunfo de la causa revolucionaria."
Los
telegrafistas solicitan al Presidente que se suspenda provisionalmente la
fusión, en tanto que los propios telegrafistas, mediante una comisión,
"estudien con conocimiento de causa las economías que razonablemente
pueden hacerse en su propio ramo, sin lesionar en la forma que se pretende
nuestros intereses, con lo cual sólo se conseguirá aumentar el antagonismo
creado por el personal de Correos, por la preponderancia y marcada actitud
absorbente que ha asumido en nuestra contra. Para dar a usted mayores detalles
de viva voz, suplicámosle conceda audiencia a una comisión que
formaremos."8
El 11 de febrero
la inquietud está en su más alto nivel. Un grupo de empleados telegráficos
"se apersonó" en las oficinas del nuevo director de Correos y
Telégrafos, Arturo M. Elías, para solicitarle audiencia con el Presidente
Abelardo L. Rodríguez y exponerle su situación. En tanto, las autoridades de
Comunicaciones dijeron que los telegrafistas "se estaban curando en
salud", pues hasta el momento no había sido dictada "ninguna medida
económica que los lesione", informó la prensa.
Entrevistados
los telegrafistas, afirmaron no estar en desacuerdo con la fusión, como ya
habían advertido, sino "con el procedimiento" (…) "por la forma
en que se ha iniciado esa operación, debido a que la mayor parte de ellos
tienen ya muchos años de servicio en la red telegráfica y han adquirido sus
categorías por escalafón". Lo más grave, dijeron, es que no solo afecta
esta medida a los telegrafistas operarios, sino también a los mensajeros,
empleados y celadores, "quienes pueden ser cesados casi en su
totalidad"; igualmente, el señor Arístides Barrera, segundo secretario de
la Unión, desmintió incidentes en Chihuahua, Durango y Toluca y solo informó sobre
adhesiones "de varios elementos civiles y militares, entre los que se
cuentan algunos generales y políticos, quienes han ofrecido su apoyo moral y
material" a los telegrafistas.9
Entretanto, los
telegrafistas estuvieron reunidos en el salón sindical de los restauranteros
esperando noticias sobre sus gestiones. Pudo percibirse un ánimo muy
generalizado por lanzarse a la huelga, pues las auscultaciones no solo se
hicieron entre los telegrafistas capitalinos, sino, dueños aún de sus aparatos
de comunicación, hubo enlaces con casi toda la provincia, de donde se
recogieron algunas de las opiniones más radicales, e inquietantes noticias,
como la del incidente ocurrido esa mañana en las oficinas de la ciudad de
Puebla, donde se inició un paro de labores momentáneo al presentarse varios
elementos postales en telégrafos para hacerse cargo del servicio . Estos
incidentes provocadores, no se sabe exactamente de dónde surgían, si eran
órdenes directas de la Secretaría o ambiciosas iniciativas de los de los trabajadores
de Correos por encargarse desde luego del sistema telegráfico. lo cierto es que
lo que produjo fueron enfrentamientos que pudieron llegar a mayores, de no
haberse girado circulares urgentes de la Dirección a todas las administraciones
de Correos para abstenerse de intentar tomar las instalaciones telegráficas por
la fuerza.10
En la reunión de
la calle de Donceles, los telegrafistas recibieron dos mensajes, ninguno
consolador.
El primero fue
del Subdirector de Telégrafos, Ing. Pedro Martínez Tornel, que no obstante
haberse quedado sin Director permanecía en el puesto. Con un lenguaje muy
complicado trata de solidarizarse con la lucha de los telegrafistas, a la vez
que les pide serenidad, ofreciéndoles cosas que evidentemente no estaba en
condiciones de ofrecer:
"Circular 3566-S.P.-confirmando
circular 3563 fecha nueve del actual, permítome informar personal red que estos
momentos lucho tesoneramente objeto mayoría oficinas foráneas postales queden
controladas por servidores ramo telegráfico; recomiendo personal telegráfico
que, al asumir funciones postales, empéñese en demostrar idoneidad, pues
conocida ésta superioridad decidirá qué labores ambas oficinas queden cargo
ustedes. Por delicadeza situación invoco cordura personal, encareciéndole todo
esfuerzo para que servicio no sufra trastornos y prosperen como lo espero
gestiones que empeñosamente desarrollo."11
Por otro lado,
la Comisión para entrevistarse con el general Calles, envió un telegrama que
decía:
"Cuernavaca, Mor. -11 de
febrero de 1933- Sr. Barrera y personal Red: Estamos gestionando activamente
obtener audiencia Señor General Calles a la mayor brevedad. El Señor Gobernador
Estrada Cajigal ofreciéndonos gentilmente valiosa cooperación objeto no
resulten lesionados intereses de los telegrafistas. Recomendamos serenidad.
Fraternalmente.
Por la Comisión, Antonio Dávalos Jara.12
Al día siguiente
se informó que como Plutarco Elías Calles se dedicaba a descansar sábado y
domingo, los delegados habrían de esperar al lunes para verlo. Mucho después se
supo que lo que pasó es que Calles poco o nada sabía del conflicto, por lo que
esa tregua de dos días le sirvió para llevar hasta su finca a los secretarios
de Estado, Pani y Acosta, con el objeto de informarse plenamente de los hechos
para acordar la actitud más de acuerdo a las circunstancias que, como “ex-presidente”,
debería asumir. Ni entonces ni ahora era secreto que el llamado Jefe Máximo de
la Revolución (de ahí Maximato) era el verdadero mandamás de la nación, y que
la triada compuesta por Pascual Ortiz Rubio, Emilio Portes Gil y Abelardo L.
Rodríguez, entre 1928 y 1934, eran en realidad obedientes sucesores que hacían
lo que el Jefe mandaba.
El domingo 12
fue de calma chicha. La moral de los telegrafistas se mantuvo alta, a pesar de
la menor asistencia a la reunión de Donceles y a otros incidentes inquietantes
de provincia. Arístides Barrera afirmó estar "casi seguro que (Calles)
pedirá a la Superioridad las reformas consiguientes al decreto que fusiona los
servicios", sin otro fundamento que su gran entusiasmo. Dijo también que
las adhesiones son tantas "que (los telegrafistas) conservan la firme
creencia de conseguir su objeto". Cámaras de Comercio, agrupaciones
obreras y campesinas, jefes de operaciones militares "y numerosos civiles
y políticos han patentizado su solidaridad", informó. En efecto, a las once
horas recibieron del personal telegráfico de San Luis Potosí, las adhesiones de
la Cámara de Comercio estatal, del general Saturnino Cedillo, del Jefe de
operaciones militares, la liga de comunidades agrarias, el Sindicato Único de
Ferrocarrileros y el propio gobernador de ese Estado, quienes
"manifestaron sus simpatías" por la lucha de los telegrafistas que ,
además de así decírselo a ellos, enviaron sendos mensajes al general Calles y
al Presidente Rodríguez "en el sentido de que se haga justicia".
Por otro lado,
de Mérida informaron que "ha sido desbaratada la fusión de las oficinas
que se había llevado a cabo". Se recibieron también preocupantes mensajes
de Tulancingo, Hgo., Santa Lucrecia, Ver., Arriaga, Chis., de Baja California
Norte, Tampico y Morelia, lugar este último en donde, se dijo, cesaron a un
empleado y un mensajero, "quienes fueron arrojados a la calle por el
inspector postal", siendo reingresados por el apoyo de sus compañeros,
quienes esperan instrucciones de la Unión; también hubo mensajes de La Piedad y
Coalcomán, Mich., C.García, Zac., Ozuluama y Tantoyuca, Ver., Chihuahua y La
Cruz del propio estado, Huatambo, Son. Tecpan, Gro., Cuatro Ciénegas, Coah.,
Tala, Jal., Aguascalientes y Torreón, algunos para pedir instrucciones ante amenazas
y provocaciones postales, otros solo para manifestar su entero apoyo al
movimiento.13
Los sucesos de
esa jornada merecieron al día siguiente un par de editoriales en los diarios La
Prensa y Excélsior, el primero sin firma, de apoyo al movimiento telegrafista,
el segundo firmado por José de J. Núñez y Domínguez, que hace una apología
ridícula a favor del mismo gremio donde, en medio de una retórica malabarista no
queda claro si es apoyo o ataque a la lucha que en ese momento libran los
telegrafistas, pues si bien se refiere a ellos debido al movimiento, en su
largo texto no dedica más que una titubeante línea de aparente denuesto a los
telegrafistas metropolitanos, iniciadores de la lucha que nos ocupa. Habla
copiosamente del poeta telegrafista Leopoldo Ramos sin venir al caso; de que el
telegrafista nacional "convierte su existencia en sacerdocio, sin más
finalidad que el bien a sus semejantes"; los llama "héroes civiles,
paladines honestos" y otras cursilerías por el estilo, sin referirse al
movimiento, salvo en una sugestiva donde se advierten sus verdaderas
intenciones, pues dice que "no hay que juzgar a ese noble gremio desde la
molicie de la metrópoli".14
La editorial de
La Prensa dice que el empleado postal "es un mero oficinista", en
tanto que el telegrafista es un técnico "profesionista"; que la
medida de las autoridades es una "injusticia moral", pues el servicio
telegráfico ha sido bueno y eficiente, lo que no puede esperarse si se pone a
cargo de un empleado postal que lo desconoce de principio a fin. "Por
ejemplo –termina–, un jefe militar necesita tratar telegráficamente asuntos
graves. ¿Cómo puede servirlo, dentro de la responsabilidad y eficiencia
rigurosa, un mero burócrata, que habrá de delegar el trámite en segundas
manos?"15
La tormenta se
desató el día 13 de febrero, cuando el Secretario de Comunicaciones y Obras
Públicas, Gral. Miguel M. Acosta, cesó a todo el segundo turno de telegrafistas
de la Central del Distrito Federal.
Antes de referir
este hecho, conviene detenerse brevemente en algunos antecedentes de este
funcionario, aparecidas en un libro de Memorias
(Grijalbo, 1986) del famoso matón potosino y cacique político por décadas en la
región, Gonzalo N. Santos que, además de conocerlo desde los albores de la Revolución Mexicana ,
allá por 1911, lo consideraba "su hermano" y su amigo del alma, razón
por la cual, lo que cuenta adquiere una siniestra veracidad. El General Acosta
se integró a la Revolución
en 1910, siendo muy joven, como mayor, en la Huasteca potosina. Fue
jefe militar de más de cien batallas revolucionarias. Comandante Militar de la Plaza de México y la de
Veracruz y Oficial Mayor en el gobierno de Obregón de la Secretaría de Guerra y
Marina. El alto cargo de secretario de Comunicaciones con el Presidente Ortiz
Rubio lo consiguió, según Santos, a raíz de la victoria en 1929 sobre "el
incidente" Jesús M. Aguirre, famoso también por haber dado muerte al
general Miguel Alemán, padre del que después sería presidente de México. Cuando
Abelardo L. Rodríguez tomó posesión de la presidencia, el General Acosta, a
quien llamaba "su cuate", intentó darle la Secretaría de Guerra y
Marina, pero el propio General Calles le pidió que lo dejara en Comunicaciones,
donde estaba haciendo “muy buena labor", y que nombrara mejor a Pablo
Quiroga. De entre lo que cuenta Santos de su amigo Acosta, sobresale una
anécdota que, no obstante su amplitud, conviene mencionarla entera, pues nos
muestra claramente la personalidad del general, e ilustra a la perfección el
sujeto al cual hubieron de enfrentarse ese día los telegrafistas en su propia
oficina de aparatos cuando, iracundo, bajó Acosta de sus oficinas para cesar
intempestivamente a cerca de doscientos empleados.
Andando en la sierra
guanajuatense en campaña fue tomado un prisionero que no mataron luego porque
conocía muy bien la zona y utilizaron como guía. Al llegar al destino deseado,
Acosta preguntó a Santos qué hacía con el prisionero, a lo que Santos, que
nunca pecó de clemencia ni mucho menos, le respondió que podrían pagar el favor
recibido dejándolo ir, que era lo que le parecía más justo. Acosta le
respondió: "tú no tienes madera de franciscano ni de miembro de la Cruz
Roja, tú eres revolucionario desde muy chico y sería muy malo que te empezaras
a descomponer teniendo lástima del enemigo en algunas circunstancias, pero para
quitar cualquier escrúpulo que pudieras tener mañana o pasado, cosa que no creo
(nadie lo creía), tráelo aquí a mi presencia y yo arreglaré esto como se deben
arreglar estas cosas. Mandé comparecer al Mayor con el teniente Zataray –prosigue
Santos–, y Acosta le dijo: "Con que usted quiere regresar para sus
terrenos", "Sí, mi general", le contestó el charro cuadrándosele
y Acosta le dijo: "Lo voy a despachar de aquí, pero no para sus terrenos,
se va a ir usted mucho más lejos. Se va a ir al cielo y allá saluda de mi parte
al cabrón de San Pedro". Diciendo esto, Acosta sacó la pistola y le fajó
rápidamente dos balazos, uno en la cabeza y otro en el pecho."16
Santos estaba
muy lejos de volverse franciscano o médico humanitario, pues él mismo afirma
haberse cargado con su propia mano a algunos individuos; sin embargo, se
conmovió porque el Mayor era un valiente y él respetaba sobre todas las cosas
esta virtud. Doce años después, Acosta no duda en reprimir con el cese, primero
y con la fuerza pública y el ejército, después, a los telegrafistas. La actitud
pasiva de los telegrafistas –y juiciosa, pues conocían muy bien a los generales
a quienes habían acompañado de cerca en las campañas– evitó que terminara la
escena que sigue en una desgracia mayor.
La foto de Enrique Metínides simboliza el drama
aunque es ajena al movimiento
El cese
La tarde del día
13, a las siete y media, el general Miguel M. Acosta, informado que el
telegrama urgente que había enviado a todas las administraciones del país,
ordenando a los telegrafistas ponerse a las inmediatas órdenes de los empleados
de Correos, habían sido roto y echado a la basura por los telegrafistas
operarios, descendió precipitadamente las escaleras del Palacio de
Comunicaciones, salió y caminó los escasos metros que lo separaban del Edificio
de Telégrafos, entró intempestivo a la sala de aparatos y se enfrentó
ruidosamente a los telegrafistas insubordinados. Lo acompañaba el subdirector
Tornel. López y Fuentes, atento a los hechos, relata que el General Acosta,
"hombre de temperamento irritable", bajó a la sala de aparatos "increpando
en forma violenta y ruda al personal". Y como no faltó quien se le
enfrentó para reclamarle su negativa de audiencia, el General Acosta dictó el
cese inmediato de todo el turno. El mismo López y Fuentes narra, en otro lugar,
de alguien que enfrentó al iracundo general: "estando el general con botas
y fuete en la mano, amonestando personalmente a los telegrafistas descarriados,
la señorita Celia Heredia se levantó de su asiento y, por encima de todos,
arriba de una de las mesas de trabajo, dijo al general:
- Nada tiene usted que estar haciendo aquí.
Usted, con su simple presencia, con su festinado lujo de fuerza bruta que le
dan sus botas de recluta, profana este sagrado templo de trabajo.
Tartamudeante,
según era su modo en los momentos difíciles –a decir de su "hermano"
Santos–, ordenó a Martínez Tonel el cese inmediato de más de doscientos
empleados que componían el turno.
Desde ese
momento se apoderó la incertidumbre de los telegrafistas, que permanecieron
reunidos hasta pasadas las doce de la noche en espera de los resultados de su
última –aunque no menos importante– carta: la entrevista con el General Calles,
mandamás de la nación.
Entretanto recibieron
una carta de Martínez Tornel en la que ofrecía una oferta del general Acosta de
revocar el cese a cambio de una actitud pasiva de los telegrafistas, respuesta
que dejaron en suspenso. A la medianoche, un cable de Cuernavaca informó que solo
se había conseguido obtener audiencia con el Jefe Máximo al siguiente día, por
lo que se recomendaba aplazar toda medida por 24 horas, cosa que se aceptó.
Curiosamente –e ingenuamente–, los telegrafistas estaban convencidos de que
Calles, en cuanto escuchara sus razones de amplios matices sentimentales, iba a
tomar el teléfono para ordenar al presidente, o al mismo secretario Acosta,
suspender todas las acciones contra de los telegrafistas, pues la nación estaba
en deuda con ellos por haber vertido tan copiosamente su sangre en la
Revolución. Un sueño guajiro que hizo más dolorosa la caída de la recta final.
A la mañana
siguiente, aparecen en la prensa dos editoriales de apoyo al movimiento
telegrafista. Uno en Excélsior, firmado por el laureado poeta-telegrafista don
Leopoldo Ramos, que manifestaba apoyo a sus colegas. Luego de hacer un recuento
de la historia del telégrafo, habla del "papel primerísimo" que han
jugado los telegrafistas en la Historia de México, así como de la entrega en
cuerpo y alma del telegrafista al servicio que presta. "Al considerar
estas verdades -abunda-, y pocos son aquellos que las desconocen, se piensa inmediatamente
en la injusticia que desde hace años se ha venido cometiendo con el humilde
empleado de telégrafos, relegándolo al plano inferior que ocupa en la
administración pública, ya que, por equidad, sólo por equidad, su abnegado
gremio debería de contar con más amplios medios de vida”.17 Otra
nota editorial apareció en La Prensa, sin firma, titulado "¿Autonomía
telegráfica?", hace mención de los bajos salarios de 3 y 4 pesos diarios
que reciben los telegrafistas, muy por abajo del medio confortable en esas épocas de crisis; de la preparación
incomparable de los telegrafistas frente a los empleados postales, así como del
fracaso inminente del servicio en caso de darse la fusión.18 Por
último, El Universal, que poco o casi nada había mencionado en los días
anteriores el conflicto telegráfico, se disculpa este día 14 arguyendo que
"nos reservábamos para informar a
nuestros lectores sobre hechos concretos y no sobre simples suposiciones".19
López Fuentes dice que "en la prensa se pusieron anuncios solicitando
operadores con sueldos de hasta de diez pesos, cuatro más que el normal",
pero otras investigaciones desmienten esta versión, pues tratándose de los
principales diarios de la capital, que es donde debieran haber aparecido,
ninguno publicó anuncios con esas características.
Al mediodía del
día 14 regresaron arrastrando la cobija los comisionados en Cuernavaca. El
general Calles les hizo ver a los telegrafistas el error táctico de haber
acudido a él, que era el gobernante real, y no con el Presidente Rodríguez, que
era el oficial, lo que lo obligaba a apoyar sus decisiones gubernamentales. En
otras palabras, les ofreció su apoyo moral, pero les advirtió que "debían
acercarse al Señor Presidente Abelardo L. Rodríguez, a quien correspondía la
resolución".20
Desesperados,
acudieron a Palacio Nacional a tratar de entrevistarse con quien debieron insistir
primero que, lógicamente, se negó a recibirlos; fueron atendidos –es un decir–
por el jefe del estado Mayor, general Juan F. Azcárate, quien les advirtió
"que los acuerdos del Gobierno no
pueden ser discutidos por los elementos al servicio del mismo, y por lo tanto
su actitud no tenía fundamento legal alguno"; los invitó a regresar a su
trabajo, si querían, pero "en la inteligencia de que sus servicios no eran
indispensables".21 Los telegrafistas, confundidos, descendieron
lentamente las escaleras del Palacio de Comunicaciones interrogándose sobre las
palabras del general: si los acuerdos no podían ser discutidos ¿importaba tener
fundamento legal?
En sus cálculos
finales los telegrafistas contaron un total de 168 compañeros cesados la tarde
anterior, y esperaban que en el curso de la "sesión permanente", en
Donceles 28, los turnos primero y tercero se solidarizaran adhiriéndose al paro
de labores. Entretanto, los servicios de la Central de Telégrafos, al mando del
Coronel Ramón Cortés González, fueron requisados por militares de la Escuela de
Enlaces y Transmisiones Militares del Estado Mayor Presidencial, a la vez que
sus instalaciones custodiadas por elementos de la policía montada del gobierno
de la ciudad. A esta innovadora maniobra gubernamental, que con las décadas se
haría una práctica común en las empresas estatales de comunicaciones
(especialmente Teléfonos de México), la requisa, se unieron desde luego dos
empresas esquirolas que ofrecieron sus servicios para suplir la demanda que los
inexpertos telegrafistas militares no podrían atender: la telefónica Ericsson y
los Ferrocarriles Nacionales de México, a las que la Secretaría autorizó para
atender al público que lo solicitase.
La Unión de
Telegrafistas se vio precisada a explicar al público el desarrollo del
conflicto. Ese día 14 fue redactado un Manifiesto en donde se responsabilizaba
de todos los hechos al secretario de Comunicaciones, General Miguel M. Acosta,
así como de las consecuencias que resultaran. "Somos los primeros en
lamentar los perjuicios" causados a los telegrafistas, dicen, pero el General
Acosta no solo se ha obstinado en ratificar el cese, "sino que se ha
manifestado firma e inquebrantable en su propósito de que la fusión se lleve a
cabo en condiciones desastrosas" para el telegrafista.22
A su vez, la
SCOP hizo una declaración oficial donde justifica la fusión de los servicios
telegráfico y postal en términos estrictamente económicos; el ahorro como de
dos millones, dice, traerá como consecuencia el abaratamiento de los dos
servicios, beneficiando sobre todo al público en general; respecto al paro de
telegrafistas, la Secretaría, conforme a la ley, afirma que este es ilegal y
que, por lo tanto, la requisa del sistema fue el único medio objetivo que le
dejaron. La fusión fue ordenada por las autoridades luego de un meditado
estudio económico a nivel nacional, es por ello que no puede echarse atrás,
además, "porque no se puede permitir que se quebrante el principio de
autoridad", finalizó la declaración, aparecida como el Manifiesto de la
Unión, al siguiente día en El Universal.23
Excélsior, por
su parte, hace el día 15 en su página editorial un recuento del conflicto
creado con la fusión de correos y telégrafos. Según este, se sabía que la
reforma traería como consecuencia el cese de unos 200 postales y unos 150
telegrafistas. Los primeros, afirma, estuvieron de acuerdo "por
considerarlo conveniente para los intereses generales", pero "los
segundos protestaron por la medida y se negaron a trabajar", previo
entendimiento con todos los telegrafistas de la República. Afirmaba que, de
hecho, "no de derecho", los telegrafistas habían declarado la huelga,
dudando de las numerosas adhesiones que de todo el país dicen haber recibido,
pues es muy extraño que "varios jefes de operaciones militares" y que
"algunas Cámaras de Comercio" den su apoyo tan espontáneamente
"a este movimiento en franca protesta contra las autoridades de la Federación".
Este conflicto, dice Excélsior, debe resolverse con serenidad y cordura pero,
ante todo, "es necesario poner a salvo ciertos principios que norman la
vida de las sociedades y que contribuyen a mantener en orden y el régimen de
autoridad constituida". Y aunque lamenta que cualquier empleado público
pierda su empleo, "más digna de tomarse en cuenta es la ley y la
autoridad, sin las cuales no es posible el concierto de los hombres
civilizados". Luego se pregunta si es posible que los empleados públicos
se lancen a la huelga, como los particulares que se amparan en la fracción
XVIII del artículo 123 de la Constitución. La respuesta es no. "El
empleado público no tiene derecho a la huelga por la obvia, por la clarísima
razón de que, si lo tuviera, podría, en un momento dado, provocar, no sólo las
mayores dificultades de orden público, sino hasta el derrocamiento de un
régimen político y amenazar las mismas instituciones. Esto es de tal manera
contundente, que no admite réplica, y quien lo discuta es un loco o un sofista
de mala fe." Y así sigue el Excélsior demostrando la ilegalidad,
ciertamente irrefutable, de la huelga de los telegrafistas, pero sobre todo
haciendo hincapié en la indisciplina y la pérdida de autoridad. Termina
interrogándose: "¿A dónde iría a parar un gobierno que tolerase la huelga
de sus empleados? ¿No estaría en peligro inminente de que mañana siguiesen
otros el ejemplo de los telegrafistas y su autoridad quedase subordinada al
arbitrio de sus propios servidores? ¿Y cómo, en estas circunstancias, puede
consolidarse un gobierno?"24
La Prensa, a su
vez, edita la segunda parte de su sección Poliedro
que el día anterior había iniciado bajo el nombre de "¿Autonomía de
Telégrafos?", sin firma personal, en donde hace un llamado a las partes
contendientes para que, sin lesionar los intereses de ninguna, se llegue a un
acuerdo satisfactorio.
Extrañada por la
actitud intempestiva del cese general, así como la determinación de un paro de
labores "que exacerba los ánimos en general y daña a todos los sectores
gubernamentales, sociales y hasta políticos". Por ello hace un recuento de
las argumentaciones, sobre todo oficiales, que giran en torno a las
"grandes economías" que la fusión representa. Estas economías, dice,
se basan principalmente en los gastos de rentas de casas para oficinas, luz y
otros servicios menores, lo que en cálculos aproximados asciende a unos $100
mil pesos anuales. Estas cifra no podrá ser totalmente suprimida, pues al
unirse los dos servicios, la oficina de correos necesitará más espacio con
rentas proporcionalmente mayores; pero admitiendo que se lograra ahorrarse el
50 por ciento de la suma expresada, quedaría en pie una economía como de 50 mil
pesos, en tanto que los demás gastos de servicios seguirán erogándose;
"empero, aceptemos por un momento que la economía sea también de 50 por
ciento, es decir, 25 mil pesos, los que unidos a los anteriores, suman 75 mil
pesos, cantidad pequeñísima si se toman en cuenta las incomodidades que al
público proporcionará una oficina con reducido espacio, y malamente atendida
por un empleado que, postal o telegrafista, unas veces trabajará en el sector
de correos y abandonará el de telégrafos, y viceversa, redundando todo ello en
perjuicio general”. ¿Qué garantía de servicio ofrecen los sustitutos?, se
pregunta; "lógico es suponer que los sustitutos serán meras figuras
decorativas, que percibirán un sueldo por verse en constantes conflictos
técnicos y prácticos para la administración de esas oficinas –dicho sea esto
sin ánimo de ofender a nadie–." Para finalizar, La Prensa hace un llamado
a las autoridades para que valorice y haga justicia a ese importante factor de
la vida nacional, que es el telegrafista, sugiriendo que, como en otros países,
podría dársele "cierta autonomía" al telégrafo, "librando de esa
carga al Erario Federal."25
El propio diario
publicó un aviso de Martínez Tornel, el subdirector de lo que era Telégrafos,
que buscaba disolver el movimiento "huelguístico": "Se hace
saber al gremio de telegrafistas, que todo aquel que esté con el Gobierno,
deberá presentarse a recibir instrucciones en la Subdirección del Ramo, en un
plazo de 24 horas. Los telegrafistas foráneos, al recibir el presente boletín,
deberán comunicarse inmediatamente con la Subdirección."26
La SCOP informó
que el servicio telegráfico estaba regularizado en "casi todo el
país", aprovechando la ayuda de los telegrafistas que no se unieron al
movimiento y a las empresas privadas que prestaron su ayuda. Los elementos
militares, al mando del Coronel Cortez, trabajaban los aparatos Morse y los de
radiotelefonía, no así los teletipos alemanes, recientemente adquiridos, que
solamente eran manejados por algunos técnicos solidarizados con el paro.
A su vez, la
Unión de Telegrafistas hizo un boletín en el que, por enésima ocasión, hace
referencia a la "solidaridad en toda la República" –frase, a estas
alturas, algo desgastada-, en tanto critica la pésima operación de los
telégrafos a manos de los militares, "que de ningún modo pueden atender eficientemente
las comunicaciones terrestres y radiotelegráficas del sistema, que requiere el
concurso de tres mil quinientos operadores que tienen paralizadas sus
labores."27
La actitud de la
Unión seguía siendo la misma, según su presidente don Antonio Dávalos: no a la
fusión en la forma en que se está haciendo; que una comisión mixta haga los
estudios convenientes para llevarla a cabo; que los telegrafistas no tengan
deterioros en sus percepciones y que se haga un plan de economías para buscar
la mejor forma de reducir los gastos de la Federación en el ramo de telégrafos.
Respecto a los cesados, Dávalos dijo que la decisión había sido tomada con
premura, pues no todos los empleados estaban involucrados en la destrucción del
fatídico telegrama, por lo que demandaba una minuciosa investigación para
deslindar responsabilidades.
¡A las 10 horas,
los telegrafistas hicieron una manifestación que partió de la Glorietas de
Carlos IV, El Caballito, por la Avenida Juárez, Francisco I. Madero, pasando
por Catedral, Palacio Nacional, para seguir por 5 de Mayo y llegar finalmente
el edificio del Sindicato Nacional de Trabajadores Ferrocarrileros, donde ahora
los telegrafistas realizan sus reuniones. Durante el recorrido, una comisión se
detuvo en la Cámara de Diputados en busca de apoyo moral. Concretamente, se
pretendía hablar con el diputado Manuel F. Ochoa del estado de Jalisco, que
había sido telegrafista, pero no pudieron encontrarlo. El único diputado que
accedió a dar su opinión, mas no su nombre, dijo que los presupuestos "no
pueden ser variados por el Ejecutivo para dar otra organización diversa a las
oficinas federales, pero sí podía reducir sus presupuestos en caso de que
quisiera hacer economías."28
Por último,
respecto a este fatigoso día 15, la Procuraduría General de Justicia de la
República, por parte de su Segundo Agente Lic. Ángel González de la Vega,
informó que la consignación hecha por la SCOP, debido a la actitud de los
telegrafistas, había sido turnada a esta por medio del Licenciado Emilio Portes
Gil. "Desde luego –afirmó– se han iniciado las diligencias inquisitivas
para proceder con apego a los preceptos legales."29
El 16 de febrero
la solución al acuerdo entre los telegrafistas y las autoridades fue puesta en
manos de la Cámara de Trabajo del Distrito Federal, cuyo Secretario General,
Alfredo Pérez Medina, estuvo haciendo intentos para entrevistarse con el
Presidente Rodríguez y con el Secretario Acosta. El primero "no tuvo
tiempo de recibirlo", según los periódicos, en tanto que Acosta le informó
que lo recibiría el día 17 en la mañana, por lo que era conveniente que ya
tuviera alguna solución. De este modo, Pérez Medina apuró a sus coordinadores a
tomar una decisión, que en la tarde de este mismo día fue dada a conocer.
Consistía en tres "imparciales" puntos que daban término al
conflicto: 1) Regreso inmediato de los telegrafistas a sus labores; 2)
Mediación de la Cámara para reconsiderar el cese masivo del Segundo Turno, y
3)"que deberán sujetarse a las disposiciones de la autoridad, en lo
relativo a la fusión".30
Otra tarea de la
Cámara de Trabajo fue darle matices políticos e ideológicos a la lucha
telegrafista. Corrieron rumores de "infiltraciones" a las sesiones de
los empleados, de "algunos líderes", que intentaban inducir a los de
"La Raza de la Hebra" –como se autonombraron los telegráficos– para
que se unieran a la Confederación Nacional de Organizaciones Magisteriales,
aprovechando su movimiento para iniciar una "huelga general"
desestabilizadora. En una reunión, efectivamente, el Secretario de Conflictos
de la citada Cámara "descubrió" al profesor David Vilchis,
"quien trataba de llevar a los telegrafistas por senderos
extraviados" y que prontamente fue desalojado de la reunión.31
Mientras las
autoridades afirmaban que los operadores telegráficos regresaban paulatinamente
a sus labores, y que la provincia, fuera de algunos puntos insignificantes,
daba todo su apoyo a la Secretaría. Los telegrafistas, reunidos en asamblea
permanente, confundidos por las "infiltraciones" de provocadores que
tanto perjuicio podrían causar a su movimiento, entraban y salían del salón de
sesiones, cuya puerta fue rígidamente controlada para evitar gente sin
identificación. A las dieciocho horas, desesperados, al calor de continuas
discusiones sobre si seguir en la lucha o aceptar las condiciones de las
autoridades, los telegrafistas solo estaban en espera de la comisión que fue a
entrevistar al Presidente para pedir clemencia. Unos minutos más tarde se supo
que no había querido recibirlos.
El día 17 la
llamada huelga de telegrafistas amanece aniquilada. El general Miguel M. Acosta
hace por escrito un balance final de la derrota de sus empleados. Ahora, sucede
que nadie estaba a favor de la huelga, solo unos cuantos
"instigadores" que arrastraron a otros tantos despistados en la
Capital de la República. La provincia, para este día, parece no haberse
percatado que hubo un conflicto. Empiezan a recibirse telegramas de
subordinación: Monterrey, Celaya, los primeros. Para el secretario de Comunicaciones
el conflicto fue pura "llamarada de petate" de los cabecillas, por lo
que "la Secretaría resolvió aceptar a los empleados, a reserva de separar
a todos aquellos que resulten responsables en las investigaciones que se están
practicando"32
De los
telegrafistas, el tercer turno fue el primero en abdicar iniciando sus labores
la misma tarde del 16. La diligencia de la Unión de Telegrafistas, por su
parte, informó haber aceptado "en su totalidad" los puntos impuestos
por la Cámara de Trabajo, por lo que dieron instrucciones a sus representados
para retomar las labores suspendidas y acatar las disposiciones respecto a la
fusión. A las diez de la mañana del 17 las comunicaciones telegráficas de todo
el país quedaron regularizadas. A la misma hora, salió de las instalaciones de Telégrafos
el contingente de soldados de la Escuela de Enlaces y Transmisiones Militares
que estuvo atendiendo el servicio. La Dirección de Correos y Telégrafos, a su
vez, afirmó que los cesados "no sumarían tan considerable número como se
creía."
En el transcurso
de la semana, un día unos, otro día otros, se expidió el cese para los
directivos de la Unión y delegados del Comité de Huelga, y según López y
Fuentes, "a continuación se dictaron más ceses, que llegaron a contar
varios cientos."33
A raíz del
fallido movimiento surge la Alianza de Telegrafistas Mexicanos que años después
será uno de los cuatro pilares del Sindicato Nacional de Trabajadores de la
SCOP. La lucha telegrafista establece parámetros de negociación y es el
precedente que permitirá advertir con evidencias, trastocando el demagogo
precepto revolucionario del "Estado para los trabajadores", las
claras diferencias entre un Estado-Jefe y sus empleados, como entidades
contrapuestas de mando y obediencia.
Los
telegrafistas, por su parte, equivocaron prácticamente todos sus movimientos;
utilizaron el chantaje sentimental como principal argumento: "nosotros los
telegrafistas, que dimos nuestra sangre en la Revolución"; no planificaron
en absoluto su movimiento de huelga, o paro, o como quiera que se le tenga que
tipificar, por lo que, jurídicamente, en efecto, su movimiento fue ilegal.
Insistieron en hablar con Calles en vez de haberlo hecho con el presidente
Rodríguez, lo que permitió a las autoridades ganar tiempo y confundir más las
cosas.
Los
telegrafistas, pues, no actuaron con inteligencia; no se asesoraron
debidamente; escogieron a Almarás en lugar de Lombardo Toledano para que los
representase, pero el primero ni siquiera se dignó a hacer un comentario sobre
el conflicto puesto en sus manos; iniciaron su movimiento
"huelguístico" el 14 de febrero, un día antes –acaso unas horas– de
recibir el pago de su quincena, por lo que unas cuantas horas de huelga sus
recursos empezaron a flaquear, como se advirtió en la colecta para enviar
representantes a Cuernavaca, que con apuros se pudo completar. También, esos
exacerbados ánimos triunfalistas que mantuvieron todo el tiempo fue un elemento
nocivo, pues afectó el celo personal de los funcionarios encargados de
"dialogar" con ellos y cambió el curso de la lucha, de un plano
estrictamente laboral, que miraba la eficiencia del servicio y los intereses
del público y la Secretaría (es decir, de México), a otro de celos y rencores
que culminó con la satanización de aptos y valerosos telegrafistas que por sus
cualidades de líderes fueron los primeros en quedar sin trabajo. Por último, la
presencia de militares en los puestos máximos de la administración fue el
pretexto para elaborar discursos de "obediencia", "respeto a la
patria", "disciplina" y "traición", que los puso con
la espalda contra la pared.
El telégrafo
Morse había perdido su estilo. Era el antecedente de los actuales servicios de
comunicación, pero solo eso, antecedente. Pero si había mala información sobre
los acontecimientos del día, había menos respecto a la historia. Y el Estado no
se preocupó por aclarar este punto (en realidad, no se preocupó por aclarar
ningún punto). El telégrafo estaba sufriendo cambios técnicos sin precedentes
en su historia de ochenta años. El telegrafista al que se refirió La Prensa en
sus editoriales ("es un profesionista, no un burócrata cualquiera")
es la imagen del telegrafista de La Reforma, aquellos que instruyó el
empresario Juan de la Granja a mediados del Siglo XIX; o la imagen del
telegrafista porfiriano, elemento clave para la comunicación expedita del Norte
con el Sur, del Centro con las costas, que en mucho contribuyó a la
pacificación militar de Díaz y a la delimitación definitiva del territorio
nacional, junto al ferrocarril.
La importancia
del telégrafo en el siglo anterior –siempre junto a la del ferrocarril–, había
sido fundamental para que se defendieran las fronteras con la prontitud que se
requería; para que se tomaran decisiones en el Centro sobre invasiones
extranjeras o sublevaciones, y se intervinieran casi de inmediato. Había sido
fundamental para las batallas de la Revolución, de esquemas logísticos todavía
decimonónicos.
Pero ese
telegrafista ya no era el de los años treinta. Ahora los medios de comunicación
eléctrica, es decir, las telecomunicaciones, habían adelantado enormemente. El
cable submarino funcionaba desde los albores del siglo, la radiotelegrafía había
irrumpido en la Revolución; el Morse era sustituido por el teletipo; casi un
ciento de radiodifusoras transmitían en el país. Los teléfonos se convertían en
un instrumento de uso permanente, y si sus sistemas no funcionaban óptimamente
era por la rivalidad que el Estado había permitido entre las dos compañías
concesionadas, que no lograban ponerse de acuerdo para enlazar sus líneas e
interconectar a sus respectivos abonados. Eso no lo tomó en cuenta la página
editorial de La Prensa, y el Estado, aunque no tenía razones para ignorarlo, no
se le ocurrió decirlo.
El 13 de febrero
el general Acosta llegó furibundo a la sala de aparatos y espetó su plan, no su
proyecto, pues está claro que a esas alturas no tenía ninguno. La fusión de
telégrafos y correos fue una ocurrencia de alguien que se convirtió en decreto
de ocho líneas y distaba mucho de podérsele considerar proyecto. El general,
entonces, tenía un plan, y este era el de enseñarles a los telegrafistas que
estaban dirigidos por un general ganador de más de cien batallas, a quien sus
órdenes no podían ser discutidas.34
El secretario de
Comunicaciones se portó como un patrón autoritario y como un político
inexperto. Lo que para los telegrafistas significaba estar dando patadas de
ahogado al romper el telegrama que desató la tormenta –antes de ahogarse por
completo–, para el general Acosta y los funcionarios que lo asesoraban, la
reacción de los telegrafistas fue un problema tan grave como sorpresivo, razón
por la que solo se les ocurrió recurrir a la violencia verbal, física y
laboral. Si hay que reconocer la inexperiencia de los telegrafistas, es más
evidente y llamativa la de los funcionarios, que no solo decidieron tapar el
pozo una vez muerto el niño, sino matar al resto de los niños para que no se
fueran a ahogar.
Estos funcionarios-generales, que tan muy poco
habían cambiado la silla del caballo por la del escritorio, tenían por
costumbre finiquitar cualquier conflicto a caballazos, rápida y violentamente,
como la anécdota del charro aquél de la sierra guanajuatense.
"La fusión
sólo sirvió para hundir más y más al telégrafo en la ineficacia pública –concluye taciturno su denuncia
don Isaac López Fuentes–, casi despreciable, cubierta de acres censuras,
lápidas con los epítetos más crueles y sangrantes de quienes sufrieron
trastornos en sus negocios o sus intereses de orden familiar".35
El presidente
Cárdenas mantuvo la fusión de los servicios, y fue hasta el periodo de Manuel Ávila
Camacho en que la fusión demostró ser "una mala medida tomada en el
pasado". En 1942 los telégrafos y los correos volvieron a ser
instituciones separadas. Pero los telegrafistas, nunca volvieron a ser lo que
habían sido.
Probablemente se
deba al tradicionalismo mexicano el que el telégrafo Morse no haya desaparecido
totalmente en la década de los cuarenta, como ocurrió en los Estados Unidos.
Los mexicanos, cuando le tomamos cariño a algo, se nos dificulta mucho
cambiarlo por otra cosa, aunque sea mejor. Son amores largos. Frente a una
Porfiriato de tres décadas y media, cumplimos siete décadas de PRI. El
telégrafo Morse, a pesar de la revolución técnica que empezó con el siglo, siguió
con vida mucho tiempo después. Las presiones que un país como México tiene para
que se adecue a eso que llaman la modernidad, obligó al gobierno a ir cambiando
poco a poco las instalaciones de comunicación, y el telégrafo Morse, aunque a
un ritmo conmovedoramente lento, fue cediendo su rústica traza a acervos de
museos, nunca completamente concretados, mientras las modernas técnicas fueron
apareciendo en las oficinas telegráficas, ocupando su lugar. Hoy en día, con el
internet, todos nos hemos vuelto telegrafistas.
Citas:
1 Isaac López Fuentes, Semblanza Trágica del Telégrafo y
los Telegrafistas Nacionales,
publicado por el autor, México, 1947, p. 19
2 Ibib, p. 18
3 Ibid, p. 20-21
4 Ibid, p. 17-18
5 Ibid, p. 22-23
6 Excélsior, 2 de febrero de 1935, p.
8
7 Excélsior, 11 de febrero de 1933,
p. 10
8 Ibid, p. 10
9 Excélsior, 12 de febrero de 1933,
p. 1 y 8
10 Ibid, p. 1
11 Ibid, p. 1 y 8
12 Ibid,
13 Excélsior, 13 de febrero de 1933, p.
8
14 Ibid, p. 5
15 La Prensa, 13 de febrero de 1933, p.
5
16 Gonzalo M. Santos, Memorias,
Grijalvo, México, 1986, p. 146. Otras
referencias
al general Acosta en páginas: 56, 499, 500, 837 y 838.
17 Excélsior, 14 de febrero de 1933, p.
5
18 La Prensa, 14 de febrero de 1933, p.
5 y 15
19 El Universal, 14 de febrero de 1933,
p. 1
20 El Universal, 15 de febrero de 1933,
2a. Sección, p. 7
21 El Universal, Ibid.
22 Ibid.
23 Ibid
24 Excélsior, 15 de febrero de 1933, p.
5
25 La Prensa, 15 de febrero de 1933, p.
5
26 Ibid,. p. 12
27 El Universal, 1a. Sección, 16 de
febrero de 1933, p. 1 y 7
28 Ibid.
29 Ibid
30 El Universal, 17 de febrero de 1933,
p. 8
31 Ibid.
32 El Universal, 1 de febrero de 1933,
p. 1
33 Isaac López Fuetes, ibid. p. 27
34 Nuestro testigo de referencia, Isaac
López Fuente, opina con otras
palabras
esa misma idea: "los autores de la fusión, ni siquiera lo
estudiaron
previamente como lo ameritaba este importante servicio
público;
ni siquiera hay elementos para creer que se equivocaron
de
buena fe, para ser disculpados después ante la historia; entonces
se deduce que se inspiraron en la
política campanaria de la exhibición y cavernaria de la ignorancia." p. 54
35 Isaac López Fuentes, Ibid, p. 10
Capítulo VI de mi libro: La raza de la hebra, historia del Telégrafo
Morse en México, BUAP, 2004 en primera edición; SYSCOM, 2005, en segunda
edición.