viernes, 14 de febrero de 2020

El ocaso del telégrafo Morse


A todos los telegrafistas en su día; hijos, nietos y bisnietos de telegrafistas de la república mexicana que nos las arreglamos para también ser telegrafistas. ¡Felicidades!


"Compañeros: alegre el ramo entero
rememora con gran satisfacción
el glorioso 14 de febrero
el principio de su liberación."

Premio de la Revolución

Telegrafistas de sutil oído
esclavos al rumor de su aparato
cubiertos por el polvo del olvido
para los cuales el destino ha sido
no solamente injusto sino ingrato!

Loor a los Telegrafistas
R. Jara Castillo

Existieron entre mediados del siglo XIX y las primeras tres décadas del XX unos personajes cuya singularidad consistía en comunicarse a través de un lenguaje de inextricable de puntos y rayas. Era una clave inventada por Samuel Morse para ser leída sobre una tira de papel, pero que con el tiempo estos proto-ingenieros descubrieron que también era posible escuchar. Era un habla solo imaginable para seres de otro planeta o de un relato de ciencia ficción: raya-raya-raya-punto; punto-punto-raya. Sus razones tenían para ser lacónicos, aunque, como en todas partes, también existieron los poetas.

Telegrafistas, en el sentido etimológico, lo puede ser cualquiera. Basta comunicar a distancia (tele) un mensaje (grafe). En un estadio, los fanáticos que se comunican de un lado a otro de las tribunas, son telegrafistas, para no hablar de los usuarios actuales del correo electrónico o Whats App. Sin embargo, el telegrafista al que se refiere esta historia, el Morse, habla más bien de unos funcionarios públicos que transmitían las necesidades perentorias de la gente, los dineritos para el familiar, para el negocio; las noticias funestas sobre la muerte del tío y del abuelo, así como otras más mundanas que les permitía saber lo que ocurría en otras partes del mundo. Y que –junto con el sacerdote, el médico y el abogado–, tenían acceso a ciertas privacidades de la población por lo que estaban, por ley, obligados a ser discretos. Técnicos a quienes, sin otra razón que la de ser los telegrafistas de las ciudades y los pueblos, se les daba un lugar especial en las sociedades, pues los conocías todos, se les consideraba cultos por ese extraño conocimiento que habían adquirido y se les invitaba a las ceremonias del presidente municipal, aunque en el fondo de todo el asunto el telegrafista fuera un ser humilde y mal remunerado; como pudo apreciarse en este movimiento del 14 de febrero de 1933, para la propia Dirección de Telégrafos eran, solamente, obreros calificados; ubicados en los sótanos del escalafón administrativo, los telegrafistas siempre fueron unos seres incomprendidos; personajes ansiosos que muchas veces desahogaron sus penas en una botella de licor o en un nervioso tic. El tic del telegrafista.

El principio del fin del sistema telegráfico Morse es difícil de advertir en sus tendencias puramente técnicas. El proceso de modernización de las telecomunicaciones eléctricas, claramente iniciado en 1902 con la radiotelegrafía, es ostensible hasta la década de los cincuenta, cuando la Dirección de Telégrafos Nacionales inicia oficialmente su automatización nacional; el cambio se aprecia, no obstante, en la política laboral de las autoridades hacia el gremio de telegrafistas, recién terminada la Revolución.

La primera intención de formar un gremio de telegrafistas con posibilidades de éxito se da el 31 de octubre de 1922, cuando los telegrafistas, encabezados por Enrique Cervantes y Luis Esponda, solicitan al general Álvaro Obregón ayuda para la realización del Congreso de Telegrafistas, dada la creciente apatía de los funcionarios de la Dirección contra el personal, con resultado de varios ceses injustificados.

El general Obregón les respondió con este mensaje escrito con redacción telegráfica, porque hasta eso, los telegrafistas tenían su propia redacción: "Copia del Telegrama.- Contestación del Señor Presidente de la República. Número 45. Palacio Nacional Noviembre, 1 de 1922. Señores Enrique Cervantes, Luis Coello Esponda, Oficina Central de Telégrafos. Secretaría Particula K. 16 -Su atento mensaje ayer.- Ejecutivo mi cargo con todo gusto impartirá ayuda para que reúnan delegados de ese importante gremio, facilitará pases, al conocer tiempo necesitarán permanecer ésta Capital, resolverá así mismo cooperación económica que Gobierno prestarles. Presidente República. A. Obregón."1

            Así, gracias a la ayuda de Obregón, el 14 de diciembre de ese mismo año se celebra la Gran Convención de Telegrafistas Nacionales "para discutir y en su caso formar el Código del telegrafista, que encierra en síntesis los derechos y obligaciones del personal", según comenta en 1947 el telegrafista Isacc López Fuentes en su libro Semblanza Trágica del Telégrafo y los Telegrafistas Nacionales, entre los que ya se contaba el seguro de vida, los 15 días hábiles de vacaciones y la inmovilidad laboral.2

            En el Congreso, Obregón hace un sensitivo discurso a los participantes, sobre que, ahora sí, los telegrafistas recogen el fruto, al poderse unir, de las semillas sembradas con su sangre en la Revolución. Antes, dijo, gobernaba uno solo, un dictador al que obedecían sus siervos. Ahora el gobierno es una entidad compuesta por todos, y es de todos, la responsabilidad de que sea bueno o malo. "Dignificar al pueblo mexicano y dignificar al Gobierno con el contingente moral y mental que cada uno de nosotros, desinteresadamente y patrióticamente, debemos aportar para la grandeza de nuestra patria."3

             No fue todo, acabado el Congreso, el general Obregón vuelve con nuevos elogios al gremio de telegrafistas, ahora en una carta fechada el 22 de enero de 1923:

"Al honrado Gremio de Telegrafistas Nacionales que con abnegación y eficacia al servicio de la Nación.
            "Aquí también presentamos a mayor abundamiento de  pruebas de vuestra contribución de sangre a la Revolución, una partícula para no ser muy extenso, de vuestro cuadro de honor, cuadro que decora y sostiene incólume las columnas de nuestra tradición: esta pequeña reseña representa algunos nombres tomados al azar, de compañeros que sacrificaron sus vidas en aras del ideal revolucionario, ante cuyos recuerdos suspendemos la lectura, querido lector, porque se anuda la garganta, nos descubrimos, guardamos un minuto de silencio y les dedicamos con todo fervor, un pensamiento de admiración y gratitud a nuestros muertos a fin de que a guisa de recordarlos descansen en paz." Seguido de una lista de doce telegrafistas con motivo y año de su muerte.

            A pesar de todas estas muestras de dramática gratitud, la retórica del general Obregón no pudo congraciarse del todo en la práctica, de las cuatro administraciones telegráficas durante su mandato ninguna se distingue por no haber reprimido al "glorioso" gremio de telegrafistas, según narra el testigo de referencia, don Isacc López Fuentes.

            El triunfo de Obregón trajo como consecuencia la caída de don Mario Méndez, "y el paso fugaz y perentorio de Ismael Rueda Toledo, designado por el general Pablo González, interinamente". Posteriormente, siguieron Felizardo Farías, Luis G. Zepeda y Ricardo C. López, nombrados por el general Obregón, sus gestiones se distinguen, según don Isaac, por el endurecimiento de las autoridades contra el incipiente gremio telegrafista. Rueda Toledo muy poco fue lo que duró en la Dirección, pero Felizardo Díaz se distinguió "persiguiendo apasionadamente con el cese injustificado a determinado grupo de compañeros; Luis G. Zepeda, formó su prosélito favorito, pero tiene en su haber el mejoramiento de sueldos en general; no obstante trabó enconada lucha con la ínclita "Unión de Telegrafistas de la Federación", encabezada por Abel Flores Treviño, Enrique C. Cervantes, Tomás Velázquez, José Olcarte León, director del inolvidable periódico "La Voz del Telégrafo" (...) y tal parece que Zepeda perdió la batalla y salió de la Dirección para ser ocupado su puesto por Ricardo C. López, en cuya actuación no se distingue otra cosa más que la lucha estéril y apasionada con la misma ´Unión´, con resultado de su salida de la propia Dirección". Este periodo, para López Fuentes, "no imprimió propiamente ninguna semblanza definida del Telégrafo", mas "abonó y preparó el terreno" para lo que vendría después.4

            Al término del mandato de Álvaro Obregón es designado como Director de Telégrafos don Antonio González Montero, telegrafista, revolucionario con Calles y el propio Obregón, que creó "una nueva visión, un nuevo ideal" en el interés de los telegrafistas. Para López Fuentes esta "fue la Era más brillante que ha tenido el telégrafo desde don Juan de la Granja hasta nuestros días". ¿Quién no añora esa administración?, se pregunta. Se creó el seguro de vida de los telegrafistas; se consolidó la Unión de Telegrafistas de la Federación; se fundó la Revista "Telenales", "y se desenvolvió en lo sucesivo un plano de lucha más liberal". Se implantó la jornada de ocho horas diarias de trabajo, aunque esa conquista teórica haya sido un mito, comenta en 1947. "Algo así como un elefante blanco que se contempla ensimismado hasta nuestros días, sin saber a qué atribuirlo"; se creó además una relación regular entre trabajadores y patrón oficial y la Revista Telegráfica bajo la dirección del "compañero poeta" don Leopoldo Ramos. "Mejoraron notablemente los sueldos (...) y el servicio en general era cada día más eficiente; las movilizaciones y los ascensos del personal, cuando no se hacían con intervención de la ´Unión´, se llevaban a cabo, previa la conformidad de los interesados, y así, dentro de este ambiente de concordia y reciprocidad, de dar y de recibir, transcurrieron los años de 1925 a 1932, hasta el 14 de febrero de 1933, fecha en que, por fuerza mayor, cayó de las manos de don Antonio González Montero el prestigio de un servicio público y el abandono a la incertidumbre, al azar de un abnegado gremio que con él se hizo digno de mejor suerte."5


La huelga

            El 1o. de febrero de 1933 la Secretaría de Comunicaciones y Obras Públicas decidió unir en una sola instancia las direcciones nacionales de Correos y Telégrafos. "Este acuerdo tan importante que, aparte de significar grandes economías para el Erario –informó–, se traducirá también en mayores facilidades para el despacho y para los intereses del público, fue dictado ayer por el señor Presidente de la República, en el acuerdo que celebró con el Secretario de Comunicaciones y Obras Públicas, general Miguel M. Acosta”.

            "Desde luego fue nombrado nuevo Director General de Correos y Telégrafos el señor Arturo M. Elías, quien, hasta últimas fechas, desempeñaba el cargo de Director General de Correos”. En cuanto al Director de Telégrafos, Antonio González Montero, se dijo que "desempeñará otra importante comisión que pronto le va a ser conferida."

La SCOP afirmó además que, al fusionarse y marchar como una sola Dirección, los servicios de correos y telégrafos se unían como "en la mayoría de las principales naciones, sin que se haya observado la menor dificultad y sí muchas ventajas."6

            Los rumores dentro de la central de telégrafos empezaron a correr ese mismo día. La perspectiva de quedar los telegrafistas subordinados a los empleados postales era algo que los llenaba de incertidumbres. En los días siguientes corrieron noticias de destituciones de personal telegráfico para ser reemplazados por postales. Se empezaron a dar reuniones, primero de unos cuantos, luego de más y al final de todos.

            El 10 de febrero los telegrafistas entusiastas convocaron a una reunión urgente en el salón de la Unión de Empleados de Restaurante en la Calle de Donceles. El principal objetivo era el de revivir la antigua Unión de Telegrafistas y elegir desde luego una mesa directiva que los representara ante las autoridades. Antes de la reunión algunos hablaban de lanzarse a la huelga; otros opinaban que la mejor opción era hablar con el ex-presidente Calles –el verdadero mandamás del país en pleno Maximato–, o en buscar apoyo del sindicato de ferrocarrileros.

Lo cierto es que imperaba la perplejidad general, máxime que empezaban a llegar noticias de más destituciones, como la del jefe de telégrafos de Cuernavaca, que había sido substituido por el de Correos.

            Cerca de quinientos telegrafistas llegaron a la Calle de Donceles a la hora acordada, y en muy pocos minutos aquella reunión se convirtió en asamblea, formando una mesa directiva donde quedó como presidente don Antonio Dávalos Jara, vicepresidente José G. Montoya; secretario de actas Francisco Velasco, segundo secretario Arístides Barrera y tesorero L. Ayala, nombrándose además un delegado por cada uno de los distintos departamentos de la Dirección General de Telégrafos.

Según la prensa, ocurre "un incidente" al proponerse al Lic. Vicente Lombardo como abogado consultor de la Unión, pues la mayoría están porque sea el Lic. Samuel Almarás."7

            El principal orador, Francisco Velasco, leyó algunas inquietudes de los compañeros, como la de luchar por conservar las comisiones de los giros, asegurar la habitación de los jefes de oficina en provincia y temores fundados de ser remplazados en sus labores por elementos del ejército o ferrocarrileros, "llevándolos a la miseria". Una original proposición que produjo ruidosos aplausos, consistía en seis meses de adiestramiento a los telegrafistas para aprender a manejar el correo, y un año a los postales para que aprendiesen a manejar el telégrafo, "y entonces que se resuelva quién debe estar supeditado a quién, a juzgar por la eficiencia".

Por último, se propuso consultar a Plutarco Elías Calles en su finca de Cuernavaca y se leyó una carta que, a nombre de la Unión, se enviaba al Secretario de Comunicaciones, que en su versión final decía:

"México, D.F. 10 de febrero de 1933
-Ciudad.- Gral. Miguel M. Acosta, Secretario de Comunicaciones y Obras Públicas.- En mensaje de hoy decimos al C. Presidente de la República: "Por declaraciones que publican periódicos de hoy, nos hemos enterado de que los altos funcionarios de correos pondrán en práctica para el 16 del actual medidas que tienden a perjudicar al personal de Telégrafos, aprovechándose del decreto que ordena la fusión de los dos ramos. Como con estas medidas también resultará altamente perjudicado el servicio telegráfico, creemos de nuestro deber salir en defensa de nuestro ramo, que se ha formado con probada abnegación y grandes sacrificios de nuestra parte, con pérdidas de muchas vidas de telegrafistas que han cooperado directamente al triunfo de la causa revolucionaria."

Los telegrafistas solicitan al Presidente que se suspenda provisionalmente la fusión, en tanto que los propios telegrafistas, mediante una comisión, "estudien con conocimiento de causa las economías que razonablemente pueden hacerse en su propio ramo, sin lesionar en la forma que se pretende nuestros intereses, con lo cual sólo se conseguirá aumentar el antagonismo creado por el personal de Correos, por la preponderancia y marcada actitud absorbente que ha asumido en nuestra contra. Para dar a usted mayores detalles de viva voz, suplicámosle conceda audiencia a una comisión que formaremos."8

El 11 de febrero la inquietud está en su más alto nivel. Un grupo de empleados telegráficos "se apersonó" en las oficinas del nuevo director de Correos y Telégrafos, Arturo M. Elías, para solicitarle audiencia con el Presidente Abelardo L. Rodríguez y exponerle su situación. En tanto, las autoridades de Comunicaciones dijeron que los telegrafistas "se estaban curando en salud", pues hasta el momento no había sido dictada "ninguna medida económica que los lesione", informó la prensa.

Entrevistados los telegrafistas, afirmaron no estar en desacuerdo con la fusión, como ya habían advertido, sino "con el procedimiento" (…) "por la forma en que se ha iniciado esa operación, debido a que la mayor parte de ellos tienen ya muchos años de servicio en la red telegráfica y han adquirido sus categorías por escalafón". Lo más grave, dijeron, es que no solo afecta esta medida a los telegrafistas operarios, sino también a los mensajeros, empleados y celadores, "quienes pueden ser cesados casi en su totalidad"; igualmente, el señor Arístides Barrera, segundo secretario de la Unión, desmintió incidentes en Chihuahua, Durango y Toluca y solo informó sobre adhesiones "de varios elementos civiles y militares, entre los que se cuentan algunos generales y políticos, quienes han ofrecido su apoyo moral y material" a los telegrafistas.9

Entretanto, los telegrafistas estuvieron reunidos en el salón sindical de los restauranteros esperando noticias sobre sus gestiones. Pudo percibirse un ánimo muy generalizado por lanzarse a la huelga, pues las auscultaciones no solo se hicieron entre los telegrafistas capitalinos, sino, dueños aún de sus aparatos de comunicación, hubo enlaces con casi toda la provincia, de donde se recogieron algunas de las opiniones más radicales, e inquietantes noticias, como la del incidente ocurrido esa mañana en las oficinas de la ciudad de Puebla, donde se inició un paro de labores momentáneo al presentarse varios elementos postales en telégrafos para hacerse cargo del servicio . Estos incidentes provocadores, no se sabe exactamente de dónde surgían, si eran órdenes directas de la Secretaría o ambiciosas iniciativas de los de los trabajadores de Correos por encargarse desde luego del sistema telegráfico. lo cierto es que lo que produjo fueron enfrentamientos que pudieron llegar a mayores, de no haberse girado circulares urgentes de la Dirección a todas las administraciones de Correos para abstenerse de intentar tomar las instalaciones telegráficas por la fuerza.10

En la reunión de la calle de Donceles, los telegrafistas recibieron dos mensajes, ninguno consolador.

El primero fue del Subdirector de Telégrafos, Ing. Pedro Martínez Tornel, que no obstante haberse quedado sin Director permanecía en el puesto. Con un lenguaje muy complicado trata de solidarizarse con la lucha de los telegrafistas, a la vez que les pide serenidad, ofreciéndoles cosas que evidentemente no estaba en condiciones de ofrecer:

            "Circular 3566-S.P.-confirmando circular 3563 fecha nueve del actual, permítome informar personal red que estos momentos lucho tesoneramente objeto mayoría oficinas foráneas postales queden controladas por servidores ramo telegráfico; recomiendo personal telegráfico que, al asumir funciones postales, empéñese en demostrar idoneidad, pues conocida ésta superioridad decidirá qué labores ambas oficinas queden cargo ustedes. Por delicadeza situación invoco cordura personal, encareciéndole todo esfuerzo para que servicio no sufra trastornos y prosperen como lo espero gestiones que empeñosamente desarrollo."11

Por otro lado, la Comisión para entrevistarse con el general Calles, envió un telegrama que decía:

            "Cuernavaca, Mor. -11 de febrero de 1933- Sr. Barrera y personal Red: Estamos gestionando activamente obtener audiencia Señor General Calles a la mayor brevedad. El Señor Gobernador Estrada Cajigal ofreciéndonos gentilmente valiosa cooperación objeto no resulten lesionados intereses de los telegrafistas. Recomendamos serenidad.
Fraternalmente. Por la Comisión, Antonio Dávalos Jara.12

Al día siguiente se informó que como Plutarco Elías Calles se dedicaba a descansar sábado y domingo, los delegados habrían de esperar al lunes para verlo. Mucho después se supo que lo que pasó es que Calles poco o nada sabía del conflicto, por lo que esa tregua de dos días le sirvió para llevar hasta su finca a los secretarios de Estado, Pani y Acosta, con el objeto de informarse plenamente de los hechos para acordar la actitud más de acuerdo a las circunstancias que, como “ex-presidente”, debería asumir. Ni entonces ni ahora era secreto que el llamado Jefe Máximo de la Revolución (de ahí Maximato) era el verdadero mandamás de la nación, y que la triada compuesta por Pascual Ortiz Rubio, Emilio Portes Gil y Abelardo L. Rodríguez, entre 1928 y 1934, eran en realidad obedientes sucesores que hacían lo que el Jefe mandaba.

El domingo 12 fue de calma chicha. La moral de los telegrafistas se mantuvo alta, a pesar de la menor asistencia a la reunión de Donceles y a otros incidentes inquietantes de provincia. Arístides Barrera afirmó estar "casi seguro que (Calles) pedirá a la Superioridad las reformas consiguientes al decreto que fusiona los servicios", sin otro fundamento que su gran entusiasmo. Dijo también que las adhesiones son tantas "que (los telegrafistas) conservan la firme creencia de conseguir su objeto". Cámaras de Comercio, agrupaciones obreras y campesinas, jefes de operaciones militares "y numerosos civiles y políticos han patentizado su solidaridad", informó. En efecto, a las once horas recibieron del personal telegráfico de San Luis Potosí, las adhesiones de la Cámara de Comercio estatal, del general Saturnino Cedillo, del Jefe de operaciones militares, la liga de comunidades agrarias, el Sindicato Único de Ferrocarrileros y el propio gobernador de ese Estado, quienes "manifestaron sus simpatías" por la lucha de los telegrafistas que , además de así decírselo a ellos, enviaron sendos mensajes al general Calles y al Presidente Rodríguez "en el sentido de que se haga justicia".

Por otro lado, de Mérida informaron que "ha sido desbaratada la fusión de las oficinas que se había llevado a cabo". Se recibieron también preocupantes mensajes de Tulancingo, Hgo., Santa Lucrecia, Ver., Arriaga, Chis., de Baja California Norte, Tampico y Morelia, lugar este último en donde, se dijo, cesaron a un empleado y un mensajero, "quienes fueron arrojados a la calle por el inspector postal", siendo reingresados por el apoyo de sus compañeros, quienes esperan instrucciones de la Unión; también hubo mensajes de La Piedad y Coalcomán, Mich., C.García, Zac., Ozuluama y Tantoyuca, Ver., Chihuahua y La Cruz del propio estado, Huatambo, Son. Tecpan, Gro., Cuatro Ciénegas, Coah., Tala, Jal., Aguascalientes y Torreón, algunos para pedir instrucciones ante amenazas y provocaciones postales, otros solo para manifestar su entero apoyo al movimiento.13

Los sucesos de esa jornada merecieron al día siguiente un par de editoriales en los diarios La Prensa y Excélsior, el primero sin firma, de apoyo al movimiento telegrafista, el segundo firmado por José de J. Núñez y Domínguez, que hace una apología ridícula a favor del mismo gremio donde, en medio de una retórica malabarista no queda claro si es apoyo o ataque a la lucha que en ese momento libran los telegrafistas, pues si bien se refiere a ellos debido al movimiento, en su largo texto no dedica más que una titubeante línea de aparente denuesto a los telegrafistas metropolitanos, iniciadores de la lucha que nos ocupa. Habla copiosamente del poeta telegrafista Leopoldo Ramos sin venir al caso; de que el telegrafista nacional "convierte su existencia en sacerdocio, sin más finalidad que el bien a sus semejantes"; los llama "héroes civiles, paladines honestos" y otras cursilerías por el estilo, sin referirse al movimiento, salvo en una sugestiva donde se advierten sus verdaderas intenciones, pues dice que "no hay que juzgar a ese noble gremio desde la molicie de la metrópoli".14

La editorial de La Prensa dice que el empleado postal "es un mero oficinista", en tanto que el telegrafista es un técnico "profesionista"; que la medida de las autoridades es una "injusticia moral", pues el servicio telegráfico ha sido bueno y eficiente, lo que no puede esperarse si se pone a cargo de un empleado postal que lo desconoce de principio a fin. "Por ejemplo –termina–, un jefe militar necesita tratar telegráficamente asuntos graves. ¿Cómo puede servirlo, dentro de la responsabilidad y eficiencia rigurosa, un mero burócrata, que habrá de delegar el trámite en segundas manos?"15

La tormenta se desató el día 13 de febrero, cuando el Secretario de Comunicaciones y Obras Públicas, Gral. Miguel M. Acosta, cesó a todo el segundo turno de telegrafistas de la Central del Distrito Federal.

Antes de referir este hecho, conviene detenerse brevemente en algunos antecedentes de este funcionario, aparecidas en un libro de Memorias (Grijalbo, 1986) del famoso matón potosino y cacique político por décadas en la región, Gonzalo N. Santos que, además de conocerlo desde los albores de la Revolución Mexicana, allá por 1911, lo consideraba "su hermano" y su amigo del alma, razón por la cual, lo que cuenta adquiere una siniestra veracidad. El General Acosta se integró a la Revolución en 1910, siendo muy joven, como mayor, en la Huasteca potosina. Fue jefe militar de más de cien batallas revolucionarias. Comandante Militar de la Plaza de México y la de Veracruz y Oficial Mayor en el gobierno de Obregón de la Secretaría de Guerra y Marina. El alto cargo de secretario de Comunicaciones con el Presidente Ortiz Rubio lo consiguió, según Santos, a raíz de la victoria en 1929 sobre "el incidente" Jesús M. Aguirre, famoso también por haber dado muerte al general Miguel Alemán, padre del que después sería presidente de México. Cuando Abelardo L. Rodríguez tomó posesión de la presidencia, el General Acosta, a quien llamaba "su cuate", intentó darle la Secretaría de Guerra y Marina, pero el propio General Calles le pidió que lo dejara en Comunicaciones, donde estaba haciendo “muy buena labor", y que nombrara mejor a Pablo Quiroga. De entre lo que cuenta Santos de su amigo Acosta, sobresale una anécdota que, no obstante su amplitud, conviene mencionarla entera, pues nos muestra claramente la personalidad del general, e ilustra a la perfección el sujeto al cual hubieron de enfrentarse ese día los telegrafistas en su propia oficina de aparatos cuando, iracundo, bajó Acosta de sus oficinas para cesar intempestivamente a cerca de doscientos empleados.

Andando en la sierra guanajuatense en campaña fue tomado un prisionero que no mataron luego porque conocía muy bien la zona y utilizaron como guía. Al llegar al destino deseado, Acosta preguntó a Santos qué hacía con el prisionero, a lo que Santos, que nunca pecó de clemencia ni mucho menos, le respondió que podrían pagar el favor recibido dejándolo ir, que era lo que le parecía más justo. Acosta le respondió: "tú no tienes madera de franciscano ni de miembro de la Cruz Roja, tú eres revolucionario desde muy chico y sería muy malo que te empezaras a descomponer teniendo lástima del enemigo en algunas circunstancias, pero para quitar cualquier escrúpulo que pudieras tener mañana o pasado, cosa que no creo (nadie lo creía), tráelo aquí a mi presencia y yo arreglaré esto como se deben arreglar estas cosas. Mandé comparecer al Mayor con el teniente Zataray –prosigue Santos–, y Acosta le dijo: "Con que usted quiere regresar para sus terrenos", "Sí, mi general", le contestó el charro cuadrándosele y Acosta le dijo: "Lo voy a despachar de aquí, pero no para sus terrenos, se va a ir usted mucho más lejos. Se va a ir al cielo y allá saluda de mi parte al cabrón de San Pedro". Diciendo esto, Acosta sacó la pistola y le fajó rápidamente dos balazos, uno en la cabeza y otro en el pecho."16

Santos estaba muy lejos de volverse franciscano o médico humanitario, pues él mismo afirma haberse cargado con su propia mano a algunos individuos; sin embargo, se conmovió porque el Mayor era un valiente y él respetaba sobre todas las cosas esta virtud. Doce años después, Acosta no duda en reprimir con el cese, primero y con la fuerza pública y el ejército, después, a los telegrafistas. La actitud pasiva de los telegrafistas –y juiciosa, pues conocían muy bien a los generales a quienes habían acompañado de cerca en las campañas– evitó que terminara la escena que sigue en una desgracia mayor.

La foto de Enrique Metínides simboliza el drama
aunque es ajena al movimiento

El cese

La tarde del día 13, a las siete y media, el general Miguel M. Acosta, informado que el telegrama urgente que había enviado a todas las administraciones del país, ordenando a los telegrafistas ponerse a las inmediatas órdenes de los empleados de Correos, habían sido roto y echado a la basura por los telegrafistas operarios, descendió precipitadamente las escaleras del Palacio de Comunicaciones, salió y caminó los escasos metros que lo separaban del Edificio de Telégrafos, entró intempestivo a la sala de aparatos y se enfrentó ruidosamente a los telegrafistas insubordinados. Lo acompañaba el subdirector Tornel. López y Fuentes, atento a los hechos, relata que el General Acosta, "hombre de temperamento irritable", bajó a la sala de aparatos "increpando en forma violenta y ruda al personal". Y como no faltó quien se le enfrentó para reclamarle su negativa de audiencia, el General Acosta dictó el cese inmediato de todo el turno. El mismo López y Fuentes narra, en otro lugar, de alguien que enfrentó al iracundo general: "estando el general con botas y fuete en la mano, amonestando personalmente a los telegrafistas descarriados, la señorita Celia Heredia se levantó de su asiento y, por encima de todos, arriba de una de las mesas de trabajo, dijo al general:

-  Nada tiene usted que estar haciendo aquí. Usted, con su simple presencia, con su festinado lujo de fuerza bruta que le dan sus botas de recluta, profana este sagrado templo de trabajo.

Tartamudeante, según era su modo en los momentos difíciles –a decir de su "hermano" Santos–, ordenó a Martínez Tonel el cese inmediato de más de doscientos empleados que componían el turno.

Desde ese momento se apoderó la incertidumbre de los telegrafistas, que permanecieron reunidos hasta pasadas las doce de la noche en espera de los resultados de su última –aunque no menos importante– carta: la entrevista con el General Calles, mandamás de la nación.

Entretanto recibieron una carta de Martínez Tornel en la que ofrecía una oferta del general Acosta de revocar el cese a cambio de una actitud pasiva de los telegrafistas, respuesta que dejaron en suspenso. A la medianoche, un cable de Cuernavaca informó que solo se había conseguido obtener audiencia con el Jefe Máximo al siguiente día, por lo que se recomendaba aplazar toda medida por 24 horas, cosa que se aceptó. Curiosamente –e ingenuamente–, los telegrafistas estaban convencidos de que Calles, en cuanto escuchara sus razones de amplios matices sentimentales, iba a tomar el teléfono para ordenar al presidente, o al mismo secretario Acosta, suspender todas las acciones contra de los telegrafistas, pues la nación estaba en deuda con ellos por haber vertido tan copiosamente su sangre en la Revolución. Un sueño guajiro que hizo más dolorosa la caída de la recta final.

A la mañana siguiente, aparecen en la prensa dos editoriales de apoyo al movimiento telegrafista. Uno en Excélsior, firmado por el laureado poeta-telegrafista don Leopoldo Ramos, que manifestaba apoyo a sus colegas. Luego de hacer un recuento de la historia del telégrafo, habla del "papel primerísimo" que han jugado los telegrafistas en la Historia de México, así como de la entrega en cuerpo y alma del telegrafista al servicio que presta. "Al considerar estas verdades -abunda-, y pocos son aquellos que las desconocen, se piensa inmediatamente en la injusticia que desde hace años se ha venido cometiendo con el humilde empleado de telégrafos, relegándolo al plano inferior que ocupa en la administración pública, ya que, por equidad, sólo por equidad, su abnegado gremio debería de contar con más amplios medios de vida”.17 Otra nota editorial apareció en La Prensa, sin firma, titulado "¿Autonomía telegráfica?", hace mención de los bajos salarios de 3 y 4 pesos diarios que reciben los telegrafistas, muy por abajo del medio confortable en  esas épocas de crisis; de la preparación incomparable de los telegrafistas frente a los empleados postales, así como del fracaso inminente del servicio en caso de darse la fusión.18 Por último, El Universal, que poco o casi nada había mencionado en los días anteriores el conflicto telegráfico, se disculpa este día 14 arguyendo que "nos  reservábamos para informar a nuestros lectores sobre hechos concretos y no sobre simples suposiciones".19 López Fuentes dice que "en la prensa se pusieron anuncios solicitando operadores con sueldos de hasta de diez pesos, cuatro más que el normal", pero otras investigaciones desmienten esta versión, pues tratándose de los principales diarios de la capital, que es donde debieran haber aparecido, ninguno publicó anuncios con esas características.

Al mediodía del día 14 regresaron arrastrando la cobija los comisionados en Cuernavaca. El general Calles les hizo ver a los telegrafistas el error táctico de haber acudido a él, que era el gobernante real, y no con el Presidente Rodríguez, que era el oficial, lo que lo obligaba a apoyar sus decisiones gubernamentales. En otras palabras, les ofreció su apoyo moral, pero les advirtió que "debían acercarse al Señor Presidente Abelardo L. Rodríguez, a quien correspondía la resolución".20

Desesperados, acudieron a Palacio Nacional a tratar de entrevistarse con quien debieron insistir primero que, lógicamente, se negó a recibirlos; fueron atendidos –es un decir– por el jefe del estado Mayor, general Juan F. Azcárate, quien les advirtió "que los acuerdos del  Gobierno no pueden ser discutidos por los elementos al servicio del mismo, y por lo tanto su actitud no tenía fundamento legal alguno"; los invitó a regresar a su trabajo, si querían, pero "en la inteligencia de que sus servicios no eran indispensables".21 Los telegrafistas, confundidos, descendieron lentamente las escaleras del Palacio de Comunicaciones interrogándose sobre las palabras del general: si los acuerdos no podían ser discutidos ¿importaba tener fundamento legal?

En sus cálculos finales los telegrafistas contaron un total de 168 compañeros cesados la tarde anterior, y esperaban que en el curso de la "sesión permanente", en Donceles 28, los turnos primero y tercero se solidarizaran adhiriéndose al paro de labores. Entretanto, los servicios de la Central de Telégrafos, al mando del Coronel Ramón Cortés González, fueron requisados por militares de la Escuela de Enlaces y Transmisiones Militares del Estado Mayor Presidencial, a la vez que sus instalaciones custodiadas por elementos de la policía montada del gobierno de la ciudad. A esta innovadora maniobra gubernamental, que con las décadas se haría una práctica común en las empresas estatales de comunicaciones (especialmente Teléfonos de México), la requisa, se unieron desde luego dos empresas esquirolas que ofrecieron sus servicios para suplir la demanda que los inexpertos telegrafistas militares no podrían atender: la telefónica Ericsson y los Ferrocarriles Nacionales de México, a las que la Secretaría autorizó para atender al público que lo solicitase.

La Unión de Telegrafistas se vio precisada a explicar al público el desarrollo del conflicto. Ese día 14 fue redactado un Manifiesto en donde se responsabilizaba de todos los hechos al secretario de Comunicaciones, General Miguel M. Acosta, así como de las consecuencias que resultaran. "Somos los primeros en lamentar los perjuicios" causados a los telegrafistas, dicen, pero el General Acosta no solo se ha obstinado en ratificar el cese, "sino que se ha manifestado firma e inquebrantable en su propósito de que la fusión se lleve a cabo en condiciones desastrosas" para el telegrafista.22

A su vez, la SCOP hizo una declaración oficial donde justifica la fusión de los servicios telegráfico y postal en términos estrictamente económicos; el ahorro como de dos millones, dice, traerá como consecuencia el abaratamiento de los dos servicios, beneficiando sobre todo al público en general; respecto al paro de telegrafistas, la Secretaría, conforme a la ley, afirma que este es ilegal y que, por lo tanto, la requisa del sistema fue el único medio objetivo que le dejaron. La fusión fue ordenada por las autoridades luego de un meditado estudio económico a nivel nacional, es por ello que no puede echarse atrás, además, "porque no se puede permitir que se quebrante el principio de autoridad", finalizó la declaración, aparecida como el Manifiesto de la Unión, al siguiente día en El Universal.23

Excélsior, por su parte, hace el día 15 en su página editorial un recuento del conflicto creado con la fusión de correos y telégrafos. Según este, se sabía que la reforma traería como consecuencia el cese de unos 200 postales y unos 150 telegrafistas. Los primeros, afirma, estuvieron de acuerdo "por considerarlo conveniente para los intereses generales", pero "los segundos protestaron por la medida y se negaron a trabajar", previo entendimiento con todos los telegrafistas de la República. Afirmaba que, de hecho, "no de derecho", los telegrafistas habían declarado la huelga, dudando de las numerosas adhesiones que de todo el país dicen haber recibido, pues es muy extraño que "varios jefes de operaciones militares" y que "algunas Cámaras de Comercio" den su apoyo tan espontáneamente "a este movimiento en franca protesta contra las autoridades de la Federación". Este conflicto, dice Excélsior, debe resolverse con serenidad y cordura pero, ante todo, "es necesario poner a salvo ciertos principios que norman la vida de las sociedades y que contribuyen a mantener en orden y el régimen de autoridad constituida". Y aunque lamenta que cualquier empleado público pierda su empleo, "más digna de tomarse en cuenta es la ley y la autoridad, sin las cuales no es posible el concierto de los hombres civilizados". Luego se pregunta si es posible que los empleados públicos se lancen a la huelga, como los particulares que se amparan en la fracción XVIII del artículo 123 de la Constitución. La respuesta es no. "El empleado público no tiene derecho a la huelga por la obvia, por la clarísima razón de que, si lo tuviera, podría, en un momento dado, provocar, no sólo las mayores dificultades de orden público, sino hasta el derrocamiento de un régimen político y amenazar las mismas instituciones. Esto es de tal manera contundente, que no admite réplica, y quien lo discuta es un loco o un sofista de mala fe." Y así sigue el Excélsior demostrando la ilegalidad, ciertamente irrefutable, de la huelga de los telegrafistas, pero sobre todo haciendo hincapié en la indisciplina y la pérdida de autoridad. Termina interrogándose: "¿A dónde iría a parar un gobierno que tolerase la huelga de sus empleados? ¿No estaría en peligro inminente de que mañana siguiesen otros el ejemplo de los telegrafistas y su autoridad quedase subordinada al arbitrio de sus propios servidores? ¿Y cómo, en estas circunstancias, puede consolidarse un gobierno?"24

La Prensa, a su vez, edita la segunda parte de su sección Poliedro que el día anterior había iniciado bajo el nombre de "¿Autonomía de Telégrafos?", sin firma personal, en donde hace un llamado a las partes contendientes para que, sin lesionar los intereses de ninguna, se llegue a un acuerdo satisfactorio.

Extrañada por la actitud intempestiva del cese general, así como la determinación de un paro de labores "que exacerba los ánimos en general y daña a todos los sectores gubernamentales, sociales y hasta políticos". Por ello hace un recuento de las argumentaciones, sobre todo oficiales, que giran en torno a las "grandes economías" que la fusión representa. Estas economías, dice, se basan principalmente en los gastos de rentas de casas para oficinas, luz y otros servicios menores, lo que en cálculos aproximados asciende a unos $100 mil pesos anuales. Estas cifra no podrá ser totalmente suprimida, pues al unirse los dos servicios, la oficina de correos necesitará más espacio con rentas proporcionalmente mayores; pero admitiendo que se lograra ahorrarse el 50 por ciento de la suma expresada, quedaría en pie una economía como de 50 mil pesos, en tanto que los demás gastos de servicios seguirán erogándose; "empero, aceptemos por un momento que la economía sea también de 50 por ciento, es decir, 25 mil pesos, los que unidos a los anteriores, suman 75 mil pesos, cantidad pequeñísima si se toman en cuenta las incomodidades que al público proporcionará una oficina con reducido espacio, y malamente atendida por un empleado que, postal o telegrafista, unas veces trabajará en el sector de correos y abandonará el de telégrafos, y viceversa, redundando todo ello en perjuicio general”. ¿Qué garantía de servicio ofrecen los sustitutos?, se pregunta; "lógico es suponer que los sustitutos serán meras figuras decorativas, que percibirán un sueldo por verse en constantes conflictos técnicos y prácticos para la administración de esas oficinas –dicho sea esto sin ánimo de ofender a nadie–." Para finalizar, La Prensa hace un llamado a las autoridades para que valorice y haga justicia a ese importante factor de la vida nacional, que es el telegrafista, sugiriendo que, como en otros países, podría dársele "cierta autonomía" al telégrafo, "librando de esa carga al Erario Federal."25

El propio diario publicó un aviso de Martínez Tornel, el subdirector de lo que era Telégrafos, que buscaba disolver el movimiento "huelguístico": "Se hace saber al gremio de telegrafistas, que todo aquel que esté con el Gobierno, deberá presentarse a recibir instrucciones en la Subdirección del Ramo, en un plazo de 24 horas. Los telegrafistas foráneos, al recibir el presente boletín, deberán comunicarse inmediatamente con la Subdirección."26

La SCOP informó que el servicio telegráfico estaba regularizado en "casi todo el país", aprovechando la ayuda de los telegrafistas que no se unieron al movimiento y a las empresas privadas que prestaron su ayuda. Los elementos militares, al mando del Coronel Cortez, trabajaban los aparatos Morse y los de radiotelefonía, no así los teletipos alemanes, recientemente adquiridos, que solamente eran manejados por algunos técnicos solidarizados con el paro.

A su vez, la Unión de Telegrafistas hizo un boletín en el que, por enésima ocasión, hace referencia a la "solidaridad en toda la República" –frase, a estas alturas, algo desgastada-, en tanto critica la pésima operación de los telégrafos a manos de los militares, "que de ningún modo pueden atender eficientemente las comunicaciones terrestres y radiotelegráficas del sistema, que requiere el concurso de tres mil quinientos operadores que tienen paralizadas sus labores."27

La actitud de la Unión seguía siendo la misma, según su presidente don Antonio Dávalos: no a la fusión en la forma en que se está haciendo; que una comisión mixta haga los estudios convenientes para llevarla a cabo; que los telegrafistas no tengan deterioros en sus percepciones y que se haga un plan de economías para buscar la mejor forma de reducir los gastos de la Federación en el ramo de telégrafos. Respecto a los cesados, Dávalos dijo que la decisión había sido tomada con premura, pues no todos los empleados estaban involucrados en la destrucción del fatídico telegrama, por lo que demandaba una minuciosa investigación para deslindar responsabilidades.

¡A las 10 horas, los telegrafistas hicieron una manifestación que partió de la Glorietas de Carlos IV, El Caballito, por la Avenida Juárez, Francisco I. Madero, pasando por Catedral, Palacio Nacional, para seguir por 5 de Mayo y llegar finalmente el edificio del Sindicato Nacional de Trabajadores Ferrocarrileros, donde ahora los telegrafistas realizan sus reuniones. Durante el recorrido, una comisión se detuvo en la Cámara de Diputados en busca de apoyo moral. Concretamente, se pretendía hablar con el diputado Manuel F. Ochoa del estado de Jalisco, que había sido telegrafista, pero no pudieron encontrarlo. El único diputado que accedió a dar su opinión, mas no su nombre, dijo que los presupuestos "no pueden ser variados por el Ejecutivo para dar otra organización diversa a las oficinas federales, pero sí podía reducir sus presupuestos en caso de que quisiera hacer economías."28

Por último, respecto a este fatigoso día 15, la Procuraduría General de Justicia de la República, por parte de su Segundo Agente Lic. Ángel González de la Vega, informó que la consignación hecha por la SCOP, debido a la actitud de los telegrafistas, había sido turnada a esta por medio del Licenciado Emilio Portes Gil. "Desde luego –afirmó– se han iniciado las diligencias inquisitivas para proceder con apego a los preceptos legales."29

El 16 de febrero la solución al acuerdo entre los telegrafistas y las autoridades fue puesta en manos de la Cámara de Trabajo del Distrito Federal, cuyo Secretario General, Alfredo Pérez Medina, estuvo haciendo intentos para entrevistarse con el Presidente Rodríguez y con el Secretario Acosta. El primero "no tuvo tiempo de recibirlo", según los periódicos, en tanto que Acosta le informó que lo recibiría el día 17 en la mañana, por lo que era conveniente que ya tuviera alguna solución. De este modo, Pérez Medina apuró a sus coordinadores a tomar una decisión, que en la tarde de este mismo día fue dada a conocer. Consistía en tres "imparciales" puntos que daban término al conflicto: 1) Regreso inmediato de los telegrafistas a sus labores; 2) Mediación de la Cámara para reconsiderar el cese masivo del Segundo Turno, y 3)"que deberán sujetarse a las disposiciones de la autoridad, en lo relativo a la fusión".30

Otra tarea de la Cámara de Trabajo fue darle matices políticos e ideológicos a la lucha telegrafista. Corrieron rumores de "infiltraciones" a las sesiones de los empleados, de "algunos líderes", que intentaban inducir a los de "La Raza de la Hebra" –como se autonombraron los telegráficos– para que se unieran a la Confederación Nacional de Organizaciones Magisteriales, aprovechando su movimiento para iniciar una "huelga general" desestabilizadora. En una reunión, efectivamente, el Secretario de Conflictos de la citada Cámara "descubrió" al profesor David Vilchis, "quien trataba de llevar a los telegrafistas por senderos extraviados" y que prontamente fue desalojado de la reunión.31

Mientras las autoridades afirmaban que los operadores telegráficos regresaban paulatinamente a sus labores, y que la provincia, fuera de algunos puntos insignificantes, daba todo su apoyo a la Secretaría. Los telegrafistas, reunidos en asamblea permanente, confundidos por las "infiltraciones" de provocadores que tanto perjuicio podrían causar a su movimiento, entraban y salían del salón de sesiones, cuya puerta fue rígidamente controlada para evitar gente sin identificación. A las dieciocho horas, desesperados, al calor de continuas discusiones sobre si seguir en la lucha o aceptar las condiciones de las autoridades, los telegrafistas solo estaban en espera de la comisión que fue a entrevistar al Presidente para pedir clemencia. Unos minutos más tarde se supo que no había querido recibirlos.

El día 17 la llamada huelga de telegrafistas amanece aniquilada. El general Miguel M. Acosta hace por escrito un balance final de la derrota de sus empleados. Ahora, sucede que nadie estaba a favor de la huelga, solo unos cuantos "instigadores" que arrastraron a otros tantos despistados en la Capital de la República. La provincia, para este día, parece no haberse percatado que hubo un conflicto. Empiezan a recibirse telegramas de subordinación: Monterrey, Celaya, los primeros. Para el secretario de Comunicaciones el conflicto fue pura "llamarada de petate" de los cabecillas, por lo que "la Secretaría resolvió aceptar a los empleados, a reserva de separar a todos aquellos que resulten responsables en las investigaciones que se están practicando"32

De los telegrafistas, el tercer turno fue el primero en abdicar iniciando sus labores la misma tarde del 16. La diligencia de la Unión de Telegrafistas, por su parte, informó haber aceptado "en su totalidad" los puntos impuestos por la Cámara de Trabajo, por lo que dieron instrucciones a sus representados para retomar las labores suspendidas y acatar las disposiciones respecto a la fusión. A las diez de la mañana del 17 las comunicaciones telegráficas de todo el país quedaron regularizadas. A la misma hora, salió de las instalaciones de Telégrafos el contingente de soldados de la Escuela de Enlaces y Transmisiones Militares que estuvo atendiendo el servicio. La Dirección de Correos y Telégrafos, a su vez, afirmó que los cesados "no sumarían tan considerable número como se creía."

En el transcurso de la semana, un día unos, otro día otros, se expidió el cese para los directivos de la Unión y delegados del Comité de Huelga, y según López y Fuentes, "a continuación se dictaron más ceses, que llegaron a contar varios cientos."33

A raíz del fallido movimiento surge la Alianza de Telegrafistas Mexicanos que años después será uno de los cuatro pilares del Sindicato Nacional de Trabajadores de la SCOP. La lucha telegrafista establece parámetros de negociación y es el precedente que permitirá advertir con evidencias, trastocando el demagogo precepto revolucionario del "Estado para los trabajadores", las claras diferencias entre un Estado-Jefe y sus empleados, como entidades contrapuestas de mando y obediencia.

Los telegrafistas, por su parte, equivocaron prácticamente todos sus movimientos; utilizaron el chantaje sentimental como principal argumento: "nosotros los telegrafistas, que dimos nuestra sangre en la Revolución"; no planificaron en absoluto su movimiento de huelga, o paro, o como quiera que se le tenga que tipificar, por lo que, jurídicamente, en efecto, su movimiento fue ilegal. Insistieron en hablar con Calles en vez de haberlo hecho con el presidente Rodríguez, lo que permitió a las autoridades ganar tiempo y confundir más las cosas.
           
Los telegrafistas, pues, no actuaron con inteligencia; no se asesoraron debidamente; escogieron a Almarás en lugar de Lombardo Toledano para que los representase, pero el primero ni siquiera se dignó a hacer un comentario sobre el conflicto puesto en sus manos; iniciaron su movimiento "huelguístico" el 14 de febrero, un día antes –acaso unas horas– de recibir el pago de su quincena, por lo que unas cuantas horas de huelga sus recursos empezaron a flaquear, como se advirtió en la colecta para enviar representantes a Cuernavaca, que con apuros se pudo completar. También, esos exacerbados ánimos triunfalistas que mantuvieron todo el tiempo fue un elemento nocivo, pues afectó el celo personal de los funcionarios encargados de "dialogar" con ellos y cambió el curso de la lucha, de un plano estrictamente laboral, que miraba la eficiencia del servicio y los intereses del público y la Secretaría (es decir, de México), a otro de celos y rencores que culminó con la satanización de aptos y valerosos telegrafistas que por sus cualidades de líderes fueron los primeros en quedar sin trabajo. Por último, la presencia de militares en los puestos máximos de la administración fue el pretexto para elaborar discursos de "obediencia", "respeto a la patria", "disciplina" y "traición", que los puso con la espalda contra la pared.

El telégrafo Morse había perdido su estilo. Era el antecedente de los actuales servicios de comunicación, pero solo eso, antecedente. Pero si había mala información sobre los acontecimientos del día, había menos respecto a la historia. Y el Estado no se preocupó por aclarar este punto (en realidad, no se preocupó por aclarar ningún punto). El telégrafo estaba sufriendo cambios técnicos sin precedentes en su historia de ochenta años. El telegrafista al que se refirió La Prensa en sus editoriales ("es un profesionista, no un burócrata cualquiera") es la imagen del telegrafista de La Reforma, aquellos que instruyó el empresario Juan de la Granja a mediados del Siglo XIX; o la imagen del telegrafista porfiriano, elemento clave para la comunicación expedita del Norte con el Sur, del Centro con las costas, que en mucho contribuyó a la pacificación militar de Díaz y a la delimitación definitiva del territorio nacional, junto al ferrocarril.

La importancia del telégrafo en el siglo anterior –siempre junto a la del ferrocarril–, había sido fundamental para que se defendieran las fronteras con la prontitud que se requería; para que se tomaran decisiones en el Centro sobre invasiones extranjeras o sublevaciones, y se intervinieran casi de inmediato. Había sido fundamental para las batallas de la Revolución, de esquemas logísticos todavía decimonónicos.

Pero ese telegrafista ya no era el de los años treinta. Ahora los medios de comunicación eléctrica, es decir, las telecomunicaciones, habían adelantado enormemente. El cable submarino funcionaba desde los albores del siglo, la radiotelegrafía había irrumpido en la Revolución; el Morse era sustituido por el teletipo; casi un ciento de radiodifusoras transmitían en el país. Los teléfonos se convertían en un instrumento de uso permanente, y si sus sistemas no funcionaban óptimamente era por la rivalidad que el Estado había permitido entre las dos compañías concesionadas, que no lograban ponerse de acuerdo para enlazar sus líneas e interconectar a sus respectivos abonados. Eso no lo tomó en cuenta la página editorial de La Prensa, y el Estado, aunque no tenía razones para ignorarlo, no se le ocurrió decirlo.

El 13 de febrero el general Acosta llegó furibundo a la sala de aparatos y espetó su plan, no su proyecto, pues está claro que a esas alturas no tenía ninguno. La fusión de telégrafos y correos fue una ocurrencia de alguien que se convirtió en decreto de ocho líneas y distaba mucho de podérsele considerar proyecto. El general, entonces, tenía un plan, y este era el de enseñarles a los telegrafistas que estaban dirigidos por un general ganador de más de cien batallas, a quien sus órdenes no podían  ser discutidas.34

El secretario de Comunicaciones se portó como un patrón autoritario y como un político inexperto. Lo que para los telegrafistas significaba estar dando patadas de ahogado al romper el telegrama que desató la tormenta –antes de ahogarse por completo–, para el general Acosta y los funcionarios que lo asesoraban, la reacción de los telegrafistas fue un problema tan grave como sorpresivo, razón por la que solo se les ocurrió recurrir a la violencia verbal, física y laboral. Si hay que reconocer la inexperiencia de los telegrafistas, es más evidente y llamativa la de los funcionarios, que no solo decidieron tapar el pozo una vez muerto el niño, sino matar al resto de los niños para que no se fueran a ahogar.
           
Estos   funcionarios-generales, que tan muy poco habían cambiado la silla del caballo por la del escritorio, tenían por costumbre finiquitar cualquier conflicto a caballazos, rápida y violentamente, como la anécdota del charro aquél de la sierra guanajuatense.

"La fusión sólo sirvió para hundir más y más al telégrafo en la ineficacia pública                –concluye taciturno su denuncia don Isaac López Fuentes–, casi despreciable, cubierta de acres censuras, lápidas con los epítetos más crueles y sangrantes de quienes sufrieron trastornos en sus negocios o sus intereses de orden familiar".35

El presidente Cárdenas mantuvo la fusión de los servicios, y fue hasta el periodo de Manuel Ávila Camacho en que la fusión demostró ser "una mala medida tomada en el pasado". En 1942 los telégrafos y los correos volvieron a ser instituciones separadas. Pero los telegrafistas, nunca volvieron a ser lo que habían sido.

Probablemente se deba al tradicionalismo mexicano el que el telégrafo Morse no haya desaparecido totalmente en la década de los cuarenta, como ocurrió en los Estados Unidos. Los mexicanos, cuando le tomamos cariño a algo, se nos dificulta mucho cambiarlo por otra cosa, aunque sea mejor. Son amores largos. Frente a una Porfiriato de tres décadas y media, cumplimos siete décadas de PRI. El telégrafo Morse, a pesar de la revolución técnica que empezó con el siglo, siguió con vida mucho tiempo después. Las presiones que un país como México tiene para que se adecue a eso que llaman la modernidad, obligó al gobierno a ir cambiando poco a poco las instalaciones de comunicación, y el telégrafo Morse, aunque a un ritmo conmovedoramente lento, fue cediendo su rústica traza a acervos de museos, nunca completamente concretados, mientras las modernas técnicas fueron apareciendo en las oficinas telegráficas, ocupando su lugar. Hoy en día, con el internet, todos nos hemos vuelto telegrafistas.

Citas:

1             Isaac López Fuentes, Semblanza Trágica del Telégrafo y los Telegrafistas Nacionales,  publicado por el autor, México, 1947, p. 19

                2             Ibib, p. 18

                3             Ibid, p. 20-21

                4             Ibid, p. 17-18

                5             Ibid, p. 22-23

                6             Excélsior, 2 de febrero de 1935, p. 8

                7             Excélsior, 11 de febrero de 1933, p. 10

                8             Ibid, p. 10

                9             Excélsior, 12 de febrero de 1933, p. 1 y 8

                10           Ibid, p. 1

                11           Ibid, p. 1 y 8

                12           Ibid,

                13           Excélsior, 13 de febrero de 1933, p. 8

                14           Ibid, p. 5

                15           La Prensa, 13 de febrero de 1933, p. 5

                16           Gonzalo M. Santos, Memorias, Grijalvo, México, 1986, p. 146. Otras
                               referencias al general Acosta en páginas: 56, 499, 500, 837 y 838.

                17           Excélsior, 14 de febrero de 1933, p. 5

                18           La Prensa, 14 de febrero de 1933, p. 5 y 15

                19           El Universal, 14 de febrero de 1933, p. 1

                20           El Universal, 15 de febrero de 1933, 2a. Sección, p. 7

                21           El Universal, Ibid.

                22           Ibid.

                23           Ibid

                24           Excélsior, 15 de febrero de 1933, p. 5

                25           La Prensa, 15 de febrero de 1933, p. 5

                26           Ibid,. p. 12

                27           El Universal, 1a. Sección, 16 de febrero de 1933, p. 1 y 7

                28           Ibid.

                29           Ibid

                30           El Universal, 17 de febrero de 1933, p. 8

                31           Ibid.

                32           El Universal, 1 de febrero de 1933, p. 1

                33           Isaac López Fuetes, ibid. p. 27

                34           Nuestro testigo de referencia, Isaac López Fuente, opina con otras
                               palabras esa misma idea: "los autores de la fusión, ni siquiera lo
                               estudiaron previamente como lo ameritaba este importante servicio
                               público; ni siquiera hay elementos para creer que se equivocaron         
                               de buena fe, para ser disculpados después ante la historia; entonces
se deduce que se inspiraron en la política campanaria de la exhibición y cavernaria de la ignorancia." p. 54

                35           Isaac López Fuentes, Ibid, p. 10


Capítulo VI de mi libro: La raza de la hebra, historia del Telégrafo Morse en México, BUAP, 2004 en primera edición; SYSCOM, 2005, en segunda edición.