Me enteré de su muerte, Daniel da Silveira, mi casero uruguayo en el departamento del edificio 3 de la Villa Olímpica. Daniel tenía costumbres higiénicas muy europeas para horror de la pudibunda Gisela, nívea puertorriqueña, fascistoide y elegante; también muy bella, estudiante de cine en el CUEC donde Daniel era profesor; Gisela odiaba a los mexicanos, pero me parece que odiaba a medio mundo; la tercera recámara la ocupaba Molgorito, alegre segundo apellido de una menuda joven rubiecita de la ciudad de México, de pelo muy cortito. Agradable, sencilla y bonita. Y yo el cuarto. Daniel Da Silveira era el anfitrión, el que rentaba el departamento, un profesor muy amable y uruguayo, muy uruguayo; melómano, lector empedernido de cuya biblioteca guardo grandes recuerdos; me serví la colección completa de novela negra de Bruguera. Revistas liberales, Play boy, etcétera; era el administrador, a él le daba mensualmente los 2.5 millones de pesos, que era el monto de la renta que pagábamo...